El alfa despertó con malhumor, se vistió y fue informado por su beta que todo el consejo se había reunido sin avisarles antes, ya Aleckey se imaginaba los motivos de esa reunión tan repentina y sin siquiera él autorizarla.
La noticia de que su rey alfa había llevado a una humana como su luna se esparcía rápidamente, y la reacción no había sido de agrado general. Los lobos más viejos, los consejeros y los guerreros de mayor rango se mostraban inquietos. Para ellos, el vínculo entre un alfa y su compañera debía ser fuerte, nacido del linaje de la manada, no una unión con una simple humana.
Aleckey lo sabía. Desde el momento en que la llevó a su hogar, supo que enfrentaría resistencia. Pero no esperaba que los desafíos llegaran tan pronto.
La gran sala del castillo estaba repleta cuando Aleckey entró. El consejo de ancianos se había reunido en su ausencia y la tensión era palpable. Algunos se pusieron de pie en cuanto lo vieron, inclinando la cabeza con respeto, pero otros lo miraron con reproche.
—Alfa —habló Eldric, un lobo anciano de barba grisácea, con una mirada penetrante. —Hemos escuchado rumores inquietantes. Dinos, ¿es cierto que has tomado a una humana como tu luna? —interrogó como si no fuera obvio que estaba enterado del chisme que recorre medio reino en este momento.
Aleckey avanzó con pasos firmes hasta el centro de la sala. Su postura irradiaba autoridad, su mirada dorada recorrió a cada uno de los presentes.
—No son rumores. Calia es mi luna y será tratada como tal —es lo que dijo en cuanto tomo asiento en el trono con uno igual a su lado vacío durante siglos en espera de su alma gemela.
Un murmullo recorrió la sala. Algunos de los más jóvenes se mostraron sorprendidos, mientras que los ancianos intercambiaban miradas de desaprobación.
—Alfa —interrumpió Bjorn, un guerrero de alto rango, con los brazos cruzados sobre el pecho. —¿Cómo puede una humana gobernar a su lado? No tiene sangre de lobo, no entiende nuestras leyes ni nuestras costumbres. No puede protegernos —era lo único que le preocupaba al soldado, ya que entiende bien lo de los vínculos, si la luna termina muerta entonces el rey caería y no quería que su señor pereciera, sin siquiera tener un heredero.
Aleckey lo miró fijamente.
—No necesita ser una loba para ser mi luna. Es la elección de la diosa y no permitiré que se cuestione.
—¡Es un error! —Exclamó otra voz desde el fondo de la sala. —¿Cómo puede una humana comprender el vínculo de un alfa con su manada? ¿Cómo puede guiarnos si no es una de los nuestros?
La furia de Aleckey se hizo tangible en el aire. Su lobo rugía dentro de él, exigiendo respeto.
—Deberíamos matarlos a todos —sugirió la bestia llena de ira.
—¿Acaso cuestionan mi liderazgo? ¿Creen que la diosa de la luna comete errores? —interrogo con sus ojos dorados puestos en cada rostro en la sala que enseguida agacharon sus cabezas en sumisión. Un silencio pesado cayó sobre la sala. Nadie se atrevió a responder. Desafiar a su alfa era impensable, pero el descontento estaba allí, en los rostros de aquellos que no confiaban en la decisión de su líder. —Calia es mi luna legitima y será tratada como tal —, repitió Aleckey con voz de acero. —Quien se atreva a desobedecerme sufrirá las consecuencias.
Los lobos agacharon la cabeza nuevamente, renuentes pero sometidos. Sin embargo, el conflicto no había terminado. Había comenzado una lucha silenciosa dentro del consejo, una batalla por la aceptación de una reina que no compartía su sangre, ni su naturaleza.
Mientras Aleckey abandonaba la sala, su mente estaba llena de pensamientos. Sabía que no todos la aceptarían fácilmente. Pero estaba decidido a protegerla, sin importar el costo.
(…)
Calia, ajena a la reunión en la corte, permanecía en sus aposentos. Había sentido las miradas inquisitivas de los sirvientes, el murmullo constante a su alrededor. No necesitaba escuchar sus palabras para saber lo que pensaban: no pertenecía allí.
Se paseó por la habitación, sintiéndose atrapada. Sabía que tarde o temprano tendría que enfrentar la hostilidad de los lobos, pero no estaba preparada. No cuando ni siquiera comprendía del todo el mundo en el que se encontraba.
Un golpe en la puerta la hizo sobresaltarse. Antes de que pudiera responder, Liora entró con una bandeja en las manos.
—Mi señora, le he traído algo de comer.
Calia la miró con cautela.
—No tengo hambre.
Liora dejó la bandeja sobre una mesa y la observó con una mezcla de curiosidad y empatía.
—Los lobos son fieros y orgullosos. No será fácil ganarte su aceptación.
Calia bajó la mirada.
—No quiero su aceptación. Quiero mi libertad.
Liora suspiró.
—Lo sé. Pero el alfa no la dejará ir. Y si realmente deseas sobrevivir aquí, tendrá que demostrar que eres digna de estar a su lado.
Calia apretó los labios. Sabía que Liora tenía razón. Si no quería ser vista como una extranjera indefensa, tendría que encontrar la forma de hacerse valer. Pero, ¿cómo podía hacerlo en un mundo donde todos la veían como una intrusa? Un lugar donde para ella solo eran demonios que llegaron del infierno a dañar a la humanidad.
Afuera, los lobos seguían murmurando, la tensión en el consejo crecía. Y Calia comprendió que su lucha apenas comenzaba.
(…)
Los siguientes cinco días fueron igual, Calia se negaba a comer y eso la hacía verse más pálida, con apariencia bastante delgada para el gusto de Aleckey el cual no había vuelto a ir a la aposento de la humana, no hasta que esta dormía y la observaba dormir por varias horas antes de irse a descansar a su habitación.
Esa mañana fue diferente, Aleckey abrió la puerta de su habitación cargando una bandeja de comida la cual dejo sobre una mesa, pero en esta ocasión el alfa no se encontraba solo.
—¿Isolde? —Cuestiono ella adormilada al verla parada justo al lado de Aleckey—. ¡Isolde! —Chilló saliendo de la cama para ir hasta esta y fundirse en un abrazo con su hermana del convento. El alfa salió de la habitación, le había pedido exclusivamente a la humana mate de su beta que le diera de comer a su luna como parte del trato para verla.
—Calia… Dios —susurro apretándola con sus brazos sintiendo no más que huesos.
—¿Estas bien? ¿Te lastimaron? —cuestionó revisándola y sobre todo mirando su cuello en donde no había marcas de mordedura.
—Lo estoy, ¿y tú? —preguntó.
—También. Gracias a nuestro señor Jesucristo —murmuro al borde del llanto por la alegría de ver un rostro conocido después cinco días encerrada como un animal en aquella habitación. Aunque no había ataduras que la mantienen allí, más que su propia decisión—. Vi esa bestia llevándote… pensé… pensé que te harían daño —sollozo sobre el hombro de su amiga.
—Se llama, Taylor —corrigió el apodo de bestia que le había puesto su amiga—. Es un caballero —susurró eso último con sus mejillas rojas, Calia se alejó indignada.
—Esas bestias carecen de caballerismo, ni siquiera creo que se rijan por algo más que sus impulsos demoniacos —no pudo evitar que su resentimiento hacia ellos. Aunque no fuera algo digno de una monja, ella no podía contener su lengua la mayor parte del tiempo.
—Son hombres, ¿Qué tiempo tenemos sin ver uno? —Interrogó como si el comportamiento de los hombres lobos se atribuyera solo a eso de que son hombre y que ninguna conocieran algo sobre ellos—. Ven —la invito a la pequeña mesa llena de diferentes delicias, Isolde le sirvió un plato con cosas que sabía su amiga le gustaba.
—No voy a… —hizo silencio por la mirada enojada que le dedico su hermana del convento y como una pequeña regañada fue hasta su lado aceptando el plato de comida.
Su estómago gruño en protesta por todos esos cinco días en los que ella no se dignó a poner en su boca ni siquiera un trozo de pan. Degusto cada platillo, se sirvió incluso una porción más de un pastel de chocolate que jamás en su vida había probado, Calia comió hasta estar satisfecha y con un pequeño dolor en su estómago por haberse negado a ingerir alimentos esos días.
—He recorrido un poco del pueblo, no son personas malas —dijo de manera distraída Isolde—. Si diferente a nuestro estilo de vida, pero es hermoso todo lo que Taylor me ha mostrado —añadió.
—No quiero nada de esto, Isolde. Solo quiero volver al convento e incluso pienso que esto es una prueba del señor que pone aprueba nuestra fe al dejarnos cerca de esos demonios impíos —sentencio dejando de lado el platillo con pastel que ya había perdido todo gusto en su paladar, Isolde la miro por un instante y dejo salir un suspiro antes de ponerse de pie.
—Debo irme —murmulló.
—¿Qué? ¿Dónde? —cuestiono asustada.
—Taylor me llevara a conocer parte de las colinas en donde me dijo que hay un enorme claro con flores silvestres —anuncio con cierta emoción en su voz. «Ella se ha dejado utilizar por el demonio» es lo único que pensó Calia de su amiga al verla salir del aposento y al mismo tiempo la idea florecio como si hubiera sido instalada por la divinidad de Dios en su cabeza:
Debía escapar de este lugar antes de ser corrompida por el demonio.
El plan ya estaba en su mente. Calia espero que cayera la noche, no se durmió, pero esta vez acepto lo que trajeron para la cena los sirvientes a su habitación.Con el corazón latiéndole con fuerza, se deslizó fuera de la cama, y luego se deslizo fuera de la habitación manteniéndose entre las sombras, ya que nadie se dignaba a ponerle seguro a su puerta. El frío de la madrugada le calaba los huesos, pero no se detuvo. Sus pies descalzos apenas hacían ruido sobre el suelo frío. Alcanzó a vislumbrar las escaleras que daban al piso inferior. La libertad estaba a pocos pasos, pensaba Calia.Su cuello ardía, recordándole la marca de la mordida de Aleckey, pero no era tiempo para pensar en eso.Cuando bajo las escaleras acelero sus pasos hacia la puerta y justo en el momento que se dispuso a salir y pensó que lo había logrado, una sombra se interpuso en su camino fuera de la casa. Un gruñido bajo retumbó en el aire.Aleckey.El alfa estaba frente a ella, en su forma humana, con los ojos ard
El sonido de los cuernos de guerra resonó en la noche, arrancando a Calia de su ensimismamiento. Desde su prisión como ella le llamaba, escuchó el estruendo de botas apresuradas y gruñidos que anunciaban el caos en la ciudad. Se puso de pie de un salto y corrió hacia la ventana, intentando vislumbrar lo que ocurría. El patio estaba sumido en llamas. Sombras feroces se movían entre el fuego y los destellos de lobos lanzándose sobre hombres en un combate sangriento que se libraba. La puerta de su habitación se abrió de golpe y un soldado entró a toda prisa. —Mi señora, la ciudad está bajo ataque. Debemos llevarla a un lugar seguro. Pero antes de que pudiera moverse, otro cuerpo impactó contra el soldado, derribándolo. Aleckey apareció, con la mirada oscurecida por la furia y el rostro manchado de sangre enemiga. —Nadie la toca —gruñó con voz gutural. El soldado tembló antes de asentir y salir de la habitación a toda prisa. Aleckey se giró hacia Calia y la tomó del brazo con firmeza.
Simón sacando sus colmillos, Calia soltó un grito horrorizada. Antes de que ellos si quiera llegaran a tocarle un pelo, un lobo rojizo ingreso por esa ventana que antes tenía barras de hierro y que por arte de magia habían desaparecido. El enorme animal abrió sus fauces tan grande que arranco la cabeza de Simón y el cuerpo se desplomo inerte a los pies de la monja que libero un grito de horror. El compañero del vampiro salto sobre el animal y el espacio tan reducido solo favorecía al atacante que logro herir a Aleckey con sus uñas y colmillos. El lobo aulló adolorido, pero siguió peleando hasta derribar al sujeto, le enterró sus enormes garras en el pecho abriéndolo y despedazando al chupa sangre. La respiración del lobo rojizo era agitada, poso sus ojos dorados en Calia antes de desplomarse y poco a poco dándole pasó al humano. Desnudo y con el cuerpo manchado de un líquido más rojo que su cabello, Aleckey se puso de pie como pudo con heridas sangrantes. —¿Te hicieron daño? —inte
Calor… mucho calor sentía Calia, eso la llevo a despertar sudada y sofocada. Sentía que se encontraba en la misma braza del infierno, se movió intentando salir de las llamas que la mantienen prisionera. Se detuvo al escuchar el pesado gruñido animal detrás de su oreja que erizo la piel de su nuca y luego como eso detrás de ella la apretaba más a él. —¡Suéltame! —gritó colérica de rabia, Aleckey volvió a gruñirle molesto. —¿No puedes despertarme como una buena luna? —Interrogó aflojando pesadamente su agarre en la cintura de Calia que se salió de sus brazos y se sentó de golpe en la cama para fulminarlo con la mirada—. Supongo que eso es un no —respondió estirándose en la cama con mucha pereza. —Eres un demonio impío, aprovechado —reprendió. —Esa es nueva, aprovechado —dijo con diversión mirándola bajo esas pestañas rojizas. —¡Maldito, demonio! ¡El señor te condene al infierno! —se lanzó contra este para golpearlo, pero el alfa es mucho más rápido y la sujeto de los brazos para lu
—¡Esta noche no fallaremos! —rugió Alfa Aleckey, su voz resonando como un trueno en la oscuridad del bosque. Sus ojos dorados brillaban con una ferocidad que helaba la sangre—. No volveremos con las manos vacías.—¡Sí, mi alfa! —respondieron los lobos a su alrededor, sus aullidos rompiendo el silencio de la noche. Solo un instante, las sombras de sus cuerpos se movían en sincronía, una danza letal de depredadores al acecho.A la cabeza de la manada, un lobo de pelaje rojizo lideraba la cacería. Su cuerpo era imponente, músculos poderosos se flexionaban bajo su grueso pelaje mientras se deslizaba con una velocidad imposible entre los árboles. Era Aleckey Strong, el rey alfa, el lobo más poderoso del reino. Los acompañantes de Aleckey, guerreros leales, lo seguían con disciplina. Sus cuerpos se movían en sincronía, una danza de sombras y fuerza que hacía temblar a cualquier criatura del bosque. La sangre de la cacería hervía en sus venas, pero esta noche no buscaban carne. No, es
Calia despertó con el cuerpo entumecido, un dolor punzante en el cuello y un calor sofocante envolviéndola. Parpadeó varias veces hasta que su visión borrosa comenzó a aclararse. Estaba tumbada sobre algo blando y cálido, cubierta por gruesas pieles de oso que desprendían un fuerte aroma a bosque y sangre. Su respiración se aceleró al recordar lo último que había sucedido.El ataque.El hombre de cabello rojo.Los colmillos hundiéndose en su piel.La marca ardiente que ahora latía en su cuello como una herida fresca.Calia se incorporó de golpe, soltando un quejido cuando el dolor la atravesó como un cuchillo. Se llevó una mano temblorosa a la zona afectada y sintió la carne sensible, el leve relieve de los colmillos grabados en su piel. Su corazón martilló con más fuerza contra su pecho.—No… no… —susurró, mirando a su alrededor.El campamento era rudimentario: una fogata central crepitaba, desprendiendo un aroma a leña y carne asada, y varias pieles estaban dispuestas en el suelo. A
El trayecto fue largo y agotador. La velocidad de los lobos era sobrehumana, saltando entre árboles y cruzando arroyos sin esfuerzo alguno. Calia sintió que el aire helado cortaba su piel mientras las sombras del bosque parecían alargarse a su alrededor. Nunca en su vida había estado tan lejos del convento y la incertidumbre comenzaba a devorarla por dentro.Después de varias horas de viaje, la manada se detuvo en un claro donde la luz del sol se filtraba entre los árboles. Aleckey se inclinó levemente para que ella pudiera bajar, pero Calia se quedó inmóvil. No confiaba en él ni en los otros lobos que la rodeaban.—Baja, monjita —ordenó Aleckey en su forma de lobo, su voz resonando en su mente como un vil demonio.—¡No soy tuya, demonio impío! —respondió ella con furia.En un movimiento rápido, Aleckey volvió a su forma humana, sus manos firmes sosteniéndola por la cintura. Sus cuerpos quedaron peligrosamente cerca. Calia sintió el calor que irradiaba su piel desnuda y su corazón se
La sirvienta Liora había intentado una vez más ofrecerle comida, pero Calia se había negado con un gesto firme de la mano. No tenía hambre. Lo que sentía era un vacío, uno mucho más grande que cualquier hambre física. Se sentó en el borde de la cama de dosel, su cuerpo tenso, aún cubierto con el vestido blanco que le habían colocado. Los bordes de la prenda rozaban el suelo, pero el frío de la habitación era como un abrazo gélido que la hacía sentir más sola que nunca.A través de la ventana cerrada, escuchaba el ruido del viento, como si la propia casa estuviera susurrando promesas de desesperación. El pensamiento de la oscuridad fuera de esos muros le daba escalofríos, y dentro de la habitación solo había un silencio profundo que la envolvía.En sus manos apretaba con fuerza el medallón que había llevado consigo desde su infancia, un regalo de su madre. Al mirarlo, Calia pensaba en su vida antes de que todo esto sucediera: antes de que Aleckey llegara, antes de que su mundo fuera al