—¿Crees eso? Si hubiera estado con él, quizás no me hubiera engañado—
—¡Ohhhh! ¿Quién te dijo que la lealtad se mide por el sexo? El infiel es infiel sin importar que, el sexo no garantiza nada en esta vida. Si no me crees, mira a las actrices porno. ¿O esa fue la excusa que te dio cuando lo encontraste con otra mujer encima?— Me dolió lo que dijo, pero en el fondo tiene razón, me lleve el vaso a los labios y di un trago largo. Mi cabeza comenzó a nublarse. —Creo que ya debo irme... estoy perdiendo el rumbo- —¿Quieres que te lleve a tu casa?— —No, no estoy bien.— Intenté levantarme, pero mis piernas no respondieron y terminé cayendo sobre su regazo. Nos miramos fijamente por unos segundos antes de que apartara la mirada, levantando mi mentón con orgullo. —Te llevaré a un lugar mejor. Confía en mí— se levantó, sin molestarse en pedir la cuenta. —espera, hay que pagar...— —tranquila, este lugar es mío— —¿Esa es la empresa de la que me hablaste?— —No, esta es una pequeña entrada— A pesar de que intente mantener el equilibrio, estuve apunto de caer y hacer el ridículo otra vez. Sin esfuerzo me tomó en sus brazos. —No, no tienes que...— Me interrumpe. —tranquilízate, estás muy tensa— esta muy cerca de mi cara. Un lujoso auto negro nos esperaba en la entrada. Un hombre vestido de traje se apresuró a abrir la puerta al verlo. Me ayudó a entrar con cuidado, colocándome el cinturón de seguridad antes de que la puerta se cerrara. —¿A dónde vamos?—pregunté, pasándome la mano por el rostro, el sueño me estaba venciendo. —A mi casa— respondió con seriedad. No dije nada, pero la ansiedad comenzó a invadirme. ¿Qué demonios estaba haciendo? ¿Cómo podía ir a casa de un hombre al que acababa de conocer en un bar? Me lamenté en silencio hasta que el auto se detuvo. Era una de las zonas más exclusivas de la ciudad, aquí, en Reino Unido. Un guardia abrió la puerta y nos recibió con una leve inclinación de cabeza. Subimos al ascensor. Me coloqué detrás de Leo, sujetando mi bolso con fuerza entre las manos. Él pasó una tarjeta negra por el lector y la puerta del departamento se abrió. —Las damas primero— Di pasos serenos. El lugar era un reflejo de lujo y orden. Un aroma cítrico y floral impregnaba el aire. Observé cada detalle con curiosidad: un piano de cola, escaleras de cristal que llevaban al segundo piso, cuadros bien posicionados y una iluminación cálida que hacía el ambiente acogedor. —Siéntate. Vuelvo en un momento— Minutos después regresó sin el saco, solo con la camisa ligeramente desabotonada y pantuflas. Mi mirada se detuvo en sus hombros anchos y el modo en que la tela se ajustaba a sus músculos. Tenía los dorsos de las manos tatuados. Me pregunté si los brazos también. Al notar que lo observaba demasiado, aparté la mirada de inmediato. —¿Quieres agua o jugo? ¿O tienes hambre?— me levanté de repente. —Creo que no debería estar en la casa de alguien que conocí apenas hace unas horas. Es algo imprudente de mi parte, y se puede malinterpretar— Aún no estaba del todo sobria cuando mi teléfono comenzó a vibrar. Lo saqué de mi bolso. Era Ángel. Negué con una risa irónica y colgué la llamada, pero el celular volvió a sonar una y otra vez. Leo se acercó de repente, sacándome un respingo. Antes de que pudiera reaccionar, metió la mano en mi bolso, tomó el teléfono y, con la otra mano, me sostuvo de la espalda cuando estuve a punto de caer por la impresión. —¡Buenas noches!— respondió con un tono burlesco. Me tensé. Estábamos muy cerca, tanto que su aliento me golpeó. El aroma de su perfume se mezclaba con mi respiración. —¿Qué carajos? ¿Qué haces con el teléfono de Georgina?— —¿Quién eres? ¿Por qué la llamas?— —Soy su prometido, así que pásale el teléfono y deja de jugar— Mi corazón latía con fuerza. Pude escuchar la conversación con claridad. Leo me miró fijamente como si estuviera esperando mi aprobación. —Ahora mismo, Georgina está durmiendo, así que le será difícil contestar— —Deja de hablar estupideces, ¿quién demonios eres tú?— —Soy el... — Le tapé la boca y colgó. —Déjame ponerlo en su lugar, no dejes que te intimide— —G-gracias— Su respiración y la mía se mezclaban. Nos quedamos mirándonos fijamente hasta que él llevó una mano a mi rostro, acariciándolo con suavidad. —Ese tal ángel es un gran estúpido, no merece una mujer como tú— Su toque fue delicado, pero su mirada intensa. Mi corazón se agitó cuando, con un leve movimiento, inclinó el rostro y sus labios rozaron los míos. Me quedé inmóvil. ¿No iba a hacer esto, o sí? Me cuestioné. Su aliento era cálido y fresco a la vez, su tacto firme pero suave. Poco a poco me dejé llevar, correspondiendo al beso. No sabía cómo había pasado, pero en un instante estábamos en el sofá, besándonos con una desesperación que nunca antes había sentido. Podía sentir la dureza de su erección contra mi pierna. Nos separamos solo cuando el aire nos faltaba. —Como ese imbécil pudo engañarte si besas tan delicioso...— Acariciaba mi cabello una y otra vez, mirándome con intensidad, ni siquiera pestañeaba. —Nunca besé a ángel así... para que no cometer un error— Me sonrió. —¿Quieres cometer ese error, Georgina? Ya que dejaste que te besara de esa forma— —N-no...Es el alcohol. Esto es una total locura— Me alzó en brazos como si no pesara nada y comenzó a subir las escaleras. Me depositó sobre la cama y comenzó a quitarse la camisa. Mi cabeza casi se estremeció al ver sus brazos y pecho tatuado, su abdomen marcado y la línea en forma de "V" que descendía por su cintura estrecha, resaltando sus oblicuos. Retiró su correa con un movimiento ágil y deslizó sus pantalones finos como si fueran de mantequilla, quedando solo en un bóxer blanco. Su cabello estaba ligeramente desordenado, lo que solo aumentaba su atractivo. Frente a mí tenía la imagen misma de la perfección masculina: alto, apuesto, con una voz calmada y un léxico impecable. Sus manos eran grandes y algo duras, supongo que por los ejercicios. Era el tipo de hombre que solo podías imaginar, ver de lejos o leer en algún libro, pero que jamás tendrías. Volvió a besarme mientras se inclinaba sobre mí. Sus labios recorrieron mi cuello con lentitud, su lengua deslizándose por mi piel antes de succionar ciertos puntos que jamás imaginé que podían causar placer. —Espera, Leo... necesito lavarme. Salí directo del trabajo y...— Se alejó de inmediato. Caminó hacia su clóset, sacó una camiseta blanca y me la entregó. —En el baño hay toallas y cepillos de dientes. Lamento que el jabón sea de hombre— Se dejó caer sobre la cama con tranquilidad. Sabía que me estaba observando mientras caminaba hacia el baño. El lugar era hermoso, pero mi mente estaba demasiado revuelta como para fijarme en los detalles. Me miré en el espejo y tragué saliva. «¿Estás loca? ¿Vas a acostarte con un hombre que apenas conoces? ¿Le vas a dar tu primera vez a un desconocido?» Mi propia voz resonó en mi cabeza mientras me cuestionaba una y otra vez. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y temblé bajo el agua caliente de la duchaSalgo del baño con su camiseta puesta. Él está sentado en la cama, tecleando algo en su teléfono de último modelo. Cuando me ve, deja el dispositivo a un lado y da unas palmadas sobre el colchón, invitándome a recostarme junto a él. Pero no lo hago. Me siento en el borde, nerviosa. —Creo que no debería...— No me deja terminar. Su mano firme envuelve mi brazo y en un instante me jala hacia su cuerpo. Me envuelve entre sus piernas, sus brazos. Siento su aliento cálido en mi cuello cuando inhala y exhala con lentitud, como si estuviera drogandose con mi olor. Mi cabello se derrama sobre su pecho. —No te preocupes por nada —susurra en mi oído. —¿Quieres un poco de alcohol? Para que te relajes... Si no quieres, no te obligaré. Haremos las cosas como desees— —Sí, quiero un poco de alcohol— ¿Que más podía perder? Ya no había boda, ni compromiso, ni promesas vacías. Sé que no volveré a ver a este hombre. Tal vez siente lástima por lo patética que me veía en ese bar. Se levanta, va por
Me hundo bien profundo, provocándole un grito placentero mientras mi semen la llena por completo. La aprieto con fuerza, soltando un gemido de puro placer al derramarme dentro de ella, con una única intención clavada en mi mente. Mi cuerpo reposa sobre el suyo, ambos agotados, empapados en sudor y jadeando en la oscuridad de la habitación. El sueño nos atrapa sin poder resistir. A la mañana siguiente, despierto temprano. Tengo una reunión importante. Me ducho rápido, me visto con elegancia y preparo el desayuno. Antes de marcharme, dejo una pastilla para la resaca y una nota junto al desayuno. Le explico que tuve que irme temprano por trabajo y que preferí no despertarla porque se veía demasiado cómoda en mi cama. ** Me despierto con una sensación de resaca brutal, mi cabeza late como si me estuvieran golpeando por dentro. Me estiro, disfrutando la suavidad de las sábanas, hasta que la realidad me golpea: no estoy en mi casa. Me siento de golpe y el dolor en mi cabeza se intensifi
Sandro no deja de hacerme preguntas durante toda la reunión, como si disfrutara verme incómoda. Todos comienzan a murmurar al terminar la reunión, convencidos de que su interrogatorio es un castigo por haber llegado tarde y derramado el café. —Vamos a almorzar —me dice Liliana al terminar la reunión. Las paredes de la oficina son de cristal, permitiéndonos ver a todos los que pasan. Justamente saliendo de la sala de juntas estaba él. Me hierve la sangre al recordarlo. Me engañó para acostarse conmigo. Soy una completa imbécil. —Ese hombre da miedo, ¿viste que era cierto lo que te dije sobre él? —insiste Liliana. Trato de ignorarla mientras me enfoco en la pantalla del computador. —Ya deja de trabajar y vamos a comer, muero de hambre— —No traje almuerzo y tengo demasiado trabajo. Iré más tarde— —¿Te vas a quedar sin comer?— —No, hay una cafetería cerca. Iré cuando termine— —Pues vale— Liliana se marcha y yo suelto un suspiro, echando la cabeza hacia atrás. Con tanto en la cab
—¿Cuáles crees que serían mis intenciones?— Me mira a los ojos por un momento antes de desviar la vista hacia una mesa donde hay un pequeño alboroto. —Sigo esperando tu respuesta, Georgina.— —Yo le hice una pregunta primero. ¿Por qué siempre contesta con otra?— Me llevo el té a los labios justo cuando mi teléfono vibra con una notificación del banco. «Su retiro ha sido exitoso.» Al ver el mensaje, abro la aplicación. Mi cuenta está en cero. Trago en seco y trato de disimular el temblor en mis manos, pero el enojo me sube por las venas como fuego. Aun así, no logro contener las lágrimas frente a él. —¿Georgina?— Me levanto rápidamente, limpiándome los ojos sin responder. —Tengo que irme.— Tomo mi cartera y chaqueta y salgo sin mirar atrás. Me siento en una banqueta a esperar el bus, con la mente dando vueltas. Dos años de noviazgo tirados a la basura. Mi vida entera estaba entrelazada con la de ese hombre. Teníamos planes, hasta el lugar de la boda elegido. Incluso habíamos
7:30 p.m. Un vuelo en primera clase cancelado. Qué estupidez.—¿Señor, desea algo de tomar? —pregunta mi seguridad.—Agua, está bien.—Apoyo la cabeza contra el metal frío del asiento, observando sin interés el panorama. Pero entonces la veo.Es hermosa.Cabello negro, abundante, con ondas suaves. No es ni muy alta ni muy baja, diría que mide alrededor de 1.70. Su cuerpo es esbelto, con curvas sutiles, elegantes. Su piel... morena, pero no del todo oscura. Es como café con leche, como dulce de leche. Sí, es una descripción estúpida, pero efectiva.Parece estar perdida. Mira en todas direcciones, buscando algo. Lleva una maleta y unos auriculares colgados del cuello. Y entonces, camina hacia mí.—Hola, disculpa, ¿has estado aquí antes? —Su sonrisa es radiante, y sus dientes, perfectos.Parpadeo, distraído por lo que veo.—Mmm... sí. ¿Qué necesitas? —Enderezo mi postura en el asiento.—Es que me perdí y no sé dónde queda este lugar—me muestra un papel.La tengo demasiado cerca. Lo sufic
Al final termino aceptando la propuesta de mi padre. No porque tenga interés real en la empresa. Todo lo hace por ella. Me alojé en un penthouse no muy lejos de la empresa. La ubicación era perfecta. Antes de presentarme a trabajar, me tomé unos días. No eran vacaciones. Era para verla. Desde mi coche la observaba llegar a su apartamento. No era un mal lugar, pero tampoco el mejor. Georgina merecía más y yo podía dárselo. Terminaba tarde de trabajar, haciendo horas extras, juntando dinero para casarse con ese idiota que la engañaba. Qué patético. Después de días viéndola llegar siempre a la misma hora, algo cambió. Esa noche no apareció a la hora habitual. Esperé. Hice algunas llamadas y me enteré de que había salido más temprano. Aun así, no me fui. No podía irme sin verla. Pasaron las horas. Y de sólo imaginarme que había una posibilidad de que ella estuviera entre los brazos de él, haciendo el amor me provocaba un malestar. Cuando finalmente decidí rendirme, apareció.
~Recuerdas que hoy es la cena?~ Liliana me escribe por mensaje, recordándome la cena con los compañeros de trabajo en un restaurante. Lo había olvidado por completo. ~No tengo mucho ánimo...~ ~No seas aguafiestas, a las 8:30 pm espero verte ahí.~ Suspiro mientras termino de guardar la ropa que lavé. No sé si tengo ganas de ir. Con el corazón hecho trizas y la cabeza llena de pensamientos desordenados, lo último que quiero es socializar. Pero, después de unos minutos de pelear conmigo misma, termino cediendo y empiezo a arreglarme. Nada me gusta. Nada me queda bien. No me siento cómoda con nada. —Esta soy yo, no puedo deprimirme por alguien que me mintió tanto como pudo— Me digo en voz baja, tratando de convencerme. Alzo el rostro con determinación, pero mis ojos se humedecen inevitablemente. —No, no puedo— lloro un poco para después maquillarme y vestirme. Al llegar al restaurante, noto que todos están reunidos ya. No puedo evitar sentirme incómoda cuando las miradas se clava
Solté un grito hasta que vi quién era y cómo reía. Mis ojos seguían abiertos de par en par por el susto y me recosté en el asiento, tratando de recuperar el aliento. —Lo siento, Georgina, no quise asustarte de esa forma— me habló despreocupado. —Usted es un descarado, director—. Mi tono fue seco, afilado. Él me miró con seriedad, sin perder la compostura. —¿Por qué me insultas?—arqueó una ceja. —Espero que este vehículo se dirija a mi casa—. Mi voz seguía siendo cortante. —Pero... ¿qué sucede? Quedamos en un acuerdo en el baño y aprovechaste verme entretenido para escapar. Eso no se vale—. —Tampoco se vale que seas igual que mi ex prometido y quieras crucificarlo cuando eres igual a él. Un sinvergüenza— Vi la confusión en su rostro. Se quedó en silencio por unos segundos antes de hablarle al chofer. —Dirígete a la casa de la señorita—ordenó, y no dijo nada más. Yo tampoco. Cuando llegamos, ni siquiera me despedí. Estrellé la puerta del coche y me alejé con la sangre hirviendo