Calor… mucho calor sentía Calia, eso la llevo a despertar sudada y sofocada. Sentía que se encontraba en la misma braza del infierno, se movió intentando salir de las llamas que la mantienen prisionera. Se detuvo al escuchar el pesado gruñido animal detrás de su oreja que erizo la piel de su nuca y luego como eso detrás de ella la apretaba más a él. —¡Suéltame! —gritó colérica de rabia, Aleckey volvió a gruñirle molesto. —¿No puedes despertarme como una buena luna? —Interrogó aflojando pesadamente su agarre en la cintura de Calia que se salió de sus brazos y se sentó de golpe en la cama para fulminarlo con la mirada—. Supongo que eso es un no —respondió estirándose en la cama con mucha pereza. —Eres un demonio impío, aprovechado —reprendió. —Esa es nueva, aprovechado —dijo con diversión mirándola bajo esas pestañas rojizas. —¡Maldito, demonio! ¡El señor te condene al infierno! —se lanzó contra este para golpearlo, pero el alfa es mucho más rápido y la sujeto de los brazos para lu
Un dolor recorre el cuello de Calia al momento de despertar, se quedó quieta. No reconoce nada en medio de la poca luz de la tarde que hay en el aposento hasta que se inclina con cuidado reconociendo la habitación de Aleckey. Su mirada se detuvo en el mencionado que se encontraba apoyado en la ventana vistiendo solo un pantalón y su torso desnudo. —¿Por qué otra vez? —interrogó con sus ojos llenos de lágrimas, él se giró a mirarla por un breve instante. —Ebert está muy molesto por tu rechazo constante —la monja no entendía a quién se refería—. Es como otra persona que vive dentro de mi o más bien en mi cabeza. Ya lo has visto, el lobo rojizo —dijo volviendo a mirar por la ventana—. Trato de controlarlo lo más que puedo, pero en estos trecientos doce años de mi vida, no he logrado hacerlo… es muy poderoso —añadió. —No pertenezco a tu mundo —es lo único que susurró. —¿Qué otro mundo existe, Calia? —Interrogó diciendo su nombre por segunda vez con mucha delicadeza—. Tu especie está c
—Dimitri —gruñó Aleckey, su voz impregnada de desprecio. —¿Quién es ese? —interrogó Calia mirando la tensión en las facciones de Aleckey. —Antes un poderoso aliado mío, pero ahora un enemigo público —es la única explicación que da y Calia solo pudo suponer que ahora ese hombre estaba en su contra porque ella era su mate. Aleckey se volvió hacia ella con una mirada sombría. —Quédate aquí. No salgas bajo ninguna circunstancia —ordenó, pero Calia negó con la cabeza. —Si esto tiene que ver conmigo, tengo derecho a estar ahí. Aleckey la fulminó con la mirada, pero al final no perdió tiempo discutiendo. Salió de la habitación y bajó por las escaleras hasta el gran salón, donde ya varios miembros de su manada se habían reunido. El fuego ardía en la gran chimenea, iluminando los rostros tensos de los lobos que esperaban a su alfa. Entre ellos se encontraba, Taylor. Cuando Aleckey salió al patio, la lluvia empapó de inmediato su pantalón, pero él no se inmutó. Dimitri lo esperaba en el
Cuando el primer rayo de sol se filtró por las cortinas, Aleckey gruñó en su inconsciencia y sus dedos se apretaron levemente alrededor de los de Calia. Su respiración se hizo más profunda y, con un leve gemido de molestia, sus ojos finalmente se abrieron. Parpadeó varias veces, desorientado, hasta que su mirada se posó en ella. —Calia —su voz era rasposa, cargada de agotamiento. —No hables —lo reprendió suavemente—. Necesitas descansar. Él intentó incorporarse, pero el dolor lo obligó a quedarse quieto. Sus labios se torcieron en una mueca de frustración. —¿Acaso piensas dejarme morir? —interrogó con molestia a Ebert. —Ella está a nuestro lado solo cuando estamos heridos —dijo como si esa fuera razón más que suficiente para no sanar a Aleckey. —¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? —Desde anoche. Apenas has dormido unas horas —respondió ella, sin soltar su mano. Aleckey la estudió en silencio. Sus ojos recorrieron su rostro, deteniéndose en la sombra de preocupación que oscurec
Calia, jadeando por el esfuerzo y el miedo, intentó zafarse, pero la fuerza de él era inhumana. La arrastró con él, sus pasos firmes y llenos de autoridad mientras la llevaba a un lugar apartado, donde las sombras se alargaban y la multitud ya estaba reunida.El lugar estaba lleno de miembros de su manada, todos observando en silencio. Algunos con curiosidad, otros con ansias, sabían lo que se avecinaba. El suelo era de tierra, fangoso por la lluvia anterior, y la escena era más brutal de lo que Calia podría haber imaginado. Un círculo se formó alrededor de ella, su corazón latiendo frenéticamente mientras los ojos de todos se posaban sobre ella.—Esta noche, Calia aprenderá lo que significa desafiarme —dijo Aleckey, su tono helado y autoritario, con aquellos ojos dorados brillando en una rabia contenida, ya que Ebert había tomado control y no había vuelta atrás en lo que le haría a su luna.Calia levantó la cabeza, sus ojos llenos de miedo. El castigo era inevitable. Era la tradición
La hermana Calia volvió a comer, con ayuda de Isolde que iba todos los días a la habitación de Aleckey para conversar con su amiga. Aunque el recuerdo la perseguía en las pesadillas, ella no podía evitar sentirse mejor con la presencia de la mate de Taylor.—Sabes… Taylor —se quedó callada sin saber si decirle o no.—Dilo —pidió a su amiga mientras ponía otro trozo de pastel de chocolate en su boca.—Te va parecer una locura lo que diré…—Isolde —interrumpió mirándola con sus cejas rubias arqueadas mientras los dedos nerviosos de su amiga se retorcían en su regazo.—Taylor me ha pedido que nos uniéramos —soltó de golpe tratando de contener la respiración.—¿Unirse? —cuestiono con confusión.—Tener sexo —susurró con las mejillas rojas, Calia tocio con fuerza al atorarse con el trozo de pastel que tenía en su boca mientras miraba a su amiga con los ojos casi fuera de su órbita. Isolde solo se limitó a ofrecerle un vaso con agua para que pudiera tragar los restos de comida.—¡Esta loca!
Una semana había pasado desde el intento de asesinato de la loba misteriosa para la monja, y aunque Calia no lo demostraba, la curiosidad la consumía. No dejaba de preguntarse quién era realmente aquella mujer, qué historia la unía a Aleckey y por qué estaba tan dispuesta a matarla.Esa mañana, mientras Liora la ayudaba a prepararse, decidió preguntar.—¿Quién era ella? —su voz sonó tranquila, pero el reflejo de Liora en el espejo del tocador reveló un leve titubeo en sus movimientos.—Mi señora… —Liora bajó la mirada mientras pasaba un peine por el cabello de Calia—. Era alguien que solía tener esperanzas de convertirse en la luna de esta manada. Fue una seleccionada por el consejo para darle herederos fuertes al alfa —masculló.—¿Su amante? —interrogó, ya que dudaba que una mujer fuera capaz de tanto solo por una elección.—El alfa estuvo un tiempo con ella, pero luego paso de ella —susurró.Calia sintió un leve escalofrío recorrer su espalda, pero se obligó a mantener una expresión
Esa mañana después de la confesión de la gravedad de la maldición, Calia despertó con un objetivo distinto ganarse la confianza de Aleckey para escapar de ese destino al que estaba sometido el alfa. No quería formar parte un mundo que la aparto de todo, ya que los lobos no solo la habían sacado del convento, sino que también esos demonios como ella los llamaba, le quitaron la vida a sus padres.Una noche cuando Calia apenas era una niña las bestias atacaron su pequeña aldea, eliminaron a todos. Ella estuvo escondida detrás de tablas y vio con sus propios ojos inocentes cómo sus padres eran asesinados. No pudo gritar, no pudo moverse. Solo cuando el silencio regresó y los cuerpos quedaron fríos, una mujer encapuchada la sacó de su escondite y la llevó lejos. Esa mujer era una monja de un convento o eso fue lo que dijo cuando la dejo a ella pequeña en manos de la madre superiora, quien le aseguró que Dios la había salvado por un propósito mayor. Aunque Calia nunca volvió a saber de esa