Fernando Dos días sin verla.No sabía por qué Valeria no había aparecido, pero intentaba convencerme de que había una buena razón. Tal vez tenía exceso de trabajo, tal vez la habían cambiado de horario… tal vez. Pero cada "tal vez" era una excusa que luchaba por mantenerme tranquilo mientras la ansiedad me roía por dentro. Porque en el fondo, una sospecha mucho más oscura comenzaba a enredarse entre mis pensamientos.Mi madre.¿Qué si le había dicho algo? ¿Qué si la había amenazado, exigido que se alejara? ¿Y si Valeria había accedido para proteger su trabajo? Esa idea me torturaba más que cualquier caída, más que cualquier dolor en las piernas. Porque no era una posibilidad descabellada. La conocía, sabía de lo que era capaz cuando creía estar "protegiendo".El primer día lo pasé esperando. Miraba el reloj cada quince minutos, convencido de que aparecería en cualquier momento, con su bata blanca, su sonrisa suave, ese tono de voz que me tranquilizaba como nada más en este lugar. Per
ValeriaHabía intentado concentrarme con mi siguiente paciente, pero era inútil. Cada movimiento que hacía, cada indicación que daba, estaba teñida por una imagen que no podía sacarme de la cabeza: Fernando, en manos de esa terapeuta.Sabía cómo trabajaba. La conocía por nombre y reputación, y por más experiencia que tuviera, su método era uno que yo jamás compartiría: disciplina antes que empatía. Frialdad antes que compasión.Y Fernando no estaba preparado para eso.Cuando terminé la sesión, apenas le dediqué una despedida rápida a mi paciente. Caminé rápido por los pasillos, con el corazón latiendo con una mezcla de culpa, ansiedad y miedo. Miedo de que todo lo que habíamos construido se estuviera desmoronando, y de que, por haberlo dejado solo dos días, su cuerpo hubiera pagado el precio.Al llegar a su habitación, golpeé con suavidad y entreabrí la puerta. No esperé respuesta. Solo entré.Fernando estaba recostado en la cama, y la imagen me rompió un poco por dentro. Sus ojos esta
Fernando No supe en qué momento el dolor físico dejó de ser lo más importante. Tal vez fue cuando Valeria me acarició el rostro con esos dedos temblorosos, o cuando sus labios rozaron los míos por segunda vez, como si aún no creyera que podía besarme sin consecuencias. Como si tenernos de verdad fuera algo frágil, algo sagrado.Se recostó a mi lado, despacio, como si temiera romper el silencio que habíamos creado entre los dos. Y yo la recibí como si fuera todo lo que había estado esperando sin saberlo.No hubo palabras. Solo miradas sostenidas, respiraciones entrecortadas, pausas que hablaban más que cualquier conversación. Valeria me permitió desabotonar su delantal blanco con dedos torpes, dejarlo caer al suelo, y luego quitarle la blusa, con cuidado, con asombro. Su piel era suave y cálida, y con cada centímetro que mis manos descubrían, más vivo me sentía. Como si, después de tanto, volviera a ser parte del mundo.Ella se dejó acariciar con una entrega silenciosa, y mientras la r
Valeria La habitación estaba en silencio, pero mi mente no. A pesar de lo tarde que era, y de lo exhausto que había sido el día, mi cuerpo se negaba a entregarse al sueño. Aun cuando las luces estaban apagadas y la ventana entreabierta dejaba entrar el fresco de la noche, yo seguía despierta, mirando el techo, reviviendo cada segundo de la tarde, incapaz aún de creer lo que había hecho en el lugar donde trabajo. ¿Qué me pasaba? Solo podía pensar en él, y el su piel. Su respiración entrecortada. Su voz diciéndome que me deseaba. La forma en que me tocó, no solo con deseo, sino con gratitud. Como si estar juntos hubiera sido también una forma de sanar. Y, de alguna manera, lo fue.Me dolía haber tenido que dejarlo, aunque fuera solo por unas horas. Algo en mí había cambiado. No podía alejarme sabiendo que podía estar en riesgo, que alguien como esa terapeuta nueva podría seguir tratándolo con la misma dureza de antes. No después de haber visto sus moretones y como todo su cuerpo rese
FernandoNo recuerdo cuándo fue la última vez que alguien se arrodilló para sostenerme antes de caer. No por una maniobra médica, ni por obligación, sino por voluntad. Por instinto. Por afecto.Pero Valeria lo hizo.En cuanto mis piernas cedieron, cuando sentí ese tirón de impotencia atravesarme el cuerpo, fue ella quien corrió. No la terapeuta. No algún asistente. Valeria. Mi Valeria. Su voz en mi oído, su brazo sosteniéndome con más fuerza de la que parecía tener. Y su corazón, latiendo contra el mío, rápido, asustado, valiente.El cuerpo me dolía, sí. El tobillo izquierdo ardía por la torpeza del paso mal dado. Pero más me dolía haber tenido razón: esa mujer no debía estar al frente de mi recuperación. Y menos cuando Valeria era capaz de dar tanto solo con estar presente.—Tranquilo, ya estoy —susurró mientras me sujetaba. Yo asentí, incapaz de articular palabra.El silencio que siguió a su grito hacia Mariela fue brutal. Me quedé ahí, semiabrazado a ella, con medio cuerpo colgando
Valeria Las decisiones que duelen son, casi siempre, las que más importan.Esa fue la frase que se repitió en mi cabeza durante toda la mañana mientras me dirigía al despacho del director clínico. Caminaba como si el suelo temblara bajo mis pies, como si cada paso que daba me alejara de la seguridad que hasta hacía poco sentía dentro de esta institución.La clínica había sido mi casa durante años. Aquí aprendí lo que significaba cuidar, tratar, sostener. Aquí me convertí en la profesional que siempre soñé ser.Pero también fue aquí donde conocí a Fernando Casteli. Y ese encuentro lo cambió todo.Golpeé la puerta suavemente, y cuando escuché el “adelante”, supe que no había vuelta atrás.El director estaba solo, detrás de su escritorio, con una carpeta abierta frente a él. No me pidió que me sentara. Me ofreció una mirada seria, una de esas que no deja espacio para sonrisas.—Señorita Cruz —comenzó—. Recibimos una queja formal de la familia Casteli. En ella exigen su remoción inmediat
Fernando CasteliPasaban de las once y aún no lograba decidirme. Tenía la tablet sobre el regazo, la pantalla llena de búsquedas abiertas: restaurantes, cafeterías con terraza, lugares tranquilos cerca de la clínica. No quería un sitio demasiado elegante —no podía llevar traje ni caminar del brazo de Valeria aún—, pero tampoco algo tan simple que no mostrara el esfuerzo que estaba haciendo. Era nuestra primera cita. Nuestra primera oportunidad de ser algo más allá de estas paredes.No podía arruinarlo.Me detuve en una página que mostraba un restaurante con vista al lago, iluminación cálida y un menú sencillo pero con estilo. Sonreí. Podía imaginarla ahí, frente a mí, con esa mirada suave que usaba cuando estaba a punto de reírse. Podía imaginar el viento moviéndole el cabello, y yo conteniéndome para no acariciarla.Un golpeteo en la puerta me sacó del momento.—Señor Casteli, es hora de su sesión —dijo una voz seca, y se me congeló la espalda.Mariela.La terapeuta asignada tras el
ValeriaSentada junto a la cama de Fernando, con mis dedos entrelazados con los suyos, me sentí por fin en calma.Era la primera vez, en días, que podía respirar sin la presión de la clínica, sin sentir que estaba caminando por un campo minado. No tenía uniforme, ni reloj marcando mis horas de atención, ni jerarquías a las que responder. Solo estaba yo. Yo con él. Y eso me bastaba.Fernando me miraba en silencio, sus ojos fijos en mi rostro, como si buscara memorizar cada gesto. Sus pupilas, más suaves que nunca, se sentían como un hogar. No podía seguir callando.—Hoy entregué la carta —le dije en voz baja, como si el mundo fuera a cambiar otra vez con solo decirlo en voz alta.Él no respondió de inmediato. Apretó mis dedos, y eso fue suficiente para que me atreviera a continuar.—Fue la decisión más difícil que he tomado. Pero también la más honesta. No podía seguir allí fingiendo que tú no eras parte de mí, que mis sentimientos podían quedarse al margen mientras tú seguías luchando