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Capítulo 3: Sola, repudiada y embarazada.

Sola, embarazada, repudiada por toda su familia Abigaíl Hamilton caminaba por las calles de Boston, parecía que ese día no contaba con suerte, y una torrencial lluvia empezó a caer, empapándola por completo.  El hermoso vestido que escogió para darle la noticia del embarazo a su marido, quedó vuelto nada, su cabello era un desastre, y su alma se hallaba fragmentada en miles de pedazos.

Y mientras transitaba sin rumbo, buscando un taxi, sintió pasos detrás de ella. Abigaíl empezó a caminar con prisa, el corazón le retumbaba con violencia, cuando se echó a correr dos hombres la interceptaron de frente, la agarraron por los brazos y la llevaron a oscuro callejón.

—Danos todo lo que tengas —ordenó con voz ronca uno de aquellos sujetos, punzando una daga en el mentón de Abigaíl.

La mujer temblaba, las palabras no salían de sus labios.

****

Aitor, en la habitación del apartamento que compartía con Aby, miró en la alcoba aun las cosas de esa mala mujer.

—Podría perdonar que me manipularas, que hicieras todo lo que hiciste para tenerme a tu lado, pero esto Aby, es imperdonable.

Apretó los labios, contuvo su ira. Con su enfermedad, no podía enojarse, de lo contrario habría graves consecuencias. Salió de la habitación, llamó a una de las empleadas:

—Recojan todas las cosas de la señora, y vean que hacen con ellas, no quiero ningún rastro de esa mala mujer en esta casa —ordenó con la seriedad que lo caracterizaba.

Aitor vio cómo las criadas se llevaban una a una las pertenencias de su mujer. Parecía que los hermosos recuerdos infantiles con Aby estaban desapareciendo poco a poco.

—Siempre me engañaste, y hasta estaba empezando a volver a amarte, pero tú fingías ser una mujer dulce, amorosa, y honesta —bufó mirando el retrato de esa boda obligada—, quizás si ese bebé en verdad hubiera sido mi hijo… tal vez. —Bufó y negó con la cabeza—. No, no es posible, el médico fue claro conmigo:

«Debido a tu condición, lo más seguro es que no puedas tener hijos»

De pronto su móvil empezó a sonar, miró que era de un número desconocido, resopló y no respondió, no quería hablar con nadie y menos de lo sucedido en la fiesta, ya bastante tenía con ser la comidilla de toda esa gente.

De nuevo entró una llamada, gruñó, y respondió.

—Buenas noches, requiero comunicarme con el señor Aitor Roig —solicitó la voz cálida de una mujer al otro lado de la línea.

—Soy yo —respondió él en tono seco.

—Lamento informarle que su esposa ha sido víctima de un asalto, se encuentra muy grave en el hospital, requerimos que venga.

Aitor bufó, negó con la cabeza, por su mente una y mil ideas pasaron, llegó a creer que Abigaíl, por llamar su atención ahora estaba fingiendo ser víctima de la delincuencia.

—Gracias, iré para allá.

Aitor empezó a caminar de un lado a otro sin saber qué hacer, no quería verla en lo que le quedaba de vida, pero a pesar de su odio, había algo en su interior que le gritaba que fuera a su lado, quizás porque no era un desalmado. Agarró el móvil, y llamó al padre de su aún esposa, le comunicó lo ocurrido.

—Yo ya no tengo hija —dijo el hombre con gruesa voz—, no me importa lo que suceda con Abigaíl. —Colgó.

Aitor, por una parte, entendía el resentimiento del señor Hamilton en contra de su hija, había mancillado la honra de la familia, pero por otro seguía siendo su sangre, resopló, bufó, se llevó las manos a la cabeza, y decidió ir al hospital.

Un par de horas más tarde, llegó al sanatorio, preguntó en recepción por el estado de salud de su esposa, y en la sala de espera se encontró con la prima de Abigaíl.

—¿Qué haces aquí Kendra? —indagó Aitor.

El hombre no había tenido tiempo de ni cambiarse de ropa, tenía la camisa mal puesta, no traía corbata, el saco era un desastre, al igual que su cabello.

—Eres un hombre noble, y supuse que vendrías a verla, aunque ella no merezca ni un poco de tu atención.

—¿Sabes cómo está? —cuestionó con seriedad, ignorando el último comentario de Kendra.

—Pues parece que se repondrá. —Apretó los dientes—, no pudieron salvar al bebé, murió.

Aitor no supo por qué la noticia le causó un pinchazo en el pecho, inspiró profundo, carraspeó.

—Lo lamento por ella. ¿Hay algo más por hacer?

—Parece que le robaron todo lo que tenía, mi tío me dijo que le había entregado un cheque para que desapareciera, pero imagino que ahora se quedó sin nada, y hay que pagar la cuenta del hospital.

Aitor volvió a inhalar profundo, la situación económica de él no era la mejor, y ahora más que nunca necesitaba dinero, sin embargo, a pesar de todo no podía desampararla, así que prefirió ayudarla a ella, que, a él mismo, entonces le dejó un cheque por diez mil dólares, era lo máximo que podía darle.

—Dáselo cuando despierte, pero quiero el divorcio a cambio —solicitó.

La mirada de Kendra brilló por completo.

—Yo me encargo de eso. —Se aproximó a él, lo agarró de la mano—, todo estará bien.

—Gracias por estar aquí, y ayudarme, la verdad no quiero ni verla.

—Te comprendo bien, sabes que en mí tienes a una amiga. —Sonrió—, me haré cargo de todo, y te llamaré.

—Solo avísame cuánto hay que pagar por el hospital, de ella no me interesa saber más. —Giró y abandonó el hospital.

«¡Lo logré!», exclamó Kendra en la mente, feliz.

****

Tres días después.

Abigaíl apenas estaba recuperándose de aquel atentado, y la única persona que apareció a visitarla era su prima Kendra.

—¿Cómo te sientes? —indagó con hipocresía.

—Adolorida —contestó. —¿Aitor vino a verme? —preguntó aún con esperanzas.

—No, no ha venido, solo me llamó para darme un cheque, quiere que le des el divorcio, no le importó lo que te pasó, ni el bebé —musitó—, le dije que lo habías perdido a ver si se conmovía, y sabes lo que hizo ese desgraciado —cuestionó.

El corazón de Abigaíl se achicó en el pecho, y gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas.

—No lo sé, ¿qué hizo? —cuestionó balbuceando.

—Se alegró, dijo que fue lo mejor —mintió Kendra.

Abigaíl se mordió los labios, empezó a llorar, no podía creer que el hombre a quien había amado desde niña fuera tan cruel, y se alegrara de la muerte de un bebé, aunque eso no fuera cierto, y lo peor que era su propio hijo.

—Es mejor que siga pensando eso, nunca le digas la verdad —suplicó, y agarró la mano de Kendra.

—Tranquila prima, no lo haré, pero quiero darte una recomendación, aléjate, la gente está hablando pestes de ti, eso no le hace bien a tu hijo, vete.

En ese momento Abigaíl en lo único que pensó fue en proteger a su bebé de la maldad de la gente, y asintió.

—Apenas me den el alta me iré, lejos, lo juro.

Kendra sonrió en su interior, había conseguido su propósito.

Días después en el mismo hospital Abigaíl firmó el divorcio, Aitor no le dio la cara, y con eso la decepción se impregnó en su corazón. Aceptó el cheque que le había dejado, necesitaba el dinero, se despidió de su prima, y se marchó, con una consigna: sanar su alma, y dedicarse por completo a su hijo, se lo llevaría lejos del desprecio de su padre.

****

Dos meses después.

Toronto – Canadá.

 —¿Cómo se siente señor Roig? —preguntó una enfermera.

—Algo nervioso —contestó él, la verdad no supo cómo su madre había conseguido dinero para pagar el tratamiento, pero ahí estaba en el mejor hospital oncológico listo para empezar con su primera sesión de quimioterapia.

—No se preocupe, está en buenas manos —dicho esto la mujer salió, luego aparecieron varios médicos, le hablaron sobre las secuelas que podía tener, las complicaciones que se podían presentar, todo eso lo abrumaba, pero ya le había prometido a su mamá hacer lo posible por curarse.

De inmediato empezaron el procedimiento, y después empezaron las náuseas, los vómitos, el dolor de cabeza, la fatiga, el cansancio, y apenas era el comienzo de aquella agonía.

*****

Londres, Inglaterra.

Abigaíl caminaba por las calles de Londres, sobaba sus brazos hacía algo de frío, miró una cafetería, entró y solicitó un té caliente, buscó una mesa con vista a la calle y se sentó a contemplar la ciudad.

Observaba con melancolía a las parejas caminar tomadas de la mano, bajo aquella bruma de niebla que empezaba a azotar la ciudad.

Veía a padres de la mano de sus hijos, y el corazón se le achicaba, pensaba en el bebé que llevaba en el vientre, y de pronto sus ojos miraron un bonito escaparate, con hermosos vestidos de novia.

Había un anuncio pegado en el ventanal.

—Se necesita empleada —susurró. —¿Por qué no? —se dijo así misma, se puso de pie, cruzó la calzada y se acercó a preguntar.

—Hola, ¿deseas un vestido de novia? O ¿Quieres que te ayudemos a organizar tu matrimonio? —le preguntó una chica a Abigaíl.

Abigaíl bufó, negó con la cabeza.

—No, nada de eso, vengo por el anuncio.

—Ah, debes entrevistarte con el señor Lombardi, sígueme.

Abigaíl caminó en medio de esos maniquíes que lucían trajes bellísimos de novia, había los atuendos para las damas, así como todos los implementos de decoración. Suspiró profundo, y entró a esa oficina.

—Señor, vienen por el anuncio.

El dueño de aquel lugar, volteó, era joven, de piel clara, cabello oscuro, ojos azules, atractivo, miró a Abigaíl, se veía demacrada, algo pálida, y delgada, no le estaba yendo muy bien con los síntomas del embarazo.

—¿Tienes experiencia organizando bodas? —indagó.

—No —contestó Abigaíl con sinceridad—, pero aprendo rápido, además le ayudaba a mi tía a organizar sus eventos, y… lo más importante estuve casada, y mi matrimonio fue un fracaso. —La voz se le quebró—, me gustaría ayudar a otras mujeres a cumplir el sueño que yo no pude realizar, y verlas felices.

El hombre se quedó pensativo.

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