Lily y James regresaron a la comisaría en la que Christopher continuaba detenido, a la espera de que el juez dictaminara la fianza. Sin embargo, los abogados de Connor lo estaban haciendo difícil y aun no tenían información acerca de su libertad.
En ese momento, Lily comprendió que el poder de Connor era mayor. Claro, era entendible; tenía más años de experiencia en esa industria sucia y corrompida y, aunque Christopher también tenía contactos valiosos, Connor le sacaba una gran ventaja.
Por unos instantes, Lily quiso dejar salir su lado latino y armar un escándalo para que liberaran a su hombre, pero luego recordó que debía mantener la compostura o la pondrían a ella tras las rejas también y no podía descuidar Craze.
No en ese momento de vulnerabilidad, porque eso era exactamente lo que Connor quería. Era el trabajo de Christopher el que estaba en juego y ella no iba a permitir que esos lobos hambrientos lo desmembraran por partes.
Pidió volver a verlo, porque no aguantaba la ansiedad que la consumía. Si no hablaba con él, se iba a volver loca.
Él estaba esperándola con la misma ansiedad a la que ella se enfrentaba. No paraba de deambular por la celda estrecha y oscura, de lado a lado, evidenciando nerviosismo. Lily vio en él a ese niño asustado que siempre le arrugaba el corazón, desesperado por un poco de consuelo.
Apenas pudieron abrazarse debido a las rejas que los separaban, pero se las arreglaron para sentirse justo como lo necesitaban. Chris la tomó por las mejillas para buscar su mirada y comprobar que estuviera bien, a salvo, y que su padre no la hubiera salpicado con su m****a.
—Dime que estás bien —suplicó angustiado.
Lily le sonrió calmosa. No quería que él tuviera preocupaciones en ese lugar tan estrecho y oscuro. Sabía que la mente de Chris podía ser muy cruel consigo mismo y no lo quería castigándose por los errores de su padre.
—Mejor que nunca —dijo sonriente. Ella no iba a dejar que la amargura de un hombre como Connor los alcanzara—. Necesito que me autorices a mover las operaciones de Craze al pent-house. Tenemos traidores en Craze y no podemos permitir que saboteen este lanzamiento —ordenó, evitando hablar de lo sucedido con Connor.
Lily iba con calma, porque sabía que ya tendrían tiempo para eso, para sincerarse.
Chris se vio confundido al escuchar aquello. Parecía consternado. Él pensaba que Lily se dejaría derrumbar después de reunirse con el que decía ser su padre. No pudo negar la admiración que sentía por ella. Era más fuerte incluso en la adversidad.
—Amor… —Lily pudo intuir que Chris estaba desconectado de la realidad, de seguro reviviendo el pasado que lo ataba a su padre—. Esto es lo que tu padre quiere… —dijo calmosa. El abogado presente la miró con atención. Lily era un puerto fijo para Chris y su marea tormentosa—. Quiere que el número navideño no salga a tiempo, quiere verte fracasar, pero no vamos a permitírselo, ¿verdad? —preguntó con firmeza.
Chris inhaló profundo para tragarse sus emociones dolientes y con firmeza asintió.
—No, no… —dijo, reuniendo apenas sus últimas migajas de valor. Cuando entendió que su mujer tenía razón, fijó su mirada azul fría en su abogado y, siendo el soberano cabrón de siempre, le dijo—: dame algo para escribir y firmar. Voy a autorizarla. También transfiérele dinero a sus dos cuentas. Connor bloqueará todas las operaciones de Craze, los dejará de brazos cruzados. Paga la imprenta y asegúrate de revisar la publicidad. Debe estar pagada o Connor intervendrá.
Su abogado asintió, dispuesto a seguir todas sus órdenes y le entregó un documento en blanco. Lily se quedó confundida. ¿Dos cuentas? Ella apenas tenía una cuenta, una básica, donde recibía su sueldo como asistente, pero no pudo preguntar nada, porque no era momento para eso. Todo sucedía a con demasiada velocidad.
Chris pensó en escribir una autorización, pero se arrepintió rápido y firmó la hoja en blanco. Su confianza en ella era ciega.
—Él sabía del artículo que escribiste con Marlene… —recordó de pronto. Lily lo miró con horror. Sus sospechas eran ciertas—. Haz lo que tengas que hacer, Petit Diable —dijo mirando a Lily y, antes de que ella se marchara, se besaron en los labios.
Lily fue acompañada por dos policías, pero antes de que los separaran otra vez, Lily se dio la vuelta, se escabulló entre los uniformados y con su ánimo imbatible y su sonrisa de un hoyuelo le dijo:
—¡Te estaré esperando en casa y con pollo frito!
Chris se levantó al verla sonreír y supo que no estaba tan perdido después de todo. Siempre tendría esperanzas, siempre que Lily fuera su todo.
Lily no dudó en actuar en beneficio de Christopher. Jamás pensó en ella. Todo se trataba de él.
Subió hasta Craze como si nada hubiese ocurrido y de forma minuciosa se sentó tras su escritorio y escribió correos para los empleados que quería que la acompañaran. No eran muchos, pero eran los de confianza.
También revisó su cuenta bancaria y aprovechó la presencia del abogado de Christopher para indagar en ese tema que la preocupaba.
—Le abrimos una segunda cuenta por orden del tribunal —dijo el abogado con seriedad. Lily lo miró sorprendida—. Cada mes, la señorita Victoria López le transfiere el dinero acordado en el juicio.
Lily se quedó boquiabierta.
—Yo… no, no, eso no es posible… —Lily trató de razonar y volvió a revisar esa cuenta secundaria.
—Es parte de su condena. Ella le robó y el juez le ordenó regresarle hasta el último centavo —explicó para que ella entendiera.
Lily se largó a reír por los nervios cuando tuvo acceso a la cuenta. Era demasiado dinero.
—Pero no es mi dinero, es del señor Rossi, él… y yo escuché lo que dijo el juez… —Miró al abogado buscando una respuesta.
—Christopher le indicó al juez que ese era su dinero, que él se lo entregó a usted para el tratamiento de su hermana y que lo que usted disponga con ese dinero, es su decisión —explicó el abogado con una calma sorprendente.
—Dios mío, no lo puedo creer —dijo ella, tan sorprendida por la noticia que le costó unos instantes entenderlo del todo.
Nunca pensó que Vicky le devolvería el dinero. Es más, había evitado pensar en ella y en su madre desde el día del juicio. Incluso en Navidad, se obligó a sacarlas de sus recuerdos más dolorosos.
Vicky continuaba en prisión, lejos de Nueva York y podía apostar que era su madre quien debía cumplir con esa obligación. Por unos instantes, se permitió sentir lástima, porque las amaba, era inevitable. Pero fue algo breve, porque pronto se dio cuenta de algo más importante.
Le pidió a unos pocos empleados que la acompañaran. Lo hicieron en total silencio, sin levantar sospechas. El abogado también las acompañó.
Se dirigieron al pent-house de Christopher y se llevaron una gran sorpresa al descubrir visitas imprevistas. El hermano de Sasha había llegado esa mañana y, lo más sorprendente de todo, Marlene estaba allí y su padre parecía muy acaramelado con Sasha.
Ignoró los temas familiares porque no tenían tiempo que perder. Reunió a todos en la sala, se subió sobre la mesa y les habló con firmeza:
—¡Escúchenme todos! —Los presentes guardaron silencio lentamente y la miraron preocupados—. El señor Rossi está en prisión porque tuvo un problema con Connor Rossi —explicó. Marlene se puso pálida y, preocupada, buscó a su asistente entre la multitud, pero no la encontró—. Los abogados de Connor están retrasando el proceso judicial. El juez no ha determinado la fianza y podría tardar algunas horas, según se nos ha informado —dijo. Muchos reclamaron en voz alta—. ¡Los traje aquí porque no podemos dejar que este número fracase! —gritó. Su padre sonrió al verla luchar—. Así que, vamos a trabajar. Somos pocos, pero sé que podemos sacar adelante este número final —dijo con un nudo en la garganta.
Por alguna razón, sentía que se despediría de Craze y que esa sería su última edición. Pero no importaba. Ella haría que fuera la mejor m*****a edición de la historia. A la m****a Connor Rossi y su estúpido legado.
Era hora de que el mundo conociera en verdad quien era Christopher Rossi.
El bullicio la abrumó por unos instantes. Todos hablaban a la vez, se preguntaban cosas que ella no sabía cómo responder, parecían perdidos. Pero el padre de Lily se subió a una silla y con firmeza les ordenó:
—¡Ya escucharon, todos a trabajar, el tiempo está en nuestra contra!
Marlene entendió los hechos y no dudó en unírseles.
—¡Vamos a escuchar a la jefa! —Aplaudió dos veces para que todos se callaran—. Christopher no está, pero somos su equipo y debemos respaldarlo. Ya saben lo que dicen… en la muerte, la enfermedad…
—Pero eso es en el matrimonio —interrumpió un integrante del equipo.
Marlene lo miró con furia por interrumpirla.
—Yo estoy casada con Craze, m*****a sea, ¿acaso ustedes no? —cuestionó enojadísima—. ¡He dado mi vida por Craze, hasta di dos costillas! No voy a dejar que un número falle, nunca hemos fallado.
Todos rieron al ver a Marlene tan comprometida con la causa. Jamás se lo habrían imaginado, porque no era un secreto el repudio de Marlene por ese editor en jefe. Ella era partidaria de la llegada de París Rossi.
—No, nunca… —Todos empezaron a hablar entre sí, sintiendo la motivación del equipo.
—Vamos, jefa, dinos qué hacer —dijo Marlene, mirando a Lily con admiración—. Somos todos tuyos, pero no te aproveches —rio.
Lily sonrió y se tomó apenas unos segundos para organizarlo todo. Pensó en Romina. Le hizo mucha falta en ese momento, pero no dejó que esa inestabilidad emocional la abrumara.
Organizó al equipo en grupos de dos. Sasha se ofreció a preparar café para todos, porque intuía que no dormirían y Julián empezó a realizar las llamadas correspondientes para cerrar acuerdos, reagrupar los artículos y las sesiones pendientes. Tenían que visitar a MissTrex, enviarle la promoción para redes sociales y llegar a la imprenta antes de que alcanzaran el tiempo límite.
Entre ellos, el recién llegado ruso admiró toda esa escena con grandes ojos, sorprendido por la calidez humana que se podía encontrar en América. Para él, los americanos eran todos unos frívolos esclavos del capitalismo. Nunca pensó encontrar trabajo en equipo, todos dispuestos a remar hacia una meta.
Tampoco pudo negar que le gustó la esencia de Marlene. Era una m*****a cabrona cuando se lo proponía, pero delicada como una flor en pleno invierno.
—Buen trabajo, pequeña podsnêznik —dijo Roman al pasar junto a Marlene.
Ella quiso desfallecer en ese segundo. La voz áspera y los ojos penetrantes la sacaron de su cuadrangular, pero ella tenía un foco y no iba a perderlo por un par de bíceps más grandes que su cara.
—Así se trabaja en América, mon amour —susurró con su elegante acento francés y se marchó para hablar con Lily en privado.
Lily la estaba esperando con una ceja enarcada. La había visto coquetear con el ruso y con su padre, todo en menos de veinticuatro horas. Claro, no le correspondía cuestionarla, porque estaba a favor de la liberación femenina, pero tenía curiosidad.
—Debo confesar que me agité un poco cuando te vi partir con mi padre esta mañana —confesó Lily, con el corazón abierto—. Pensé que serías mi madrastra.
Marlene la escuchó y se largó a reír, siempre femenina.
—Lily, tu padre tiene un corazón demasiado valioso —dijo Marlene—, y me encantaría poseerlo —rio—, pero ya tiene dueña y yo no peleo por hombres. No soy una gata…
Lily sonrió.
—Por supuesto que no. Eres más una leona.
—Pensaba más en una pantera o en una cobra real, pero acepto tu halago —rio Marlene, tan relajada que Lily adoró esa nueva versión más… feliz.
—A mí me llamaste burro. Pudiste ser más… amable o asignarme un animal más digno, sin desmerecer al pobre burro —reclamó Lily y la miró divertida.
Marlene puso los ojos en blanco.
—Sabía que algún día me lo reclamarías —dijo sonriente—. En mi defensa diré que Connor…
Lily sacudió la cabeza. No quería escuchar nada que estuviera relacionado con ese nombre.
—Basta de Connor —ordenó furiosa—. Connor nos ha hecho a todos actuar de formas equivocadas, incluso a mí —dijo Lily, pensando en su acuerdo.
Marlene la miró consternada.
—Pero, Lily, ¿tú? —susurró impresionada—. No lo puedo creer.
Nunca imaginó a Connor manipulándola, usándola para conseguir algo a través de ella.
—Todos nos equivocamos alguna vez —susurró Lily, con los hombros caídos—, y no soy perfecta.
Marlene la miró con los ojos brillantes. No pudo evitar sentirse más fuerte al saber que Lily era una mujer valiente que sabía reconocer sus errores sin miedo a ser juzgada.
Sin dudas, tenía que aprender a ser más como Lily.
Lily tragó duro y dijo:
—Siempre encontrará una forma de manipularnos, porque el desgraciado sabe ver muy bien cuáles son nuestras debilidades.
—Lily… —Marlene la llamó, porque estaba confundida.
No lograba comprender de qué hablaba Lily. La joven parecía perdida, analizando algo que solo ella necesitaba escuchar.
—Pero yo conozco su debilidad —susurró Lily, sonriente.
Marlene enarcó una ceja.
—Ok. Me estás asustando. —Marlene la cogió del brazo y la alejó lo más que pudo del equipo de trabajo que ya se organizaba para avanzar con la edición final—. Connor no tiene debilidades.
Lily sonrió satisfecha.
—Christopher es su debilidad —dijo Lily con tanto orgullo que suspiró, dolida al pensar en Chris encerrado en esa celda.
—Pero lo odia —refutó Marlene, pensando en todas las artimañas del hombre para hacer caer a su propio hijo.
Lily se rio.
—No lo odia, es su primogénito. Solo odia lo que representa —dijo Lily, leyendo lo que Connor sentía. Ese resentimiento ciego que ella curaría con la verdad—. Cree que no es su hijo…
—Pero no lo es —refutó Marlene otra vez—. Ni siquiera Jazmín estaba segura —susurró Marlene, refiriéndose a la madre de Christopher.
Lily suspiró.
—Tranquila, voy a averiguarlo y voy a darle donde más le duele —dijo Lily con certeza, pensando en James, que ya estaba moviendo sus hilos para conseguir resultados cuanto antes y pensando en el dinero que Vicky le había regresado, el que usaría para crear algo grande.
Marlene entendió que Lily estaba empecinada en probar algo que, tal vez, destruiría un par de corazones, pero no tuvo valor de detenerla. Christopher y Connor estaban en su derecho de conocer la verdad sobre sus lazos.
—Entiendo y sé que no me corresponde intervenir —dijo Marlene, sensata—. Solo necesito encontrar a mi asistente…
—Tu asistente le habló a Connor de nuestro artículo —confesó Lily, y Marlene la miró con horror—. Puedo especular que no quiere que lo publiquemos. También puedo especular que no sabe qué dice, a menos que tu asistente lo haya leído. —Lily la miró con agudeza.
Marlene titubeó.
—Mi asistente no lo leyó —confesó Marlene, tan consternada que hasta se puso pálida.
Lily sonrió calmada.
—Entonces cree que ese artículo dice algo malo sobre él —susurró Lily, sonriente—. Eso significa que tú eres su otra debilidad.
—Lily… —Marlene negó, asustada—. No sé qué estás pensando, pero no puedo enfrentarme a Connor.
—¿No? —preguntó Lily, desafiante—. Marlene no, pero la Cobra Real puede escribir, sabe escribir y es terriblemente venenosa. Un par de líneas de la Cobra Real lo volverían loco.
—¿Cobra Real? —preguntó Marlene, riendo—. ¿Es mi apodo? —insistió. Lily asintió—. ¡Oh, Dios mío, je l'aime! —chilló emocionada, pero cuando recordó el artículo que había escrito pensando en su madre, recuperó la compostura—. Pero, ¿qué sucederá con nuestro artículo sobre el paso de la moda?
—Tengo una mejor idea para nuestro artículo —dijo Lily, tan segura de sí misma que Marlene no temió por el futuro de ese artículo.
Sabía que su padre lo leería, tarde o temprano, y que podría irse en paz, orgulloso de su única hija.
GLOSARIO:
Podsnêznik: Campanilla de invierno, flor que emerge incluso en la nieve.
Tras graduarse de la universidad y gracias a su padre, Lily consiguió un pequeño puesto como administradora en un restaurante de comida rápida, donde los pollos fritos cautivaban a todos los habitantes de su ciudad y, no obstante, la comida era algo que le motivaba en demasía, no quería ser administradora en un restaurante.Ella soñaba con ser editora.Ojalá de una revista que pudiera cambiar el mundo. Que pudiera motivar a otros, así como la comida la motivaba a ella.Duró apenas dos semanas como administradora y vendedora de pollos y, al siguiente lunes, se escabulló por su casa sin que nadie conociera sus verdaderos planes y viajó hasta la cuna de las revistas más importantes.Caminó por esas pintorescas calles con la boca abierta. Llevaba muchos años sin visitar ese lugar y, sin dudas, se sintió fuera de lugar. Como un bicho raro.Vestía terrible y, sin embargo, se había esforzado por llevar ropa formal, su estilo de anciana no encajaba con esas jovencitas elegantes que se pavonea
Lily viajó en bus de regreso a casa.Sabía que mientras más alargara el viaje, menos tendría que discutir con su padre y así también evitaría enfrentarse a sus hermanas, quienes siempre le daban el favor a su padre en todo.En el bus leyó los documentos que había firmado. Su nuevo contrato y un extenso manual de trabajo en el que se especificaba todo tipo de reglas que, según el criterio de Lily, eran descabelladas.La regla número seis prohibía usar pintalabios de color rojo, esmaltes rojos y/o accesorios del mismo color.La regla número once exigía que todos los empleados de Craze debían estar suscritos a la revista.La regla número trece prohibía comer cualquier tipo de carbohidrato en las dependencias de Craze, una de las revistas de moda que componía el gran conglomerado mediático de Revues.—¿Craze? —se preguntó Lily mientras viajaba en el bus de regreso a los suburbios—. ¿Craze? —se repitió confundida y se apresuró para buscar su contrato.Lo revisó lenta y cuidadosamente, leye
Al otro día, Lily se levantó temprano, se aseó como ya le era costumbre y, si bien, nunca se había enfrentado con su closet, en ese momento, cuando sabía que debía pisar los terrenos más pantanosos en los que había caminado nunca, dudó de todo lo que había en su armario.Dudó de cada prenda y se odió por no tener un estilo definido.Decidió que usaría lo de siempre. Formal y para nada insinuante. Falda negra bajo la rodilla, una blusa negra y una chaquetilla que disimulaba sus caderas más gruesas.O eso creía ella, porque, en el fondo, la chaqueta le quitaba la forma natural a su cuerpo curvilíneo.Llegó temprano a las dependencias de Revues, mucho antes de que llegara la mayor parte del personal. No quería que nadie la viera, así que pidió reunirse con la encargada de recursos humanos para entregarle su carta de renuncia.—Señorita López, ¿qué la trae por aquí? —preguntó la mujer que el día anterior la había contratado.Se oía jovial y despejada.Lucía espectacular con tacones altos
Lily estuvo segura de que ese era el momento perfecto para sentir arrepentimiento y salir corriendo por la puerta y no regresar jamás, pero ahí estaba, firmando y con sangre un pacto que, de seguro, cambiaría toda su vida.Ya no era la simple empleada de un restaurante de pollos fritos, que atendía junto a su padre por las tardes y que, se desenvolvía en un ambiente familiar y agradable. No, ahora era la asistente de un editor en jefe, de una célebre y respetada revista de moda, reconocida mundialmente por su innovación dentro del mundo de la moda.Ya no trabajaría con su alegre familia, sino, con muchachas que vivían de ayuno y agua.—Y que me dice —expuso el Señor Rossi en cuanto Lily se quedó desconcertada, de pie en la mitad de la oficina.—¿Yo? —investigó ella, liada—. ¿Qué quiere que le diga? —Estaba muy asustada.Rossi se carcajeó y se tomó con normalidad su actitud. Era común ver a las jovencitas actuar así antes de entrar al gran templo de la moda.—¿Lista para entrar en el t
Por supuesto que se alarmaron en cuanto vieron el aspecto de Lily. Descuidado, al parecer de muchos. Toda ella era un caso aparte de Craze y llegaron a pensar que se había equivocado de oficina.Con las luces blancas sobre ella, cada detalle se veía exagerado. Las puntas de su cabello parecían más abiertas, las cutículas de sus uñas más resecas y, ni hablar de los puntos negros que tenía en la nariz.La oficina del editor en jefe se encontraba al final del gran recorrido, con la mejor vista de todas y con cristales en lugar de muros.Detrás de un escritorio exagerado de dos metros y con el culo acomodado en una silla de dos millones de dólares, Christopher Rossi fingía que tenía todo bajo control.Su padre sabía que no era cierto y, por mucho que su heredero fingiera poder, estaba al borde de llevar su primera publicación al fracaso.El hombre dio dos golpecitos en su puerta de cristal para anunciar su llegada y entró en su elegante oficina con los brazos abiertos para estrecharlo en
Desde afuera de la oficina, Lily miró a Christopher con inquietud y notó lo angustiado que el joven hombre estaba.Como sabía que debía ajustar su estrategia para trabajar para y con él, dio pasos tímidos hacia su oficina, decidida a presentarse y comenzar con el pie derecho.—Buenos días, Señor Rossi, mi nombre es…—Cierra la puerta —ordenó Christopher sin dejarla terminar su presentación y, si bien, a Lily le resultó muy atrevido e irrespetuoso, asintió obediente y dio la media vuelta para hacer lo que él le pedía.Cuando Lily volteó para mirarlo, se lo encontró frente a frente y no pudo ocultar el espanto que le causó. Puso un grito en el cielo y luego se carcajeó, nerviosa por su cercanía.Estaba segura de que esa era la primera vez que un hombre tan elegante y guapo se le acercaba tanto.—Señor, yo…—¿Qué fue lo que mi padre te ofreció a cambio de ser mi asistente? —disparó Rossi y la miró desafiante.Lily se puso pálida y pasó saliva ruidosamente.—Nada, Señor —respondió ella y
Tomó el elevador y presionó la tecla del piso uno con angustia. Un par de pisos más abajo, el elevador se detuvo y una simpática colorina se montó a su lado. Con ella llevaba un perchero de organización repleto de prendas metalizadas y muy extravagantes.—Balenciaga va a lanzar su nueva línea con nosotros —cuchicheó la colorina y cogió una prenda, casi diminuta y se la puso sobre el pecho—. Espero perder algunos kilos para poder quedarme con esta. ¿Qué te parece? —preguntó.Lily apenas abrió la boca para responder. Le resultaba horripilante, pero quien era ella para opinar de moda, si seguía usando los mismos zapatos de hacía años.—Linda —respondió Lily con un susurro.—¿Eres nueva? —preguntó la colorina de sonrisa alegre y se probó un sombrero igual de extravagante que la blusa anterior.—Sí, es mi primer día —susurró Lily con desconfianza.De reojo miró a la pelirroja y, cuando notó que era más como ella que el resto de las flacuchas del lugar, supo que había encontrado un tesoro.
El deseo ciego de empezar una guerra con su nuevo jefe le duró apenas cinco minutos, más al recordar sus valores, principios y el corazón noble que tenía dentro del pecho.Además, no podía negar que verlo en todo momento a través de esos cristales era la cosa más intimidante a la que se había enfrentado antes y ella no sabía si quería oponerse a ese demonio de ojos azules.Intentó mantener la cabeza fría en todo momento y se enfocó en responder los más de quinientos correos que tenía pendientes. La mayoría de ellos era información que rebotaba desde otros departamentos y también otras revistas pertenecientes al gran conglomerado que era Revues.El teléfono timbraba en todo momento y antes de qué la hora del almuerzo llegara tenía la mano acalambrada por todas las notas que había escrito para su jefe.De las cuarenta notas, treinta pertenecían a modelos que esperaban el llamado de Christopher para una segunda cita y las otras diez pertenecían a mujeres despechadas a las que Christopher