Elizabeth despertó en la cama de un desconocido, sin recuerdos de la noche anterior y completamente convencida de que se trataba de su esposo. Pero el destino tenía otros planes. Tiempo después, descubre que está embarazada, justo cuando la peor de las verdades sale a la luz: su esposo la ha traicionado con su propia hermana. Devastada, apenas tiene tiempo de asimilarlo antes de que Samuel, no contento con destruir su matrimonio, tome la decisión más cruel: venderla a su jefe. Aquel hombre que, por un error o más bien un plan malvado, fue su amante aquella noche. Un mafioso frío, despiadado y peligroso. Un hombre que pondrá su mundo de cabeza… y que, sin saberlo, es el padre de sus hijos. ¿Podrá Elizabeth escapar de la retorcida trampa de su esposo? ¿O terminará atrapada en las redes de aquel hombre obsesionado con ella? 💥 Descúbrelo en esta historia llena de pasión, peligro y traición. ⚠ ADVERTENCIA: Contenido sensible +18.
Leer másSin darse cuenta, Elizabeth se había volcado por completo en el trabajo que Xavier le había asignado en el bar, ganándose poco a poco el respeto de todos los empleados. Las tareas que él le delegaba no le resultaban complicadas, y para Xavier, tenerla cerca constantemente era simplemente fascinante.Salvo los días en que debía cumplir con misiones o atender otros asuntos laborales, él siempre estaba allí, acompañándola. Pero él era el único que disfrutaba de su presencia diaria en el lugar.Helena también estaba feliz de verlo todos los días. Para ella, Elizabeth no representaba ninguna amenaza; al contrario, la consideraba muy por debajo de lo que ella podía ofrecer. Y estaba dispuesta a aprovechar esa supuesta ventaja para seducir a Xavier a su manera.Una tarde de viernes, cuando el bar rebosaba de gente y Elizabeth no daba abasto con el trabajo, Helena apareció más despampanante que nunca. Llevaba un impactante vestido rojo, con un escote profundo que bajaba hasta las caderas, dej
Dos suaves golpes resonaron en la puerta de la oficina. Xavier, al revisar la cámara de seguridad, reconoció de inmediato a Elizabeth.—Dante, abre la puerta —ordenó sin apartar la vista de la pantalla.—Señor, aún tenemos pendientes. ¿Quién es?Xavier lo miró con fastidio y soltó un resoplido.—Solo abre.Dante obedeció a regañadientes. Al ver a Elizabeth, frunció el ceño y negó con la cabeza, pero no dijo una palabra. Ella tampoco. Simplemente entró, con esa seguridad que desarmaba a cualquiera, y caminó directamente hacia el escritorio de Xavier.—¿Podemos hablar a solas? —preguntó con una voz melosa, casi irresistible.Xavier apenas logró mantener la compostura. Su mirada se deslizó, inevitable, hacia el escote que ella dejaba ver con provocación.—Dante, déjanos solos.—Pero señor, los asuntos que dejamos pendientes…—Luego. —Xavier zanjó el tema con firmeza.Dante apretó los labios, demasiado incómodo y desconfiado. Elizabeth no lo convencía por completo. Salió de la oficina, ce
Elizabeth se pintó los labios con delicadeza y roció sobre su piel el perfume más caro que tenía. A pesar del encierro, su armario estaba lleno de lujos; Xavier se encargaba de que no le faltara nada.Él se acercó y rozó su nariz con suavidad sobre la mejilla de ella.—¿Ya estás lista?—¡Sí! Completamente —respondió Elizabeth con un suspiro largo, antes de girarse hacia él y extenderle la mano.Minutos después, ambos llegaron al bar tomados de la mano, provocando un murmullo general entre los empleados. La sorpresa fue evidente en sus rostros, especialmente entre los hombres más cercanos a Xavier. Marcell parecía haberlo asimilado mejor, pero Dante mantenía una expresión recelosa, casi con desprecio.—Señoras y señores —anunció Xavier con firmeza—, les presento a Elizabeth. A partir de hoy, ella estará a cargo del bar. Le deben respeto y, por supuesto, obediencia.Elizabeth sonrió con seguridad. Algunos asintieron en silencio; otros simplemente no podían disimular su desconcierto. De
Denis se dio cuenta de que Elizabeth hablaba con la empleada y se dirigió directamente hacia ella. —¿Necesita algo, señora Elizabeth? —preguntó, lanzando una mirada de reojo a la otra empleada y luego a Elizabeth—. Pensé que estaba durmiendo. —No, Denis, en esta casa es completamente imposible descansar. Además, los gemelos están por llegar del colegio y Xavier del trabajo.Denis la observó con desconfianza y asintió. —Claro, señora. Voy a preparar la cena entonces. —Yo te ayudo, Denis. Ya sabes que me gusta preparar la cena —respondió Elizabeth, aprovechando la excusa para disimular su nerviosismo.Ambos se dirigieron a la cocina, mientras que la espía de Vicenzo se desvanecía entre los pasillos.Un par de horas más tarde, los gemelos y Xavier ya estaban sentados a la mesa, y Denis ayudaba a servir. Elizabeth ocupó su lugar mientras todos parloteaban como loros.—Papi, ese chico en el colegio quiso pegarme, pero no se lo permití, así que lo golpeé —dijo Eithan, llevándose un boca
De regreso a la mansión, Elizabeth se abrazó a sí misma. Las piernas le temblaban tanto que apenas podía seguir el paso ágil de la empleada.—Señora, rápido, los guardaespaldas cambian de turno en cualquier momento.Elizabeth asintió, aunque apenas registró las palabras. Su mente no podía desprenderse de las imágenes de Xavier disparando sin vacilar sobre Paulina. El sonido de los disparos, su frialdad, la mirada vacía... todo se repetía una y otra vez en su cabeza. Las palabras de Vicenzo también volvían con fuerza:—Ese video es falso, Vicenzo. ¡Me estás mintiendo! ¡Ese no puede ser Xavier! —replicó, aferrándose a la negación.Pero él volvió a reproducir el video, implacable.—Míralo tantas veces como necesites, Elizabeth. Es Xavier. ¿Acaso no lo reconoces?Los ojos de ella se llenaron de lágrimas. Quería apartar la mirada, pero se había quedado atrapada, paralizada ante la pantalla.—Sé que es duro aceptar la verdad, pero ese video es real —insistió Vicenzo con tono sereno—. Y si a
La fiesta llegó a su fin, y entre Xavier y Vicenzo apenas intercambiaron unas pocas palabras, nada que alterara la tensa relación que mantenían.Xavier entró a la habitación y aflojó su corbata. Elizabeth, sentada al borde de la cama, se quitaba los zapatos cuando él se acercó por detrás, rozando su nariz contra la suavidad de su cuello.Elizabeth dejó escapar un jadeo y cerró los ojos.—¿Estás cansada? —preguntó Xavier, mientras deslizaba las tiras del vestido por sus hombros. Ella asintió con suavidad.—Solo un poco.No podía resistirse. Con Xavier, nunca había podido decir que no. Y esa noche no fue la excepción: su cuerpo respondía sin reservas a cada caricia.Los besos de Xavier recorrían su piel, haciéndola temblar bajo el deseo con el que él la reclamaba. Pero, incluso en medio de esa pasión, la duda que Vicenzo había sembrado en su interior no dejaba de rondarla.Sin embargo, el placer que Xavier le causaba hizo que su cuerpo la traicionara, y cedió ante el deseo. Cuando su pe
Los días siguientes fueron tensos para Elizabeth. Si llegaba a ver a Xavier unos minutos en casa, ya era mucho. Siempre estaba fuera, sin dar explicaciones, y apenas intercambiaba palabra con los niños.Él y sus hombres pasaban el tiempo trazando ataques estratégicos contra Vicenzo, buscando la forma de debilitar su poder.—Dante, esta misma noche quiero que destruyan ese maldito bar del centro. Vuélalo todo, no debe quedar ni un solo ladrillo en pie, ¿entendido?—Claro, señor. Aunque... es algo arriesgado.Xavier lo miró, arqueando una ceja.—No te pedí tu opinión, te estoy dando una orden. No me importa lo que pase, solo hazlo. Sé que será un golpe duro para ese bastardo —gruñó, apretando la mandíbula.En ese momento, uno de sus hombres entró apresurado con un teléfono en la mano.—Señor, tiene una llamada.Xavier tomó el aparato. En la pantalla solo se mostraba un número desconocido. Frunció el ceño y contestó con cautela.—¿Quién habla?—Mi querido Xavier Montiel —la voz gruesa y
Xavier no era de esos hombres que se inquietaban con facilidad. Siempre tenía el control, incluso en situaciones extremas. Un ataque como el de la discoteca le parecía demasiado absurdo para el tipo de amenazas a las que estaba acostumbrado. Sin embargo, desde que los niños llegaron a su vida, algo en su interior había cambiado. Sentía una presión constante en el pecho, una necesidad urgente de mantenerlos a salvo.—¿Seguro estás bien? —preguntó Elizabeth mientras regresaban a la mansión—. ¿Te duelen las heridas?Xavier soltó un resoplido y la miró sin expresión.—Sí, estoy bien. Las heridas ya sanaron. Y tú, no puedes volver a participar en una misión tan importante como esta. Tienes que quedarte en casa, cuidando de los niños. —Xavier le advirtió con un tono duro.Elizabeth respiró hondo. Ni siquiera ella sabía con certeza por qué se había arriesgado así. Solo pudo soltar un largo suspiro.—Quería asegurarme de que estuvieras bien. Ya te dije, nunca voy a dejar de agradecerte lo que
Días despuésXavier inhaló hondo al cruzar el umbral de la mansión y se dirigió directamente a su sillónfavorito. Ni siquiera recordaba cuántos días llevaba fuera de casa.—Por fin en casa. Estaba harto de ese hospital, ahora podré ocuparme personalmente demis negocios —murmuró, moviendo el cuello para aliviar la tensión.Dante carraspeó antes de hablar.—Señor, tiene órdenes estrictas de cuidarse hasta completar su recuperación. Esa fue lacondición para su egreso.—Dante, no necesito que me digas qué hacer. Desde hoy mismo retomo el control. —Xaviersentenció con firmeza.Elizabeth negó con la cabeza y se acercó a él. Sin decir nada, colocó las manos sobre sushombros y comenzó a masajearlos.—Dante tiene razón —susurró junto a su oído, erizándole la piel—. Será mejor que espereshasta estar completamente recuperado.Xavier se estremeció ante su contacto. A regañadientes, cedió.—Está bien, Dante. Encárgate tú por ahora.Dante asintió y salió de la sala, dejándolos