Valeria Era una de esas mañanas cálidas en las que el sol entraba por las ventanas del centro de rehabilitación, bañando el pasillo en una luz suave que siempre me hacía sentir más tranquila. Después de semanas de trabajar con Fernando, de observar sus avances, sabía que hoy iba a ser un día importante. Había notado que su determinación estaba en su punto más alto, pero también veía la presión en sus ojos. Quería tanto superar esto, tanto volver a ser el hombre que había sido antes del accidente, que cada vez se forzaba más, como si tuviera que correr para alcanzar lo que había perdido.—Hoy quiero probar algo nuevo —dije mientras ajustaba las barras paralelas, preparándolas para el ejercicio. Sabía que había avanzado mucho, pero tenía que seguir empujándolo, aunque siempre con cuidado y paciencia. Toda la paciencia que Fernando necesitara.Fernando se sentó al borde de la camilla, mirando las barras con una mezcla de determinación y algo parecido al miedo. Mientras se trasladaba a su
Fernando Los días comenzaron a desdibujarse, uno tras otro, como si el tiempo ya no tuviera la misma consistencia que antes. Había algo extraño en la manera en que me sentía últimamente. Algo que dolí profundo en mi, pero que no era capaz de explicar, ni siquiera a mí mismo.Cada sesión con Valeria me dejaba con una sensación agridulce. Sabía que estaba avanzando físicamente, que mi cuerpo comenzaba a responder nuevamente a mis esfuerzos. Pero la verdadera lucha, la que me carcomía por dentro, no era la que se libraba en las barras paralelas o en la camilla. La verdadera batalla estaba en mi pecho, entre la necesidad de sanar y la creciente presión de no ser el hombre que solía ser.No era solo el dolor físico lo que me detenía. Lo que me ataba era el miedo. El miedo de que nunca volvería a ser el mismo, el miedo de que mis emociones, mi vulnerabilidad, no fueran suficientes para merecer algo más. Algo más allá de esta rutina, más allá de la rehabilitación que parecía ser la única res
ValeriaHabía algo en el aire ese día. Algo que me hacía sentir que Fernando no estaba del todo bien. Lo había notado durante la última sesión. Aunque sus pasos seguían siendo firmes y su esfuerzo estaba a la altura de lo que esperaba de él, su expresión era distante, más vacía que de costumbre, y sus ojos rara vez buscaban mi mirada. No me había dicho ninguna palabra al respecto, pero podía ver en sus ojos que algo lo estaba afectando.Era como si la luz que solía brillar en él se hubiera apagado por un momento, y su energía, esa fuerza que lo caracterizaba, parecía haberse desvanecido. En cada palabra que me dirigía, en cada movimiento que hacía, notaba una pesada carga que no lograba quitarse.Sabía que nuestra relación debía volver a lo que era. Valeria, Fisioterapeuta y Fernando, paciente. Eso era lo que era para él. Era lo que debía seguir siendo, y tal vez limitarme a agradecer su actitud para que todo dejara de complicarse. Pero algo en mi interior no me permitía verlo así, no
Fernando El sonido del reloj era lo único que rompía el silencio ensordecedor de la habitación. Tic-tac. Tic-tac. Cada segundo pasaba con una lentitud insoportable, como una burla cruel del tiempo, recordándome lo que había perdido.Me quedé mirando mis piernas, inmóviles sobre el reposapiés de la silla de ruedas, como si esperara que en cualquier momento volvieran a moverse. Como si todo esto fuera una pesadilla de la que en algún momento despertaría. Pero no lo era.Mis manos se aferraron con fuerza a los reposabrazos de la silla, los nudillos blancos por la presión contenida. Sentía el cuerpo entumecido, como si ya no me perteneciera. Antes del accidente, mi vida estaba completamente bajo control. Me levantaba temprano, hacía ejercicio, cerraba negocios, tomaba decisiones importantes. Ahora no podía hacer ni lo más básico sin ayuda.El médico había dicho que aún había posibilidades de recuperación con rehabilitación intensiva. Pero nadie podía garantizarme nada. La posibilidad de
Valeria El aire de la mañana tenía ese frescor característico de los inicios de otoño. El viento suave me acarició el rostro mientras caminaba hacia el edificio principal del centro de rehabilitación. A mi alrededor, las hojas caían lentamente de los árboles que bordeaban los jardines, pintando el suelo con tonos dorados y rojizos. Durante unos segundos, me permití disfrutar del paisaje antes de volver a centrarme en la carpeta que sostenía entre las manos.Fernando Casteli.Ese nombre se había vuelto un susurro constante entre el personal del centro durante las últimas semanas. Hijo de una de las familias más influyentes del país, su accidente había sido noticia en todos los medios. Pero detrás de los titulares sobre su fortuna y su posición social, yo solo veía a un hombre que había perdido más que la capacidad de caminar: había perdido la esperanza.Pasé las páginas de su expediente, repasando los informes de los fisioterapeutas anteriores. Todos coincidían en lo mismo: resistenci
FernandoNo dormí bien esa noche. El rostro de Valeria Cruz aparecía en mi mente cada vez que cerraba los ojos. Esa mirada firme, libre de compasión, había dejado una impresión que no podía ignorar. Por más que intentara convencerme de que su actitud solo era parte de su trabajo, algo en su voz resonaba en mi pecho como un eco molesto.“Estoy aquí para ayudarlo a dar el primer paso. Pero eso depende de usted.”No podía sacarme esas palabras de la cabeza. Tal vez porque, en el fondo, sabía que tenía razón. Pero admitirlo significaba aceptar que, hasta ahora, yo mismo había sido el mayor obstáculo en mi recuperación.El sol apenas comenzaba a filtrarse por la ventana cuando el sonido de un golpe suave en la puerta interrumpió mis pensamientos.—¿Señor Casteli? —La voz de Valeria resonó desde el otro lado.Apreté los dientes y solté un suspiro antes de responder.—Adelante.La puerta se abrió, y ella entró con la misma expresión tranquila del día anterior. Llevaba el cabello recogido en
Valeria El sonido rítmico de mis pasos resonaba en el pasillo mientras salía de la sala de fisioterapia. Aún podía sentir el eco de las palabras de Fernando en mi mente, mezclado con la tensión casi palpable que había llenado el aire durante toda la sesión. No había sido fácil. Su resistencia inicial, su sarcasmo y esa mirada cargada de frustración y orgullo herido habrían desalentado a cualquiera. Pero yo no era cualquiera.Me detuve frente a la estación de enfermería y solté un suspiro, tratando de ordenar los pensamientos que se agolpaban en mi cabeza.—¿Cómo te fue con el señor Casteli? —preguntó Clara, levantando la vista de la pantalla de la computadora con una sonrisa curiosa.—Tan difícil como esperaba —respondí, apoyando las manos en el mostrador—. Es terco, orgulloso y está lleno de rabia... pero no se ha rendido. Todavía hay algo en él que quiere luchar, aunque no quiera admitirlo.Clara asintió con comprensión, entrelazando las manos sobre el escritorio.—Dicen que antes
Fernando El sonido de la puerta al cerrarse detrás de Valeria pareció sellar mi destino para la siguiente hora. Sentado en la silla de ruedas junto a la camilla, observé cómo ella organizaba los implementos necesarios para la sesión. Su postura era recta, sus movimientos precisos y calculados, como si nada en el mundo pudiera desviarla de su propósito.Mi mandíbula se tensó al recordar la sesión del día anterior. Cada músculo de mi cuerpo seguía doliendo, recordándome lo lejos que estaba de ser el hombre que solía ser. Y, sin embargo, algo dentro de mí se había encendido. No era solo la frustración o el deseo de volver a caminar. Era la forma en que Valeria me miraba, como si viera algo en mí que yo había olvidado que existía.—Hoy trabajaremos en fortalecer la parte baja de su espalda y la musculatura de las piernas —dijo, interrumpiendo mis pensamientos—. Este ejercicio es fundamental para recuperar el equilibrio y la estabilidad necesarios para caminar.Su tono era profesional, pe