De regreso a la mansión, Elizabeth se abrazó a sí misma. Las piernas le temblaban tanto que apenas podía seguir el paso ágil de la empleada.—Señora, rápido, los guardaespaldas cambian de turno en cualquier momento.Elizabeth asintió, aunque apenas registró las palabras. Su mente no podía desprenderse de las imágenes de Xavier disparando sin vacilar sobre Paulina. El sonido de los disparos, su frialdad, la mirada vacía... todo se repetía una y otra vez en su cabeza. Las palabras de Vicenzo también volvían con fuerza:—Ese video es falso, Vicenzo. ¡Me estás mintiendo! ¡Ese no puede ser Xavier! —replicó, aferrándose a la negación.Pero él volvió a reproducir el video, implacable.—Míralo tantas veces como necesites, Elizabeth. Es Xavier. ¿Acaso no lo reconoces?Los ojos de ella se llenaron de lágrimas. Quería apartar la mirada, pero se había quedado atrapada, paralizada ante la pantalla.—Sé que es duro aceptar la verdad, pero ese video es real —insistió Vicenzo con tono sereno—. Y si a
Denis se dio cuenta de que Elizabeth hablaba con la empleada y se dirigió directamente hacia ella. —¿Necesita algo, señora Elizabeth? —preguntó, lanzando una mirada de reojo a la otra empleada y luego a Elizabeth—. Pensé que estaba durmiendo. —No, Denis, en esta casa es completamente imposible descansar. Además, los gemelos están por llegar del colegio y Xavier del trabajo.Denis la observó con desconfianza y asintió. —Claro, señora. Voy a preparar la cena entonces. —Yo te ayudo, Denis. Ya sabes que me gusta preparar la cena —respondió Elizabeth, aprovechando la excusa para disimular su nerviosismo.Ambos se dirigieron a la cocina, mientras que la espía de Vicenzo se desvanecía entre los pasillos.Un par de horas más tarde, los gemelos y Xavier ya estaban sentados a la mesa, y Denis ayudaba a servir. Elizabeth ocupó su lugar mientras todos parloteaban como loros.—Papi, ese chico en el colegio quiso pegarme, pero no se lo permití, así que lo golpeé —dijo Eithan, llevándose un boca
Elizabeth se pintó los labios con delicadeza y roció sobre su piel el perfume más caro que tenía. A pesar del encierro, su armario estaba lleno de lujos; Xavier se encargaba de que no le faltara nada.Él se acercó y rozó su nariz con suavidad sobre la mejilla de ella.—¿Ya estás lista?—¡Sí! Completamente —respondió Elizabeth con un suspiro largo, antes de girarse hacia él y extenderle la mano.Minutos después, ambos llegaron al bar tomados de la mano, provocando un murmullo general entre los empleados. La sorpresa fue evidente en sus rostros, especialmente entre los hombres más cercanos a Xavier. Marcell parecía haberlo asimilado mejor, pero Dante mantenía una expresión recelosa, casi con desprecio.—Señoras y señores —anunció Xavier con firmeza—, les presento a Elizabeth. A partir de hoy, ella estará a cargo del bar. Le deben respeto y, por supuesto, obediencia.Elizabeth sonrió con seguridad. Algunos asintieron en silencio; otros simplemente no podían disimular su desconcierto. De
Dos suaves golpes resonaron en la puerta de la oficina. Xavier, al revisar la cámara de seguridad, reconoció de inmediato a Elizabeth.—Dante, abre la puerta —ordenó sin apartar la vista de la pantalla.—Señor, aún tenemos pendientes. ¿Quién es?Xavier lo miró con fastidio y soltó un resoplido.—Solo abre.Dante obedeció a regañadientes. Al ver a Elizabeth, frunció el ceño y negó con la cabeza, pero no dijo una palabra. Ella tampoco. Simplemente entró, con esa seguridad que desarmaba a cualquiera, y caminó directamente hacia el escritorio de Xavier.—¿Podemos hablar a solas? —preguntó con una voz melosa, casi irresistible.Xavier apenas logró mantener la compostura. Su mirada se deslizó, inevitable, hacia el escote que ella dejaba ver con provocación.—Dante, déjanos solos.—Pero señor, los asuntos que dejamos pendientes…—Luego. —Xavier zanjó el tema con firmeza.Dante apretó los labios, demasiado incómodo y desconfiado. Elizabeth no lo convencía por completo. Salió de la oficina, ce
Sin darse cuenta, Elizabeth se había volcado por completo en el trabajo que Xavier le había asignado en el bar, ganándose poco a poco el respeto de todos los empleados. Las tareas que él le delegaba no le resultaban complicadas, y para Xavier, tenerla cerca constantemente era simplemente fascinante.Salvo los días en que debía cumplir con misiones o atender otros asuntos laborales, él siempre estaba allí, acompañándola. Pero él era el único que disfrutaba de su presencia diaria en el lugar.Helena también estaba feliz de verlo todos los días. Para ella, Elizabeth no representaba ninguna amenaza; al contrario, la consideraba muy por debajo de lo que ella podía ofrecer. Y estaba dispuesta a aprovechar esa supuesta ventaja para seducir a Xavier a su manera.Una tarde de viernes, cuando el bar rebosaba de gente y Elizabeth no daba abasto con el trabajo, Helena apareció más despampanante que nunca. Llevaba un impactante vestido rojo, con un escote profundo que bajaba hasta las caderas, dej
El corazón le latía con fuerza, y las manos le sudaban. Era la quinta prueba de embarazo que Elizabeth se hacía en el año, y su mayor temor era volver a ver un resultado negativo.—Elizabeth, cariño, pase lo que pase, estoy contigo. Enséñame la prueba, me estoy muriendo de la curiosidad.Samuel la observaba con ansiedad, sus ojos expectantes buscaban respuesta en los de ella. Elizabeth, con un nudo en la garganta, abrió las manos y dejó al descubierto el casete. Pero en cuanto lo vio, el mundo se le vino abajo. Sus lágrimas brotaron sin control, rodando por su rostro como si fuesen un río incontenible.«Negativo».—No sirvo para tener hijos, Samuel… Nunca voy a ser madre. Casi llego a los treinta… Me quiero morir… No sirvo para nada.Samuel, sintiendo el dolor de su esposa como propio, se arrodilló frente a ella y la estrechó contra su pecho, dándole consuelo, mostrándole todo su amor.—No te preocupes, cariño. No te culpes. Si no podemos tener un hijo de forma natural, podemos adopta
Semanas más tarde. —Señora Elizabeth, aquí está la cena. —La mucama dejó el plato sobre la mesa. De repente, al ver lo que tenía enfrente, Elizabeth sintió que el estómago se le revolvía. Sacudió la cabeza y tomó el tenedor, dispuesta a dar el primer bocado.Pero… se levantó de golpe y corrió al baño con unas fuertes náuseas. No era la primera vez en la semana que le ocurría. Mientras se limpiaba la boca frente al espejo, un pensamiento la golpeó de lleno: su periodo había desaparecido hace un par de meses.¿Acaso era lo que imaginaba? Sin dudarlo, pidió una prueba en la farmacia y, al ver el resultado, las lágrimas nublaron su vista. Tanto tiempo esperando ese milagro y, por fin, ahí estaba. Lo que había anhelado con ansias se reflejaba en el casete.«Positivo»Saltó de alegría y se abrazó el vientre, sin poder creerlo. En ese preciso instante, la puerta de la mansión se abrió. Samuel acababa de llegar del trabajo y, al verla dando brincos, frunció el ceño.—Hola, mi amor. ¿Por qué
—¡¡Malditos traidores!!Elizabeth apretó los puños con furia. Un torbellino de emociones la sacudía por dentro: el amor se transformaba en odio, y el dolor en un deseo incontenible de venganza. Se acercó a su esposo y lo miró directo a los ojos.—¡Maldito traidor! ¿Desde cuándo me engañas con mi hermana, Samuel? —Su voz tembló, llena de desilusión.Samuel la observó con frialdad. Ya no era el hombre que ella había amado, no el que creyó conocer. Mientras tanto, Altagracia, con total descaro, se acomodó sobre el escritorio con una sonrisa burlona, disfrutando del espectáculo.—Elizabeth, querida… No es lo que imaginas —mintió Samuel con absoluto descaro.—Ah, ¿no? —Los ojos de Elizabeth recorrieron el rostro de su hermana y luego el de su esposo, como si tratara de hallar alguna pizca de humanidad en ellos—. ¿Cómo pudieron?Samuel se encogió de hombros con indiferencia, apartándose de su camino. Encendió un cigarrillo con una calma insultante antes de responder:—La culpa es tuya, Eliz