El viejo convento se alzaba como un eco del pasado entre los árboles que el tiempo no había logrado devorar del todo. La piedra seguía firme, aunque desgastada. El musgo cubría parte de las paredes, y el silencio era tan denso que cada paso sobre el suelo polvoriento se sentía como una ruptura en la quietud sagrada.Nadie había vivido allí en años.Cuando Calia cruzó la puerta principal, lo supo de inmediato. El olor a humedad, madera vieja y ceniza de candelabros apagados hablaban de un lugar detenido en el tiempo, pero era seguro. Era lo que necesitaban.—Aquí estaremos bien —dijo con tono firme, mientras acariciaba su vientre por instinto—. Por ahora.Darren y Asher no perdieron tiempo, con la carreta estacionada junto a los muros laterales, ambos transformaron de nuevo a su forma humana y, con un esfuerzo conjunto, bajaron el enorme cuerpo lobuno de Aleckey. Lo movieron con cuidado, sosteniéndolo por las patas delanteras y traseras, como si transportaran una reliquia viva.El acce
—No hay cambios —dijo Alastair esa mañana al reunirse con Calia y Darren junto al pozo. Su voz era grave, frustrada—. A veces duerme, pero cuando despierta… está peor.Siete días habían pasado desde que llegaron al convento.El aire en el interior era más ligero, respirable. Habían logrado arreglar techos, llenar estancias de nuevo con vida y limpiar los vestigios del abandono. Sin embargo, en el sótano, el corazón del refugio palpitaba con furia y desesperación.Aleckey seguía en su forma de lobo. Encadenado con las gruesas ataduras de plata, su cuerpo cubierto de pelaje rojizo se agitaba con cada intento por soltarse. Las marcas ardían en su piel; cada vez que se acercaban a alimentarlo, gruñía con una fiereza que erizaba la piel, incluso a sus betas.Calia apretó los puños.—Ni siquiera me reconoce—Es lo que temía —dijo Darren—. Intenta morder a quien se le acerque. Incluso a ti, luna. No parece que su mente esté allí, creo que su alma sea perdido.—Sigue allí, es cuestión de segu
Calia seguía bajo el cuerpo de Aleckey, con su respiración descontrolada, su corazón desbocado, y una mezcla indescifrable de miedo y alivio. Él no hablaba. No necesitaba hacerlo. Su cuerpo temblaba de rabia contenida, de necesidad, de hambre atrasada. No solo carnal… era el hambre de haber estado perdido, desconectado de todo, de ella, y ahora la tenía bajo su cuerpo, por lo que no la dejaría ir.Sus labios bajaron por su cuello, calientes, ásperos por la transición apenas completada. Su nariz rozó la marca de su mordida, la que él mismo había dejado tiempo atrás, justo en el espacio perfecto entre el hombro y el cuello. Ese lugar que le pertenecía.Calia dejó escapar un gemido entrecortado cuando su aliento ardiente acarició esa piel sensible. Su cuerpo reaccionó al instante, estremeciéndose bajo el suyo, Aleckey gruñó en respuesta, un sonido profundo, posesivo, casi salvaje.—Heri-da… —gruñó, con la voz aún ronca, como si el lobo siguiera hablando a través de él, ya que ni siquiera
—Shhh —susurró Calia, acariciando su nuca, con la voz ronca—. Está bien. Estoy contigo, amor.El cuerpo de Aleckey aún temblaba sobre el de ella, el sudor bajando por su columna vertebral, su aliento agitado vibrando contra la garganta de Calia. No hablaba, no pensaba… solo estaba allí, atado a ella por la única certeza que le quedaba: su olor. Su luna. Su cachorro. Su hogar.Calia no se movió al principio. No podía. Estaba envuelta por él, marcada, sudorosa, su cuerpo aún estremecido, pero luego sintió algo: un movimiento leve, como un gruñido inseguro, Aleckey la olfateaba otra vez, más suave, como si intentara asegurarse de que aún la tenía.Seguía sin hablar. Solo gruñía, susurraba posesivamente, con un instinto puro y salvaje.Aleckey no respondió, pero se dejó caer a un lado, envolviéndola entre sus brazos, su rostro aún enterrado en su cuello, como si necesitara su calor para no perderse.El cuerpo del rey alfa se tensó al escuchar pasos, pero Calia solo escuchó el leve sonido
Tomo II. Luna arrepentida: acéptame en tus brazos, alfa.━━━━━━✧❂✧━━━━━━Manada del Sur, Alfa Sitara.—Vaya, Roan —dijo con voz suave, casi burlona—. Qué caída tan desafortunada para uno de los perros más fieles de Aleckey.La sala del consejo de la manada del sur era un círculo de piedra cerrado, apenas iluminado por antorchas encendidas en las paredes. Las sombras se alargaban con cada chispa del fuego, y el silencio era tan profundo que el sonido de los pasos resonaba como tambores de guerra.Dos lobos fuertemente armados con dagas de hierro y punta de plata arrojaron al suelo a Roan, el beta de la extinta guardia de Aleckey. Su rostro estaba sucio de sangre seca, pero su postura no temblaba, se mantenía con la barbilla en alto, y sus ojos azules ardían con rabia contenida.En lo alto del círculo, sentada en un trono hecho de huesos blanqueados y colmillos de bestias, estaba Sitara. Sus ojos color ámbar observaban al prisionero como si fuera un simple animal que debía decidir si ali
El sonido de los pasos retumbó en el pasillo subterráneo con una cadencia imponente. No eran los pasos torpes de los guardias, ni el andar burlón de quienes se entretenían con el sufrimiento de Roan.No.Esta caminata era distinta.Cada paso arrastraba la autoridad de alguien que jamás necesitó alzar la voz para ser temida, Sitara apareció en el umbral de la celda con una antorcha en mano. La llama proyectaba sombras afiladas sobre su rostro, haciendo que su belleza salvaje se tornara aún más peligrosa.Roan levantó la vista desde su rincón, con la mandíbula apretada y los nudillos ensangrentados. Su espalda estaba contra la pared, pero su mirada seguía siendo la de un guerrero.—Al fin —escupió—. ¿Vienes a matarme o a rendirte ante Draven?Sitara no respondió de inmediato. Se detuvo frente a los barrotes, dejó la antorcha en el soporte más cercano y entrelazó las manos detrás de su espalda.—Sabes, Roan… antes te consideraba uno de los pocos hombres dignos en el círculo de Aleckey —e
El sonido del agua llenando la tina resonaba con un eco suave en la habitación de piedra. Las velas encendidas proyectaban sombras danzantes en las paredes, y el vapor comenzaba a cubrir los vidrios sucios de las ventanas, filtrando la luz con un resplandor cálido.Calia se movía en silencio, con la bata de lino pegada a su piel por el calor y el cansancio. Observaba de reojo a Aleckey, sentado en el borde de la cama, su pecho desnudo subiendo y bajando con respiraciones pesadas. A pesar del cuerpo imponente, de la fuerza que aún emanaba de cada fibra de su ser, su mirada seguía perdida, con aquellos ojos que antes fueron verdes, brillando ahora en un rojo sangre.—Ya está lista —murmuró, rompiendo el silencio. Se agachó a un lado de la tina, probando la temperatura del agua con el dorso de la mano—. Te hará bien.Aleckey la observó. Sus ojos rojos brillaron como carbones encendidos, pero no se movió de inmediato. Gruñó bajo, apenas audible, y finalmente se puso de pie.Calia desvió l
—¡Esta noche no fallaremos! —rugió Alfa Aleckey, su voz resonando como un trueno en la oscuridad del bosque. Sus ojos dorados brillaban con una ferocidad que helaba la sangre—. No volveremos con las manos vacías.—¡Sí, mi alfa! —respondieron los lobos a su alrededor, sus aullidos rompiendo el silencio de la noche. Solo un instante, las sombras de sus cuerpos se movían en sincronía, una danza letal de depredadores al acecho.A la cabeza de la manada, un lobo de pelaje rojizo lideraba la cacería. Su cuerpo era imponente, músculos poderosos se flexionaban bajo su grueso pelaje mientras se deslizaba con una velocidad imposible entre los árboles. Era Aleckey Strong, el rey alfa, el lobo más poderoso del reino. Los acompañantes de Aleckey, guerreros leales, lo seguían con disciplina. Sus cuerpos se movían en sincronía, una danza de sombras y fuerza que hacía temblar a cualquier criatura del bosque. La sangre de la cacería hervía en sus venas, pero esta noche no buscaban carne. No, es