Capítulo 7

El sonido de los cuernos de guerra resonó en la noche, arrancando a Calia de su ensimismamiento. Desde su prisión como ella le llamaba, escuchó el estruendo de botas apresuradas y gruñidos que anunciaban el caos en la ciudad. Se puso de pie de un salto y corrió hacia la ventana, intentando vislumbrar lo que ocurría.

El patio estaba sumido en llamas. Sombras feroces se movían entre el fuego y los destellos de lobos lanzándose sobre hombres en un combate sangriento que se libraba. La puerta de su habitación se abrió de golpe y un soldado entró a toda prisa.

—Mi señora, la ciudad está bajo ataque. Debemos llevarla a un lugar seguro.

Pero antes de que pudiera moverse, otro cuerpo impactó contra el soldado, derribándolo. Aleckey apareció, con la mirada oscurecida por la furia y el rostro manchado de sangre enemiga.

—Nadie la toca —gruñó con voz gutural. El soldado tembló antes de asentir y salir de la habitación a toda prisa. Aleckey se giró hacia Calia y la tomó del brazo con firmeza. —Vas a quedarte aquí, ¿entiendes? No saldrás hasta que yo lo diga —ordeno hacia la monja que estaba aterrorizada.

—¡Déjame ver qué ocurre! —protestó, intentando zafarse, pero el alfa no cedió.

—No tienes idea de lo que sucede ahí afuera, monjita. Esto no es un juego, es un ataque. Y los humanos no sobreviven en esos ellos.

Pero Calia no podía quedarse de brazos cruzados. Cuando Aleckey salió, cerrando la puerta tras él, corrió de nuevo a la ventana. Lo que vio la dejó sin aliento.

Los soldados en su forma de lobos desgarraban a los invasores con brutalidad despiadada. Los gritos de agonía de los enemigos se mezclaban con los aullidos de guerra. La luna brillaba sobre la masacre, haciendo que la sangre resplandeciera como un charco de rubíes en la tierra mientras que Aleckey lideraba aquel grupo de bestias.

Su estómago se revolvió y tuvo que cubrirse la boca para no gritar. Su captor era un monstruo… y ella estaba atrapada en ese mundo.

(…)

El silencio reinaba en el lugar, Calia caminaba de un lado a otro en su habitación. Hasta que la puerta fue abierta con una violencia que termino derribándola. La monja poso su mirada en los dos hombres que habían irrumpido en su habitación, si para la hermana Calia, Aleckey era un demonio. Estos dos eran la viva representación de satán con esos ojos rojos lleno de maldad y una oscuridad que devora la luz más calidez de cualquier antorcha cerca.

—Una exquisitez —ronroneo uno de ellos al olfatear el aire dándose cuenta de que frente a ellos tenían una virgen humana.

—Huele tan bien —jadeo el acompañante.

—San Miguel Arcángel… defiéndenos en la lucha. Sé nuestro… amparo contra la perversidad y las acecha-nzas del demo-nio —balbuceo sacando su crucifijo—. Re-prímale Dios, pedimos suplicantes… y tú, Príncipe de la Milicia Celes-tial —los vampiros se miraron y luego se carcajearon, pero eso no la detuvo de seguir dando su plegaria—. Arroja al infierno con el poder de Dios a Satanás ya los demás espíritus…

—Una religiosa —se burló uno de ellos—. Los humanos son tan patéticos.

—Déjala terminar, Simón —se rieron.

—Malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas —hizo una señal de cruz antes de culminar—Amén.

—Ahora vamos a comer…

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