Lily volvió a leer el artículo que había escrito para la edición de final de año y no estuvo muy convencida de lo que trataba de decirle al mundo.
Al menos, no del todo.
Marlene pudo ver sus muecas entristecidas y se acercó con confianza. Para ese entonces, era de madrugada y ella continuaba en el hospital, a su lado y junto a su padre.
—¿Tu lo escribiste? —preguntó Marlene, mirando el texto que Lily tenía sobre su regazo.
Se podía ver su letra redondeada y las decenas de borrones que tenía en cada línea.
—Eso creo —musitó Lily, confundida.
Marlene enarcó una ceja.
—¿Sí o no? —preguntó conteniéndose una carcajada—. No creo que te poseyera el espíritu de otra Lily para escribir —pensó confundida—. Dios, eso sería aterrador. Dos Lily...
Lily se rio con sarcasmo.
—No sabía que tenías sentido del humor —manifestó Lily.
—Touché —alegó Marlene y se sentó a su lado—. A ver… ¿tan malo es? —Tomó el borrador de Lily e intentó leerlo, pero era difícil entender sus ideas.
Todas estaban desparramadas en las esquinas, tenía tantas flechas y borrones que, Marlene no entendió ni un tercio de lo que trataba de decir.
—Si que eres un lío, Lilibeth López —suspiró Marlene y con su dedo señaló una idea que sobresalía en una esquina—. ¿A qué te refieres con la identidad y el mito? —preguntó curiosa.
Lily sonrió.
—No estoy muy segura —musitó Lily. Era difícil ser escritor y fluir. A veces, tantas ideas en una sola cabeza. Era difícil hallar un conector entre ellas y tratar de explicarlas con palabras—. Existe un mito sobre la belleza. Cada época ha tenido un prototipo de belleza.
Marlene enarcó una ceja y no pudo negar que le intrigó lo que la joven quería decir, así que le dijo:
—Continúa.
Lily sonrió y trató de armonizar sus emociones. No solo se trataba de letras y párrafos formando algo hermoso, también se trataba de lo que ella sentía.
—En el Antiguo Egipto se maquillaban por estética y salud. Se preocupaban mucho de la ropa y ni hablar de las joyas. En la Edad media y por la expansión del cristianismo, se buscaba una belleza natural creada por Dios. Las pinturas de esas épocas reflejaban el típico cuerpo delgado, caderas estrechas, pechos pequeños, pelo largo, rubio… En el Renacimiento… —Lily sonrió—… ya Botticelli nos mostró “El nacimiento de Venus” y como las proporciones del cuerpo se calcularon a través de la matemática. —Lily puso los ojos en blanco. Marlene sonrió. Entendía a dónde quería llegar con eso—. Con Barroco exageramos: pelucas, corsés, maquillaje y perfume; el lunar, las curvas, la sensualidad. En la Victoriana, nos fuimos al otro extremo: piel blanca, aspecto enfermo, ojos llorosos. El maquillaje se redujo, porque se asociaba a la vulgaridad, pero no pudieron conformarse con eso y empezaron a usar cremas y “remedios naturales”. Y luego llegamos al siglo XX…
—Continúa, López —ordenó Marlene.
—Años 20: aspecto sencillo, pelo corto y traje recto, maquillaje de tonos oscuros. Años 30: rasgos marcados, sobre todo labios y pómulos y cejas arqueadas. Vestidos entallados. Años 40: estamos en guerra, demonios, el aspecto no importa, pero las mujeres igual nos las arreglamos para encajar con labios carnosos y pelo recogido. Años 50: tenemos que ser perfectas, pero también perfectas madres y esposas, y para hacernos sentir peor, aparecen los primeros símbolos sexuales. Años 60: volvemos a ser juveniles, flequillo, minifalda y vestidos de campana. Años 70: hippies, el rock, el punk y, por primera vez, hablamos de los derechos de las mujeres.
—Merde, Lily, ¿es una clase de feminismo? —Marlene la miró atenta.
—No, es sobre identidad… ¿Quiénes somos las mujeres? ¿Por qué debemos ceñirnos a estos estándares para encajar? ¿Por qué no podemos ser simplemente… nosotras? —respondió Lily con los ojos brillantes—. Años 80: influenciamos al mundo con melenas con volumen, maquillaje colorido. Años 90: “la heroína elegante”, ese aspecto abandonado, pero forzado. Años 2000: Paris, Britney… la sexualización, tú me entiendes. Y, después de todo eso, hemos regresado al punto de partida, pero con derechos que no se respetan.
Las dos se quedaron mirando sorprendidas.
—¿Y qué intentas decir con todo esto? —preguntó Marlene, más intrigada aún.
Lily suspiró entristecida.
—Que no tenemos identidad. Que somos lo que la industria quiere y no somos una m*****a masilla moldeable a la que pueden hacer y rehacer las veces que quieran. Somos nosotras y, m****a, somos perfectas —jadeó, porque necesitaba tanto decirlo que, suspiró al terminar.
—Bien dicho, hija —dijo la madre de Marlene, quien las había escuchado atenta—. Pasé por todo lo que dices. En mi armario puedes encontrar un poco de cada época. Años 50, 60, 70, 80… todo está ahí. —Sonrió melancólica—. Y es increíble como después de cincuenta años de esclavización a la moda, todo te termina importando una m****a y te vistes con lo primero que encuentras.
—Mamá —hipó Marlene.
Era la primera vez que la escuchaba maldecir.
Lily sonrió.
—¿Fue feliz alguna vez? —Lily quiso saber.
Marlene alzó las cejas al escuchar su pregunta y con los ojos llorosos miró a su madre.
—Por supuesto que no —dijo la anciana con una sonrisa torcida. Marlene sintió su corazón rompiéndose—. Nunca me sentí suficiente… salir a la calle era difícil. Siempre te topabas con unas piernas más largas, una cintura más pequeña o unas caderas que jamás podrías conseguir. —La anciana recordó su juventud con nostalgia—. Después llegó mi Marly… —Miró a su hija con amor—, y creí que todo sería diferente. ¡Ya era madre, por el amor de Dios! Tenía cosas mejores de las que preocuparme, pero todo fue peor.
Las mujeres que la escuchaban sintieron un nudo amargo en la garganta.
»Tenía que perder peso rápido, debía lucir perfecta para salir al parque o al supermercado. Los domingos en la iglesia, no podía tener ojeras, ni uñas desarregladas. —Frunció los labios—. Intenté mantener lejos a Marly de todo eso, pero el sistema es más fuerte y la masa no mueve, te arrastra y te ahoga.
Lily la escuchó con tanta angustia que, realmente no tuvo palabras de consuelo para ella, pero sí tuvo una idea increíble para su artículo.
El problema: debía escribir un borrador antes del amanecer, enviarlo a Christopher para su aprobación, conseguir la autorización de la madre de Marlene para fotografiar su armario y un fotógrafo que lo hiciera y conseguir una página completa en Craze, porque, con una esquina no le bastaría.
Tenía mucho que decir.
—Sea lo que sea que estás pensando, Lilibeth López, olvídalo. Olvídalo ahora. —Marlene fue tajante—. No tenemos tiempo para eso.
—Tal vez —dijo Lily, riéndose.
—Oh, Dios, esa sonrisa no es buena —pensó Marlene en voz alta.
—Si me ayudas…
—No puedo hacerlo —refutó marlene y se puso pálida—. Debo cuidar mi lugar en Craze. —Su tono se oyó atemorizado.
Lily apretó el ceño y con desconfianza la miró.
Marlene suspiró y con la cabeza le ofreció un gesto para que saliera del cuarto. No podía hablar de eso en presencia de su madre. No quería mostrarle que su puesto lo había conseguido de formas… repugnantes.
Y muy cuestionables.
Cuando Lily cerró la puerta tras ella, Marlene se agarró la cara con las dos manos y con un susurro avergonzado le dijo:
—Me acosté con él, por eso estoy aquí.
Lily enarcó una ceja y no tuvo que preguntar nada para entender la verdad.
—No me lo creo —dijo Lily con seguridad.
Marlene suspiró y se arrebató.
—Abre los ojos, niña —dijo ácida—. No llegas tan alto de otra forma. Tuve que hacerlo porque no existía otra forma y…
No pudo continuar. Lily no dejaba de mover su cabeza, de lado a lado, mostrándole que estaba equivocada.
—Eso fue lo que él te hizo creer —dijo Lily, con tanta seguridad que Marlene se quedó boquiabierta—. Él te hizo creer que nunca lo lograrías por tus propios méritos, pero no lo necesitabas y no lo necesitas. Nunca lo hiciste. —Fue determinante.
Marlene se rio con congoja. No podía creer que una escritora recién graduada, con pésimo gusto por la moda, tuviera más fe en ella que la que ella tenía por sí misma.
—Es que tu no lo conoces —sollozó Marlene, pensando en el padre de Christopher.
Era aterrador.
Lily se rio.
—No necesito conocerlo para saber la clase de persona que es. He visto lo que es capaz de hacer a través de Christopher —dijo ella, con esa vocecita dulce que siempre calmaba a todos—. Chris se sentía igual que tú. —Sonrió—. Y solo puedes quitarle su poder mostrándole que eres más fuerte.
—Pero no lo soy —sollozó Marlene.
Lily sonrió y puso su mano en su mejilla.
—Marlene, si eres más fuerte. —La miró dulce—. Y si no… es como dijo Fritz Strack: “Finge hasta que lo logres, m*****a sea”, bueno, no esa parte, pero…
Se miraron y se rieron por sus ocurrencias. De pronto, Marlene se vio aferrándose de las manos de Lily y se dijo que era bueno que Lily no supiera callarse. Siempre sabía qué decir, incluso en los peores momentos.
Marlene suspiró y pensó que se desmayaría, porque, desde que había comenzado en Craze, jamás había hecho algo tan atrevido.
Fue allí cuando entendió que nunca había hecho nada por ella.
Siempre había sido un títere de Connor Rossi. Siguiendo sus órdenes, actuando para complacerlo.
—Oh, Dios… —suspiró con los ojos llenos de lágrimas cuando pudo ver la verdad.
Porque era justo como Lily decía: no tenía identidad.
Con valor que no sabía de dónde provenía, pero que de seguro la comida le había otorgado, le dijo:
—Colaboraré contigo, por mí y por todas las mujeres que perdimos nuestra identidad.
Lily sonrió y después chilló como adolescente enloquecida.
Marlene retrocedió alarmada al verla explotar. Bailaba y gritaba en la mitad de un triste y pálido hospital.
—¡Silencio, por favor! —gritó una enfermera.
Lily se recompuso y suspiró para poder liberar un poco las emociones, mientras se disculpó por su locura juvenil.
—¿Qué fue eso? —Marlene estaba confundida.
—El baile de la victoria —dijo Lily, riéndose—. Deberías intentarlo. Es liberador. —La miró traviesa.
—¿Y por qué bailas? —Marlene no lo entendía.
Lily puso los ojos en blanco.
—Duh, ¿acaso no es obvio? —preguntó Lily, divertida—. Este fue mi sueño desde que era una niña. —Sus ojos brillaba.
—¿Qué? ¿Bailar en un hospital? —rio Marlene.
Lily se carcajeó.
—No, tontita, escribir contigo —dijo Lily con tono orgulloso.
Las expresiones de risa de Marlene cambiaron a pasmo y se quedó perpleja por segundos que le resultaron eternos.
Las ganas de llorar fueron terribles, pero se las tragó y en su lugar le mostró una sonrisa a Lily.
Una emocionada sonrisa.
Lily la agarró del brazo y la invitó a regresar a la habitación donde los padres de Marlene las esperaban, mientras le habló sin parar de sus ideas para ese nuevo artículo…
Marlene la escuchó sin poder dejar de sonreír, porque, después de mucho tiempo, cumpliría también su propio sueño: escribir.
Gracias por la paciencia. Las leo en los comentarios. Amé escribir este capítulo. No dejemos que nos quiten nuestra identidad.
Casi veinte borradores después y muchos cafés de la máquina expendedora, la madre de Marlene leyó el primer borrador oficial que las mujeres escribieron en una noche de madrugada. Lo hizo sentada en su silla de ruedas, frente a la ventana y con un luminoso amanecer de invierno.Marlene estaba tan nerviosa porque su madre leyera su voz interior que tuvo que salir del cuarto, pero Lily se quedó con ella, esperanzada de tener una primera impresión femenina.La mujer sollozó en la mitad del texto y dejó el borrador sobre su regazo para acercarse a la camilla en la que su esposo descansaba.—Cómo quisiera que pudieras leer esto —habló y temblando sostuvo su mano tibia.Lily supo que se desmoronaría en ese momento.»Es precioso —musitó con los ojos llenos de lágrimas—. Y habla de mí… —Lloró orgullosa y tuvo que tomarse unos instantes para recomponerse—. Nuestra pequeña Marly va a cumplir su sueño, por fin… —rio—. Te lo advierto, Gabriel, no puedes irte sin ver a tu hija triunfar —dijo la muj
Julián llevó a Marlene a tomar una taza de té. Fue un caballero espléndido, algo a lo que Marlene no estaba acostumbrada, así que, cada cosa que hizo solo terminó de maravillarla más y más.Toda su vida había estado rodeada de patanes arrogantes y egocéntricos que solo se deslumbraban por su propio brillo. Julián, por otro lado, parecía deslumbrado por el brillo de todos. Era una versión madura de Lily. Siempre veía lo mejor en los demás: la bondad, la perseverancia, la gratitud.¿Dios, cómo podía existir tanta gratitud en una persona?A Marlene no le tomó mucho tiempo darse cuenta de que estaba viviendo su vida de forma equivocada.Tal vez, envolverse en un mundo de quejas y odio le había atrofiado el cerebro y, peor aún, el corazón. Mientras Julián le hablaba de su vida en la excéntrica Manhattan y de su amor por la comida, Marlene se tocó el pecho, donde su corazón latía con más fuerza que nunca.—¿Se siente bien? —preguntó Julián cuando la vio tocándose el pecho.Marlene pudo apost
Sasha nunca creyó que su hermano se atreviera a dejar su amada Rusia, mucho menos para visitarla a ella en la asquerosa América. Así que, cuando lo vio ahí, de pie en ese amplio pent-house de lujo, se quedó paralizada, tratando de entender qué demonios estaba ocurriendo.¿Acaso estaba alucinando?—¿Roman? —preguntó lo obvio y avanzó tímidamente hacia él.Julián no se quedó atrás, y aunque Sasha quiso ser la protagonista de ese reencuentro, Roman tenía sus ojos fijos en Julián, y por otro lado, Julián tenía sus ojos fijos en ese desconocido de tamaño imponente y ojos azules penetrantes.—¡Sestrenka! —gritó Roman cuando su rostro frívolo se llenó de ternura y abrazó a su hermana pequeña con dulzura.Con un solo brazo le bastó para envolverla completamente y levantarla del suelo hasta su pecho.Los hermanos hablaron en ruso, alegres de volverse a ver después de tantos años difíciles.Julián miró de reojo a Marlene, quien se acercó temerosa pero terriblemente curiosa. No pudo negar que le
Lily estaba nerviosa y estaba sola, lo que lo hacía peor. Su padre se había marchado con Marlene y Christopher había subido a hablar con su propio padre. No le quedaba a nadie que fuera su cable a tierra para mantenerse cuerda.Intentó mantener la mente ocupada. Se esforzó fuertemente por concentrarse en ese número especial navideño. Revisó la entrevista con MissTrex, los nuevos anuncios pagados, que los favorecían en demasía, y buscó la carta del editor para leerla. Se sorprendió cuando llegó a ese espacio extraordinario de Christopher, el editor en jefe, y lo halló vacío. Christopher no había escrito ni una sola palabra.Buscó su agenda y revisó los pendientes de Christopher para ese día. Aunque era una de sus escritoras, también era su asistente y quería ser la mejor de todas, sin opacar a su padre, por supuesto.Chris tenía un par de reuniones con algunos inversionistas, sobre todo con las marcas de lujo que se peleaban por una página en Craze y una videoconferencia con el organiz
Lily y James regresaron a la comisaría en la que Christopher continuaba detenido, a la espera de que el juez dictaminara la fianza. Sin embargo, los abogados de Connor lo estaban haciendo difícil y aun no tenían información acerca de su libertad.En ese momento, Lily comprendió que el poder de Connor era mayor. Claro, era entendible; tenía más años de experiencia en esa industria sucia y corrompida y, aunque Christopher también tenía contactos valiosos, Connor le sacaba una gran ventaja.Por unos instantes, Lily quiso dejar salir su lado latino y armar un escándalo para que liberaran a su hombre, pero luego recordó que debía mantener la compostura o la pondrían a ella tras las rejas también y no podía descuidar Craze.No en ese momento de vulnerabilidad, porque eso era exactamente lo que Connor quería. Era el trabajo de Christopher el que estaba en juego y ella no iba a permitir que esos lobos hambrientos lo desmembraran por partes.Pidió volver a verlo, porque no aguantaba la ansieda
Lily tuvo que buscar unos minutos para hablar en privado con su padre. Fue un momento difícil y necesitó de su guía en ese momento de angustia. No sabía si lo que estaba haciendo era correcto, porque no quería que su ira y resentimiento guiaran sus pasos.—No puedo criticar el actuar de otro padre, porque somos libres de criar y educar a nuestros hijos como queramos, pero… —Su padre suspiró al pensar en Christopher—… ¿herirlos? Jamás —dijo firme—. Puedo herirte sin ser consiente que mis acciones puedan lastimarte, pero a conciencia… —Sacudió la cabeza de forma negativa—. Eso es imperdonable.Lily suspiró más complicada aun.—Pero no quiero que sea imperdonable. Quiero que ambos puedan perdonarse y que puedan empezar de cero… —Parecía muy frustrada.—Ay, mi niña, sé que tienes las mejores intenciones, pero eso no depende de ti —dijo su padre y se levantó para abrazarla y besarla en la sien—. No todos los corazones saben de perdón, y no todo el perdón será de corazón.Lily pudo sentir l
James tomó un taxi para pasar brevemente por su departamento para recoger su ropa limpia y un poco de pastel de carne, antes de regresar al departamento que tenía frente a la clínica en la que Romina se recuperaba.Apenas llegó, los gemelos de su empleada lo rodearon con energía sin igual.—Fueron tres días exactos. ¿Por qué tardaste tanto?—¿Quieres jugar Fortnite?—¿Cómo está Romina?—¿Cuándo podremos visitarla?—Ella está bien y nunca. Nunca podrán visitarla. —Fue tajante, porque había descubierto que a los gemelos les encantaba—. Es mi novia, no de ustedes… y si le permiten visitas, seré el primero y el único en visitarla. D’accord? —Les habló en francés.Los gemelos se miraron cómplices y se rieron infantiles. Lo siguieron en cada una de sus pisadas por el departamento en el que vivían gracias a él, haciéndole preguntas que James se negaba a responder.Le ayudaron a empacar camisas y sudaderas; cuando llegaron a la ropa interior, se burlaron de él y lo toleró porque, en el fondo,
Después del atardecer, Connor dejó que el juez determinara la fianza para que su propio hijo pudiera salir en libertad.Sí, sus métodos fueron cuestionados por sus abogados y consejeros, quienes le informaron que no era muy humano lo que estaba haciendo, pero actuó como siempre, como un pésimo padre, aun cuando las palabras amenazantes de Lilibeth seguían causándole malestar.Aun continuaba en el hospital, preguntándose una y otra vez cómo Lily había sido capaz de ver tan profundo en sus intenciones. Siempre había cuidado que su recelo con Christopher no fuera tan evidente, siempre se escudó en esa frase tonta que aborrecía: “lo hago para que aprenda a ser mejor”. Por supuesto que no hacía lo que hacía para beneficiarlo. Siempre buscó perjudicarlo, incluso cuando era niño.Ese niño asustado que siempre preguntaba por su “mami”, el que pedía que compraran un árbol para Navidad o que hornearan un pavo para Acción de Gracias. Nunca lo escuchó. Nunca consideró sus exigencias ni que fuera