En un mundo en donde los hombres lobos gobiernan con puño de hierro y sangre, los humanos libres apenas sobreviven en escondites remotos. Entre ellos, los conventos se han convertidos en refugios sagrados para las jóvenes que huyen de la caza salvaje que perpetúan los lobos en busca de esposas vírgenes. Hasta que una noche el rey alfa Aleckey Strong, un inmortal de más de doscientos años, se una a la cacería en con algunos lobos y decide invadir un lugar sagrado, donde su destino lo une a la hermana Calia, una joven devota que ha jurado su vida en la fe y condenando a los lobos como demonios. —Dime monjita, ¿Cuánto tiempo más piensas resistirte a lo inevitable? Eres mía, marcada por mi mordida, ligada a mi alma. No tienes escapatoria —resoplo con voz grave en su oreja. —No soy tuya, demonio. Pertenezco a Dios. Puedes marcarme, encerrarme y humillarme, pero jamás me someterás a tu voluntad. Lo que comienza como un acto de dominio pronto se convertirá en un vínculo imposible de ignorar. ¿Podrá Calia resistir el tirón del vínculo que la ata a Aleckey? ¿O caerá en los brazos del alfa que no se detendrá ante nada para reclamar lo que es suyo?
Leer másEl viento nocturno acariciaba las copas de los árboles con una suavidad engañosa mientras Calia descendía en silencio del lomo de Darren. A unos pasos de distancia, Alastair la observaba con evidente preocupación.—¿Estás segura de esto, Luna? Podemos entrar contigo —insistió a través del enlace.Calia negó suavemente con la cabeza, envolviéndose un poco más en la capa para protegerse del frío.—No. Si Dimitri apoya a Draven y ustedes cruzan conmigo… es probable que no salgan de allí. Conmigo al menos podrían dudar. Podría Aria intervenir si las cosas se complican.Darren dio un paso adelante, los ojos cargados de inquietud.—No confiamos en dejarte sola —admitió con sinceridad.—Y yo no confío en nadie más que ustedes —respondió ella con firmeza, posando una mano en el lomo de cada uno—. Pero si quieren ayudarme de verdad… déjenme hacer esto. Si no regreso en tres días… sabrán qué hacer.Los betas asintieron con pesar, observando cómo Calia se deslizaba entre los árboles hasta llegar
Cuando Dimitri cruzó el umbral de su hogar, sacudiendo el lodo seco de sus botas con cada paso firme. Su mente todavía vagaba en el eco de su visita al foso. Había dejado atrás a Aleckey, aún encerrado en las sombras, y el peso de lo no dicho comenzaba a calarle en los huesos.—Mi señor —la voz de una sirvienta lo detuvo en seco al llegar al pasillo principal—. El rey Draven… ha llegado. Lo espera en el salón junto a la luna Aria.La sangre de Dimitri se heló por un instante, pero no dejó que el gesto le traicionara.—¿Draven aquí? —repitió, sin ocultar la dureza de su tono—. ¿Y con Aria?La sirvienta asintió, tragando saliva con nerviosismo. Él no perdió tiempo, con pasos apresurados, casi al borde de la carrera, cruzó el corredor de piedra hasta llegar a la sala principal. Su corazón martillaba, no por miedo, sino por la incertidumbre. Aria estaba allí, en su casa, sentada con una pierna cruzada sobre la otra, en una postura elegante y serena, aunque su mirada le hablaba con urgenci
Después de un día completo buscando a Aleckey. Kilómetro tras kilómetro, husmeando cada rastro, cada huella, cada marca en los troncos. No hallaron nada. Ninguna señal del alfa, ningún indicio de que hubiera pasado por allí. Era como si se hubiese evaporado por completo.Cuando el sol comenzó a ocultarse, tiñendo el cielo de anaranjado, Darren y Alastair decidieron que no podían seguir exponiéndola. Encontraron una zona segura, un claro oculto entre los árboles altos, rodeado por una pequeña formación de rocas que creaban una especie de refugio natural.Alastair encendió una fogata, y Darren colocó pieles limpias para que Calia pudiera descansar. Ella se sentó en silencio, abrazando sus rodillas contra el pecho, mientras los betas montaban guardia a pocos metros de distancia. Sus dedos acariciaron de nuevo su vientre de forma instintiva.—Vamos a encontrarlo, —murmuró Darren, sin mirarla directamente, pero con la voz cargada de convicción.Calia no respondió. Solo cerró los ojos y se
Las cicatrices todavía marcaban la espalda de Asher como testimonio silencioso de su lealtad quebrantada. Aunque su condición de cambiaforma debió haber sanado aquellas heridas hace tiempo, la profundidad de los latigazos, y lo que representaban había dejado una huella más honda que la carne. Su lobo, en señal de resistencia, no permitía que desaparecieran por completo dándole un recuerdo de porque debían poner sus fauces en la garganta de Draven.Desde la caída de Aleckey, tanto Asher como Taylor, los únicos betas presentes en la manada habían cargado con el peso de los entrenamientos. Lo que antes era un programa voluntario y honorable para servir a la manada, ahora era una orden obligatoria dictada por Draven: todos los cambiaformas deben ser entrenados bajo disciplina de guerra. Mano dura. Sin excepciones. Sin clemencia.Taylor seguía cumpliendo esas órdenes… no por miedo a Draven, sino por proteger a quienes amaba. Isolde, quien ya no estaba embarazada: su cachorro había nacido h
Ha pasado un mes, y las paredes del refugio comenzaron a impregnarse con las risas tímidas de niños repitiendo salmos, con las voces suaves recitando oraciones. Calia los miraba como si pudiera salvarlos uno a uno. Como si hablarles de amor y bondad los blindara del infierno al que el mundo los había arrojado, pero llegaron los mareos. Las náuseas. El rechazo a ciertos olores, el cansancio repentino, la agitación constante en el pecho. Al principio pensó que era el encierro. La tensión acumulada, pero cuando la doctora la examinó con precisión y rostro grave, su mundo volvió a resquebrajarse. —Estás embarazada —dijo la mujer con un suspiro contenido—. De la bestia. —Calia tragó saliva, su cuerpo entumecido como si no le perteneciera. —Todavía estás a tiempo —añadió la doctora con un tono bajo—. Puedes deshacerte de él. Aquí nadie te juzgará. No necesitas cargar con eso. La ex monja levantó la mirada lentamente. Lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos, pero no eran de miedo. Er
Draven se había marchado hacía unas horas, y la mansión comenzaba a respirar con menos tensión. El silencio que dejó tras su partida era denso, pero nada comparado con el vendaval que estaba por llegar.Cuando el reloj marcó las cuatro de la tarde, Aria irrumpió en la oficina de Dimitri. Cerró la puerta con fuerza y lo miró con los ojos encendidos de rabia contenida.—¿Cómo pudiste? —espetó—. ¿Cómo te atreves a aliarte con ese monstruo?Dimitri alzó la mirada desde su escritorio, sin sorpresa. La había estado esperando, ya que escucho sus pasos furiosos venir a la oficina y por medio del lazo que los unes sentía su furia.—Cuidado con cómo me hablas —murmuró, aunque su tono carecía de verdadera amenaza.—Soy la luna de esta manada. Tu luna. No soy una adorno que puedes ignorar cada vez que tomas decisiones como si yo no importara —gruñó Aria, dando un paso hacia él.En su mente, Forest, su lobo, murmuró con voz grave:—Esa fiereza… me enorgullece. En un parpadeo, Dimitri se puso de p
Draven había llegado al territorio de Dimitri, como ya lo había hecho en otras de las nueve manadas en los últimos quince días. Su presencia imponía, una mezcla de poder y amenaza que llenaba cada sala, cada pasillo, cada respiración.El alfa Dimitri lo recibió en su despacho, con una copa de licor oscuro entre los dedos y una sonrisa controlada. No era la primera vez que debía fingir cortesía. Además ya Dimitri era conocido como un lobo cruel y fuerte. Draven no era un alfa que dejaba cabos sueltos. Si aún no había encontrado a Aleckey, era por algo o alguien lo estaba escondiendo, ya que los lobos salvejes no se van lejos de las tierras que gobernaron o vivieron.—Confia en que, si yo lo hubiera encontrado —comentó Dimitri con una carcajada sin humor—, ya su cabeza estaría colgando sobre mi chimenea... y su piel de lobo adornando el tapiz de mi habitación.Aria, que estaba sentada al lado del fuego, frunció el ceño con disgusto. Las palabras le parecieron repulsivas, pero se obligó
Asher estaba boca abajo, inmóvil. Su espalda era un mapa del castigo, surcada por líneas rojas y negruzcas, algunas ya formando costras, otras aún frescas, abiertas, respirando dolor. Encima, las hojas impregnadas de ungüentos ardían como brasas vivas al contacto con su carne, pero él no decía nada. Ni un quejido, ni una maldición. Solo su respiración, pesada, irregular, era la prueba de que aún no se había rendido.Su compañera, Luz lo observaba desde el suelo, con las rodillas cubiertas de tierra seca y la mirada enrojecida por la falta de sueño. Había pasado la noche velándolo, limpiando su fiebre, cambiando los vendajes improvisados. Cada vez que lo tocaba, él se estremecía como si su cuerpo ya no supiera distinguir entre dolor y alivio.—Asher —murmuró, su voz era un susurro, pero cargada de urgencia—. Tenemos que irnos. Esta misma noche. Hay un paso hacia el este… uno de los vigías me debe un favor. Podemos cruzar antes de que amanezca. Nadie sabrá que escapamos.Él no respondió
Oscuridad.Eso fue lo único que conoció durante días.Una negrura densa, pegajosa, como lodo cubriéndole el alma. No soñó. No pensó. Solo cayó… y siguió cayendo. Sin fin.Hasta que el dolor la trajo de vuelta.Un ardor punzante en la garganta. Una presión incómoda en el pecho. Y la sensación de que su cuerpo ya no le pertenecía.Calia abrió los ojos de golpe.La luz blanca del techo la cegó por un instante, y cuando intentó moverse, un pitido agudo estalló en sus oídos. Las máquinas que la rodeaban comenzaron a emitir alarmas rápidas, intermitentes. Una pantalla a su lado mostraba líneas irregulares y cifras que no entendía.Todo era nuevo para Calia, no reconocía nada de esos aparatos.Estaba conectada. Había agujas en su brazo izquierdo, y otra en su cuello…¡Una aguja en su cuello!—¡No, no, no…! —intentó gritar, pero apenas y salió un susurro ronco, doloroso.Su garganta estaba reseca, su lengua pastosa. Trató de arrancarse los cables, pero sus brazos estaban débiles, como si no l