Emma aún sentía la adrenalina recorrer su cuerpo mientras regresaba a la cabaña. Sus pasos eran firmes, su respiración pausada, pero dentro de ella algo se agitaba. La sensación de haber reaccionado instintivamente ante el ataque de Héctor la había dejado inquieta.

Era cierto. Había algo dentro de ella, algo latente que no comprendía del todo, pero que respondía en momentos críticos.

—Lo hiciste bien hoy —dijo Madelin, caminando a su lado con los brazos cruzados—. Para ser alguien que creció entre humanos, tienes buenos reflejos.

—Supongo que eso es un cumplido —respondió Emma con una sonrisa ladeada.

Madelin le lanzó una mirada de reojo y suspiró.

—Tienes agallas, eso me gusta. Pero necesitarás más que eso para sobrevivir aquí.

Emma asintió. Ya lo sabía. Desde que puso un pie en este mundo, la sensación de peligro la rodeaba. No era solo por Diego o la manada. Sabía que Marcus estaba ahí afuera, acechando, esperando el momento oportuno para atacarla.

Cuando llegaron a la cabaña, Emma notó la tensión en el ambiente. Diego estaba de pie junto a la mesa del comedor, con Jack y Edward a su lado. Su postura era rígida, y en su mirada había algo oscuro, como si la rabia estuviera contenida bajo una frágil capa de control.

—¿Qué pasó? —preguntó Emma, sintiendo un escalofrío.

Diego levantó la vista y sus ojos verdes oscuros se clavaron en los suyos.

—Marcus envió un mensaje.

Emma frunció el ceño.

—¿Qué tipo de mensaje?

Jack extendió un pedazo de tela negra sobre la mesa. Tenía un emblema bordado en rojo: la marca de la traición, un símbolo usado entre los lobos para declarar una guerra abierta.

—Encontramos esto en la frontera del territorio —explicó Edward con seriedad—. Y no estaba solo.

Diego apretó la mandíbula.

—Un cazador de nuestra manada fue asesinado. Lo dejaron cerca del río como advertencia.

Emma sintió que la sangre le hervía.

—¿Por mí?

Diego asintió.

—Está claro que Marcus no solo te quiere muerta, quiere que todos sepamos que irá tras ti sin dudarlo.

Emma tragó saliva, sintiendo que el miedo comenzaba a enredarse en su pecho. Pero había algo más. Algo nuevo. No solo miedo… ira.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó, tratando de mantener la calma.

Diego sostuvo su mirada.

—Prepararnos.

Sombras en la oscuridad

Esa noche, Emma no pudo dormir. Se revolvía en la cama, incapaz de sacudirse la sensación de que algo estaba cambiando en su interior. La loba dentro de ella, aquella que nunca había conocido, parecía estar despertando poco a poco.

Un ruido afuera de la cabaña la hizo incorporarse de golpe. No era fuerte, pero su oído lo captó claramente. Un crujido de ramas, una presencia en la oscuridad.

Se levantó sin hacer ruido y caminó hasta la puerta. Su corazón latía rápido, pero no era por miedo. Se sintió alerta, consciente de su entorno de una manera que nunca antes había experimentado.

Cuando abrió la puerta, la luna iluminó la figura de Diego apoyado contra un árbol, con los brazos cruzados y la mirada fija en ella.

—¿No puedes dormir? —preguntó él en voz baja.

Emma negó con la cabeza.

—Algo se siente… diferente.

Diego la observó por un momento antes de hablar.

—Es porque estás despertando.

Emma frunció el ceño.

—¿Despertando?

Diego caminó hacia ella con pasos lentos, pero su presencia era abrumadora.

—Tu loba, Emma. Ha estado dormida toda tu vida, pero ahora está reaccionando.

Emma sintió un escalofrío recorrer su piel.

—¿Y si no puedo controlarla?

Diego se detuvo frente a ella y levantó una mano, rozando suavemente su mejilla con los dedos.

—Yo estaré aquí. No tienes que hacerlo sola.

Emma contuvo la respiración. La conexión entre ellos se sentía más fuerte que nunca. Su lobo y su humana parecían entrelazarse en un vínculo invisible, como si el destino estuviera sellando algo inevitable.

Pero antes de que pudiera responder, un aullido rasgó la noche. Un sonido profundo, amenazante.

No estaban solos.