Ella intenta salir de la habitación, pero la sostengo del brazo y cierro la puerta con seguro. —Oye, déjame salir. ¿Qué haces aquí?— —Basta de huir de tus problemas, tenemos que hablar— miro su mano, el anillo sigue ahí —Aún lo llevas puesto...— sonrío. —Te hice una pregunta, Sandro. ¿Qué haces aquí?— —Sandro...— murmuro y me arrodillo ante ella. Sus ojos se abren con desconcierto. —¿Qué estás haciendo?— —No sabía lo que estaba pasando... Apenas me enteré de que Dayanara te manipuló para que te alejaras de mí...— Levanto la vista y busco sus ojos —No me di cuenta del daño que mis acciones despreocupadas te causaron, al no alejarla de nuestras vidas, pensando que ella respetaría nuestra relación— —Levántate... no soy nadie para que te arrodilles— —Solo si me prometes escucharme... Por favor— Suspira con fastidio antes de sentarse en el borde de la cama. Me acomodo junto a ella, pero esta vez no puedo mirarla directo a los ojos. Su intensidad me avergüenza. —Georgina... Yo
Nuestras respiraciones juegan entre sí, cálidas, entrecortadas. Ella está sobre mí, nuestras frentes se unen mientras sus labios entreabiertos exhalan su placer. Echa la cabeza hacia atrás, sosteniéndose de mi cuello, moviéndose lento, hundiéndose hasta hacerme temblar. El sudor resbala entre sus pechos, sus pezones duros, tentadores. Sus formas son perfectas. Una delicia verla así, desnuda, entregada. Mi lengua recorre su cuello, mis dientes lo atrapan con deseo. Anhelaba sentirla, anhelaba hacerle el amor. —Ah... Georgina... mi amor... —susurro contra su piel. Mi cabello está despeinado, no sé cuántas veces ha tirado de él con desesperación. La intensidad de sus movimientos me sorprende. Su vientre, grande y hermoso, no impide que se mueva sobre mí con la misma destreza. Es la tercera vez que me corro. Georgina, de espaldas, se sostiene del borde de la cama, mientras mis fluidos se deslizan por sus muslos. —Ah... —gime, estremeciéndose. —Cuánto te extrañé... —murmuro antes
Cuando vi a Leo en mi habitación, el aire se me atascó en la garganta. Era lo último que esperaba. Lo más lejos que podía imaginar. Me había resignado a que lo nuestro había terminado. Un mes separada de él... convencida de que me había superado. Pero por más que intenté hacerme la dura, su olor corporal me envolvió como un anzuelo invisible. Era intenso, varonil, delicioso. Y ante eso, no tuve voluntad para detenerlo. Su manera de amarme oscilaba entre lo salvaje y lo delicado, una fusión exquisita que me tenía al borde del abismo. Después de la cena volvimos a la cama. Y otra vez, me tomó sin piedad, con hambre, con desesperación. Con cada embestida me dejaba claro que me había extrañado tanto como yo a él. Ahora yacía sobre su pecho, su respiración pausada marcando el ritmo de su sueño. Su mano, cálida y posesiva, descansaba sobre mi vientre. El celular comenzó a vibrar. Extendí la mano y lo tomé. Dayanara. La rabia se encendió en mi pecho al leer su mensaje: "Po
No pudimos casarnos al día siguiente como yo quería; tuvimos que esperar dos días. Las llamadas a su teléfono eran constantes, y muchas veces lo veía enfurecerse por lo que le decían. —Son una balsa de inútiles— rugió, furioso. Me sentía culpable. Por mis caprichos, él estaba pasando un mal rato. —Ven aquí— su voz sonaba áspera, salvaje, como siempre que estaba estresado. Suspiró contra mi cuello, su aliento cálido provocándome cosquillas. —Lo siento... De verdad, te he retrasado demasiado— —No me importa, con tal de que seas mi esposa— Me besó varias veces, y me dejé llevar. Más tarde fuimos de compras. Mientras él esperaba sentado, me aseguré de que no viera el vestido. Justo cuando salía del vestidor, escuché a una mujer coquetearle descaradamente. —Déjame adivinar de qué país eres... ¿Ruso?— —Sí, soy ruso— —Siempre quise un hombre ruso... Sabes, yo no soy celosa. ¿Me das tu número?— —¿Y mi puño en tu cara no quisieras, regalada?—espeté, furiosa Leo se puso de pie de
Al llegar a la empresa, una gran sorpresa nos esperaba. Leo y Liliana lo habían planeado todo. "Newly married." Sonreí con el corazón latiendo de emoción. En las paredes colgaban fotos de nuestra infancia, pero lo que más me sorprendió fueron aquellas que Leo me había tomado en secreto. Momentos robados en los que mi sonrisa le pertenecía solo a él. Y en el centro de todo, una imagen que me dejó sin aliento: nuestra primera ecografía. Un detalle que lo significaba todo. Mis antiguos compañeros nos rodearon, felicitándonos entre brindis. Yo alcé mi vaso de jugo, mientras ellos celebraban con champán. Fue un momento cálido, especial. Un momento único. Mi jefe era mi esposo. * Días después, Leo insistió en que asistiera a la boda de Ángel. No entendía su insistencia, pero terminé cediendo. Fuimos juntos y, apenas entramos, sentí todas las miradas sobre nosotros. Entre ellas, la de su madre, cuyo desprecio se hacía evidente. —Tu exsuegra está celosa de ti...— susurró Leo en mi o
Mi hijo Giorgio estaba en brazos de su madre. Amaba verlo sobre ella, amaba verla a ella. Mis padres lloraron al contemplar al bebé. Mi padre, con el corazón conmovido, le pidió disculpas a Georgina por sus modales fuera de lugar. Giorgio era un gordito precioso, con pequeñas manchas rojas en su carita. —Eres la mamá más bella del mundo— susurré antes de besar sus labios. Ella me miró con devoción, sus ojos reflejaban un amor absoluto. —Al fin es mío— murmuró, abrazando a nuestro hijo con ternura. Dos días después, nos dieron el alta y volvimos a casa. Los regalos inundaban cada rincón, al igual que los globos de bienvenida. Mis padres se esmeraron en decorar todo con amor y, al tener a Giorgio en sus brazos, no pudieron contener la emoción. Las fotos profesionales no faltaron. Liliana no dejaba de escribir y llamar, emocionada. Nuestro hijo era un bebé amado por todos. * Las noches fueron agotadoras el primer mes. Tanto Georgina como yo apenas dormíamos; nuestro pequeño pa
Paso por una tienda y compro sushi, es una de las comidas favoritas de mi prometido, y para mí, un té frío. Es una de mis bebidas favoritas, pese al frío que hace en estos días de febrero. Salgo de la tienda con una sonrisa en mi rostro; al fin lo podré ver, después de una ardua semana ocupada. Tomo un taxi y me detengo en la entrada del edificio. Tengo la clave de la puerta de su casa, así que no tendré que molestarlo y de paso lo sorprenderé. Subo al ascensor, camino con calma por el corredor, con la bolsa de comida en mi mano hasta detenerme en su puerta y marco la clave 5555#La puerta se abre y mi primera impresión es ver tacones de una mujer tirados y una botella de vino vacía sobre una mesa y dos copas, una de ellas tiene tinta de labial rojo. El lugar no es muy amplio, que digamos, cocina, sala y una habitación con el baño incluido. Mi cabeza late con un fuerte dolor y siento mi corazón latir frenéticamente, mis manos tiemblan y la ansiedad me consume.Dejo lo que traje en el
Con el alma herida y temblando, salgo del apartamento y pido un taxi para dirigirme a mi casa. No dejo de llorar en el trayecto a casa. El taxista amablemente me ofrece servilletas y eso hace que llore más. Al llegar a casa abatida, me dejó caer sobre la cama y lloro desconsolada, siento náuseas y corro al baño, pero no logro vomitar. Mis ojos están hinchados de tanto llorar. Tomo mi teléfono para llamar a mi madre, pero ni siquiera sé cómo hacerlo. ¿Cómo darle otra mala noticia? No quiero preocuparla mas de lo que ya debe estar con su propia vida. El fondo de pantalla de mi celular es una foto con ángel y rápido la cambio. Entro a mi galería. Hay cientos de fotos de nosotros dos, y la sola idea de borrar tantos lindos recuerdos con él, rompe mi alma. Pero ya no no pueden seguir ahí, nunca volveré con él; me traicionó, y quién sabe desde cuándo lo hacía. Abro mi computadora, elimino todas las fotos, archivos y videos. Luego recojo todos los regalos que me había dado y los meto en un