—¿Qué hacen aquí? —preguntó, avanzando con cautela, aún protegiendo a Luz con el brazo.La luna se alzaba alta y blanca en el cielo, filtrando su luz entre los árboles del bosque. Asher sostenía la mano de Luz con firmeza sus pasos apenas perturbando las hojas bajo sus pies. Ella, con la capa cubriéndole su cabeza mantenía los ojos fijos al frente. No dijo una palabra. No era necesario. Sabía que Calia los necesitaba, y eso bastaba.Frente a ellos, oculta entre los arbustos y raíces, estaba la entrada al viejo túnel de piedra que conducía a las cocinas de la mansión, pero no estaban solos.Cuatro figuras los esperaban bajo las sombras: Ilaria, Sitara, Evolet y una mujer de cabello trenzado que Asher reconoció de los entrenamientos: Seren.Asher frunció el ceño en espera de una repuesta. Su lobo se tensó.Fue Liora quien respondió, saliendo de entre los árboles con una sonrisa tranquila.—Son mi refuerzo —dijo—. Tus ojos y tus brazos no bastarán para lo que hay adentro.—¿Y ellas...? —
—¡La luna del rey! —gritó jadeando—. ¡La luna del rey ha cruzado la frontera! ¡Está aquí!Dimitri se incorporó de golpe desde la mesa donde discutía planes de defensa junto a Aria, Darren y Alastair. El lobo centinela irrumpió sin aliento, su ropa rasgada por las ramas, los ojos amplios de incredulidad.Por un segundo, nadie se movió. Como si las palabras no fueran reales, como si el universo se hubiera contenido para dejar caer esa revelación.Darren fue el primero en correr. Lo hizo sin emitir una sola palabra, pero con una mirada tan feroz que no dejó lugar a dudas: su reina estaba cerca. Alastair lo siguió tras el mismo impulso. Dimitri se giró hacia Aria, quien ya estaba de pie lista para salir de allí también.—Vamos —murmuró Dimitri pensando en todo los problemas que pronto estaban por llegar a sus tierras.(…)Calia cruzó la línea de árboles como si nunca hubiera dejado ese territorio. Sus botas cubiertas de barro, el rostro mostraba el cansancio, pero sus ojos estaban despier
Un gruñido gutural le respondió. No de amenaza, sino de reconocimiento. Las orejas del lobo se movieron, su nariz olfateó el aire, y luego lentamente, levantó la mirada.Esos ojos rojos, bestiales, se posaron sobre ella. Por un segundo no hubo ruido, ni movimiento, solo la conexión invisible que siempre los había unido. Su lobo la veía… y aunque no entendiera todavía, sabía.—Estoy aquí —dijo Calia con voz quebrada, aferrándose a los barrotes—. Estoy viva, y tú también. No importa lo que haya pasado… no importa que ahora no me entiendas, pero te juro que voy a sacarte de esto.El lobo gruñó de nuevo, un sonido bajo, cargado de dolor. Se levantó con torpeza, arrastrando las cadenas, y se acercó a la reja. Olfateó el aire que la separaba de él.Calia bajó una mano y la apoyó contra el metal frío.—Vuelve a mí —susurró—. Por favor, vuelve… —y por primera vez en un mes, el alfa dejó de gruñir. Solo se quedó allí, quieto, respirando su olor, dejando que su presencia calmara el caos que lo
El viejo convento se alzaba como un eco del pasado entre los árboles que el tiempo no había logrado devorar del todo. La piedra seguía firme, aunque desgastada. El musgo cubría parte de las paredes, y el silencio era tan denso que cada paso sobre el suelo polvoriento se sentía como una ruptura en la quietud sagrada.Nadie había vivido allí en años.Cuando Calia cruzó la puerta principal, lo supo de inmediato. El olor a humedad, madera vieja y ceniza de candelabros apagados hablaban de un lugar detenido en el tiempo, pero era seguro. Era lo que necesitaban.—Aquí estaremos bien —dijo con tono firme, mientras acariciaba su vientre por instinto—. Por ahora.Darren y Asher no perdieron tiempo, con la carreta estacionada junto a los muros laterales, ambos transformaron de nuevo a su forma humana y, con un esfuerzo conjunto, bajaron el enorme cuerpo lobuno de Aleckey. Lo movieron con cuidado, sosteniéndolo por las patas delanteras y traseras, como si transportaran una reliquia viva.El acce
—No hay cambios —dijo Alastair esa mañana al reunirse con Calia y Darren junto al pozo. Su voz era grave, frustrada—. A veces duerme, pero cuando despierta… está peor.Siete días habían pasado desde que llegaron al convento.El aire en el interior era más ligero, respirable. Habían logrado arreglar techos, llenar estancias de nuevo con vida y limpiar los vestigios del abandono. Sin embargo, en el sótano, el corazón del refugio palpitaba con furia y desesperación.Aleckey seguía en su forma de lobo. Encadenado con las gruesas ataduras de plata, su cuerpo cubierto de pelaje rojizo se agitaba con cada intento por soltarse. Las marcas ardían en su piel; cada vez que se acercaban a alimentarlo, gruñía con una fiereza que erizaba la piel, incluso a sus betas.Calia apretó los puños.—Ni siquiera me reconoce—Es lo que temía —dijo Darren—. Intenta morder a quien se le acerque. Incluso a ti, luna. No parece que su mente esté allí, creo que su alma sea perdido.—Sigue allí, es cuestión de segu
Calia seguía bajo el cuerpo de Aleckey, con su respiración descontrolada, su corazón desbocado, y una mezcla indescifrable de miedo y alivio. Él no hablaba. No necesitaba hacerlo. Su cuerpo temblaba de rabia contenida, de necesidad, de hambre atrasada. No solo carnal… era el hambre de haber estado perdido, desconectado de todo, de ella, y ahora la tenía bajo su cuerpo, por lo que no la dejaría ir.Sus labios bajaron por su cuello, calientes, ásperos por la transición apenas completada. Su nariz rozó la marca de su mordida, la que él mismo había dejado tiempo atrás, justo en el espacio perfecto entre el hombro y el cuello. Ese lugar que le pertenecía.Calia dejó escapar un gemido entrecortado cuando su aliento ardiente acarició esa piel sensible. Su cuerpo reaccionó al instante, estremeciéndose bajo el suyo, Aleckey gruñó en respuesta, un sonido profundo, posesivo, casi salvaje.—Heri-da… —gruñó, con la voz aún ronca, como si el lobo siguiera hablando a través de él, ya que ni siquiera
—Shhh —susurró Calia, acariciando su nuca, con la voz ronca—. Está bien. Estoy contigo, amor.El cuerpo de Aleckey aún temblaba sobre el de ella, el sudor bajando por su columna vertebral, su aliento agitado vibrando contra la garganta de Calia. No hablaba, no pensaba… solo estaba allí, atado a ella por la única certeza que le quedaba: su olor. Su luna. Su cachorro. Su hogar.Calia no se movió al principio. No podía. Estaba envuelta por él, marcada, sudorosa, su cuerpo aún estremecido, pero luego sintió algo: un movimiento leve, como un gruñido inseguro, Aleckey la olfateaba otra vez, más suave, como si intentara asegurarse de que aún la tenía.Seguía sin hablar. Solo gruñía, susurraba posesivamente, con un instinto puro y salvaje.Aleckey no respondió, pero se dejó caer a un lado, envolviéndola entre sus brazos, su rostro aún enterrado en su cuello, como si necesitara su calor para no perderse.El cuerpo del rey alfa se tensó al escuchar pasos, pero Calia solo escuchó el leve sonido
Tomo II. Luna arrepentida: acéptame en tus brazos, alfa.━━━━━━✧❂✧━━━━━━Manada del Sur, Alfa Sitara.—Vaya, Roan —dijo con voz suave, casi burlona—. Qué caída tan desafortunada para uno de los perros más fieles de Aleckey.La sala del consejo de la manada del sur era un círculo de piedra cerrado, apenas iluminado por antorchas encendidas en las paredes. Las sombras se alargaban con cada chispa del fuego, y el silencio era tan profundo que el sonido de los pasos resonaba como tambores de guerra.Dos lobos fuertemente armados con dagas de hierro y punta de plata arrojaron al suelo a Roan, el beta de la extinta guardia de Aleckey. Su rostro estaba sucio de sangre seca, pero su postura no temblaba, se mantenía con la barbilla en alto, y sus ojos azules ardían con rabia contenida.En lo alto del círculo, sentada en un trono hecho de huesos blanqueados y colmillos de bestias, estaba Sitara. Sus ojos color ámbar observaban al prisionero como si fuera un simple animal que debía decidir si ali