Lo que no se puede ocultar

Fernando

Me desperté esa mañana con la mente llena de pensamientos. Pensaba en Valeria. Pensaba en lo que había pasado anoche, en su cercanía, en el calor de su sonrisa, en la forma en que me miraba. Todo me hacía sentir un nudo en el estómago. Pero lo que más me preocupaba era la visita de mis padres. Sabía lo que me iban a decir. Sabía que no entenderían.

Mi madre siempre insistía: "El negocio es lo primero." Y mi padre, aunque más suave, siempre tenía la misma idea en su cabeza: "Recupérate rápido, regresa a la empresa, no pierdas más tiempo."

Cuando entraron en mi habitación junto a Valeria, todo lo demás desapareció. La presión se hizo tangible en el aire.

—Fernando, ¿cómo estás hoy? —preguntó mi madre con esa voz suave, pero sabía que no iba a quedarse ahí.

—Bien, mamá —respondí, aunque no lo estaba.

Mi madre no tardó en seguir.

—Ya es hora de que regreses a la empresa. Este tratamiento se está alargando demasiado. No podemos seguir esperando. El negocio necesita tu presencia.
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