Una calumnia en una fiesta cambia la vida de Abigail para siempre, antes princesa, y ahora se convierte en una zorra a la que todos desprecian, en especial el hombre a quien tanto ama: —Te acostaste con otros hombres. ¡Las pruebas están todas ahí! ¿qué más quieres aclarar? —cuestionó. —Aitor, ¡Por favor, créeme, no me dejes! ¡Yo no hice nada, las pruebas son falsificadas! ¡Mi hijo es producto de nuestro amor! ¡Es solo tuyo y de nadie más! —No lo reconoceré como mi hijo. ¡Exijo el divorcio, cuanto antes! Aquellas frases se clavaron como puñales en el corazón de Aby. Así que repudiada por su esposo y su propio padre, ella se ve obligada a huir de su país, embarazada y sin dinero, llega a Europa y trabaja duro para convertirse en organizadora de bodas, sólo para descubrir de repente que el nuevo evento que se le ha asignado es la próxima boda de su ex marido y su propia prima. ¿Qué hará? ¿Aceptará esa propuesta y organizará la boda del hombre que le rompió el corazón? Safe Creative: 2306014475444 Registrada en el Instituto de Propiedad Intelectual de Ecuador. Prohibida la reproducción de este libro sin permiso de la autora. ©Angellyna Merida, 2023
Leer másEl último día de clases de Jake en la guardería había llegado, el siguiente ciclo empezaba el año escolar en otro colegio, como era de esperarse ya no volvería a verse con sus amiguitos, a algunos los conocía desde que era un bebé, y su mamá lo dejaba al cuidado de las encargadas para irse a trabajar. Sin embargo, mientras Aby sentía esa congoja en su pecho, Jake sonreía feliz, porque su papá le había cumplido la promesa que le hizo, y ese día iba a llevar de regalo los muñecos de Batman a todos sus amigos. —Vamos, mamá, date prisa, ya mi papá metió la caja en el auto —expresó más que contento, los ojitos le brillaban. Abigaíl lo miró con ternura, suspiró profundo. —Ya voy —respondió, se puso de pie—, estás muy feliz hoy. —Sí, es que todos van a caer desmayados de la emoción cuando vean sus obsequios —informó. —Me lo imagino —contestó Aby sonrió y le acarició la mejilla. —Ya nos podemos ir —avisó Aitor, entró a la casa, observó con ternura como su esposa, abrazaba a su hij
París, Francia. Abigaíl y Aitor llegaron en horas de la tarde a la ciudad del amor, ella estaba plenamente convencida de qué se trataba de un viaje de negocios. Se instalaron en el lujoso hotel con vista a la torre Eiffel. Lo primero que hizo Aby fue salir a la terraza y contemplar el bello paisaje a su alrededor. Aitor salió tras de ella, la agarró por la cintura. —¿Te gusta? —Sabes que siempre quise venir a París contigo, era uno de mis sueños de niña —suspiró profundo—, me parece mentira. —Es una realidad, amor, pero ahora debo dejarte sola unas horas, tengo que visitar a unos inversionistas, pero quiero que te prepares para la cena, te llevaré a un restaurante exclusivo para compensarte —habló con dulzura en el oído de Aby. —No tengo más remedio que esperarte. —Frunció los labios, hizo un puchero. Aitor la besó en la mejilla, sonrió en su interior. «Si tu supieras» dijo en su mente. —Prometo compensarte bien —murmuró con voz ronca. —Eso espero —respondió ella,
Aby la miró con la misma calidez que ella lo hizo, le brindó una sonrisa sincera. —Mucho gusto, mi papá habla bien de ti, gracias por ayudarlo cuando más lo necesito, bienvenida, pasen. —Alexander es un gran hombre, además era mi deber demostrar su inocencia. —Miró al padre de Aby con ternura, y de una manera especial. Abigaíl apretó los labios, lo que más deseaba en la vida era ver a su padre contento, y acompañado con una pareja. Luego de saludar con Aitor, todos se acomodaron en la cena, y mientras degustaban de los alimentos, charlaban, reían, escuchaban las anécdotas que contaba Maddi de Alex, y viceversa. De igual manera Aitor y Aby hablaban de las suyas, de su época de niñez, se dieron cuenta que compartieron mucho, se conocían tanto, y ese amor que empezó en sus primeros años de vida ahora era una realidad. Más tarde cuando los invitados se marcharon y Jake se durmió, Aby en su alcoba, batallaba con el cierre de su vestido. Aitor se aproximó antes de ofrecer su ayuda, l
Días después. Alexander viajó junto con Aitor a Boston, no podían permitir que Robert valiéndose de algún artilugio lograra reducir su condena y no fuera enjuiciado por los fraudes que cometió. —¿Crees que el fiscal general de la nación acepte vernos? —indagó Aitor dubitativo, y pensativo. —Es un caso importante, no creo que se niegue —expresó y ladeó los labios. Enseguida bajaron del auto, y entraron al imponente edificio, caminaron por los impecables pasillos, y enseguida llegaron a la oficina del fiscal. —Señorita quiero ver al fiscal —avisó con su gruesa voz Alexander. —El señor no recibe sin cita previa —indicó con amabilidad la chica. Alex sonrió. —Dígale que está aquí Alexander Howard, va a ver que me recibe. —Guiñó un ojo. La mujer no pudo evitar sonreír, se puso de pie y fue directo al despacho de su jefe, luego de unos minutos salió. —Sigan por favor. —¿Conoces al fiscal? —cuestionó en voz baja Aitor. Alexander volvió a sonreír, y entró a la oficina. —
Unos días después, se dio inicio al juicio en contra de Robert Hamilton, Alexander logró que se abriera el caso por el cual, él fue condenado a prisión siendo inocente, y todo eso estaba en conocimiento de la corte. Cuando Robert entró en la sesión, esposado como un vulgar delincuente Abigaíl lo miró con frialdad, Aitor con desprecio, entonces los altos tacones de una mujer se escucharon en el entablado era Viviane, se quitó los lentes y miró al acusado con profunda repulsión, no pudo evitar acercarse y sentarse en primera fila detrás de él. —Así era como te quería ver, acabado maldito viejo —susurró. Robert apretó los puños, resopló. —No cantes victoria querida —susurró. Viviane soltó una risilla. —Te estás enfrentando a tu peor enemigo, y te aseguro que Alexander no te dejará libre. Enseguida les pidieron guardar silencio, porque el juez entró, todos se pusieron de pie y se dio inicio a la sesión. El abogado de Robert, llamó a los testigos, el primero en hablar fue Alexander
Aby tomó del brazo a Aitor, lo miró con ternura, para tranquilizarlo. —Dejemos que mi papá se encargue de Robert —habló con dulzura. —Tienes razón —expuso Aitor, le acarició la mejilla—, creo que es momento de volver a nuestra casa.Alexander observó a su hija, sintió un estremecimiento, quería tenerla cerca a ella, a su nieto. —¿Por qué el apuro de irse? —investigó, observó a su hija con melancolía. —Agradecemos tu hospitalidad Alexander, pero el casado casa quiere, y claro Aby y yo aún no somos esposos, pero no tardamos en serlo una vez más. —La abrazó por la cintura y la pegó a su cuerpo. —Espero que no te tardes en pedirle matrimonio a mi hija —habló con su gruesa voz y con firmeza. —Lo haré —dijo Aitor, ladeó los labios, esta vez quería sorprender a Aby, por eso no podía precisar cuándo lo iba a hacer. —Lo comprendo, y sé que como pareja quieren estar solos, pero…—Alexander habló y fue interrumpido por su hija.Aby se acercó a su papá, lo tomó del brazo. —No quiero dejar
—Por supuesto, pero esta vez fue Robin el valiente, fuiste muy inteligente, me llegó a tiempo la batiseñal. El pequeño sonrió, la mirada le brilló. —Justo a tiempo Batman, espero que hayas acabado con el pingüino, es muy malo, le decía a mi mamá cosas muy feas de ti —apretó los labios. Aitor no pudo evitar soltar una carcajada al escuchar a su hijo referirse a Robert como el icónico villano de Batman. —Ese es mi hijo —expresó orgulloso. —Y el mío también —rezongó Aby. Enseguida los tres se fundieron en un abrazo, ya estaban juntos y esta vez ya nada los podía separar. Luego que Jake se durmió, Aitor y Abigail se acomodaron en la habitación que Alexander había dispuesto para ellos. Ya en la soledad de esa habitación Aitor llenó de besos a Aby, su corazón había vuelto a su cuerpo. —Estuve a punto de volverme loco, sin saber de ustedes —confesó. —No imaginé que Robert llegara a tanto —susurró Aby—, quisiera sentir pena por él, pero no me nace ese sentimiento, no sé, ese
Abigaíl palideció, se agarró del brazo de Aitor para no caer de la impresión, miró a Robert, con expresión de desconcierto. —¡No lo creas! —gritó Hamilton—, eres mi hija, este hombre miente. —Aquí el único mentiroso eres tú, yo tengo las pruebas —vociferó Alexander—, ya llévenselo —ordenó a los agentes. Abigaíl observó a Robert con el ceño fruncido, y los ojos llenos de desconcierto, el corazón lo tenía apretujado en el pecho. —¿Qué está ocurriendo Aitor? —preguntó Aby con la voz temblorosa, los ojos humedecidos. Aitor la rodeó con su brazo, la observó con ternura. —Vamos a casa, pronto lo sabrás todo. Alexander observó a Abigaíl, percibiendo su corazón latiendo a millón, tenía tantas cosas por decirle, pero las palabras no salían de sus labios. —Es largo de explicar —susurró con la voz entrecortada—, vamos a casa. Abigail acompañada de Aitor y junto a su hijo subieron a una de las camionetas blindadas del señor Howard, miles de preguntas rondaban la mente de Aby. «¿Mi verda
—Sí —contestó—, el padre de ese infeliz me quitó la oportunidad de casarme con Viviane, y tuve que hacerlo con tu madre —confesó respirando agitado. Aby abrió sus ojos con amplitud, el corazón le tembló. —Eso quiere decir que nunca amaste a mi mamá —cuestionó balbuceando. —Así es, nunca estuve enamorado de Amber, solo amé a una mujer y esa fue Viviane, pero ella me rechazó —resopló, tensó los músculos. Los ojos de Aby se llenaron de lágrimas, y sintió un ardor en el pecho, ahora entendía muchas cosas, el desprecio de su padre hacia ella, si jamás amó a su mamá, menos iba a amar a su hija. —Eres peor de lo que pensé, si no me quieres, para qué me trajiste —cuestionó Aby a los gritos. —Sí no perderé el tiempo contigo —vociferó—, quiero que firmes unos documentos. Aby parpadeó, abrió sus ojos sorprendida. —¿Documentos? ¿De qué hablas?—Tu madre te dejó un fideicomiso, y podrás gozarlo cuando cumplas veinticinco años, y no sé cómo Viviane se enteró, y por ese motivo Aitor Roig te