"Señorita Georgina Acosta, tiene cuatro semanas de embarazo." Mi mundo se vino abajo en un instante. Todos mis planes, mis sueños... destruidos con una sola frase. Me acosté con un desconocido sin saber que era mi jefe, y ahora estoy atrapada. ¿Qué pensará la gente de una mujer que, apenas rompió con su novio, terminó en la cama de otro hombre por culpa del alcohol y el dolor?
Leer másMi hijo Giorgio estaba en brazos de su madre. Amaba verlo sobre ella, amaba verla a ella. Mis padres lloraron al contemplar al bebé. Mi padre, con el corazón conmovido, le pidió disculpas a Georgina por sus modales fuera de lugar. Giorgio era un gordito precioso, con pequeñas manchas rojas en su carita. —Eres la mamá más bella del mundo— susurré antes de besar sus labios. Ella me miró con devoción, sus ojos reflejaban un amor absoluto. —Al fin es mío— murmuró, abrazando a nuestro hijo con ternura. Dos días después, nos dieron el alta y volvimos a casa. Los regalos inundaban cada rincón, al igual que los globos de bienvenida. Mis padres se esmeraron en decorar todo con amor y, al tener a Giorgio en sus brazos, no pudieron contener la emoción. Las fotos profesionales no faltaron. Liliana no dejaba de escribir y llamar, emocionada. Nuestro hijo era un bebé amado por todos. * Las noches fueron agotadoras el primer mes. Tanto Georgina como yo apenas dormíamos; nuestro pequeño pa
Al llegar a la empresa, una gran sorpresa nos esperaba. Leo y Liliana lo habían planeado todo. "Newly married." Sonreí con el corazón latiendo de emoción. En las paredes colgaban fotos de nuestra infancia, pero lo que más me sorprendió fueron aquellas que Leo me había tomado en secreto. Momentos robados en los que mi sonrisa le pertenecía solo a él. Y en el centro de todo, una imagen que me dejó sin aliento: nuestra primera ecografía. Un detalle que lo significaba todo. Mis antiguos compañeros nos rodearon, felicitándonos entre brindis. Yo alcé mi vaso de jugo, mientras ellos celebraban con champán. Fue un momento cálido, especial. Un momento único. Mi jefe era mi esposo. * Días después, Leo insistió en que asistiera a la boda de Ángel. No entendía su insistencia, pero terminé cediendo. Fuimos juntos y, apenas entramos, sentí todas las miradas sobre nosotros. Entre ellas, la de su madre, cuyo desprecio se hacía evidente. —Tu exsuegra está celosa de ti...— susurró Leo en mi o
No pudimos casarnos al día siguiente como yo quería; tuvimos que esperar dos días. Las llamadas a su teléfono eran constantes, y muchas veces lo veía enfurecerse por lo que le decían. —Son una balsa de inútiles— rugió, furioso. Me sentía culpable. Por mis caprichos, él estaba pasando un mal rato. —Ven aquí— su voz sonaba áspera, salvaje, como siempre que estaba estresado. Suspiró contra mi cuello, su aliento cálido provocándome cosquillas. —Lo siento... De verdad, te he retrasado demasiado— —No me importa, con tal de que seas mi esposa— Me besó varias veces, y me dejé llevar. Más tarde fuimos de compras. Mientras él esperaba sentado, me aseguré de que no viera el vestido. Justo cuando salía del vestidor, escuché a una mujer coquetearle descaradamente. —Déjame adivinar de qué país eres... ¿Ruso?— —Sí, soy ruso— —Siempre quise un hombre ruso... Sabes, yo no soy celosa. ¿Me das tu número?— —¿Y mi puño en tu cara no quisieras, regalada?—espeté, furiosa Leo se puso de pie de
Cuando vi a Leo en mi habitación, el aire se me atascó en la garganta. Era lo último que esperaba. Lo más lejos que podía imaginar. Me había resignado a que lo nuestro había terminado. Un mes separada de él... convencida de que me había superado. Pero por más que intenté hacerme la dura, su olor corporal me envolvió como un anzuelo invisible. Era intenso, varonil, delicioso. Y ante eso, no tuve voluntad para detenerlo. Su manera de amarme oscilaba entre lo salvaje y lo delicado, una fusión exquisita que me tenía al borde del abismo. Después de la cena volvimos a la cama. Y otra vez, me tomó sin piedad, con hambre, con desesperación. Con cada embestida me dejaba claro que me había extrañado tanto como yo a él. Ahora yacía sobre su pecho, su respiración pausada marcando el ritmo de su sueño. Su mano, cálida y posesiva, descansaba sobre mi vientre. El celular comenzó a vibrar. Extendí la mano y lo tomé. Dayanara. La rabia se encendió en mi pecho al leer su mensaje: "Po
Nuestras respiraciones juegan entre sí, cálidas, entrecortadas. Ella está sobre mí, nuestras frentes se unen mientras sus labios entreabiertos exhalan su placer. Echa la cabeza hacia atrás, sosteniéndose de mi cuello, moviéndose lento, hundiéndose hasta hacerme temblar. El sudor resbala entre sus pechos, sus pezones duros, tentadores. Sus formas son perfectas. Una delicia verla así, desnuda, entregada. Mi lengua recorre su cuello, mis dientes lo atrapan con deseo. Anhelaba sentirla, anhelaba hacerle el amor. —Ah... Georgina... mi amor... —susurro contra su piel. Mi cabello está despeinado, no sé cuántas veces ha tirado de él con desesperación. La intensidad de sus movimientos me sorprende. Su vientre, grande y hermoso, no impide que se mueva sobre mí con la misma destreza. Es la tercera vez que me corro. Georgina, de espaldas, se sostiene del borde de la cama, mientras mis fluidos se deslizan por sus muslos. —Ah... —gime, estremeciéndose. —Cuánto te extrañé... —murmuro antes
Ella intenta salir de la habitación, pero la sostengo del brazo y cierro la puerta con seguro. —Oye, déjame salir. ¿Qué haces aquí?— —Basta de huir de tus problemas, tenemos que hablar— miro su mano, el anillo sigue ahí —Aún lo llevas puesto...— sonrío. —Te hice una pregunta, Sandro. ¿Qué haces aquí?— —Sandro...— murmuro y me arrodillo ante ella. Sus ojos se abren con desconcierto. —¿Qué estás haciendo?— —No sabía lo que estaba pasando... Apenas me enteré de que Dayanara te manipuló para que te alejaras de mí...— Levanto la vista y busco sus ojos —No me di cuenta del daño que mis acciones despreocupadas te causaron, al no alejarla de nuestras vidas, pensando que ella respetaría nuestra relación— —Levántate... no soy nadie para que te arrodilles— —Solo si me prometes escucharme... Por favor— Suspira con fastidio antes de sentarse en el borde de la cama. Me acomodo junto a ella, pero esta vez no puedo mirarla directo a los ojos. Su intensidad me avergüenza. —Georgina... Yo
Salgo de la oficina y noto cómo todos se ponen de pie, pero rápidamente fingen volver a sus asuntos. —Liliana, ven conmigo —ordeno. Ella se levanta, toma su cartera y sale sin hacer preguntas. Nos subimos al coche y le pido al chofer que nos lleve a un restaurante. Una vez sentados, voy directo al punto. —Supongo que sabes por qué estamos aquí.— —Sí.— —¿Por qué Georgina no me lo contó? Yo no sabía absolutamente nada. ¿Crees que, si lo hubiera sabido, Dayanara seguiría a mi alrededor? —Es difícil de creer... pero es muy lamentable.— Me paso una mano por el rostro, frustrado. —¡Dios mío! Me siento como una basura. ¿Cómo no me di cuenta de su cambio tan brusco? Era eso...— Liliana suspira. —Las mujeres, cuando se obsesionan, son capaces de lo que sea... Dayanara es el ejemplo. Y ella se sentía tan insegura a su lado.— —Pero he hecho todo para que se sienta segura. Grité a los cuatro vientos que es mi prometida.— —Sí, pero nunca apartaste a Dayanara.— Cierro los ojos con ra
—Leo... tienes una cita esta tarde. Ajusté tu agenda para que tengas tiempo—Tomo las manos de Dayanara y le sonrío.—Gracias por tu ayuda... Has sido como una hermana para mí——¿Una hermana...?— Su voz tiembla. Sus ojos me miran con una intensidad extraña—Sabes bien que no es así... Lo hago porque te amo—Antes de poder reaccionar, la puerta se abre de golpe. Liliana entra, su rostro es una mezcla de sorpresa y rabia contenida.—Vaya... lamento interrumpir su velada——¿Sucede algo, Liliana?— pregunto, soltando con calma las manos de Dayanara, aunque una incomodidad se instala en mi pecho.—No, solo venía a decirte que... es un niño lo que vas a tener—Mi cuerpo se congela.—¿Qué...? ¿Un niño?— Mi voz sale entrecortada.—Sí, Georgina acaba de llegar del hospital. Todo está bien...— Pero su tono cambia, su mirada oscila entre Dayanara y yo, cargada de reproche.—Espero que seas feliz... a costa del sufrimiento de otros—Siento cómo el aire se espesa en la habitación.—¿De qué demonios
«Hola, Georgina... ¿Has llegado bien?» Veo el mensaje de Liliana después de una larga siesta y, sin pensarlo demasiado, le marco. Hablamos un poco al respecto y, tras colgar, regreso con mi mamá. Han pasado dos semanas desde que vivo con ella y aún no logro adaptarme a Suiza. Mamá insiste en que no trabaje, ni siquiera quiere que la ayude con las flores. Mi panza está cada vez más grande y en poco tiempo cumpliré seis meses de gestación. Mi bebé no se mueve... solo aquella vez, cuando su papá me tocó. Eso me angustia más de lo que quiero admitir. Mamá me ha dicho que pronto me llevará al hospital para mis citas prenatales. Liliana me informó que el gerente que me molestaba, junto con otros dos compañeros, fueron despedidos un día después de la presentación. Nadie sabe por qué. Cada semana recibo una cantidad considerable de dinero en mi cuenta. Él me pregunta si lo he recibido y yo respondo brevemente. Me pregunta por el bebé, me pide fotos de mi panza. A veces se las envío.