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Capítulo 44: Los Lazos Perdidos del Alfa 

El mundo de Emma parecía girar en cámara lenta. Su madre. Su hermano. Vivos. 

El peso de aquella revelación le presionaba el pecho como si su corazón estuviera atrapado entre el pasado y el presente. Había crecido creyendo que su familia había sido masacrada por Sebastián, que su linaje había sido arrancado de raíz aquella fatídica noche en la que su mundo se había oscurecido para siempre. Pero ahora, frente a ella, estaban dos fragmentos de su historia que había dado por perdidos.

—¿Cómo es posible? —su voz apenas era un susurro ahogado.

Sus piernas flaquearon y Diego la sostuvo de inmediato, su toque cálido y protector la ancló a la realidad. 

Liana, su madre, dio un paso al frente con los ojos inundados de lágrimas. Tenía la misma mirada intensa que Emma recordaba en destellos borrosos de su infancia, la misma calidez en su esencia. Sus brazos temblaban cuando finalmente la envolvió en un abrazo largo, desesperado, un abrazo de madre que nunca debió haberse roto.

—Mi niña... —susurró con voz quebrada—. He soñado con este momento durante tantos años...

Emma cerró los ojos y se permitió sentir la calidez de su madre. Era real. No era un espejismo. No era un sueño. Su madre estaba viva.

Un nudo se formó en su garganta y la fuerza que había mantenido durante la batalla comenzó a resquebrajarse.

—Pero yo los vi morir —murmuró, apartándose lentamente, con el corazón en un puño—. Recuerdo el fuego... el humo... el rugido de Sebastián… Recuerdo a mi padre luchando hasta el final... 

Miró a su hermano, de pie junto a su madre. Era más alto de lo que recordaba, con la misma fuerza en sus ojos que su padre. Se notaba el peso de la responsabilidad en su postura, la carga de un destino que hasta ahora había permanecido oculto.

—Sí... morimos esa noche. —La voz de su hermano era profunda, solemne—. Pero los ancianos nos trajeron de vuelta.

Emma frunció el ceño y miró a su madre, buscando respuestas.

Ana, su tía, fue quien habló. Su voz era suave, pero cargada de emociones contenidas.

—Cuando todo estaba perdido, los ancianos de la manada tomaron una decisión desesperada —explicó—. No podían salvar a todos, pero sí preservar nuestra última esperanza. 

Emma sintió un escalofrío recorrer su piel. Sabía de la existencia de la magia ancestral, de los ritos antiguos que solo los miembros más sabios de la manada conocían. Pero nunca había escuchado sobre un sacrificio de tal magnitud.

—¿Qué hicieron exactamente? —preguntó con un hilo de voz.

Su madre tomó sus manos entre las suyas y le explicó con dulzura:

—Dieron su vida por nosotros, Emma. Cada uno de ellos entregó su esencia, su energía vital, para revivirnos. Pero no solo nos trajeron de vuelta… nos ocultaron en un lugar sagrado, un refugio donde nadie pudiera encontrarnos hasta que llegara el momento de la profecía.

Emma sintió que su respiración se detenía por un instante. 

Los ancianos de su manada… los mismos que la habían visto nacer, que la habían bendecido con su sabiduría… habían muerto para salvar a su madre y a su hermano. 

—Ellos sabían que Sebastián no se detendría hasta asegurarse de que ningún Alfa con derecho al trono quedara con vida —continuó su hermano—. Sabían que tú eras la clave… pero que también corríamos peligro. Nos ocultaron para preservar el linaje hasta que fueras lo suficientemente fuerte para reclamarlo.

La mente de Emma se nubló. Era demasiada información de golpe. 

Ana se acercó y le tomó la mano con suavidad. Sus ojos brillaban con lágrimas contenidas.

—Por eso te oculté —susurró con dolor—. No fue solo por protegerte de la guerra… sino porque creí que eras lo único que me quedaba. No podía perderte también.

Emma sintió su corazón encogerse. Su tía había cargado con el peso de la soledad, con la pérdida de su familia, con la culpa y el miedo de que algún día Sebastián la encontrara y la arrebatara de su lado. Por eso la había llevado lejos, por eso la había convencido de que no pertenecía a ese mundo. No había sido por debilidad… había sido por amor.

—No quería que tuvieras que cargar con este destino —continuó Ana—. Quería que fueras libre, que no tuvieras que vivir con el miedo de que te arrebataran todo, como me lo arrebataron a mí.

Emma sintió un torbellino de emociones en su interior. Quería llorar, quería gritar, quería abrazar a su tía y a su madre al mismo tiempo. Todo este tiempo había creído que estaba sola, pero la verdad era que nunca lo había estado. Su familia la había protegido desde las sombras, sacrificando todo para asegurarse de que ella tuviera una oportunidad.

—Yo… no sé qué decir —susurró finalmente.

Su madre le acarició la mejilla con ternura.

—No tienes que decir nada, mi amor. Solo quiero que sepas que nunca dejamos de amarte… y que nunca dejaremos de luchar por ti.

Emma miró a su madre, a su hermano, a su tía. Y por primera vez en mucho tiempo, sintió que la historia no era solo una sucesión de tragedias. Era también un relato de amor, de sacrificio, de renacimiento.

Y ahora, con su familia reunida, con la verdad revelada, estaba lista para lo que viniera.

El Destino de la Manada

Esa noche, mientras el cielo oscuro se iluminaba con la luna llena, Emma sintió algo diferente en su interior. Algo poderoso. Algo que siempre había estado ahí, pero que ahora despertaba con más intensidad. 

Cerró los ojos y sintió la energía de la tierra, el susurro del viento, la fuerza de la luna acariciando su piel. Su poder latía en su interior, vibrante, ardiente. 

Era tiempo de restaurar su legado. Tiempo de recuperar la manada que Sebastián casi destruyó. 

Tiempo de renacer

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