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Julián llevó a Marlene a tomar una taza de té. Fue un caballero espléndido, algo a lo que Marlene no estaba acostumbrada, así que, cada cosa que hizo solo terminó de maravillarla más y más.

Toda su vida había estado rodeada de patanes arrogantes y egocéntricos que solo se deslumbraban por su propio brillo. Julián, por otro lado, parecía deslumbrado por el brillo de todos. Era una versión madura de Lily. Siempre veía lo mejor en los demás: la bondad, la perseverancia, la gratitud.

¿Dios, cómo podía existir tanta gratitud en una persona?

A Marlene no le tomó mucho tiempo darse cuenta de que estaba viviendo su vida de forma equivocada.

Tal vez, envolverse en un mundo de quejas y odio le había atrofiado el cerebro y, peor aún, el corazón. Mientras Julián le hablaba de su vida en la excéntrica Manhattan y de su amor por la comida, Marlene se tocó el pecho, donde su corazón latía con más fuerza que nunca.

—¿Se siente bien? —preguntó Julián cuando la vio tocándose el pecho.

Marlene pudo apostar que nadie se había preocupado por ella de ese modo tan sagaz y, por primera vez, después de mucho tiempo de búsqueda, supo que estaba en el lugar correcto.

Pero tuvo que ser realista consigo misma. Julián era muy diferente a ella, en todos los sentidos. No le fue difícil ver que Julián era una versión mucho más sabia que Lily, aunque no se podía negar que la muy condenada siempre le daba al clavo, por muy oxidado que estuviera.

Su padre acumulaba años de experiencia y sabía que encontraría en él respuestas a muchas de las preguntas que no le dejaban dormir por las noches.

—La verdad es que nunca me había sentido tan bien en mi vida —dijo Marlene, sorbiendo su té con confianza.

No podía negar lo bien que se sentía comer sin esperar que la cuestionaran por lo que se llevaba a la boca. Julián sonrió y no dudó en hacer a Marlene parte de su vida.

—Sé que es una mujer de muchos compromisos, porque mi Lily dice que usted es muy importante en Craze, pero ¿le gustaría pasar el Año Nuevo con mi familia? Cenamos, a la medianoche brindamos y bailamos hasta el amanecer... —Fue directo al grano. Marlene pensó que se desmoronaría cuando escuchó eso: Lily decía que era una mujer importante; ojalá otros hubieran creído lo mismo, ojalá ella hubiera creído lo mismo—. No tiene que responderme ahora, tómese su tiempo. Si no tiene otro compromiso, puede venir a mi casa... —rió y rápidamente se corrigió—: bueno, a la casa de Christopher.

Marlene también tuvo que reírse.

Por supuesto que Christopher jamás la recibiría en su casa, mucho menos en una fiesta tan importante. Y aunque no tenía planes, puesto que en Navidad su novio la había dejado por una modelo más joven y delgada, Marlene dejó salir un poco del veneno que aún recorría sus venas:

—Si no tengo planes, se lo haré saber.

Por supuesto que no se sintió bien después de decir eso. Supo que era altanera, arrogante y que la soberbia se le salía por los poros.

Era terrible aceptar para sus adentros que, las últimas celebraciones de Año Nuevo, las había pasado sola, encerrada en su penthouse en el último piso de un edificio a oscuras.

A oscuras porque todo el mundo se marchaba para celebrar con sus seres amados. Y ella se quedaba sola, en su maldito palacio de cristal: frío, opaco y duro.

Tras recapacitar y darle un poco de vida y juego a su corazón, se armó de valor, porque podía apostar que para ser como Julián y Lily había que ser muy valiente, le dijo:

—La verdad es que no tengo planes, mi novio me dejó en Navidad, pero no quisiera seguir siendo la víbora egoísta que soy. No quisiera que mi madre pasara las fiestas sola, en el hospital y...

Marlene no pudo seguir hablando. Le dolieron las muecas de angustia de Julián. Solo allí supo lo mucho que le dolía la muerte de su padre, esa despedida inevitable a la que no quería llegar.

No estaba lista.

—Usted y su madre son bienvenidas —dijo Julián con una sonrisa amable en su rostro—. Y también su padre, por supuesto. Sería un gran honor tenerlos en nuestra cena familiar. Lily estaría feliz...

Marlene se iluminó al escuchar aquello.

—Ama mucho a su familia, ¿no? —Marlene habló con timidez. Julián le hizo un gesto para mostrarle que era amor infinito—. No me gustaría que piense que soy entrometida, pero no entiendo a su exesposa, yo jamás podría separarme de un hombre como usted...

Los dos se miraron a los ojos y soltaron una gran carcajada. Fue en este momento cuando supieron que, más que un romance de adultos fugaz y vehemente, sería una gran amistad, sólida y resistente.

—Hay un hombre para cada mujer, y una mujer para cada hombre, pero yo no era el hombre para esa mujer —dijo Julián con tanta seguridad que Marlene suspiró, fascinada por lo sabio que le resultaba.

—¿Según quién? —preguntó Marlene, muerta de risa.

—Dios.

Marlene le sonrió. Nunca había pensado en Dios de esa forma. Con una sonrisa amable, le dijo:

—Creo que Dios se olvidó de mí.

Julián también sonrió, de forma amable. Podía entender que Marlene era una mujer con mucho dolor, que había resistido grandes guerras y continuaba en pie, defendiendo lo que ella creía.

—Dios tiene un plan para cada uno de nosotros. Tenga paciencia y verá —dijo Julián de una forma tan suave que Marlene se sintió en calma.

La mujer miró por la ventana para dejar fluir un poco sus emociones. Estaban densas, le dificultaban la respiración. Era un día típico de invierno. Pisos nevados, personas agitadas y narices congeladas.

Si nada había cambiado, ¿por qué ella sí?

—¿Alguna vez estuvo enojado con Dios? —preguntó de pronto, pero temerosa.

No quería recibir la furia de Dios por un enojo que tal vez era injustificado.

Julián le ofreció una sonrisa torcida. Sus ojos dejaban ver que, alguna vez en el pasado, había estado enojado con Dios.

—Solo una vez —confesó con total sinceridad—. Cuando mis problemas conyugales comenzaron, pensé que él me estaba castigando. No tardé en darme cuenta de que lo había hecho todo bien. Era un buen esposo, un buen padre, un buen samaritano, siempre dispuesto a ayudar a otros... —suspiró—. Como no entendí el porqué, lo culpé. Me enojé con él, pensé que era injusto, que era cruel...

Marlene se mostró impaciente por conocer el resto de la historia. Él no tardó en decirle lo que verdaderamente había aprendido:

—Me costó entender que no siempre existe un porqué. Siempre buscamos una respuesta para todo, pero a veces simplemente no la hay. Dios quería que así fueran las cosas y así fueron. —Puso su puño en la mesa—. Mi mujer me fue infiel, me mintió por más de veinte años y jugó conmigo. Ahora que sé la verdad, entiendo que Dios solo intentaba alejarme del mal...

Marlene no pudo negar que su historia le parecía hermosa, a su estilo, pero era el ejemplo claro del designio de Dios.

—¿Y por qué cree que Dios lo puso en mi camino? —Sabía que era una pregunta riesgosa, pero estaba dispuesta a correr cualquier riesgo con tal de entender por qué Lily y su familia habían llegado a su vida.

Julián se carcajeó divertido y, por encima de la mesa, tomó su mano de forma cariñosa.

—Eso tendremos que averiguarlo. —Le guiñó un ojo—. Pero él nunca se equivoca —añadió, mirando al cielo con esperanzas—. Si nos vamos ahora, podemos pasar por mi cocina y le prepararé unas empanadas que vienen del mismísimo Edén —dijo mirando su reloj, con tanto entusiasmo que, de la nada, Marlene se echó a llorar sobre la mesa.

Julián dejó su puesto frente a ella y se quitó la chaqueta elegante que Christopher le había obsequiado.

Envolvió la espalda delgada y desnuda de Marlene de forma caballerosa y se quedó en cuclillas a su lado, acompañándola en su desahogo matutino. Con discreción pidió un chocolate caliente bien dulce y con ese aroma especial hizo que la mujer regresara a él.

—Lo lamento tanto, yo... —Marlene no supo cómo excusarse.

Julián supo que estaba asustada.

—¿Por qué se disculpa? —preguntó Julián, confundido—. ¿Por llorar como un ser humano normal? —Fue una pregunta retórica.

Marlene sonrió aliviada y se sintió menos culpable. Con ternura miró el chocolate caliente y volvió a llorar cuando recordó a su padre. Hipando y tragándose sus lágrimas, le dijo:

—Mi padre solía prepararme chocolate caliente cuando llegaba de la escuela y él... él... —lloró más fuerte—... él siempre estuvo para mí. —Escondió la mirada, avergonzada—. Yo no pude estar para él... lo abandoné cuando más me necesitaba.

Julián la consoló con toda la calma del mundo. Fue tan comprensivo que Marlene pudo seguir llorando sin sentirse culpable ni avergonzada.

—Jamás pensaría que Lily o Romy me abandonaron por vivir sus vidas. Eso es lo que quiero. Que sean felices, que tengan heridas, que se las curen y, si no pueden, yo se las curo —dijo emocionado—. Yo creo que su padre fue muy feliz de verla feliz. Yo estoy orgulloso de mi Lily porque logró escribir y estoy orgulloso porque mi Romy aceptó su pérdida y dejó ir a su pequeño... un padre siempre va a estar orgulloso de sus hijos. Siempre.

Marlene sonrió melancólica.

—Yo...

—Y no sienta culpa por hacer su vida, por llorar en público o por comer un poco más. No sienta culpa por vivir —dijo severo y la mujer sintió, por unos breves instantes, que estaba hablando con su padre.

Con elegancia, se limpió las lágrimas tibias que aún empapaban sus mejillas y se atrevió a aceptar la mano de Julián. Él la puso sobre su muslo y se quedaron allí un largo rato en silencio.

Como lo prometido era deuda, antes de regresar a las oficinas de Craze, pasaron por el pent-house de Christopher y Julián le preparó una decena de empanadas que, según la perspectiva de Marlene, no venían del Edén, sino del infierno. Eran picantes, cálidas, jugosas y perfectas.

Sasha regresaba en ese entonces de las compras semanales. Le sorprendió ver a Julián con una mujer tan... hermosa y a solas.

—Lamento interrumpir, yo... —Escondió la mirada y quiso salir corriendo, pero Julián la detuvo antes de que todo se malinterpretara.

La sostuvo por el brazo con delicadeza, pero con la firmeza suficiente para contenerla.

Con seriedad, la miró a la cara y con valentía le dijo:

—Sabes que voy a seguir esperando.

Sasha inhaló profundo cuando entendió lo que aquello significaba y, sin pensarlo mucho, se arrojó a sus brazos a llorar.

Nunca se había enamorado y no estaba entre sus planes enamorarse de un hombre tan maduro, que fuera tan opuesto a ella.

Y el amor le golpeó fuerte. Sus emociones estaban todas revueltas. Un día estaba feliz, otro triste. Melancólica, ansiosa, nerviosa. Todo estaba ahí, mezclado y la volvía loca.

Escondida en su pecho, hecha un mar de lágrimas, decidió que ya no iba a esconderse, que tampoco iba a seguir esperando a que las cosas fueran más claras. Julián iba a seguir esperándola y, ¿qué más quería esperar? ¡Ya no quería esperar! No necesitaba más respuesta que esa.

Siempre sería ella.

Se armó de valor, se separó de su pecho y buscó su mirada. Le dio gusto ver que él la estaba esperando y, con una sonrisa juvenil, le plantó un primer tenso beso en los labios.

Desde la mesa de la sala y atiborrada comiendo empanadas recién fritas, Marlene los vio besándose y, emocionada, les aplaudió de pie. A Sasha se le quitaron los miedos cuando Julián respondió su beso con ternura y no dudó en tomarlo del cuello y mostrarle lo mucho que lo deseaba. Hasta ese momento, nunca había tenido pensamientos impuros con ningún hombre, pero Julián despertó otras sensaciones que Sasha jamás pensó sentir.

Y podrían haber terminado en un cuarto, gimiendo acalorados, de no ser por la sorpresiva llegada de Roman, el hermano mayor de Sasha, un ruso que, a primera vista, sacudió el mundo frío de Marlene.

Lila Steph

Hola, gracias por esperarme por tanto tiempo. Gracias por sus infinitos comentarios de apoyo. Los he leído todos, cada uno y estoy enormemente agradecida; les conté que mi hijo tiene algunos problemas. Hace algunos días fue intervenido de su riñón y estamos en proceso de recuperación y re evaluación. No sé cuánto tiempo nos queda aquí, pero solo quiero decirles que fue muy difícil leer este capítulo y editarlo, porque hablamos de los designios De Dios. Espero que lo disfrutaran.

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