«Esto no puede ser posible, debo estar soñando». Elizabeth tomó una profunda bocanada de aire al ver a Xavier. Reconocía su rostro, a pesar de que el antifaz ocultaba gran parte de él. Consumida por los nervios, intentó controlar la situación. —Disculpe, señor, ¿puedo ayudarle en algo? —preguntó, tratando de actuar como si no lo reconociera. Xavier, obsesionado por los recuerdos de aquella única noche que pasaron juntos, la tomó de la cintura con firmeza, acercándola aún más a él. Sus miradas se encontraron a través de los antifaces, y aunque Elizabeth intentaba resistirse, su cuerpo, siempre traicionero, anhelaba el contacto. A pesar de los años transcurridos, las imágenes borrosas de aquella noche seguían vivas en su mente, provocando escalofríos. Xavier, por su parte, no estaba menos nervioso y respiraba con dificultad. —Elizabeth, ¿dónde has estado todo este tiempo? —preguntó con ansiedad, apretándola un poco más. —Está equivocado, creo que se ha confundido, señor. No me ll
Después de aquella pequeña tormenta de emociones, Elizabeth acostó a los niños y se quedó a solas con Christian. —Gracias por estar aquí para nosotros —le dijo, tomando su mano mientras él la acariciaba con ternura. —No tengo problema en cuidar de ustedes siempre que pueda. De hecho, esta noche me quedaré aquí a dormir; no sabemos qué pueda pasar. —No, Christian, no es necesario. Debes descansar para atender tu trabajo. No te preocupes por nosotros. —Me quedaré a dormir en el sofá, es bastante cómodo. Estoy a solo dos casas, cariño. ¿Qué te parece si bebemos una copa? Elizabeth se mordió el labio, todavía nerviosa por lo sucedido, y dudó antes de asentir. —Está bien, la verdad es que lo necesito. Christian se dirigió a la cocina, trajo una botella de vino y dos copas, y las colocó sobre la mesa de centro. En medio de la calma solemne que había surgido de repente, la pareja empezó a beber, sintiendo cómo el ambiente se calentaba entre ellos, poco a poco. —Salud, mi querida Eliz
FLASHBACK —¡Dante! ¡Maldita sea! No se la pudo haber tragado la tierra, ¡NO! —gritó Xavier, furioso, como lo hacía cada día desde que Elizabeth había huido de su auto. —Señor, hemos revisado todos los registros de la ciudad. Todos los niños de las posibles edades de su hijo han sido investigados, pero no hemos podido ubicar a la señora. Como le dije, creo que ella está muerta. Xavier escuchó las palabras de Dante resonar en su mente, y con rabia estrelló su copa contra la pared, rozando peligrosamente la cabeza de su hombre. —¿Muerta? ¿Tienes pruebas de eso? —se acercó, mostrando los dientes como un perro de caza. Desde que Elizabeth se escapó, le costaba conciliar el sueño. Su estado se había vuelto pésimo; había invertido millones de su fortuna en la búsqueda de la mujer, pero nunca encontró una sola señal de ella. Y eso era lo que realmente lo solevaba. Desde que era un niño, todo lo que pedía era concebido, venía de una gran dinastía de mafiosos, y no aceptaba un no p
Presente Una sonrisa de satisfacción se dibujó en el rostro de Xavier; no podía apartar la mirada de la madre de sus hijos. El rostro de Elizabeth era un poema de agonía. —¡Mami! —exclamaron los niños al unísono al verla, pero no se molestaron en ir a recibirla, estaban embelesados con los nuevos juguetes que Xavier les había traído. —Mis amores, ¿están bien? —preguntó Elizabeth, y ambos asintieron, sin mostrar ni un ápice de dolor. Los niños parecían encantados con el desconocido, asombrados por los juguetes y la atención que Xavier les brindaba. A Elizabeth le temblaban los labios, incapaz de pronunciar palabra. Se restregó los ojos, como si pudiera borrar la imagen que tenía ante ella, que se sentía como una pesadilla. Tal vez estaba soñando, pensó. —Mira, Eithan, puedes programar este robot para que juegue al fútbol contigo —dijo Xavier mientras presionaba algunos botones. El pequeño robot que le había regalado comenzó a moverse con gracia, y Eithan abrió la boca, sorprendid
Xavier se acomodó en el asiento del copiloto, mientras Elizabeth se sentaba junto a sus hijos, quienes apenas la miraban, envueltos en el pánico y la confusión por sus gritos. —Mami, ¿estás bien? —preguntó Emma, abrazando la muñeca que Xavier le había regalado. —Sí, cariño, estoy bien, mis amores. No se preocupen. —Con la palma de su mano, secó sus lágrimas y, sufriendo en silencio, permaneció callada durante todo el trayecto. Al llegar a la mansión de Xavier Montiel, Elizabeth recordó su anterior visita y no pudo evitar sentirse devastada. Xavier abrió la puerta y les ayudó a bajar. Los niños, impresionados por la imponente casa que se alzaba frente a ellos, corrieron emocionados hacia la entrada. Xavier extendió su mano hacia Elizabeth, pero ella lo ignoró, pasándole por el lado casi empujándolo. Él no le dio importancia; sus verdaderos invitados lo estaban esperando en la puerta. —Hemos llegado a su nueva casa —anunció Xavier mientras abría la puerta, revelando una imagen fasc
¡Por fin llegó el amanecer! La noche había sido larga para Elizabeth y Xavier. Habían dormido dándose la espalda, desconfiando el uno del otro, pero anhelando su contacto.Xavier fue el primero en levantarse y se dirigió al baño. Elizabeth, despertando de golpe, echó un vistazo y vio cómo la figura torneada y sexy de Xavier desaparecía de su vista. Tragó en seco, se puso una bata y se dirigió rápidamente hacia donde estaban sus pequeños.Al llegar, no los encontró en la habitación y, sintiendo la angustia, comenzó a buscarlos.—¡Niños! ¡Niños! ¿Dónde están? —exclamó, corriendo por el pasillo. Su corazón se calmó al verlos sentados en la sala de estar, perfectamente arreglados.—¡Mami! —gritaron al unísono, levantándose para correr hacia ella.—Mis amores, ¿qué hacen despiertos tan temprano? —preguntó, un poco más aliviada—Es la hora en que siempre estamos listos para ir al colegio —respondió Emma, encogiendo los hombros—. ¿No iremos hoy?Elizabeth se quedó en silencio, procesando las
—Tengo que salir, Elizabeth. —¿Te demoras? —preguntó ella con suspicacia, intentando obtener más información. Ya sabía que él se iba, pero necesitaba saber cuánto tiempo.—No lo sé, pero todos mis hombres están al tanto de cualquier novedad. Elizabeth asintió.Xavier continuó su camino hacia la habitación. Desde su teléfono, utilizó el mando a distancia para cortar todas las comunicaciones de la mansión, incluyendo el internet, sin que Elizabeth lo notara. Descendió rápidamente y, al llegar a la sala otra vez, la encontró todavía ahí, sonriendo y fingiendo que todo marchaba con normalidad. —Que te vaya muy bien —lo despidió la mujer de manera hipócrita. Él solo resopló y salió de la mansión. Los guardaespaldas, siempre apostados en la sala de estar, miraron fijamente a Elizabeth, advirtiéndole que no se acercara a la salida. Pero nadie le dijo que no podía recorrer la mansión. Sin más preámbulo, se dirigió al despacho de Xavier, sin que nadie la viera. Sin embargo, al llegar, se e
Xavier miró a Elizabeth con recelo; no le había gustado que insistiera en hablar con sus empleados, así que se dirigió directamente hacia las escaleras. Dante, angustiado, lo siguió.—Señor, su herida...—le dijo, preocupado. Pero Xavier lo ignoró.—Ya puedes irte, Dante. Hablaremos luego.Xavier comenzó a subir lentamente las escaleras. Aunque trataba de no emitir ni un solo suspiro, de su boca se escapaban leves jadeos de dolor, y Elizabeth pudo notarlo.Ella miró a Dante y le hizo un gesto, esperando que el hombre fuera tan abierto como Marcell y dijera algo. Sin embargo, él apenas esquivó su mirada y salió de la mansión tal como Xavier se lo había ordenado.Los pasos de Xavier eran lentos, y ella lo observó segundo a segundo mientras subía las escaleras, decidida, lo siguió lentamente.—¿Estás bien, Xavier? —preguntó.—No es de tu incumbencia —respondió él de manera cortante, y continuó su camino. Elizabeth se quedó observando hasta que cruzó la habitación. No pudo resistir la curi