Fernando Casteli lo tenía todo: poder, riqueza y un futuro brillante como heredero del imperio familiar. Pero un trágico accidente lo dejó en silla de ruedas, atrapado entre su orgullo herido y las exigencias de una familia que solo lo ve como el sucesor de su legado. Sumido en la desesperación y la rabia, Fernando cree que jamás volverá a caminar… ni a amar. Valeria Cruz es una fisioterapeuta dedicada, cuya vocación nació del dolor de perder a su hermano en un accidente similar. Cuando le asignan a Fernando, sabe que será un reto difícil: detrás de su sarcasmo y testarudez, se esconde un hombre roto que ha olvidado cómo creer en sí mismo. Lo que no espera es que, en cada roce accidental y cada mirada compartida, nazca una conexión que amenaza con cruzar los límites de lo profesional. Mientras Fernando lucha por recuperar sus pasos y Valeria por mantener su distancia, la familia Casteli hace todo lo posible por separarlos. Cuando la traición llega al punto más cruel, Valeria se convierte en su mayor refugio, demostrando que el verdadero valor de un hombre no se mide por su poder, sino por la fuerza de su corazón. Pero amar a Fernando significa enfrentarse a sus miedos y a un mundo dispuesto a destruirlos. ¿Será capaz de renunciar a su fortuna para elegir el amor? ¿Y podrá Valeria convencerlo de que juntos pueden caminar hacia un futuro donde los pasos no importan, sino los latidos que los guían? Una historia de superación, pasión y segundas oportunidades, donde cada paso dado es un triunfo y cada latido, una promesa. Porque a veces, el amor más grande es el que nos enseña a caminar de nuevo… incluso si debemos hacerlo con el alma.
Leer másValeria Las decisiones que duelen son, casi siempre, las que más importan.Esa fue la frase que se repitió en mi cabeza durante toda la mañana mientras me dirigía al despacho del director clínico. Caminaba como si el suelo temblara bajo mis pies, como si cada paso que daba me alejara de la seguridad que hasta hacía poco sentía dentro de esta institución.La clínica había sido mi casa durante años. Aquí aprendí lo que significaba cuidar, tratar, sostener. Aquí me convertí en la profesional que siempre soñé ser.Pero también fue aquí donde conocí a Fernando Casteli. Y ese encuentro lo cambió todo.Golpeé la puerta suavemente, y cuando escuché el “adelante”, supe que no había vuelta atrás.El director estaba solo, detrás de su escritorio, con una carpeta abierta frente a él. No me pidió que me sentara. Me ofreció una mirada seria, una de esas que no deja espacio para sonrisas.—Señorita Cruz —comenzó—. Recibimos una queja formal de la familia Casteli. En ella exigen su remoción inmediat
FernandoNo recuerdo cuándo fue la última vez que alguien se arrodilló para sostenerme antes de caer. No por una maniobra médica, ni por obligación, sino por voluntad. Por instinto. Por afecto.Pero Valeria lo hizo.En cuanto mis piernas cedieron, cuando sentí ese tirón de impotencia atravesarme el cuerpo, fue ella quien corrió. No la terapeuta. No algún asistente. Valeria. Mi Valeria. Su voz en mi oído, su brazo sosteniéndome con más fuerza de la que parecía tener. Y su corazón, latiendo contra el mío, rápido, asustado, valiente.El cuerpo me dolía, sí. El tobillo izquierdo ardía por la torpeza del paso mal dado. Pero más me dolía haber tenido razón: esa mujer no debía estar al frente de mi recuperación. Y menos cuando Valeria era capaz de dar tanto solo con estar presente.—Tranquilo, ya estoy —susurró mientras me sujetaba. Yo asentí, incapaz de articular palabra.El silencio que siguió a su grito hacia Mariela fue brutal. Me quedé ahí, semiabrazado a ella, con medio cuerpo colgando
Valeria La habitación estaba en silencio, pero mi mente no. A pesar de lo tarde que era, y de lo exhausto que había sido el día, mi cuerpo se negaba a entregarse al sueño. Aun cuando las luces estaban apagadas y la ventana entreabierta dejaba entrar el fresco de la noche, yo seguía despierta, mirando el techo, reviviendo cada segundo de la tarde, incapaz aún de creer lo que había hecho en el lugar donde trabajo. ¿Qué me pasaba? Solo podía pensar en él, y el su piel. Su respiración entrecortada. Su voz diciéndome que me deseaba. La forma en que me tocó, no solo con deseo, sino con gratitud. Como si estar juntos hubiera sido también una forma de sanar. Y, de alguna manera, lo fue.Me dolía haber tenido que dejarlo, aunque fuera solo por unas horas. Algo en mí había cambiado. No podía alejarme sabiendo que podía estar en riesgo, que alguien como esa terapeuta nueva podría seguir tratándolo con la misma dureza de antes. No después de haber visto sus moretones y como todo su cuerpo rese
Fernando No supe en qué momento el dolor físico dejó de ser lo más importante. Tal vez fue cuando Valeria me acarició el rostro con esos dedos temblorosos, o cuando sus labios rozaron los míos por segunda vez, como si aún no creyera que podía besarme sin consecuencias. Como si tenernos de verdad fuera algo frágil, algo sagrado.Se recostó a mi lado, despacio, como si temiera romper el silencio que habíamos creado entre los dos. Y yo la recibí como si fuera todo lo que había estado esperando sin saberlo.No hubo palabras. Solo miradas sostenidas, respiraciones entrecortadas, pausas que hablaban más que cualquier conversación. Valeria me permitió desabotonar su delantal blanco con dedos torpes, dejarlo caer al suelo, y luego quitarle la blusa, con cuidado, con asombro. Su piel era suave y cálida, y con cada centímetro que mis manos descubrían, más vivo me sentía. Como si, después de tanto, volviera a ser parte del mundo.Ella se dejó acariciar con una entrega silenciosa, y mientras la r
ValeriaHabía intentado concentrarme con mi siguiente paciente, pero era inútil. Cada movimiento que hacía, cada indicación que daba, estaba teñida por una imagen que no podía sacarme de la cabeza: Fernando, en manos de esa terapeuta.Sabía cómo trabajaba. La conocía por nombre y reputación, y por más experiencia que tuviera, su método era uno que yo jamás compartiría: disciplina antes que empatía. Frialdad antes que compasión.Y Fernando no estaba preparado para eso.Cuando terminé la sesión, apenas le dediqué una despedida rápida a mi paciente. Caminé rápido por los pasillos, con el corazón latiendo con una mezcla de culpa, ansiedad y miedo. Miedo de que todo lo que habíamos construido se estuviera desmoronando, y de que, por haberlo dejado solo dos días, su cuerpo hubiera pagado el precio.Al llegar a su habitación, golpeé con suavidad y entreabrí la puerta. No esperé respuesta. Solo entré.Fernando estaba recostado en la cama, y la imagen me rompió un poco por dentro. Sus ojos esta
Fernando Dos días sin verla.No sabía por qué Valeria no había aparecido, pero intentaba convencerme de que había una buena razón. Tal vez tenía exceso de trabajo, tal vez la habían cambiado de horario… tal vez. Pero cada "tal vez" era una excusa que luchaba por mantenerme tranquilo mientras la ansiedad me roía por dentro. Porque en el fondo, una sospecha mucho más oscura comenzaba a enredarse entre mis pensamientos.Mi madre.¿Qué si le había dicho algo? ¿Qué si la había amenazado, exigido que se alejara? ¿Y si Valeria había accedido para proteger su trabajo? Esa idea me torturaba más que cualquier caída, más que cualquier dolor en las piernas. Porque no era una posibilidad descabellada. La conocía, sabía de lo que era capaz cuando creía estar "protegiendo".El primer día lo pasé esperando. Miraba el reloj cada quince minutos, convencido de que aparecería en cualquier momento, con su bata blanca, su sonrisa suave, ese tono de voz que me tranquilizaba como nada más en este lugar. Per
Valeria El pasillo estaba silencioso, demasiado silencioso para lo que mi corazón estaba sintiendo en ese momento. Apenas crucé la puerta de la sala de rehabilitación, la voz firme de la madre de Fernando me detuvo en seco.—Señorita Cruz, necesito aclarar las cosas con usted. Ahora.Me giré hacia ella y asentí, intentando que mi expresión no revelara la mezcla de nerviosismo e incomodidad que empezaba a recorrer mi cuerpo. Aun así, mantuve el porte recto, profesional.—Claro, señora Casteli. Podemos hablar aquí, si le parece.—No. En privado. —Sus ojos no admitían debate. La seguí hasta una de las salas vacías junto al pasillo. Cerró la puerta con suavidad, pero el sonido del clic resonó como una sentencia.El silencio se alargó un segundo más de la cuenta. Luego, se giró y me miró con esa expresión que ya conocía: fría, calculadora, poderosa.—Voy a ir al grano, señorita Cruz. ¿Cuáles son sus verdaderas intenciones con mi hijo?Sentí como si me hubieran arrancado el aire de los pul
FernandoDesperté con una sensación extraña en el pecho, una mezcla entre felicidad y ansiedad que no lograba disipar. Me quedé un momento en la cama, mirando el techo, permitiéndome revivir lo que había pasado el día anterior con Valeria.El contacto de su piel contra la mía, la calidez de su mirada cuando me dijo que lo tomaríamos un día a la vez. La forma en que sus dedos se habían entrelazado con los míos, dándome la certeza de que esto no era un simple error o un desliz provocado por la cercanía.Era real.Sonreí sin darme cuenta, sintiendo un ligero calor en mi pecho. No recordaba la última vez que me había sentido así, con esta expectativa de algo más allá de la rutina de mi rehabilitación.Pero, junto con la felicidad, llegó la ansiedad.Estaba atrapado aquí.No podía invitarla a salir como un hombre normal, no podía planear una cena, un paseo, ni siquiera un café fuera de estas paredes. Mi mundo seguía limitado a este lugar, y eso significaba que, si quería conocerla más allá
Valeria La puerta de la sala de terapia estaba entreabierta cuando entré, pero lo primero que noté no fue a Fernando, sino el silencio. Normalmente, cuando llegaba a sus sesiones, él ya estaba listo, con ese gesto de determinación que lo caracterizaba, aunque a veces acompañado de una pizca de frustración. Pero hoy, al verlo en la silla de ruedas junto a las barras paralelas, no tenía esa actitud desafiante.Estaba distraído.No tenía que preguntarle en qué estaba pensando. Yo también lo había sentido desde el momento en que crucé la puerta. El beso.Respiré hondo y caminé hacia él con la mayor naturalidad posible.—¿Listo para trabajar hoy? —pregunté con una sonrisa suave, intentando ocultar la tensión en mi pecho.Fernando me miró como si apenas se diera cuenta de que yo estaba ahí. Parpadeó un par de veces y luego forzó una sonrisa que no alcanzó sus ojos.—Sí… claro.Pero lo conocía lo suficiente para saber que algo no estaba bien.Lo ayudé a incorporarse, colocando mis manos en