Fronteras difusas

Valeria

Esa mañana, la ansiedad me estaba comiendo viva.

Desde aquella sesión, en la que un toque, una simple caricia de mi mano sobre su piel, había alterado todo, algo dentro de mí había cambiado. No podía dejar de pensar en el peso de su cercanía, en el susurro del aire cuando nuestras miradas se encontraron. El roce accidental, la tensión que lo acompañó, el silencio que lo siguió… todo estaba atrapado en mi mente, como una pesadilla que no podía alejar.

Mi corazón aún latía más rápido de lo que debería cada vez que lo veía. Y hoy no era diferente.

Había algo en él que bloqueaba mi cerebro. Algo que no podía controlar. No solo sus ojos, tan intensos, sino la forma en que se volvía vulnerable, de manera tan inesperada, cuando bajaba la guardia. Era en esos momentos cuando, sin quererlo, me mostraba quién era realmente, mucho más allá de la fachada de hombre orgulloso que intentaba mantener.

Me senté frente al escritorio en mi oficina, sintiendo cómo la ansiedad recorría cada rincó
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