Capítulo 3

—¿Crees eso? Si hubiera estado con él, quizás no me hubiera engañado—

—¡Ohhhh! ¿Quién te dijo que la lealtad se mide por el sexo? El infiel es infiel sin importar que, el sexo no garantiza nada en esta vida. Si no me crees, mira a las actrices porno. ¿O esa fue la excusa que te dio cuando lo encontraste con otra mujer encima?—

Me dolió lo que dijo, pero en el fondo tiene razón, me lleve el vaso a los labios y di un trago largo. Mi cabeza comenzó a nublarse.

—Creo que ya debo irme... estoy perdiendo el rumbo-

—¿Quieres que te lleve a tu casa?—

—No, no estoy bien.—

Intenté levantarme, pero mis piernas no respondieron y terminé cayendo sobre su regazo. Nos miramos fijamente por unos segundos antes de que apartara la mirada, levantando mi mentón con orgullo.

—Te llevaré a un lugar mejor. Confía en mí— se levantó, sin molestarse en pedir la cuenta.

—espera, hay que pagar...—

—tranquila, este lugar es mío—

—¿Esa es la empresa de la que me hablaste?—

—No, esta es una pequeña entrada—

A pesar de que intente mantener el equilibrio, estuve apunto de caer y hacer el ridículo otra vez. Sin esfuerzo me tomó en sus brazos.

—No, no tienes que...—

Me interrumpe.

—tranquilízate, estás muy tensa— esta muy cerca de mi cara.

Un lujoso auto negro nos esperaba en la entrada. Un hombre vestido de traje se apresuró a abrir la puerta al verlo. Me ayudó a entrar con cuidado, colocándome el cinturón de seguridad antes de que la puerta se cerrara.

—¿A dónde vamos?—pregunté, pasándome la mano por el rostro, el sueño me estaba venciendo.

—A mi casa— respondió con seriedad.

No dije nada, pero la ansiedad comenzó a invadirme. ¿Qué demonios estaba haciendo? ¿Cómo podía ir a casa de un hombre al que acababa de conocer en un bar? Me lamenté en silencio hasta que el auto se detuvo.

Era una de las zonas más exclusivas de la ciudad, aquí, en Reino Unido. Un guardia abrió la puerta y nos recibió con una leve inclinación de cabeza. Subimos al ascensor. Me coloqué detrás de Leo, sujetando mi bolso con fuerza entre las manos. Él pasó una tarjeta negra por el lector y la puerta del departamento se abrió.

—Las damas primero—

Di pasos serenos. El lugar era un reflejo de lujo y orden. Un aroma cítrico y floral impregnaba el aire. Observé cada detalle con curiosidad: un piano de cola, escaleras de cristal que llevaban al segundo piso, cuadros bien posicionados y una iluminación cálida que hacía el ambiente acogedor.

—Siéntate. Vuelvo en un momento—

Minutos después regresó sin el saco, solo con la camisa ligeramente desabotonada y pantuflas. Mi mirada se detuvo en sus hombros anchos y el modo en que la tela se ajustaba a sus músculos. Tenía los dorsos de las manos tatuados. Me pregunté si los brazos también. Al notar que lo observaba demasiado, aparté la mirada de inmediato.

—¿Quieres agua o jugo? ¿O tienes hambre?— me levanté de repente.

—Creo que no debería estar en la casa de alguien que conocí apenas hace unas horas. Es algo imprudente de mi parte, y se puede malinterpretar—

Aún no estaba del todo sobria cuando mi teléfono comenzó a vibrar. Lo saqué de mi bolso. Era Ángel.

Negué con una risa irónica y colgué la llamada, pero el celular volvió a sonar una y otra vez. Leo se acercó de repente, sacándome un respingo. Antes de que pudiera reaccionar, metió la mano en mi bolso, tomó el teléfono y, con la otra mano, me sostuvo de la espalda cuando estuve a punto de caer por la impresión.

—¡Buenas noches!— respondió con un tono burlesco.

Me tensé. Estábamos muy cerca, tanto que su aliento me golpeó. El aroma de su perfume se mezclaba con mi respiración.

—¿Qué carajos? ¿Qué haces con el teléfono de Georgina?—

—¿Quién eres? ¿Por qué la llamas?—

—Soy su prometido, así que pásale el teléfono y deja de jugar—

Mi corazón latía con fuerza. Pude escuchar la conversación con claridad. Leo me miró fijamente como si estuviera esperando mi aprobación.

—Ahora mismo, Georgina está durmiendo, así que le será difícil contestar—

—Deja de hablar estupideces, ¿quién demonios eres tú?—

—Soy el... —

Le tapé la boca y colgó.

—Déjame ponerlo en su lugar, no dejes que te intimide—

—G-gracias—

Su respiración y la mía se mezclaban. Nos quedamos mirándonos fijamente hasta que él llevó una mano a mi rostro, acariciándolo con suavidad.

—Ese tal ángel es un gran estúpido, no merece una mujer como tú—

Su toque fue delicado, pero su mirada intensa. Mi corazón se agitó cuando, con un leve movimiento, inclinó el rostro y sus labios rozaron los míos. Me quedé inmóvil. ¿No iba a hacer esto, o sí? Me cuestioné.

Su aliento era cálido y fresco a la vez, su tacto firme pero suave. Poco a poco me dejé llevar, correspondiendo al beso. No sabía cómo había pasado, pero en un instante estábamos en el sofá, besándonos con una desesperación que nunca antes había sentido.

Podía sentir la dureza de su erección contra mi pierna. Nos separamos solo cuando el aire nos faltaba.

—Como ese imbécil pudo engañarte si besas tan delicioso...—

Acariciaba mi cabello una y otra vez, mirándome con intensidad, ni siquiera pestañeaba.

—Nunca besé a ángel así... para que no cometer un error—

Me sonrió.

—¿Quieres cometer ese error, Georgina? Ya que dejaste que te besara de esa forma—

—N-no...Es el alcohol. Esto es una total locura—

Me alzó en brazos como si no pesara nada y comenzó a subir las escaleras.

Me depositó sobre la cama y comenzó a quitarse la camisa. Mi cabeza casi se estremeció al ver sus brazos y pecho tatuado, su abdomen marcado y la línea en forma de "V" que descendía por su cintura estrecha, resaltando sus oblicuos. Retiró su correa con un movimiento ágil y deslizó sus pantalones finos como si fueran de mantequilla, quedando solo en un bóxer blanco. Su cabello estaba ligeramente desordenado, lo que solo aumentaba su atractivo.

Frente a mí tenía la imagen misma de la perfección masculina: alto, apuesto, con una voz calmada y un léxico impecable. Sus manos eran grandes y algo duras, supongo que por los ejercicios. Era el tipo de hombre que solo podías imaginar, ver de lejos o leer en algún libro, pero que jamás tendrías.

Volvió a besarme mientras se inclinaba sobre mí. Sus labios recorrieron mi cuello con lentitud, su lengua deslizándose por mi piel antes de succionar ciertos puntos que jamás imaginé que podían causar placer.

—Espera, Leo... necesito lavarme. Salí directo del trabajo y...—

Se alejó de inmediato. Caminó hacia su clóset, sacó una camiseta blanca y me la entregó.

—En el baño hay toallas y cepillos de dientes. Lamento que el jabón sea de hombre—

Se dejó caer sobre la cama con tranquilidad. Sabía que me estaba observando mientras caminaba hacia el baño.

El lugar era hermoso, pero mi mente estaba demasiado revuelta como para fijarme en los detalles. Me miré en el espejo y tragué saliva.

«¿Estás loca? ¿Vas a acostarte con un hombre que apenas conoces? ¿Le vas a dar tu primera vez a un desconocido?»

Mi propia voz resonó en mi cabeza mientras me cuestionaba una y otra vez. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y temblé bajo el agua caliente de la ducha

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