Draven se había marchado hacía unas horas, y la mansión comenzaba a respirar con menos tensión. El silencio que dejó tras su partida era denso, pero nada comparado con el vendaval que estaba por llegar.Cuando el reloj marcó las cuatro de la tarde, Aria irrumpió en la oficina de Dimitri. Cerró la puerta con fuerza y lo miró con los ojos encendidos de rabia contenida.—¿Cómo pudiste? —espetó—. ¿Cómo te atreves a aliarte con ese monstruo?Dimitri alzó la mirada desde su escritorio, sin sorpresa. La había estado esperando, ya que escucho sus pasos furiosos venir a la oficina y por medio del lazo que los unes sentía su furia.—Cuidado con cómo me hablas —murmuró, aunque su tono carecía de verdadera amenaza.—Soy la luna de esta manada. Tu luna. No soy una adorno que puedes ignorar cada vez que tomas decisiones como si yo no importara —gruñó Aria, dando un paso hacia él.En su mente, Forest, su lobo, murmuró con voz grave:—Esa fiereza… me enorgullece. En un parpadeo, Dimitri se puso de p
Ha pasado un mes, y las paredes del refugio comenzaron a impregnarse con las risas tímidas de niños repitiendo salmos, con las voces suaves recitando oraciones. Calia los miraba como si pudiera salvarlos uno a uno. Como si hablarles de amor y bondad los blindara del infierno al que el mundo los había arrojado, pero llegaron los mareos. Las náuseas. El rechazo a ciertos olores, el cansancio repentino, la agitación constante en el pecho. Al principio pensó que era el encierro. La tensión acumulada, pero cuando la doctora la examinó con precisión y rostro grave, su mundo volvió a resquebrajarse. —Estás embarazada —dijo la mujer con un suspiro contenido—. De la bestia. —Calia tragó saliva, su cuerpo entumecido como si no le perteneciera. —Todavía estás a tiempo —añadió la doctora con un tono bajo—. Puedes deshacerte de él. Aquí nadie te juzgará. No necesitas cargar con eso. La ex monja levantó la mirada lentamente. Lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos, pero no eran de miedo. Er
Las cicatrices todavía marcaban la espalda de Asher como testimonio silencioso de su lealtad quebrantada. Aunque su condición de cambiaforma debió haber sanado aquellas heridas hace tiempo, la profundidad de los latigazos, y lo que representaban había dejado una huella más honda que la carne. Su lobo, en señal de resistencia, no permitía que desaparecieran por completo dándole un recuerdo de porque debían poner sus fauces en la garganta de Draven.Desde la caída de Aleckey, tanto Asher como Taylor, los únicos betas presentes en la manada habían cargado con el peso de los entrenamientos. Lo que antes era un programa voluntario y honorable para servir a la manada, ahora era una orden obligatoria dictada por Draven: todos los cambiaformas deben ser entrenados bajo disciplina de guerra. Mano dura. Sin excepciones. Sin clemencia.Taylor seguía cumpliendo esas órdenes… no por miedo a Draven, sino por proteger a quienes amaba. Isolde, quien ya no estaba embarazada: su cachorro había nacido h
Después de un día completo buscando a Aleckey. Kilómetro tras kilómetro, husmeando cada rastro, cada huella, cada marca en los troncos. No hallaron nada. Ninguna señal del alfa, ningún indicio de que hubiera pasado por allí. Era como si se hubiese evaporado por completo.Cuando el sol comenzó a ocultarse, tiñendo el cielo de anaranjado, Darren y Alastair decidieron que no podían seguir exponiéndola. Encontraron una zona segura, un claro oculto entre los árboles altos, rodeado por una pequeña formación de rocas que creaban una especie de refugio natural.Alastair encendió una fogata, y Darren colocó pieles limpias para que Calia pudiera descansar. Ella se sentó en silencio, abrazando sus rodillas contra el pecho, mientras los betas montaban guardia a pocos metros de distancia. Sus dedos acariciaron de nuevo su vientre de forma instintiva.—Vamos a encontrarlo, —murmuró Darren, sin mirarla directamente, pero con la voz cargada de convicción.Calia no respondió. Solo cerró los ojos y se
Cuando Dimitri cruzó el umbral de su hogar, sacudiendo el lodo seco de sus botas con cada paso firme. Su mente todavía vagaba en el eco de su visita al foso. Había dejado atrás a Aleckey, aún encerrado en las sombras, y el peso de lo no dicho comenzaba a calarle en los huesos.—Mi señor —la voz de una sirvienta lo detuvo en seco al llegar al pasillo principal—. El rey Draven… ha llegado. Lo espera en el salón junto a la luna Aria.La sangre de Dimitri se heló por un instante, pero no dejó que el gesto le traicionara.—¿Draven aquí? —repitió, sin ocultar la dureza de su tono—. ¿Y con Aria?La sirvienta asintió, tragando saliva con nerviosismo. Él no perdió tiempo, con pasos apresurados, casi al borde de la carrera, cruzó el corredor de piedra hasta llegar a la sala principal. Su corazón martillaba, no por miedo, sino por la incertidumbre. Aria estaba allí, en su casa, sentada con una pierna cruzada sobre la otra, en una postura elegante y serena, aunque su mirada le hablaba con urgenci
El viento nocturno acariciaba las copas de los árboles con una suavidad engañosa mientras Calia descendía en silencio del lomo de Darren. A unos pasos de distancia, Alastair la observaba con evidente preocupación. —¿Estás segura de esto, Luna? Podemos entrar contigo —insistió a través del enlace. Calia negó suavemente con la cabeza, envolviéndose un poco más en la capa para protegerse del frío. —No. Si Dimitri apoya a Draven y ustedes cruzan conmigo… es probable que no salgan de allí. Conmigo al menos podrían dudar. Podría Aria intervenir si las cosas se complican. Darren dio un paso adelante, los ojos cargados de inquietud. —No confiamos en dejarte sola —admitió con sinceridad. —Y yo no confío en nadie más que ustedes —respondió ella con firmeza, posando una mano en el lomo de cada uno—. Pero si quieren ayudarme de verdad… déjenme hacer esto. Si no regreso en tres días… sabrán qué hacer. Los betas asintieron con pesar, observando cómo Calia se deslizaba entre los árboles hasta
—Recuerda, si no controlas tu respiración, la daga controla tu brazo —dijo, con esa mezcla entre firmeza y cariño que solo él sabía conjugar con tanta naturalidad.Las hojas crujían suavemente bajo los pies de Asher mientras giraba con elegancia la daga de hierro entre sus dedos, observando con atención cada movimiento de Luz frente a él,Estaba concentrada, intentaba mantener la posición que le había enseñado. Sostenía su propia daga de plata con ambas manos, las cejas fruncidas en un gesto determinado.—Estoy respirando —replicó, sin mirarlo—. Solo… no al ritmo que tú quieres.Asher sonrió, ladeando la cabeza con diversión.—No se trata de mi ritmo, Luz. Se trata de no morir.Ella rodó los ojos, pero no discutió. Dio un paso adelante, lanzó una estocada y falló el blanco por poco. Asher sonrió con sus dagas de hierros desenvainadas.—Otra vez —pidió él, retrocediendo un poco.Luz bufó y volvió a colocarse en guardia. Habían estado entrenando por más de una hora, y aunque su técnica
Tres días.Ese era el tiempo que Darren y Alastair llevaban patrullando la frontera de la manada del norte, ocultos entre los árboles, esperando ver aunque fuera un rastro de Calia. Tres días sin respuesta. Tres días con los nervios al límite. Cada vez que el viento soplaba entre las ramas, el lobo de Darren gruñía con impaciencia. Alastair apenas había dormido. Ambos sabían que algo andaba mal.Al amanecer del cuarto día, cuando intentaron cruzar la frontera con la intención de exigir respuestas, fueron interceptados por cinco guardias lobunos del territorio de Dimitri. A diferencia de ellos, los guardias no mostraron intenciones de negociar.—No tienen permiso para entrar —gruñó el líder, un lobo de pelaje oscuro con cicatrices en los brazos—. Esta tierra está bajo protección del alfa Dimitri.—¡Necesitamos hablar con él! —espetó Darren, con los colmillos expuestos—. No venimos a luchar, pero no nos iremos sin verla.—No hay nadie a quien ver —respondió otro, más joven, pero con una