ESCAPE

Alondra quedó completamente atónita ante la escena aterradora que se desarrollaba ante sus ojos. En un arranque de desesperación, gritó y salió corriendo, temiendo ser la siguiente víctima. Mientras tanto, aquellos hombres que antes felicitaban a Samuel abandonaron el lugar como si nada hubiera sucedido.

Xavier, asqueado, sacó un paño de su bolsillo y limpió su arma. Luego, levantó la mano y se dirigió a su hombre de confianza.

—¡Dante! Diles a los guardias de seguridad del club que limpien este desastre y dejen todo en orden; los clientes importantes no tardarán en llegar. 

—Sí, señor.

A Elizabeth apenas le temblaban los labios; estaba tan aterrorizada que no podía articular palabra. Su rostro, manchado por la sangre de su esposo, reflejaba el horror de la situación, mientras el frío de la escena penetraba en sus huesos.

—Regresa al auto —le ordenó Xavier, pero ella apenas podía moverse. Con cuidado, él tomó su mano y la condujo de regreso, subiendo tras ella. Respiró hondo y luego la miró a los ojos.

—Todo aquel que se atreva a desafiarme, traicionarse o conspirar en mi contra, tendrá el mismo destino.

Elizabeth parpadeó rápidamente, luchando por contener las lágrimas que habían estado atoradas desde el principio, pero fue imposible. Las lágrimas se escaparon de sus ojos, mezclándose con las manchas de sangre en su rostro.

Xavier se giró hacia la ventana con indiferencia y continuó.

—Lo mejor que puedes hacer en este momento, Elizabeth, es cumplir con todo lo que te pido; de lo contrario, terminaras igual o peor que Samuel. —La sentencia de Xavier carecía de cualquier atisbo de compasión.

Elizabeth sintió un escalofrío recorrer su ser; estaba más asustada que nunca. No quería terminar como su esposo, con dos balas en la cabeza. Solo pensarlo le causaba miedo, y a pesar de haber expresado su deseo de abortar a su hijo, no quería que ese horrible hombre fuera su padre. Comprendió que, a como diera lugar, debía escapar de las garras de aquel maquiavélico mafioso.

Dante regresó al auto y, de inmediato, arrancó, tomando el camino directo hacia la mansión. El vehículo quedó en silencio, lo que le permitió a Elizabeth pensar sobre cómo deshacerse de aquel infierno. Justo cuando faltaban solo unos kilómetros para llegar, comenzó a sentirse mal. Unas náuseas la recorrieron, y se llevó la mano a la boca, como si fuera a vomitar.

Xavier se giró hacia ella y, con indiferencia, la miró de arriba a abajo. Parecía que esas náuseas no eran del todo naturales, pero ella regurgitó de nuevo, como si fuera a explotar.

—Oh, por favor, necesito vomitar —expresó con la voz entrecortada.

Xavier, sin inmutarse, volvió a girarse hacia la ventana y la ignoró. Elizabeth se llevó una mano al estómago y la otra a la boca, dejando escapar un sonido gutural, como si realmente estuviera a punto de vomitar.

—¡Oh… quiero…! ¡Guo…!

Xavier la miró con desprecio y alzó la voz.

—Si quieres vomitar, hazlo de una maldita vez. ¡Deja de hacer eso!

Elizabeth se enderezó y sacudió la cabeza, tratando de atenuar el malestar.

—Lo siento, es que... desde que estoy embarazada, me dan náuseas y muchas ganas de vomitar. No quiero manchar tu auto o hacer un desastre.

Xavier, exasperado, sacudió la cabeza.

—No me importa, vomita de una vez por todas.

Elizabeth inclinó su cuerpo hacia la cojinería del auto y se llevó de nuevo la mano a la boca. Pensó en todos los malos recuerdos de lo ocurrido y dejó escapar un poco de líquido de su estómago.

—¡Mierda! —espetó Xavier, furioso, al ver cómo el piso del auto se manchaba con el poco líquido. Ella levantó la mirada, luchando por respirar.

—Lo siento, estoy tratando de controlarlo —dijo, pero las náuseas regresaron y emitió sonidos desde su garganta—. Debo salir un momento, a tomar aire y terminar de vomitar, ¡por favor!

Xavier, enojado por el espectáculo, frunció el ceño y miró a Dante por el retrovisor.

—Detente —ordenó, y luego se volvió hacia Elizabeth—. Sal de mi maldito auto y haz lo que tienes que hacer de una vez por todas. No hagas nada estúpido.

Ella negó con la cabeza y abrió la puerta, mirando a su alrededor, tomando una fuerte bocanada de aire.

—Dante, vigílala de cerca —ordenó Xavier sin bajarse del auto. En los breves segundos que Dante tardó en salir, Elizabeth trazó mentalmente un improvisado plan y salió corriendo.

Dante, al darse cuenta, salió corriendo detrás de ella, pero Elizabeth aprovechó la delgadez de su cuerpo para esconderse entre los arbustos y corrió con todas sus fuerzas.

«Corre, Elizabeth, corre por tu vida», se repitió a sí misma mientras se desvanecía entre la espesa hierba, sin mirar atrás. Dante corrió detrás de ella, pero no pudo alcanzarla. Sacó su arma y disparó para tratar de persuadirla, pero ni siquiera eso la detuvo. Al escuchar el estruendo, Xavier descendió del auto y se dio cuenta de que ella había huido.

—¡Maldita sea! Elizabeth —exclamó, mirando hacia donde ella había corrido. Sacó su teléfono rápidamente y comenzó a dar órdenes a sus hombres para encontrarla. Luego se perdió en la espesa hierba en su búsqueda, pero solo se encontró con Dante, quien estaba detenido, mirando a su alrededor, sudando y sonrojado.

—¡Eres un imbécil, Dante! ¿Cómo se pudo escapar? —Xavier le gritó frustrado.

Dante jadeó, con la respiración entrecortada, y negó con la cabeza.

—Señor, se lo juro, se escapó en un par de segundos. Esa mujer es demasiado veloz, no sé dónde se pudo haber metido; la hierba es espesa, no debe estar lejos.

—Idiota, ¿cómo se pudo escapar una mujer embarazada? —bufó Xavier, enojado, mientras comenzaba a patear una pila de hojas en el suelo. —Mierda, Dante debes encontrarla, o te cortó el maldito cuello.

—Señor, se lo juro, hago lo mejor que puedo.

Xavier se llevó las manos a la cintura y miró a su alrededor, buscándola, pero no había un solo rastro de Elizabeth; era como si la tierra se la hubiera tragado.

«¿Dónde estás, Elizabeth?» se preguntó internamente, sintiendo cómo la frustración invadía su ser.

Siguió recorriendo el mismo camino a través de la espesa hierva, pero parecía caminando el círculos, no había una sola señal de Elizabeth, ¿A dónde se había ido?

Una decena de hombres llegaron al lugar para ayudar con la búsqueda, y Xavier les dio órdenes.

—¡Quiero a esa mujer y a mi heredero de vuelta, aunque tengan que remover cielo y tierra para hallarlos! —ordenó con desespero.

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