ARREPENTIMIENTO

La hojarasca seca crujía bajo los pasos apresurados de Elizabeth. No se detuvo ni un instante a mirar atrás; ni siquiera le importaba el dolor que la maleza le causaba al rozar sus pies descalzos. Su única preocupación en ese momento era escapar de allí. Corrió tan rápido, que los hombres de Xavier no pudieron alcanzarla.

Por suerte, como si el destino estuviera de su lado, llegó a una carretera donde una pequeña camioneta pasaba justo en ese instante. Sin pensarlo, Elizabeth se lanzó hacia adelante.

—¡Ayuda, por favor, ayuda!

La mujer al volante, al ver su estado, no dudó en socorrerla. Elizabeth respiró aliviada; finalmente estaba a salvo.

Días más tarde

Xavier golpeó su escritorio con fuerza, lo que provocó una mirada temerosa de Dante.

—Es imposible que se la haya tragado la tierra —exclamó Xavier con fiereza.

—Señor, la hemos buscado por todas partes y no tenemos rastro de ella. Tengo hombres vigilando su casa día y noche y no se ha presentado. Más de cien hombres están buscando por toda la ciudad, pero no hay señales de ella. Es posible que no haya sobrevivido a la maleza del bosque donde escapó.

Xavier permaneció en silencio, procesando lo que estaba ocurriendo.

—Retira a todos mis hombres de esa casa —ordenó—. No podemos seguir mostrándonos; puede ser peligroso. En unos días, retomaremos la búsqueda de otra manera.

Dante asintió y cumplió la instrucción. Los hombres de Xavier se alejaron de la casa de Elizabeth, y ella se dio cuenta de ello. Durante esos días, había logrado mantenerse oculta, pero sabía que necesitaba regresar a su hogar, allí tenía todo lo que le pertenecía.

Cuando estuvo segura de que los hombres de Xavier habían abandonado el lugar, Elizabeth se deslizó por la puerta de atrás de su casa. Sacó una llave que había escondido en una de las macetas y entró de inmediato.

Tenía sus planes muy claros: se llevaría todas las pertenencias que pudiera, el dinero y las joyas. Con eso sería suficiente para comenzar una nueva vida, lejos de esa ciudad. Era consciente de que Xavier estaba en todas partes y que tenía poco tiempo para huir antes de que él regresara. Pero antes de irse, había un lugar que debía visitar, sí o sí. Sabía que a donde iba, no podía permitirse llegar con un bebé a bordo.

Elizabeth estaba sentada, ansiosa, en la sala de la clínica de maternidad de la ciudad. Sus dedos golpeaban la manija de su maleta, producto de los nervios, mientras esperaba que la doctora finalmente la llamara.

—¿Señorita Elizabeth? —la enfermera le sonrió cálidamente y le indicó una puerta—. Siga, por favor; la doctora la está esperando.

Elizabeth tragó saliva, pero se levantó del asiento y siguió a la mujer. En el consultorio, la doctora ya la aguardaba.

—Adelante, Elizabeth, siéntate.

—Gracias, doctora, pero quiero que esto sea lo más rápido posible.

La mujer sonrió y asintió.

—Sé que este proceso puede ser difícil en algunas situaciones, pero lo haremos todo con calma. ¿Cuántas semanas tienes?

—No lo sé, algo así como 7 u 8 semanas. No lo recuerdo muy bien, pero ¿eso qué importa, doctora?

—Claro que importa, Elizabeth. Necesitamos revisarte primero para saber en qué etapa está tu embarazo. Un aborto no es un tema fácil ni un procedimiento que se pueda realizar sin precaución; se deben tomar todos los cuidados necesarios, ¿entendiste? —la doctora la miró con compasión mientras Elizabeth trataba de tomar aire.

—Yo solo quiero que sea lo más rápido posible —respondió Elizabeth, bajando la cabeza. No estaba completamente segura de querer hacerlo, pero no podía condenarse a huir toda la vida con el hijo de un mafioso en su vientre; eso era una condena a muerte.

La doctora señaló la camilla y Elizabeth se recostó. Se subió la blusa y la doctora aplicó un gel sobre su vientre para deslizar el Doppler.

—Bueno, vamos a revisar cómo está todo —dijo la doctora mientras comenzaba a deslizar el aparato por la piel de Elizabeth. Inexperta en el asunto, Elizabeth miró hacia el monitor, pero no veía nada con claridad.

La doctora continuó moviendo el Doppler, y su expresión parecía confusa, lo que ponía aún más nerviosa a Elizabeth, quien solo quería acabar con todo.

—¿Qué pasa, doctora? ¿Por qué no me dice nada?

—No te preocupes, todo está bien. Como te dije, siempre debemos estar completamente seguros de cómo será este proceso. —Después de un movimiento de la doctora, un sonido rítmico atrapó la atención de Elizabeth.

Tum-tum-tum-tum-tum.

—Doctora, ¿qué es eso? —preguntó Elizabeth, mirando la pantalla, donde solo veía dos manchas en forma de frijoles rodeadas de colores que indicaban el sonido.

—Tranquila, es el latido del corazón del bebé —explicó la doctora.

—¿Qué? —Elizabeth sintió una extraña sensación, una nostalgia que nunca había experimentado antes. Se concentró en escuchar cómo esos latidos resonaban con más fuerza, con más vida. Sus ojos se llenaron de lágrimas, inevitablemente, pues ese era el sonido más hermoso que había escuchado en toda su vida.

—Pero… tengo que decirte algo más —añadió la doctora, con un tono suspicaz—. Son dos bebés, y vaya que laten sus corazones con fuerza; estás esperando gemelos.

Un llanto incontenido brotó por las mejillas de Elizabeth. Estaba emocionada por la noticia, pero al mismo tiempo se sentía la mujer más miserable del mundo, pues su visita al hospital no precisamente era para revisarlos que estuvieran bien, por el contrario, quería deshacerse de ellos.

—No llores, Elizabeth. Trataré de que este procedimiento sea lo más rápido posible. Están muy pequeños aún, y lograremos una eficaz y pronta recuperación. ¡Tranquila! —la doctora extendió su mano solidaria sobre la de Elizabeth, pero ella se levantó de golpe de la camilla, mirándola con terror.

El sonido del Doppler se detuvo, y miles de pensamientos se cruzaron por su cabeza. Tenía muchas razones para luchar; eran dos hijos, y no sería ella quien los mataría.

—No hay procedimiento doctora, no me voy a practicar un aborto. ¡Me arrepentí! —exclamó, bajando su blusa. Ante la mirada confusa de la mujer; tomó su maleta y, como si la estuvieran persiguiendo, salió del hospital, completamente dispuesta a proteger a sus hijos.

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