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Capítulo 45: El Renacer de la Manada de los Blancos

  El silencio que envolvía el claro del bosque se rompió con el sonido del viento, que soplaba como un susurro ancestral. Emma aún sentía su corazón latir con fuerza. La revelación de que su madre y su hermano Nathan estaban vivos sacudía cada fibra de su ser. Su mente trataba de ensamblar los fragmentos de un pasado que le había sido arrebatado.  

Su tía Ana, con la mirada empañada por la emoción, se acercó lentamente. Su voz era suave, pero cargada de verdad.  

—Emma… sé que esto es abrumador, pero hay mucho que necesitas saber.  

Emma tragó saliva y asintió. Su mirada se dirigió a Nathan, quien mantenía la cabeza alta, con una postura firme y la esencia de un verdadero guerrero. Su madre, a su lado, tenía lágrimas en los ojos, pero su expresión reflejaba una fortaleza inquebrantable.  

—¿Cómo es posible? —susurró Emma—. Yo… los vi morir.  

Ana suspiró y miró al cielo, como si buscara fuerzas para contar aquella historia que tanto había guardado.  

—Sí, murieron… pero no para siempre.  

Emma frunció el ceño.  

—¿Qué significa eso?  

—La noche en que Sebastián atacó, los ancianos de nuestra manada sabían que el linaje de los Blancos no podía terminar. Usaron la última magia sagrada que quedaba en su poder… su propia esencia vital, para traerlos de vuelta.  

Emma sintió un escalofrío recorrer su espalda.  

—¿Los revivieron?  

—Sí —confirmó Ana—. Pero el sacrificio fue demasiado grande. Los ancianos sabían que si Sebastián descubría lo que habían hecho, volvería para terminar el trabajo. Así que decidieron ocultarlos, borrando su rastro de la existencia, esperando el día en que la profecía sobre ti se cumpliera.  

Emma sintió su respiración acelerarse. Su madre, con voz serena, habló por primera vez.  

—Queríamos volver contigo, pero no podíamos. Tú eras la clave de todo, Emma. Si Sebastián hubiera descubierto la verdad, te habría destruido antes de que pudieras reclamar tu destino.  

Los ojos de Emma brillaban con lágrimas contenidas.  

—Pero… me dejaron sola.  

—No estabas sola —intervino Ana, acariciando su rostro—. Yo te cuidé. Y aunque sufrí por la pérdida de mi hermano y mi cuñada, sabía que era mi deber protegerte… porque eras lo único que me quedaba.  

Emma sintió un nudo en la garganta.  

—¿Por qué nunca me dijiste la verdad?  

Ana bajó la mirada.  

—Porque quería mantenerte a salvo. Pensé que si creías que eras humana, Sebastián jamás te buscaría. Pero el destino tenía otros planes.  

Nathan, quien se había mantenido en silencio, dio un paso adelante.  

—Sé que esto es difícil de asimilar, pero estoy aquí, hermana. No permitiré que nada ni nadie vuelva a separarnos.  

Emma lo miró fijamente. Sintió una conexión inmediata con él, un lazo irrompible. Y en ese instante, supo que la manada de los Blancos había renacido.  

Ya no estaban solos.  

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