Yo amo mucho a Fernando TT_TT
ValeriaLo ayudé a recostarse con cuidado, acomodando las cobijas sobre sus piernas mientras él me observaba en silencio. En otro momento, tal vez me habría sentido incómoda por la manera en que me miraba, pero ahora no podía apartar la vista de él.Sus ojos, que tantas veces habían estado llenos de frustración y resistencia, ahora eran suaves, abiertos de una forma que rara vez mostraba. Era como si, por primera vez, se permitiera bajar la guardia, como si estuviera confiándome algo mucho más profundo que su recuperación. Y eso me estremeció más de lo que estaba preparada para aceptar.—¿Estás cómodo? —pregunté, mi voz apenas un susurro.Fernando asintió, pero algo en su expresión me hizo saber que en su mente, algo más estaba ocurriendo.Por unos segundos, no me moví. Me quedé ahí, de pie junto a su cama, sintiendo la calidez de su cuerpo aún cerca del mío. Algo dentro de mí se resistía a alejarme, como si salir de la habitación significara romper la conexión que acabábamos de compar
Fernando Me desperté esa mañana con la mente llena de pensamientos. Pensaba en Valeria. Pensaba en lo que había pasado anoche, en su cercanía, en el calor de su sonrisa, en la forma en que me miraba. Todo me hacía sentir un nudo en el estómago. Pero lo que más me preocupaba era la visita de mis padres. Sabía lo que me iban a decir. Sabía que no entenderían.Mi madre siempre insistía: "El negocio es lo primero." Y mi padre, aunque más suave, siempre tenía la misma idea en su cabeza: "Recupérate rápido, regresa a la empresa, no pierdas más tiempo."Cuando entraron en mi habitación junto a Valeria, todo lo demás desapareció. La presión se hizo tangible en el aire.—Fernando, ¿cómo estás hoy? —preguntó mi madre con esa voz suave, pero sabía que no iba a quedarse ahí.—Bien, mamá —respondí, aunque no lo estaba.Mi madre no tardó en seguir.—Ya es hora de que regreses a la empresa. Este tratamiento se está alargando demasiado. No podemos seguir esperando. El negocio necesita tu presencia.
Valeria La puerta de la sala de terapia estaba entreabierta cuando entré, pero lo primero que noté no fue a Fernando, sino el silencio. Normalmente, cuando llegaba a sus sesiones, él ya estaba listo, con ese gesto de determinación que lo caracterizaba, aunque a veces acompañado de una pizca de frustración. Pero hoy, al verlo en la silla de ruedas junto a las barras paralelas, no tenía esa actitud desafiante.Estaba distraído.No tenía que preguntarle en qué estaba pensando. Yo también lo había sentido desde el momento en que crucé la puerta. El beso.Respiré hondo y caminé hacia él con la mayor naturalidad posible.—¿Listo para trabajar hoy? —pregunté con una sonrisa suave, intentando ocultar la tensión en mi pecho.Fernando me miró como si apenas se diera cuenta de que yo estaba ahí. Parpadeó un par de veces y luego forzó una sonrisa que no alcanzó sus ojos.—Sí… claro.Pero lo conocía lo suficiente para saber que algo no estaba bien.Lo ayudé a incorporarse, colocando mis manos en
FernandoDesperté con una sensación extraña en el pecho, una mezcla entre felicidad y ansiedad que no lograba disipar. Me quedé un momento en la cama, mirando el techo, permitiéndome revivir lo que había pasado el día anterior con Valeria.El contacto de su piel contra la mía, la calidez de su mirada cuando me dijo que lo tomaríamos un día a la vez. La forma en que sus dedos se habían entrelazado con los míos, dándome la certeza de que esto no era un simple error o un desliz provocado por la cercanía.Era real.Sonreí sin darme cuenta, sintiendo un ligero calor en mi pecho. No recordaba la última vez que me había sentido así, con esta expectativa de algo más allá de la rutina de mi rehabilitación.Pero, junto con la felicidad, llegó la ansiedad.Estaba atrapado aquí.No podía invitarla a salir como un hombre normal, no podía planear una cena, un paseo, ni siquiera un café fuera de estas paredes. Mi mundo seguía limitado a este lugar, y eso significaba que, si quería conocerla más allá
Valeria El pasillo estaba silencioso, demasiado silencioso para lo que mi corazón estaba sintiendo en ese momento. Apenas crucé la puerta de la sala de rehabilitación, la voz firme de la madre de Fernando me detuvo en seco.—Señorita Cruz, necesito aclarar las cosas con usted. Ahora.Me giré hacia ella y asentí, intentando que mi expresión no revelara la mezcla de nerviosismo e incomodidad que empezaba a recorrer mi cuerpo. Aun así, mantuve el porte recto, profesional.—Claro, señora Casteli. Podemos hablar aquí, si le parece.—No. En privado. —Sus ojos no admitían debate. La seguí hasta una de las salas vacías junto al pasillo. Cerró la puerta con suavidad, pero el sonido del clic resonó como una sentencia.El silencio se alargó un segundo más de la cuenta. Luego, se giró y me miró con esa expresión que ya conocía: fría, calculadora, poderosa.—Voy a ir al grano, señorita Cruz. ¿Cuáles son sus verdaderas intenciones con mi hijo?Sentí como si me hubieran arrancado el aire de los pul
Fernando Dos días sin verla.No sabía por qué Valeria no había aparecido, pero intentaba convencerme de que había una buena razón. Tal vez tenía exceso de trabajo, tal vez la habían cambiado de horario… tal vez. Pero cada "tal vez" era una excusa que luchaba por mantenerme tranquilo mientras la ansiedad me roía por dentro. Porque en el fondo, una sospecha mucho más oscura comenzaba a enredarse entre mis pensamientos.Mi madre.¿Qué si le había dicho algo? ¿Qué si la había amenazado, exigido que se alejara? ¿Y si Valeria había accedido para proteger su trabajo? Esa idea me torturaba más que cualquier caída, más que cualquier dolor en las piernas. Porque no era una posibilidad descabellada. La conocía, sabía de lo que era capaz cuando creía estar "protegiendo".El primer día lo pasé esperando. Miraba el reloj cada quince minutos, convencido de que aparecería en cualquier momento, con su bata blanca, su sonrisa suave, ese tono de voz que me tranquilizaba como nada más en este lugar. Per
ValeriaHabía intentado concentrarme con mi siguiente paciente, pero era inútil. Cada movimiento que hacía, cada indicación que daba, estaba teñida por una imagen que no podía sacarme de la cabeza: Fernando, en manos de esa terapeuta.Sabía cómo trabajaba. La conocía por nombre y reputación, y por más experiencia que tuviera, su método era uno que yo jamás compartiría: disciplina antes que empatía. Frialdad antes que compasión.Y Fernando no estaba preparado para eso.Cuando terminé la sesión, apenas le dediqué una despedida rápida a mi paciente. Caminé rápido por los pasillos, con el corazón latiendo con una mezcla de culpa, ansiedad y miedo. Miedo de que todo lo que habíamos construido se estuviera desmoronando, y de que, por haberlo dejado solo dos días, su cuerpo hubiera pagado el precio.Al llegar a su habitación, golpeé con suavidad y entreabrí la puerta. No esperé respuesta. Solo entré.Fernando estaba recostado en la cama, y la imagen me rompió un poco por dentro. Sus ojos esta
Fernando No supe en qué momento el dolor físico dejó de ser lo más importante. Tal vez fue cuando Valeria me acarició el rostro con esos dedos temblorosos, o cuando sus labios rozaron los míos por segunda vez, como si aún no creyera que podía besarme sin consecuencias. Como si tenernos de verdad fuera algo frágil, algo sagrado.Se recostó a mi lado, despacio, como si temiera romper el silencio que habíamos creado entre los dos. Y yo la recibí como si fuera todo lo que había estado esperando sin saberlo.No hubo palabras. Solo miradas sostenidas, respiraciones entrecortadas, pausas que hablaban más que cualquier conversación. Valeria me permitió desabotonar su delantal blanco con dedos torpes, dejarlo caer al suelo, y luego quitarle la blusa, con cuidado, con asombro. Su piel era suave y cálida, y con cada centímetro que mis manos descubrían, más vivo me sentía. Como si, después de tanto, volviera a ser parte del mundo.Ella se dejó acariciar con una entrega silenciosa, y mientras la r