157

Pasado el mediodía, Lily salió a comprar un par de ensaladas y algunas presas de pollo horneado para que pudieran almorzar. En su regreso, encontró a Marlene despierta, aunque un poco atontada.

—Lamento eso. —Se disculpó por quedarse dormida. Lily la miró con angustia—. Llevaba dos día sin comer y cuando vuelvo a comer, suelo quedarme dormida en todas partes... —confesó de la nada, preocupándose de que su madre no la oyera.

Lily se quedó boquiabierta y supo que Marlene era otra niña que, si bien, sí tenía el amor de sus padres, no tenía amor propio.

—Bueno, entonces el pollo te sentará perfecto. —Lily sacó las cajas con pollo.

—¿Pollo? —Marlene la miró con pánico.

—Sí, pollo y ensalada —confirmó Lily y se oyó tan tajante que Marlene lo sintió como un reproche.

Lily ni siquiera le preguntó. Le entregó una ensalada entera y dos piezas de pollo. Marlene miró la comida con recelo y con el tenedor movió los vegetales de lado a lado, poniendo mueca nauseabunda.

Lily supo que sus problemas con la comida eran más graves de lo que todos creían. Y con paciencia se sentó frente a ella y dijo:

—Pollo, delicioso, proteína para a mis músculos. —Dio un mordisco—. Vegetales, bajos en grasa y altos en fibra. —Marlene la miró comer y se llevó un trozo de lechuga a la boca.

Su cuerpo requería de toda esa comida y no pudo resistirse a lo bien que olía, y ni hablar de sabor.

Se lo comió lento, porque disfrutó de cada bocado, y Lily se preocupó de que se comiera hasta el último grano de maíz cocido.

Se quedaron el resto de la tarde allí, acompañando al anciano. Las mujeres recibieron las flores de Rossi después del almuerzo. Marlene estuvo agradecida con Christopher y con sus palabras.

No dudó en responderle:

«Hermosas flores.

Mi madre está agradecida y yo también.

Gracias por dejar que tu asistente me hiciera compañía.»

Christopher no tardó en responder, a sabiendas de que Marlene no era buena con las palabras y los sentimientos:

«Siempre es bueno para el corazón un poco de Lily. Como medicina»

Marlene sonrió al ver su mensaje y no pudo negar que, el muy condenado tenía razón.

Rossi se quedó lidiando con los retoques para el número final hasta después de las ocho. Su suegro estuvo todo el tiempo con él. Fue de gran ayuda, puesto que la ausencia de Lily se hizo notar.

Julián recorrió todas las oficinas, se codeó con todo el personal e incluso se preocupó de que todos tuvieran su almuerzo al mediodía y sus cafés de la tarde.

Adoró ser parte de algo tan importante y demostró que era un excelente asistente.

—Me atrevo a decir que, mejor que Lily —dijo Rossi y su suegro se rio fuerte—, pero no le digamos eso a ella.

Rossi lo miró con pánico.

—Por supuesto que no —rio Julián y no tardó en añadir—: mi niña nació para escribir.

Rossi sonrió. Julián siempre buscaba lo mejor de las personas.

—Lo sé —murmuró Chris y recordó que Lily no le había entregado el borrador de su columna.

No tardó en enviarle un mensaje, recordándole su importante participación como Petit Diable.

En la clínica, tras su primera sesión, Romina cenó con los demás pacientes y se preparó para ir a la cama. Eran las siete de la tarde, pero ella planeó una noche de belleza y lectura romántica.

Dos golpecitos en su puerta la hicieron levantarse de la cama. Rápido se envolvió con un batín, se quitó la mascarilla hidratante que usaba para no hacer el ridículo y se acercó a la puerta para abrir.

Era una de las enfermeras del turno de la noche. Traía una sonrisa enamorada y una canasta romántica en las manos.

—Esto llego para usted —dijo la mujer y le entregó una canasta de rosas y obsequios—. Seguridad y su psicólogo ya la aprobaron —explicó para que la joven la aceptara sin preocupaciones—. Disfrútela.  

Romina agradeció con las mejillas coloridas y aceptó la canasta, la que llevó hasta su cama y, tras cerrar la puerta y verse a solas otra vez, se quedó de pie frente a la canasta, admirándola con los ojos brillosos y sin saber qué hacer.

Esa era su primera vez recibiendo algo tan romántico y no sabía por dónde empezar. Por supuesto que sabía que era James quien la enviaba y lo terminó de comprobar cuando encontró una tarjeta escondida en las rosas.

Quisiera ser tan valiente como tú y tener el valor de tenerte lejos,

pero necesito ver tu sonrisa antes de empezar el día y oír tu voz para terminarlo.

James D.

Romina se rio coqueta al leer su letra por primera vez, masculina, fascinante, tan él que se tiró en la cama a leer sus palabras una y otra vez.

—Mejor que tú, libro. —Habló con el libro que leía y se sintió como una loca.

Se rio emocionada y terminó de ver todos los obsequios que James le envió. Junto a las rosas encontró jabones, ropa interior seductora que miró con la boca abierta y fresas bañadas en chocolate que no dudó en saborear. Al fondo, un par de binoculares y un aparato rosado que Romina no logró identificar.

Era ovalado, con una pequeña antena. Poseía tres botones arriba que presionó curiosa.

Se asustó cuando oyó la interferencia y por la impresión lo lanzó sobre la cama, alejándose de ese objeto tan raro.

La interferencia se agudizó y, tras un largo silencio, se oyó su voz:

—Te dije que encontraría una forma de estar contigo todas las noches.

Romina se quedó paralizada y rápido supo que era él. Temblando cogió el aparato entre sus manos y fácil vislumbró que era un comunicador portátil.

—James... —musitó.

No sabía cómo funcionaba, así que presionó todas las teclas y habló. James no tardó en decirle lo que tenía que hacer:

—Mantén presionada la primera tecla.

Romina lo intentó con el corazón latiéndole fuerte dentro del pecho.

—¿James?

En el rascacielos del frente, en su nuevo departamento, James rio fuerte al escucharla y no tardó en responder.

—A sus órdenes, señorita —dijo sonriente.

Ella pudo sentir su sonrisa, aun cuando lo separaban unos cuantos metros y no podían verse.

—¡Pero, ¿cómo?! —Romina gritó feliz, riéndose también—. No lo entiendo —dijo, presionando la tecla y riendo.

Dio vueltas por la cama, por la felicidad que la hacia flotar en nubes deslumbrantes.

—Estoy más cerca de lo que crees... —respondió él y se levantó del piso para mirarla por la ventana—. Usa los binoculares —explicó y con desespero ella buscó los binoculares que antes había visto en el fondo de la canasta—. Estoy aquí... —dijo—. Justo frente a ti, amor.  

Romina corrió a la ventana y abrió las cortinas. Al frente encontró un rascacielos gris, pero consideró que era imposible que él estuviera allí... ¿cómo?

Usó los binoculares para mirar en todas las ventanas del edificio.  Una a una y, de pronto, una la llamó con luces que parpadeaban. Le enviaban un mensaje en la mitad de esa noche nevosa.

Rio emocionada y miró cuidadosa a través del binocular, aunque muy temblorosa.

Entonces, lo vio a él.

James la saludaba con la mano y con una bonita sonrisa. Romina no pudo contenerse. Bajó los binoculares para echarse a llorar, mientras él le habló por el comunicador:

—Quiero que seas lo primero que veo al despertar y lo último antes de dormir.

Romina se echó a reír, pero con los ojos llenos de lágrimas. Estaba emocionada, por supuesto, porque jamás se habría imaginado que James haría algo así por ellos.

Como ella no tuvo palabras y solo lágrimas, él siguió hablando por los dos:

—Te dije que eres la culpable de mis insomnios y no creo soportar otra noche sin ti, Romina. —Ella se armó de valor y volvió a mirar a través de los binoculares. Por un segundo, consideró la idea de estar alucinando, pero su ventana era la única iluminada—. No iba a permitir que un poco de distancia nos separara...

Romina inhaló profundo y se secó las lágrimas que mojaban su rostro. Volvió a usar los binoculares para verlo otra vez. James la estaba esperando, con su sonrisa seductora y ese porte que la volvía loca.

—Podemos establecer reglas —dijo James—. Tampoco quiero que te sientas acosada por mi...

Romina rio y no dudó en usar el comunicador que tenía en la mano.

—Oh, como crees —respondió riendo con su característico sarcasmo.

James explotó en una carcajada que ella oyó y se rieron los dos unos instantes, cada uno en un espacio diferente, pero, demonios, se sintieron tan conectados que supieron que, pese a la distancia y el tiempo, resultarían.

Ellos resultarían.

—Quiero escuchar las reglas —dijo Romina con la sonrisa imborrable.

—Si quieres verme: cortinas abiertas y comunicador. Si no quieres verme: cortinas cerradas. Si quieres que yo te vea... —No siguió hablando, pero su voz se oyó más áspera y seductora.

Romina pudo entender lo que eso significaba. Era un juego fabuloso que estaba dispuesta a jugar.

—La ropa interior que enviaste, quieres que la use —especuló con voz coqueta.

James sonrió y excitado le respondió:

—Solo para mí.

Romina se rio más fuerte.

—¿Acaso crees que modelo en ropa interior para desconocidos que me miran por la ventana? —preguntó ella, riéndose divertida.

James se rio y dijo:

—Espero que no.

Rieron los dos en sus habitaciones, imaginándose juntos, piel con piel.

—Cariño, eres el único —confesó ella con las mejillas rojas.

—No sabes lo bendecido que me siento —respondió travieso.

Romina se rio y no dudó de su grandiosa idea y de su deseo de estar cerca. Le fascinó saber que no quería estar lejos de ella y que se había ingeniado una forma de estar cerca.

—¿Y qué quieres hacer ahora? —preguntó Romina, yendo directo al grano.

James sonrió y no dudó en recostarse en el piso, con su abrigo bajo la cabeza como almohada y con el comunicador en la mano.

—Ahora me haría feliz quedarme dormido escuchando tu voz... no pido nada más —susurró él con los ojos cerrados.

Romina se rio y siguió su juego atiborrado de ternura y se metió a la cama. Cogió el libro que disfrutaba y habló con él:

—Señor Dubois, podría tenerlo todo en el mundo, pero ¿se conforma con mi voz? —preguntó ella, con tono dulce.

James suspiró seducido.

—Es lo único que me hace feliz —confesó y ella chilló emocionada.

Se tomó unos instantes para calmarse. No quería que la enfermera entrara por la puerta, atraída por su griterío de adolescente camino a la perdición del amor.

—Estaba leyendo. Si quieres puedo leerte un poco —dijo, ya más calmada.

—Me encantaría —musitó James.

Romina sonrió y se acomodó en la cama; puso el libro en sus regazo y mantuvo el comunicador en la mano.

Él la escuchó narrarle un libro al que poca importancia le dio. Solo la escuchó a ella, con su voz fascinadora que tanto lo calmaba.

Y se durmió, en el piso, sin la comodidad de su cama y sus lujos, pero con el corazón colmado de ella.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo