—¡Esta noche no fallaremos! —rugió Alfa Aleckey, su voz resonando como un trueno en la oscuridad del bosque. Sus ojos dorados brillaban con una ferocidad que helaba la sangre—. No volveremos con las manos vacías.
—¡Sí, mi alfa! —respondieron los lobos a su alrededor, sus aullidos rompiendo el silencio de la noche. Solo un instante, las sombras de sus cuerpos se movían en sincronía, una danza letal de depredadores al acecho. A la cabeza de la manada, un lobo de pelaje rojizo lideraba la cacería. Su cuerpo era imponente, músculos poderosos se flexionaban bajo su grueso pelaje mientras se deslizaba con una velocidad imposible entre los árboles. Era Aleckey Strong, el rey alfa, el lobo más poderoso del reino. Los acompañantes de Aleckey, guerreros leales, lo seguían con disciplina. Sus cuerpos se movían en sincronía, una danza de sombras y fuerza que hacía temblar a cualquier criatura del bosque. La sangre de la cacería hervía en sus venas, pero esta noche no buscaban carne. No, esta noche cazaban algo mucho más valioso: mujeres vírgenes. La tradición se remontaba a siglos atrás. En noches como esta, los lobos buscaban a sus futuras hembras, aquellas que podrían fortalecer la sangre de la manada y traer descendencia fuerte. Pero Aleckey tenía el mismo objetivo. Buscaba a su luna por más de doscientos años, ha sentido un vacío en su alma, por la ausencia de la mujer que está destinada a completarlo. Había recorrido aldeas, saqueado pueblos, e incluso tomado mujeres solo para descubrir que ninguna era la correcta, el rey alfa no ha tenido éxito alguno. —Recuerden —gruñó Alfa Aleckey, deteniéndose de repente y alzando su cabeza hacia la luna—. No lastimen a nadie. Solo tomen lo que es nuestro. ¡Las vírgenes son nuestra prioridad! Los lobos asintieron, sus ojos brillando con anticipación. La manada avanzó hacia el santuario de piedra que se alzaba en la distancia, iluminado por la luz plateada de la luna. Dentro de esas paredes, bajo votos de castidad y devoción, vivían las mujeres que buscaban. Rápidamente el aullido de la manada resonó en las paredes del convento haciendo que las hermanas despertasen asustada. El sonido de campanas de emergencia resonó en el aire, seguido de gritos y pasos apresurados. —¡Rápido! —gritó uno de los betas, su voz llena de urgencia. —¡Las monjas ya saben que estamos aquí! Las puertas del convento se sacudieron bajo el impacto de los lobos, que las derribaron con facilidad. Aleckey entró primero, su figura imponente iluminada por las antorchas que ardían en las paredes. —¡Busquen! —ordenó, su voz llena de autoridad. —¡No dejen escapar a ninguna! La madre superiora intentó mantener la calma, pero cuando los golpes resonaron en las puertas de la entrada principal, el pánico se extendió como un incendio. Las mayores enseguida se desplazaron para llevar a cada una de las jovencitas al sótano, ya esto era algo que se había visto en otros conventos. Las madres superioras estaban al tanto por las cartas que llegan desde otras zonas en donde hermanas fueron secuestradas por demonios como le llamaban ellas a los hombres lobos. Los lobos se dispersaron, siguiendo el rastro de las jóvenes que intentaban esconderse. —No lastimen a nadie. Busquen lo que les pertenece y nos vamos —ordeno el beta mirando a su alfa que se mantenía olfateando el aire—. ¿Ocurre algo, Aleckey? —interrogó notando la tensión en el lobo rojizo que enseguida puso sus ojos dorados en él. —Nada —se limitó a responder para seguir olfateando un débil olor, Aleckey tenía sus sentidos más desarrollados por ser el rey alfa. El mundo había cambiado hace más de un siglo, ya no existían casi humanos y la mayoría que aun vivían eran esclavos o habitaban en lugares como estos en donde terminaban volviéndose la cena de algún vampiro sanguinario. El lobo rojizo se detuvo y libero un bajo gruñido al percibir un aroma débil, puro y delicioso, más embriagador que cualquier otro que hubiera percibido en su larga existencia: pera, chocolate y un algún cítrico parecido al limón. Era ella. La bestia dio paso al hombre que empezó a caminar directo al sótano siendo seguido por sus soldados. Todas las mujeres gritaron alarmadas al ver las figuras emerger como demonios iluminados por las antorchas, el miedo fue lo que se olio en aquel espacio tan pequeño. Tan amargo que hizo arrugar la nariz de cada cambiante presente. —Por favor —rogó la más anciana de las monjas mirando a cada hombre con terror, ya que todos se encontraban desnudos y con ojos brillando con cada golpe de luz de las antorchas. La bestia del alfa le gruño a la señora que se interpuso en su camino. En ese momento Aleckey no tenía control sobre su cuerpo humano y le mostro sus afilados colmillos antes de moverla con tanta fuerza que la envió al suelo. —¡Madre, Sofia! —Gritó una joven intentando ir hasta ella, sin embargo, un soldado rugió y la capturo—. ¡No! ¡Déjame! —lo siguiente que se escucho fue el grito desgarrador al momento de recibir los colmillos del sujeto en su cuello. Los pasos de la bestia continuaron hasta llegar al grupo de jóvenes, recorrió con sus ojos dorados cada rostro hasta detenerlo en una de ellas, cabello tan rubio que casi tocaba el blanco o quizás era ese su color, sin embargo, el sucio le daba ese aspecto. Sus ojos eran de un azules cielo y sobre todo grandes, mirándolo con miedo mientras estaba abrazando a otra chica que lo veía del mismo modo. —Tú —gruñó hacia la joven de cabello plateado mientras que con brusquedad le sujeto de su brazo y la separo de la otra que grito enseguida por su amiga. —¡Déjala! —Suplico en un grito que fue reemplazado por queja hacia el beta del alfa—¡Suéltame! —sin embargo ella fue cargada como un saco de patatas por el hombre moreno. —Señor, en tus… manos encomiendo mi espíritu… perdona mis faltas… y dame descanso eterno… —repetía la monja una y otra vez hasta que el gruñido de Aleckey la detuvo. —He estado esperando por ti tanto tiempo —gruñó bajo deleitándose con el olor de ella. Aunque odiaba ese toque amargo producto del miedo. —Te suplico… no me lastimes —susurró mirando al suelo a su derecha, no podía siquiera bajar su mirada a sus pies sin chocarla directamente con el miembro de la bestia que la tiene prisionera y que parecía disfrutar tenerla tan indefensa. Sin decir ningún palabra, el alfa bajó la cabeza hasta rozar con sus labios la oreja de ella. Calia sintió su corazón detenerse por un segundo. —Por favor… —tembló de miedo al sentir los filosos colmillos deslizarse por la unión de su cuello y hombro. De sus labios salió el grito más desgarrador de todos los que se habían escuchado, Calia lucho por alejarse, pero los fuertes brazos de Aleckey le impidieron hacerlo hasta que la lucha termino y ella estuvo inconsciente por la mordida entre el agarre del alfa que acababa de reclamarla. —Eres mía, monjita.Calia despertó con el cuerpo entumecido, un dolor punzante en el cuello y un calor sofocante envolviéndola. Parpadeó varias veces hasta que su visión borrosa comenzó a aclararse. Estaba tumbada sobre algo blando y cálido, cubierta por gruesas pieles de oso que desprendían un fuerte aroma a bosque y sangre. Su respiración se aceleró al recordar lo último que había sucedido.El ataque.El hombre de cabello rojo.Los colmillos hundiéndose en su piel.La marca ardiente que ahora latía en su cuello como una herida fresca.Calia se incorporó de golpe, soltando un quejido cuando el dolor la atravesó como un cuchillo. Se llevó una mano temblorosa a la zona afectada y sintió la carne sensible, el leve relieve de los colmillos grabados en su piel. Su corazón martilló con más fuerza contra su pecho.—No… no… —susurró, mirando a su alrededor.El campamento era rudimentario: una fogata central crepitaba, desprendiendo un aroma a leña y carne asada, y varias pieles estaban dispuestas en el suelo. A
El trayecto fue largo y agotador. La velocidad de los lobos era sobrehumana, saltando entre árboles y cruzando arroyos sin esfuerzo alguno. Calia sintió que el aire helado cortaba su piel mientras las sombras del bosque parecían alargarse a su alrededor. Nunca en su vida había estado tan lejos del convento y la incertidumbre comenzaba a devorarla por dentro.Después de varias horas de viaje, la manada se detuvo en un claro donde la luz del sol se filtraba entre los árboles. Aleckey se inclinó levemente para que ella pudiera bajar, pero Calia se quedó inmóvil. No confiaba en él ni en los otros lobos que la rodeaban.—Baja, monjita —ordenó Aleckey en su forma de lobo, su voz resonando en su mente como un vil demonio.—¡No soy tuya, demonio impío! —respondió ella con furia.En un movimiento rápido, Aleckey volvió a su forma humana, sus manos firmes sosteniéndola por la cintura. Sus cuerpos quedaron peligrosamente cerca. Calia sintió el calor que irradiaba su piel desnuda y su corazón se
La sirvienta Liora había intentado una vez más ofrecerle comida, pero Calia se había negado con un gesto firme de la mano. No tenía hambre. Lo que sentía era un vacío, uno mucho más grande que cualquier hambre física. Se sentó en el borde de la cama de dosel, su cuerpo tenso, aún cubierto con el vestido blanco que le habían colocado. Los bordes de la prenda rozaban el suelo, pero el frío de la habitación era como un abrazo gélido que la hacía sentir más sola que nunca.A través de la ventana cerrada, escuchaba el ruido del viento, como si la propia casa estuviera susurrando promesas de desesperación. El pensamiento de la oscuridad fuera de esos muros le daba escalofríos, y dentro de la habitación solo había un silencio profundo que la envolvía.En sus manos apretaba con fuerza el medallón que había llevado consigo desde su infancia, un regalo de su madre. Al mirarlo, Calia pensaba en su vida antes de que todo esto sucediera: antes de que Aleckey llegara, antes de que su mundo fuera al
El alfa despertó con malhumor, se vistió y fue informado por su beta que todo el consejo se había reunido sin avisarles antes, ya Aleckey se imaginaba los motivos de esa reunión tan repentina y sin siquiera él autorizarla.La noticia de que su rey alfa había llevado a una humana como su luna se esparcía rápidamente, y la reacción no había sido de agrado general. Los lobos más viejos, los consejeros y los guerreros de mayor rango se mostraban inquietos. Para ellos, el vínculo entre un alfa y su compañera debía ser fuerte, nacido del linaje de la manada, no una unión con una simple humana.Aleckey lo sabía. Desde el momento en que la llevó a su hogar, supo que enfrentaría resistencia. Pero no esperaba que los desafíos llegaran tan pronto.La gran sala del castillo estaba repleta cuando Aleckey entró. El consejo de ancianos se había reunido en su ausencia y la tensión era palpable. Algunos se pusieron de pie en cuanto lo vieron, inclinando la cabeza con respeto, pero otros lo miraron con
El plan ya estaba en su mente. Calia espero que cayera la noche, no se durmió, pero esta vez acepto lo que trajeron para la cena los sirvientes a su habitación.Con el corazón latiéndole con fuerza, se deslizó fuera de la cama, y luego se deslizo fuera de la habitación manteniéndose entre las sombras, ya que nadie se dignaba a ponerle seguro a su puerta. El frío de la madrugada le calaba los huesos, pero no se detuvo. Sus pies descalzos apenas hacían ruido sobre el suelo frío. Alcanzó a vislumbrar las escaleras que daban al piso inferior. La libertad estaba a pocos pasos, pensaba Calia.Su cuello ardía, recordándole la marca de la mordida de Aleckey, pero no era tiempo para pensar en eso.Cuando bajo las escaleras acelero sus pasos hacia la puerta y justo en el momento que se dispuso a salir y pensó que lo había logrado, una sombra se interpuso en su camino fuera de la casa. Un gruñido bajo retumbó en el aire.Aleckey.El alfa estaba frente a ella, en su forma humana, con los ojos ard
El sonido de los cuernos de guerra resonó en la noche, arrancando a Calia de su ensimismamiento. Desde su prisión como ella le llamaba, escuchó el estruendo de botas apresuradas y gruñidos que anunciaban el caos en la ciudad. Se puso de pie de un salto y corrió hacia la ventana, intentando vislumbrar lo que ocurría. El patio estaba sumido en llamas. Sombras feroces se movían entre el fuego y los destellos de lobos lanzándose sobre hombres en un combate sangriento que se libraba. La puerta de su habitación se abrió de golpe y un soldado entró a toda prisa. —Mi señora, la ciudad está bajo ataque. Debemos llevarla a un lugar seguro. Pero antes de que pudiera moverse, otro cuerpo impactó contra el soldado, derribándolo. Aleckey apareció, con la mirada oscurecida por la furia y el rostro manchado de sangre enemiga. —Nadie la toca —gruñó con voz gutural. El soldado tembló antes de asentir y salir de la habitación a toda prisa. Aleckey se giró hacia Calia y la tomó del brazo con firmeza.
Simón sacando sus colmillos, Calia soltó un grito horrorizada. Antes de que ellos si quiera llegaran a tocarle un pelo, un lobo rojizo ingreso por esa ventana que antes tenía barras de hierro y que por arte de magia habían desaparecido. El enorme animal abrió sus fauces tan grande que arranco la cabeza de Simón y el cuerpo se desplomo inerte a los pies de la monja que libero un grito de horror. El compañero del vampiro salto sobre el animal y el espacio tan reducido solo favorecía al atacante que logro herir a Aleckey con sus uñas y colmillos. El lobo aulló adolorido, pero siguió peleando hasta derribar al sujeto, le enterró sus enormes garras en el pecho abriéndolo y despedazando al chupa sangre. La respiración del lobo rojizo era agitada, poso sus ojos dorados en Calia antes de desplomarse y poco a poco dándole pasó al humano. Desnudo y con el cuerpo manchado de un líquido más rojo que su cabello, Aleckey se puso de pie como pudo con heridas sangrantes. —¿Te hicieron daño? —inte
Calor… mucho calor sentía Calia, eso la llevo a despertar sudada y sofocada. Sentía que se encontraba en la misma braza del infierno, se movió intentando salir de las llamas que la mantienen prisionera. Se detuvo al escuchar el pesado gruñido animal detrás de su oreja que erizo la piel de su nuca y luego como eso detrás de ella la apretaba más a él. —¡Suéltame! —gritó colérica de rabia, Aleckey volvió a gruñirle molesto. —¿No puedes despertarme como una buena luna? —Interrogó aflojando pesadamente su agarre en la cintura de Calia que se salió de sus brazos y se sentó de golpe en la cama para fulminarlo con la mirada—. Supongo que eso es un no —respondió estirándose en la cama con mucha pereza. —Eres un demonio impío, aprovechado —reprendió. —Esa es nueva, aprovechado —dijo con diversión mirándola bajo esas pestañas rojizas. —¡Maldito, demonio! ¡El señor te condene al infierno! —se lanzó contra este para golpearlo, pero el alfa es mucho más rápido y la sujeto de los brazos para lu