Fernando Cada sesión con Valeria se estaba volviendo una prueba. No solo física, sino mental. Desde aquella noche en la que me permitió llorar en su hombro, todo parecía haber cambiado entre nosotros. No hablábamos de ello. No mencionábamos lo que pasó. Pero lo sentíamos. Y aunque ninguno de los dos lo admitiera, estaba ahí.Era algo que había comenzado de forma inocente, con ella solo como mi fisioterapeuta. Al principio, la relación se limitaba al ejercicio, al dolor, a los avances en mi movilidad. Pero después de aquella noche, después de que se rompiera algo dentro de mí, las cosas se volvían cada vez más difíciles de manejar.Hoy, en lugar de usar las barras paralelas o la camilla, me pidió que trabajáramos en el suelo. Estaba claro que ya no podíamos seguir con lo mismo de siempre, con los ejercicios que ya conocía. Valeria quería dar un paso más.—Quiero que hagamos ejercicios de estiramiento —explicó mientras colocaba una colchoneta—. Tu espalda baja aún está tensa, y necesit
Valeria Esa mañana, la ansiedad me estaba comiendo viva.Desde aquella sesión, en la que un toque, una simple caricia de mi mano sobre su piel, había alterado todo, algo dentro de mí había cambiado. No podía dejar de pensar en el peso de su cercanía, en el susurro del aire cuando nuestras miradas se encontraron. El roce accidental, la tensión que lo acompañó, el silencio que lo siguió… todo estaba atrapado en mi mente, como una pesadilla que no podía alejar.Mi corazón aún latía más rápido de lo que debería cada vez que lo veía. Y hoy no era diferente.Había algo en él que bloqueaba mi cerebro. Algo que no podía controlar. No solo sus ojos, tan intensos, sino la forma en que se volvía vulnerable, de manera tan inesperada, cuando bajaba la guardia. Era en esos momentos cuando, sin quererlo, me mostraba quién era realmente, mucho más allá de la fachada de hombre orgulloso que intentaba mantener.Me senté frente al escritorio en mi oficina, sintiendo cómo la ansiedad recorría cada rincó
Fernando El día había comenzado como cualquier otro. La misma rutina de siempre: las sesiones de fisioterapia, los movimientos repetitivos que intentaban devolverme algo de lo que había perdido, la misma mirada de Valeria cada vez que me pedía que empujara un poco más, que intentara un poco más. Era el tipo de relación que me había acostumbrado a tener con ella. Profesional. Directa. Sin rodeos.Pero ese día fue mi turno de cambiar.Todo comenzó cuando mi madre, como siempre, entró en la habitación sin avisar, con esa mirada de desaprobación que ya me era tan familiar. La había notado mirando el reloj constantemente, como si me estuviera presionando con cada segundo que pasaba. Sabía lo que iba a decir antes de que hablara.—Fernando, ¿cuánto tiempo más vas a seguir con estas tonterías? —dijo, con tono tajante.Valeria estaba de pie junto a mí, ayudándome a hacer los ejercicios de equilibrio. No dijo nada, pero pude ver cómo sus hombros se tensaron al escuchar las palabras de mi madre
Valeria Era una de esas mañanas cálidas en las que el sol entraba por las ventanas del centro de rehabilitación, bañando el pasillo en una luz suave que siempre me hacía sentir más tranquila. Después de semanas de trabajar con Fernando, de observar sus avances, sabía que hoy iba a ser un día importante. Había notado que su determinación estaba en su punto más alto, pero también veía la presión en sus ojos. Quería tanto superar esto, tanto volver a ser el hombre que había sido antes del accidente, que cada vez se forzaba más, como si tuviera que correr para alcanzar lo que había perdido.—Hoy quiero probar algo nuevo —dije mientras ajustaba las barras paralelas, preparándolas para el ejercicio. Sabía que había avanzado mucho, pero tenía que seguir empujándolo, aunque siempre con cuidado y paciencia. Toda la paciencia que Fernando necesitara.Fernando se sentó al borde de la camilla, mirando las barras con una mezcla de determinación y algo parecido al miedo. Mientras se trasladaba a su
Fernando Los días comenzaron a desdibujarse, uno tras otro, como si el tiempo ya no tuviera la misma consistencia que antes. Había algo extraño en la manera en que me sentía últimamente. Algo que dolí profundo en mi, pero que no era capaz de explicar, ni siquiera a mí mismo.Cada sesión con Valeria me dejaba con una sensación agridulce. Sabía que estaba avanzando físicamente, que mi cuerpo comenzaba a responder nuevamente a mis esfuerzos. Pero la verdadera lucha, la que me carcomía por dentro, no era la que se libraba en las barras paralelas o en la camilla. La verdadera batalla estaba en mi pecho, entre la necesidad de sanar y la creciente presión de no ser el hombre que solía ser.No era solo el dolor físico lo que me detenía. Lo que me ataba era el miedo. El miedo de que nunca volvería a ser el mismo, el miedo de que mis emociones, mi vulnerabilidad, no fueran suficientes para merecer algo más. Algo más allá de esta rutina, más allá de la rehabilitación que parecía ser la única res
ValeriaHabía algo en el aire ese día. Algo que me hacía sentir que Fernando no estaba del todo bien. Lo había notado durante la última sesión. Aunque sus pasos seguían siendo firmes y su esfuerzo estaba a la altura de lo que esperaba de él, su expresión era distante, más vacía que de costumbre, y sus ojos rara vez buscaban mi mirada. No me había dicho ninguna palabra al respecto, pero podía ver en sus ojos que algo lo estaba afectando.Era como si la luz que solía brillar en él se hubiera apagado por un momento, y su energía, esa fuerza que lo caracterizaba, parecía haberse desvanecido. En cada palabra que me dirigía, en cada movimiento que hacía, notaba una pesada carga que no lograba quitarse.Sabía que nuestra relación debía volver a lo que era. Valeria, Fisioterapeuta y Fernando, paciente. Eso era lo que era para él. Era lo que debía seguir siendo, y tal vez limitarme a agradecer su actitud para que todo dejara de complicarse. Pero algo en mi interior no me permitía verlo así, no
Fernando El sonido del reloj era lo único que rompía el silencio ensordecedor de la habitación. Tic-tac. Tic-tac. Cada segundo pasaba con una lentitud insoportable, como una burla cruel del tiempo, recordándome lo que había perdido.Me quedé mirando mis piernas, inmóviles sobre el reposapiés de la silla de ruedas, como si esperara que en cualquier momento volvieran a moverse. Como si todo esto fuera una pesadilla de la que en algún momento despertaría. Pero no lo era.Mis manos se aferraron con fuerza a los reposabrazos de la silla, los nudillos blancos por la presión contenida. Sentía el cuerpo entumecido, como si ya no me perteneciera. Antes del accidente, mi vida estaba completamente bajo control. Me levantaba temprano, hacía ejercicio, cerraba negocios, tomaba decisiones importantes. Ahora no podía hacer ni lo más básico sin ayuda.El médico había dicho que aún había posibilidades de recuperación con rehabilitación intensiva. Pero nadie podía garantizarme nada. La posibilidad de
Valeria El aire de la mañana tenía ese frescor característico de los inicios de otoño. El viento suave me acarició el rostro mientras caminaba hacia el edificio principal del centro de rehabilitación. A mi alrededor, las hojas caían lentamente de los árboles que bordeaban los jardines, pintando el suelo con tonos dorados y rojizos. Durante unos segundos, me permití disfrutar del paisaje antes de volver a centrarme en la carpeta que sostenía entre las manos.Fernando Casteli.Ese nombre se había vuelto un susurro constante entre el personal del centro durante las últimas semanas. Hijo de una de las familias más influyentes del país, su accidente había sido noticia en todos los medios. Pero detrás de los titulares sobre su fortuna y su posición social, yo solo veía a un hombre que había perdido más que la capacidad de caminar: había perdido la esperanza.Pasé las páginas de su expediente, repasando los informes de los fisioterapeutas anteriores. Todos coincidían en lo mismo: resistenci