Aby cerró los ojos, pisó el acelerador a la fuerza, lo dejó ahí solo. Aitor anotó mentalmente las placas del vehículo, supo que era rentado, luego se pondría en contacto con la agencia para dar con la culpable. Abigaíl aparcó unas calles más adelante, toda ella estaba tensa, sentía un estremecimiento, no pudo evitar llorar, y no supo ni el motivo: nervios, miedo, o los recuerdos del pasado, o quizás saber que siempre la engañaron. —¿Estás bien mami? La dulce voz de su hijo la sacó del trance, y se golpeó la frente con el puño. «¡Qué imprudente fui!», se reprochó, enseguida con lágrimas en los ojos, volteó a mirar a su niño, sintiendo que el corazón amenazaba con salirse del pecho. —¿Estás bien? El pequeño asintió. —Un poco asustado, te pasaste la señal, eso no es correcto, y ese señor se veía muy enojado. Aby apretó los ojos, negó con la cabeza. —Así es, cometí un error, lo lamento. —La voz le tembló miró a su hijo con angustia, pudieron haber chocado, y ella no se hubiera p
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