La cabeza de Elizabeth giraba sin control, y el dolor en su cuello era consecuencia de la incomodidad con la que durmió. Miró a su alrededor; parecía que ya había amanecido. Se había quedado dormida después de llorar casi toda la noche.
De repente, la puerta de aquella oscura habitación se abrió de golpe, y la luz del día inundó el espacio, deslumbrando sus pupilas. Se cubrió el rostro con el brazo, sintiendo cómo el calor le quemaba la piel.
—¡Levántate!
Elizabeth reconoció al instante esa oscura voz, y se levantó de un solo salto.
—¡Ah! ¿Entonces has vuelto? ¡Te voy a denunciar con la policía, maldito secuestrador! ¡Mira en las condiciones en que me tienes! ¿Tienes idea de cuánto tiempo pasarás en la cárcel cuando se enteren de que me has secuestrado? Te vas a hundir —Elizabeth se paró frente a él, reprochándole furiosa.
Xavier se cruzó de brazos y, con una expresión seria, la miró.
—Vamos, debes desayunar. No es bueno que pases hambre en tu estado.
—No voy a desayunar. No tengo apetito, simplemente quiero que me dejes ir, ¡déjame ir! —gritó Elizabeth una vez más. Xavier rodó los ojos y la tomó del brazo, intentando sacarla, pero ella se resistió.
—¡Suéltame, imbécil!
Al borde de perder la paciencia, las pupilas de Xavier se oscurecieron. Su expresión cambió de inmediato y golpeó la pistola en la mesa con un fuerte "¡plop!", dejando claro el significado de su amenaza.
—Elizabeth, no me lleves la contraria. ¡Estás acabando con mi paciencia!
Mientras que ella, al ver que su furia había alcanzado un punto crítico, se zafó bruscamente de su agarre y asintió con la cabeza. Sin embargo, él no la soltó y, a la fuerza, la llevó hasta la mansión. Un lugar lleno de excentricidades y lujos, típicos de un mafioso. Al final del pasillo, el comedor estaba servido, repleto de mucha comida y algunas empleadas rodeaban la mesa, listas para atender a la invitada.
Elizabeth observó todo a su alrededor, sin poder creer la magnificencia del lugar. El olor de la comida despertó su hambre de golpe; su cuerpo la estaba traicionando, recordándole que no sabía cuándo había sido la última vez que comió. Sin embargo, su orgullo permanecía intacto.
—¡Siéntate! —ordenó Xavier, sacando la silla del comedor frente a ella. Pero ella no se inmutó, no hizo ningún movimiento, y simplemente se quedó ahí, mirando la comida con desprecio.
—¡Que te sientes, te he dicho! —gritó Xavier. Elizabeth abrió los ojos, sorprendida y asustada, pero no estaba dispuesta a ceder; permaneció de pie.
—Jamás me sentaré en esta mesa, ni probaré un solo bocado de esta comida. Me imagino que está manchada con sangre. ¿A cuántos tuviste que matar para llenarla? —Elizabeth no midió sus palabras, y la paciencia de Xavier comenzaba a colapsar.
—Me importa una m****a lo que pienses sobre la comida. No me interesa tu bienestar, sino el del bebé que viene en camino. Si tuviera otra opción para protegerlo, créeme que ya te hubiera asesinado —respondió Xavier con frialdad. Elizabeth sintió cómo su respiración se aceleraba; no podía contener la furia que cada palabra de su captor le provocaba.
—¡Ja! Pues prefiero morir de hambre y que el bebé muera conmigo, porque no pienso someterme a tus peticiones. ¡Haz lo que te dé la gana, mafioso!
Se cruzó de brazos, y el rubor subió por las mejillas de Xavier. No podía creer la rebeldía de esa mujer; lo estaba volviendo loco. Levantó la mano y chasqueó los dedos, haciendo que las empleadas desaparecieran. Se acercó a Elizabeth, quien se quedó mirándolo fijamente.
Su pecho subía y bajaba, presa de los nervios, mientras él la observaba con malicia. Entonces, estando muy cerca de ella, rasgó su camisa y comenzó a acariciar su pecho, deslizando su mano peligrosamente cerca de sus senos. Ella apenas entreabrió la boca, débil, incapaz de resistirse ante el contacto.
—Ni te atrevas a hacerle algo a mi hijo, porque te juro que me encargaré de que quedes embarazada de nuevo —escupió Xavier, bajando su mano directamente hasta la pretina del pantalón de algodón, arrancándoselo con fuerza—. ¡Las veces que sea necesario! —sentenció.
Elizabeth quedó apenas con la suave lencería que llevaba puesta desde el día anterior, un regalo de su esposo al mafioso. Se cubrió con los brazos, tratando de proteger su cuerpo. Xavier sonrió satisfecho y se apartó de ella con indiferencia. Se acercó a la mesa y, en un arrebato, arrojó algunos platos al suelo. La comida saltó por los aires, junto con los fragmentos de cristal, haciendo que Elizabeth se sobresaltara, asustada.
—¿No quieres desayunar? ¡Pues bien! No hay desayuno esta mañana. Más bien, te llevaré a que descubras el destino de quienes osan desafiarme.
Sin previo aviso, se giró hacia ella y la tomó de nuevo por el brazo, sacándola del comedor y dirigiéndose a la entrada principal. Asustada, comenzó a cubrirse y a gritar desesperada.
—¿Para dónde me llevas? ¡No!
—Eres tan difícil, Elizabeth.
Con fuerza, la subió a la parte de atrás del auto. Minutos después, su vehículo aparcó en la entrada de un prestigioso club-casino. Era un club de dudosa reputación, y en la entrada, otras mujeres vestían como ella, no porque Xavier las hubiera desnudado, sino porque era su atuendo habitual. Xavier le quitó la capucha y ella, aterrorizada miró todo a su alrededor.
—¿Qué es este lugar? —preguntó, confundida.
—Bueno, este es uno de los lugares que tu esposo obtuvo a cambio de ti. Mira, para él no vales nada.
Elizabeth bajó la mirada, sintiendo el peso de sus palabras. En ese instante, un auto blindado llegó al lugar y de él descendió nada más y nada menos que Samuel, pero no estaba solo; lo acompañaba Alondra. La mujer estaba vestida de manera muy elegante, con lentes oscuros y un bolso de cuero. Algunos hombres que trabajaban en el lugar se acercaron a felicitarlo y alabarlo por su nuevo logro.
Al verlos, Elizabeth sintió como si le dieran bofetadas. Uno de los hombres de Xavier abrió la puerta para que ellos descendieran.
—Vamos Elizabeth—espetó Xavier mientras se bajaba del auto, y ella negó con la cabeza.
—No, claro que no.
Xavier, la miró amenazante y solo bastó ese gesto para que ella cediera y extendió su mano, en contra de su voluntad, Elizabeth salió del auto también, y al hacerlo, su mirada se cruzó con la de los recién llegados. Samuel se dio cuenta de la presencia de su esposa junto al que era su jefe, y la miró de arriba abajo, ignorando al resto.
—Pero qué sorpresa, Elizabeth. No sabía que ibas a trabajar aquí. Conmigo siempre te vestías como una mustia; ahora que andas con mi antiguo jefe, te vistes como una prostituta. ¡Eh! Qué bien lo tenías guardado.
Humillada y sin dignidad, Elizabeth se abrazó a sí misma, tratando de cubrir su cuerpo mientras se ahogaba por contener las lágrimas que no quería dejar caer. Quiso responder, pero Xavier se anticipó, mirando a Samuel de arriba abajo.
—Samuel, llegas temprano al trabajo. ¿Cómo te sientes en tu primer día siendo el puto rey de esta zona? —espetó con ironía, mientras Samuel mostraba una sonrisa llena de desdén. Estaba listo para responder, pero esa sonrisa se le borró del rostro cuando Xavier sacó su pistola de la pretina del pantalón y, sin preámbulos, apuntó directamente en su frente.
Sonaron dos disparos, y el cuerpo inerte de Samuel cayó al piso, mientras su cabeza explotaba, Elizabeth se llevó las manos a la boca, consumida por el pánico, mientras la sangre de su esposo la cubría, manchándola por completo.
Alondra quedó completamente atónita ante la escena aterradora que se desarrollaba ante sus ojos. En un arranque de desesperación, gritó y salió corriendo, temiendo ser la siguiente víctima. Mientras tanto, aquellos hombres que antes felicitaban a Samuel abandonaron el lugar como si nada hubiera sucedido.Xavier, asqueado, sacó un paño de su bolsillo y limpió su arma. Luego, levantó la mano y se dirigió a su hombre de confianza.—¡Dante! Diles a los guardias de seguridad del club que limpien este desastre y dejen todo en orden; los clientes importantes no tardarán en llegar. —Sí, señor.A Elizabeth apenas le temblaban los labios; estaba tan aterrorizada que no podía articular palabra. Su rostro, manchado por la sangre de su esposo, reflejaba el horror de la situación, mientras el frío de la escena penetraba en sus huesos.—Regresa al auto —le ordenó Xavier, pero ella apenas podía moverse. Con cuidado, él tomó su mano y la condujo de regreso, subiendo tras ella. Respiró hondo y luego l
La hojarasca seca crujía bajo los pasos apresurados de Elizabeth. No se detuvo ni un instante a mirar atrás; ni siquiera le importaba el dolor que la maleza le causaba al rozar sus pies descalzos. Su única preocupación en ese momento era escapar de allí. Corrió tan rápido, que los hombres de Xavier no pudieron alcanzarla.Por suerte, como si el destino estuviera de su lado, llegó a una carretera donde una pequeña camioneta pasaba justo en ese instante. Sin pensarlo, Elizabeth se lanzó hacia adelante.—¡Ayuda, por favor, ayuda!La mujer al volante, al ver su estado, no dudó en socorrerla. Elizabeth respiró aliviada; finalmente estaba a salvo.Días más tardeXavier golpeó su escritorio con fuerza, lo que provocó una mirada temerosa de Dante.—Es imposible que se la haya tragado la tierra —exclamó Xavier con fiereza.—Señor, la hemos buscado por todas partes y no tenemos rastro de ella. Tengo hombres vigilando su casa día y noche y no se ha presentado. Más de cien hombres están buscando
Años más tardeEra viernes por la mañana, y el olor del café caliente junto con el sol resplandeciente hacían que el nuevo hogar de Elizabeth luciera perfecto. Sirvió un par de platos repletos de panqueques y fruta, y, suspirando, comenzó su día. Se sentía tan feliz.—¡Niños, por favor! Se me está haciendo tarde para ir al trabajo, y me pueden despedir. ¡Vengan a desayunar!Dos pequeñas figuras bajaron corriendo por las escaleras, compartiendo sonrisas cómplices. Aquellos hermanitos, casi idénticos, tenían el cabello castaño de su madre, pero los ojos claros de su padre. Eran la luz de la casa.La pequeña Emma se burlaba del peinado de Eithan, haciéndolo resoplar por la furia.—Deja de molestarme, Emma, me fastidias —protestó él, mientras Elizabeth se cruzaba de brazos, mirando al pequeño con sutil enojo.—¡No le hables así a tu hermanita! —lo reprendió, mirándolo directo a los ojos. Aunque le costaba reconocerlo, a pesar del paso de los años, veía reflejado en el varón de sus hijos a
«Esto no puede ser posible, debo estar soñando». Elizabeth tomó una profunda bocanada de aire al ver a Xavier. Reconocía su rostro, a pesar de que el antifaz ocultaba gran parte de él. Consumida por los nervios, intentó controlar la situación. —Disculpe, señor, ¿puedo ayudarle en algo? —preguntó, tratando de actuar como si no lo reconociera. Xavier, obsesionado por los recuerdos de aquella única noche que pasaron juntos, la tomó de la cintura con firmeza, acercándola aún más a él. Sus miradas se encontraron a través de los antifaces, y aunque Elizabeth intentaba resistirse, su cuerpo, siempre traicionero, anhelaba el contacto. A pesar de los años transcurridos, las imágenes borrosas de aquella noche seguían vivas en su mente, provocando escalofríos. Xavier, por su parte, no estaba menos nervioso y respiraba con dificultad. —Elizabeth, ¿dónde has estado todo este tiempo? —preguntó con ansiedad, apretándola un poco más. —Está equivocado, creo que se ha confundido, señor. No me ll
Después de aquella pequeña tormenta de emociones, Elizabeth acostó a los niños y se quedó a solas con Christian. —Gracias por estar aquí para nosotros —le dijo, tomando su mano mientras él la acariciaba con ternura. —No tengo problema en cuidar de ustedes siempre que pueda. De hecho, esta noche me quedaré aquí a dormir; no sabemos qué pueda pasar. —No, Christian, no es necesario. Debes descansar para atender tu trabajo. No te preocupes por nosotros. —Me quedaré a dormir en el sofá, es bastante cómodo. Estoy a solo dos casas, cariño. ¿Qué te parece si bebemos una copa? Elizabeth se mordió el labio, todavía nerviosa por lo sucedido, y dudó antes de asentir. —Está bien, la verdad es que lo necesito. Christian se dirigió a la cocina, trajo una botella de vino y dos copas, y las colocó sobre la mesa de centro. En medio de la calma solemne que había surgido de repente, la pareja empezó a beber, sintiendo cómo el ambiente se calentaba entre ellos, poco a poco. —Salud, mi querida Eliz
FLASHBACK —¡Dante! ¡Maldita sea! No se la pudo haber tragado la tierra, ¡NO! —gritó Xavier, furioso, como lo hacía cada día desde que Elizabeth había huido de su auto. —Señor, hemos revisado todos los registros de la ciudad. Todos los niños de las posibles edades de su hijo han sido investigados, pero no hemos podido ubicar a la señora. Como le dije, creo que ella está muerta. Xavier escuchó las palabras de Dante resonar en su mente, y con rabia estrelló su copa contra la pared, rozando peligrosamente la cabeza de su hombre. —¿Muerta? ¿Tienes pruebas de eso? —se acercó, mostrando los dientes como un perro de caza. Desde que Elizabeth se escapó, le costaba conciliar el sueño. Su estado se había vuelto pésimo; había invertido millones de su fortuna en la búsqueda de la mujer, pero nunca encontró una sola señal de ella. Y eso era lo que realmente lo solevaba. Desde que era un niño, todo lo que pedía era concebido, venía de una gran dinastía de mafiosos, y no aceptaba un no p
Presente Una sonrisa de satisfacción se dibujó en el rostro de Xavier; no podía apartar la mirada de la madre de sus hijos. El rostro de Elizabeth era un poema de agonía. —¡Mami! —exclamaron los niños al unísono al verla, pero no se molestaron en ir a recibirla, estaban embelesados con los nuevos juguetes que Xavier les había traído. —Mis amores, ¿están bien? —preguntó Elizabeth, y ambos asintieron, sin mostrar ni un ápice de dolor. Los niños parecían encantados con el desconocido, asombrados por los juguetes y la atención que Xavier les brindaba. A Elizabeth le temblaban los labios, incapaz de pronunciar palabra. Se restregó los ojos, como si pudiera borrar la imagen que tenía ante ella, que se sentía como una pesadilla. Tal vez estaba soñando, pensó. —Mira, Eithan, puedes programar este robot para que juegue al fútbol contigo —dijo Xavier mientras presionaba algunos botones. El pequeño robot que le había regalado comenzó a moverse con gracia, y Eithan abrió la boca, sorprendid
Xavier se acomodó en el asiento del copiloto, mientras Elizabeth se sentaba junto a sus hijos, quienes apenas la miraban, envueltos en el pánico y la confusión por sus gritos. —Mami, ¿estás bien? —preguntó Emma, abrazando la muñeca que Xavier le había regalado. —Sí, cariño, estoy bien, mis amores. No se preocupen. —Con la palma de su mano, secó sus lágrimas y, sufriendo en silencio, permaneció callada durante todo el trayecto. Al llegar a la mansión de Xavier Montiel, Elizabeth recordó su anterior visita y no pudo evitar sentirse devastada. Xavier abrió la puerta y les ayudó a bajar. Los niños, impresionados por la imponente casa que se alzaba frente a ellos, corrieron emocionados hacia la entrada. Xavier extendió su mano hacia Elizabeth, pero ella lo ignoró, pasándole por el lado casi empujándolo. Él no le dio importancia; sus verdaderos invitados lo estaban esperando en la puerta. —Hemos llegado a su nueva casa —anunció Xavier mientras abría la puerta, revelando una imagen fasc