UNA DUDA QUE CARCOME

Los días siguientes fueron tensos para Elizabeth. Si llegaba a ver a Xavier unos minutos en casa, ya era mucho. Siempre estaba fuera, sin dar explicaciones, y apenas intercambiaba palabra con los niños.

Él y sus hombres pasaban el tiempo trazando ataques estratégicos contra Vicenzo, buscando la forma de debilitar su poder.

—Dante, esta misma noche quiero que destruyan ese maldito bar del centro. Vuélalo todo, no debe quedar ni un solo ladrillo en pie, ¿entendido?

—Claro, señor. Aunque... es algo arriesgado.

Xavier lo miró, arqueando una ceja.

—No te pedí tu opinión, te estoy dando una orden. No me importa lo que pase, solo hazlo. Sé que será un golpe duro para ese bastardo —gruñó, apretando la mandíbula.

En ese momento, uno de sus hombres entró apresurado con un teléfono en la mano.

—Señor, tiene una llamada.

Xavier tomó el aparato. En la pantalla solo se mostraba un número desconocido. Frunció el ceño y contestó con cautela.

—¿Quién habla?

—Mi querido Xavier Montiel —la voz gruesa y
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