La hermana Calia volvió a comer, con ayuda de Isolde que iba todos los días a la habitación de Aleckey para conversar con su amiga. Aunque el recuerdo la perseguía en las pesadillas, ella no podía evitar sentirse mejor con la presencia de la mate de Taylor.—Sabes… Taylor —se quedó callada sin saber si decirle o no.—Dilo —pidió a su amiga mientras ponía otro trozo de pastel de chocolate en su boca.—Te va parecer una locura lo que diré…—Isolde —interrumpió mirándola con sus cejas rubias arqueadas mientras los dedos nerviosos de su amiga se retorcían en su regazo.—Taylor me ha pedido que nos uniéramos —soltó de golpe tratando de contener la respiración.—¿Unirse? —cuestiono con confusión.—Tener sexo —susurró con las mejillas rojas, Calia tocio con fuerza al atorarse con el trozo de pastel que tenía en su boca mientras miraba a su amiga con los ojos casi fuera de su órbita. Isolde solo se limitó a ofrecerle un vaso con agua para que pudiera tragar los restos de comida.—¡Esta loca!
Una semana había pasado desde el intento de asesinato de la loba misteriosa para la monja, y aunque Calia no lo demostraba, la curiosidad la consumía. No dejaba de preguntarse quién era realmente aquella mujer, qué historia la unía a Aleckey y por qué estaba tan dispuesta a matarla.Esa mañana, mientras Liora la ayudaba a prepararse, decidió preguntar.—¿Quién era ella? —su voz sonó tranquila, pero el reflejo de Liora en el espejo del tocador reveló un leve titubeo en sus movimientos.—Mi señora… —Liora bajó la mirada mientras pasaba un peine por el cabello de Calia—. Era alguien que solía tener esperanzas de convertirse en la luna de esta manada. Fue una seleccionada por el consejo para darle herederos fuertes al alfa —masculló.—¿Su amante? —interrogó, ya que dudaba que una mujer fuera capaz de tanto solo por una elección.—El alfa estuvo un tiempo con ella, pero luego paso de ella —susurró.Calia sintió un leve escalofrío recorrer su espalda, pero se obligó a mantener una expresión
Esa mañana después de la confesión de la gravedad de la maldición, Calia despertó con un objetivo distinto ganarse la confianza de Aleckey para escapar de ese destino al que estaba sometido el alfa. No quería formar parte un mundo que la aparto de todo, ya que los lobos no solo la habían sacado del convento, sino que también esos demonios como ella los llamaba, le quitaron la vida a sus padres.Una noche cuando Calia apenas era una niña las bestias atacaron su pequeña aldea, eliminaron a todos. Ella estuvo escondida detrás de tablas y vio con sus propios ojos inocentes cómo sus padres eran asesinados. No pudo gritar, no pudo moverse. Solo cuando el silencio regresó y los cuerpos quedaron fríos, una mujer encapuchada la sacó de su escondite y la llevó lejos. Esa mujer era una monja de un convento o eso fue lo que dijo cuando la dejo a ella pequeña en manos de la madre superiora, quien le aseguró que Dios la había salvado por un propósito mayor. Aunque Calia nunca volvió a saber de esa
—¡Esta noche no fallaremos! —rugió Alfa Aleckey, su voz resonando como un trueno en la oscuridad del bosque. Sus ojos dorados brillaban con una ferocidad que helaba la sangre—. No volveremos con las manos vacías.—¡Sí, mi alfa! —respondieron los lobos a su alrededor, sus aullidos rompiendo el silencio de la noche. Solo un instante, las sombras de sus cuerpos se movían en sincronía, una danza letal de depredadores al acecho.A la cabeza de la manada, un lobo de pelaje rojizo lideraba la cacería. Su cuerpo era imponente, músculos poderosos se flexionaban bajo su grueso pelaje mientras se deslizaba con una velocidad imposible entre los árboles. Era Aleckey Strong, el rey alfa, el lobo más poderoso del reino. Los acompañantes de Aleckey, guerreros leales, lo seguían con disciplina. Sus cuerpos se movían en sincronía, una danza de sombras y fuerza que hacía temblar a cualquier criatura del bosque. La sangre de la cacería hervía en sus venas, pero esta noche no buscaban carne. No, es
Calia despertó con el cuerpo entumecido, un dolor punzante en el cuello y un calor sofocante envolviéndola. Parpadeó varias veces hasta que su visión borrosa comenzó a aclararse. Estaba tumbada sobre algo blando y cálido, cubierta por gruesas pieles de oso que desprendían un fuerte aroma a bosque y sangre. Su respiración se aceleró al recordar lo último que había sucedido.El ataque.El hombre de cabello rojo.Los colmillos hundiéndose en su piel.La marca ardiente que ahora latía en su cuello como una herida fresca.Calia se incorporó de golpe, soltando un quejido cuando el dolor la atravesó como un cuchillo. Se llevó una mano temblorosa a la zona afectada y sintió la carne sensible, el leve relieve de los colmillos grabados en su piel. Su corazón martilló con más fuerza contra su pecho.—No… no… —susurró, mirando a su alrededor.El campamento era rudimentario: una fogata central crepitaba, desprendiendo un aroma a leña y carne asada, y varias pieles estaban dispuestas en el suelo. A
El trayecto fue largo y agotador. La velocidad de los lobos era sobrehumana, saltando entre árboles y cruzando arroyos sin esfuerzo alguno. Calia sintió que el aire helado cortaba su piel mientras las sombras del bosque parecían alargarse a su alrededor. Nunca en su vida había estado tan lejos del convento y la incertidumbre comenzaba a devorarla por dentro.Después de varias horas de viaje, la manada se detuvo en un claro donde la luz del sol se filtraba entre los árboles. Aleckey se inclinó levemente para que ella pudiera bajar, pero Calia se quedó inmóvil. No confiaba en él ni en los otros lobos que la rodeaban.—Baja, monjita —ordenó Aleckey en su forma de lobo, su voz resonando en su mente como un vil demonio.—¡No soy tuya, demonio impío! —respondió ella con furia.En un movimiento rápido, Aleckey volvió a su forma humana, sus manos firmes sosteniéndola por la cintura. Sus cuerpos quedaron peligrosamente cerca. Calia sintió el calor que irradiaba su piel desnuda y su corazón se
La sirvienta Liora había intentado una vez más ofrecerle comida, pero Calia se había negado con un gesto firme de la mano. No tenía hambre. Lo que sentía era un vacío, uno mucho más grande que cualquier hambre física. Se sentó en el borde de la cama de dosel, su cuerpo tenso, aún cubierto con el vestido blanco que le habían colocado. Los bordes de la prenda rozaban el suelo, pero el frío de la habitación era como un abrazo gélido que la hacía sentir más sola que nunca.A través de la ventana cerrada, escuchaba el ruido del viento, como si la propia casa estuviera susurrando promesas de desesperación. El pensamiento de la oscuridad fuera de esos muros le daba escalofríos, y dentro de la habitación solo había un silencio profundo que la envolvía.En sus manos apretaba con fuerza el medallón que había llevado consigo desde su infancia, un regalo de su madre. Al mirarlo, Calia pensaba en su vida antes de que todo esto sucediera: antes de que Aleckey llegara, antes de que su mundo fuera al
El alfa despertó con malhumor, se vistió y fue informado por su beta que todo el consejo se había reunido sin avisarles antes, ya Aleckey se imaginaba los motivos de esa reunión tan repentina y sin siquiera él autorizarla.La noticia de que su rey alfa había llevado a una humana como su luna se esparcía rápidamente, y la reacción no había sido de agrado general. Los lobos más viejos, los consejeros y los guerreros de mayor rango se mostraban inquietos. Para ellos, el vínculo entre un alfa y su compañera debía ser fuerte, nacido del linaje de la manada, no una unión con una simple humana.Aleckey lo sabía. Desde el momento en que la llevó a su hogar, supo que enfrentaría resistencia. Pero no esperaba que los desafíos llegaran tan pronto.La gran sala del castillo estaba repleta cuando Aleckey entró. El consejo de ancianos se había reunido en su ausencia y la tensión era palpable. Algunos se pusieron de pie en cuanto lo vieron, inclinando la cabeza con respeto, pero otros lo miraron con