Tres días.Ese era el tiempo que Darren y Alastair llevaban patrullando la frontera de la manada del norte, ocultos entre los árboles, esperando ver aunque fuera un rastro de Calia. Tres días sin respuesta. Tres días con los nervios al límite. Cada vez que el viento soplaba entre las ramas, el lobo de Darren gruñía con impaciencia. Alastair apenas había dormido. Ambos sabían que algo andaba mal.Al amanecer del cuarto día, cuando intentaron cruzar la frontera con la intención de exigir respuestas, fueron interceptados por cinco guardias lobunos del territorio de Dimitri. A diferencia de ellos, los guardias no mostraron intenciones de negociar.—No tienen permiso para entrar —gruñó el líder, un lobo de pelaje oscuro con cicatrices en los brazos—. Esta tierra está bajo protección del alfa Dimitri.—¡Necesitamos hablar con él! —espetó Darren, con los colmillos expuestos—. No venimos a luchar, pero no nos iremos sin verla.—No hay nadie a quien ver —respondió otro, más joven, pero con una
La habitación no había cambiado desde la última vez que Calia había estado allí. Desde que se había mudado a la aposento de Aleckey, no volvió a ingresar a su primer cuarto en la mansión del rey. Las paredes de piedra fría, el tocador de madera, las gruesas cortinas que impedían que el sol entrara por completo, pero ahora, todo lucía distinto. Más oscuro. Más vacío.Como ella.Habían pasado tres días desde que Draven la arrastró de regreso a la que alguna vez fue su prisión dorada. Tres días en los que no había visto otro rostro que el de un sirviente silencioso que dejaba la comida en una bandeja y se marchaba sin decir palabra. Un hombre de ojos apagados, leal al nuevo rey.El vínculo con Aleckey… seguía dormido. Enmudecido. Como si su alma hubiera sido apartada del mundo. Ese dorado, ya no es más que una fina línea negra llena de espinas y sin brillo.Se había quedado horas mirando las sombras avanzar por la habitación, esperando escuchar algún sonido que le confirmara que no estab
—¿Estás seguro que esto es buena idea? —preguntó Alastair finalmente, con el ceño fruncido—. Han pasado tres días y no hay noticias. ¿Y si…? ¿Y si ya no está viva?El cielo del atardecer comenzaba a teñirse de rojo sangre cuando los tres hombres descendieron por el sendero oculto entre los árboles. Darren caminaba con los hombros tensos, los sentidos alerta; Alastair iba un paso detrás, en completo silencio, mientras que Dimitri encabezaba la marcha, su expresión endurecida.Darren se detuvo en seco. Lo miró con los ojos entrecerrados.—Cuidado con lo que dices.Alastair levantó las manos en señal de paz.—Solo digo lo que todos tememos. No hemos tenido señales de Calia desde que Draven se la llevó. ¿Y si…?Dimitri se giró hacia ellos entonces, su mirada gris opacada por una tormenta silenciosa.—No está muerta —dijo con firmeza—. Lo sabría. Y ustedes también.—¿Cómo puedes estar tan seguro? —replicó Darren, con una mezcla de rabia y dolor.Dimitri no contestó. Se limitó a apartar una
—¿Qué hacen aquí? —preguntó, avanzando con cautela, aún protegiendo a Luz con el brazo.La luna se alzaba alta y blanca en el cielo, filtrando su luz entre los árboles del bosque. Asher sostenía la mano de Luz con firmeza sus pasos apenas perturbando las hojas bajo sus pies. Ella, con la capa cubriéndole su cabeza mantenía los ojos fijos al frente. No dijo una palabra. No era necesario. Sabía que Calia los necesitaba, y eso bastaba.Frente a ellos, oculta entre los arbustos y raíces, estaba la entrada al viejo túnel de piedra que conducía a las cocinas de la mansión, pero no estaban solos.Cuatro figuras los esperaban bajo las sombras: Ilaria, Sitara, Evolet y una mujer de cabello trenzado que Asher reconoció de los entrenamientos: Seren.Asher frunció el ceño en espera de una repuesta. Su lobo se tensó.Fue Liora quien respondió, saliendo de entre los árboles con una sonrisa tranquila.—Son mi refuerzo —dijo—. Tus ojos y tus brazos no bastarán para lo que hay adentro.—¿Y ellas...? —
—¡La luna del rey! —gritó jadeando—. ¡La luna del rey ha cruzado la frontera! ¡Está aquí!Dimitri se incorporó de golpe desde la mesa donde discutía planes de defensa junto a Aria, Darren y Alastair. El lobo centinela irrumpió sin aliento, su ropa rasgada por las ramas, los ojos amplios de incredulidad.Por un segundo, nadie se movió. Como si las palabras no fueran reales, como si el universo se hubiera contenido para dejar caer esa revelación.Darren fue el primero en correr. Lo hizo sin emitir una sola palabra, pero con una mirada tan feroz que no dejó lugar a dudas: su reina estaba cerca. Alastair lo siguió tras el mismo impulso. Dimitri se giró hacia Aria, quien ya estaba de pie lista para salir de allí también.—Vamos —murmuró Dimitri pensando en todo los problemas que pronto estaban por llegar a sus tierras.(…)Calia cruzó la línea de árboles como si nunca hubiera dejado ese territorio. Sus botas cubiertas de barro, el rostro mostraba el cansancio, pero sus ojos estaban despier
Un gruñido gutural le respondió. No de amenaza, sino de reconocimiento. Las orejas del lobo se movieron, su nariz olfateó el aire, y luego lentamente, levantó la mirada.Esos ojos rojos, bestiales, se posaron sobre ella. Por un segundo no hubo ruido, ni movimiento, solo la conexión invisible que siempre los había unido. Su lobo la veía… y aunque no entendiera todavía, sabía.—Estoy aquí —dijo Calia con voz quebrada, aferrándose a los barrotes—. Estoy viva, y tú también. No importa lo que haya pasado… no importa que ahora no me entiendas, pero te juro que voy a sacarte de esto.El lobo gruñó de nuevo, un sonido bajo, cargado de dolor. Se levantó con torpeza, arrastrando las cadenas, y se acercó a la reja. Olfateó el aire que la separaba de él.Calia bajó una mano y la apoyó contra el metal frío.—Vuelve a mí —susurró—. Por favor, vuelve… —y por primera vez en un mes, el alfa dejó de gruñir. Solo se quedó allí, quieto, respirando su olor, dejando que su presencia calmara el caos que lo
El viejo convento se alzaba como un eco del pasado entre los árboles que el tiempo no había logrado devorar del todo. La piedra seguía firme, aunque desgastada. El musgo cubría parte de las paredes, y el silencio era tan denso que cada paso sobre el suelo polvoriento se sentía como una ruptura en la quietud sagrada.Nadie había vivido allí en años.Cuando Calia cruzó la puerta principal, lo supo de inmediato. El olor a humedad, madera vieja y ceniza de candelabros apagados hablaban de un lugar detenido en el tiempo, pero era seguro. Era lo que necesitaban.—Aquí estaremos bien —dijo con tono firme, mientras acariciaba su vientre por instinto—. Por ahora.Darren y Asher no perdieron tiempo, con la carreta estacionada junto a los muros laterales, ambos transformaron de nuevo a su forma humana y, con un esfuerzo conjunto, bajaron el enorme cuerpo lobuno de Aleckey. Lo movieron con cuidado, sosteniéndolo por las patas delanteras y traseras, como si transportaran una reliquia viva.El acce
—No hay cambios —dijo Alastair esa mañana al reunirse con Calia y Darren junto al pozo. Su voz era grave, frustrada—. A veces duerme, pero cuando despierta… está peor.Siete días habían pasado desde que llegaron al convento.El aire en el interior era más ligero, respirable. Habían logrado arreglar techos, llenar estancias de nuevo con vida y limpiar los vestigios del abandono. Sin embargo, en el sótano, el corazón del refugio palpitaba con furia y desesperación.Aleckey seguía en su forma de lobo. Encadenado con las gruesas ataduras de plata, su cuerpo cubierto de pelaje rojizo se agitaba con cada intento por soltarse. Las marcas ardían en su piel; cada vez que se acercaban a alimentarlo, gruñía con una fiereza que erizaba la piel, incluso a sus betas.Calia apretó los puños.—Ni siquiera me reconoce—Es lo que temía —dijo Darren—. Intenta morder a quien se le acerque. Incluso a ti, luna. No parece que su mente esté allí, creo que su alma sea perdido.—Sigue allí, es cuestión de segu