Capítulo 3

Samantha

Cierro los ojos en cuanto nos montamos en su auto, intentando evitar cualquier conversación con Edward mientras nos dirigimos a casa. El alcohol ha dejado mi mente aturdida, y el silencio parece la mejor opción en este momento.

El motor arranca y el suave murmullo del coche me envuelve, creando un ambiente casi hipnótico. Siento el leve movimiento del auto mientras avanzamos por las calles, y cada giro y frenada se mezclan con los latidos de mi corazón, que parecen haberse calmado finalmente.

No sé cuánto tiempo pasa mientras mantengo los ojos cerrados, pero el viaje se siente eterno y, al mismo tiempo, fugaz. A través de mis párpados cerrados, puedo percibir las luces de la ciudad parpadeando, creando sombras y destellos que bailan en el interior del coche.

Mi mente divaga, repasando los eventos de la noche. Luke, la discoteca, el juego de verdad o reto, y la mirada fija de Edward que parecía seguirme a cada paso. Una mezcla de emociones se arremolina en mi interior: confusión, curiosidad, y una pizca de incomodidad. Todo parece un poco más intenso bajo la influencia del alcohol.

—¿Por qué bebiste tanto? —suena como si estuviera molesto.

—¿A ti qué te importa? —respondo, intentando sonar firme pero notando la debilidad en mi voz.

—Sí me importa, Sam —dice de mala gana—. No puedes ser tan irresponsable contigo misma. ¿Cuándo vas a caer en cuenta de que eres hermosa y que cualquier chico podría hacerte daño?

La seriedad de sus palabras me sorprende. ¿De verdad me encuentra hermosa? No esperaba escuchar eso de él.

—No me regañes, tú... —empiezo a decir, pero me detengo al ver su sonrisa. Esa sonrisa perfecta que puede derretir a cualquier chica.

Su expresión se suaviza, y aunque no quiero admitirlo, me siento un poco mejor sabiendo que le importa. Aún así, su preocupación me incomoda.

—Solo quiero que estés segura —añade, su tono más calmado pero lleno de sinceridad.

Me quedo en shock cuando veo que el auto se detiene frente a un edificio moderno y elegante. Esto no es mi casa. Me vuelvo hacia Edward, confundida.

—¿Dónde estamos? —pregunto, tratando de aclarar mi mente aturdida por el alcohol.

—Este es el departamento que mi madre me ha conseguido —responde con calma mientras apaga el motor y sale del coche.

Me quedo sentada, procesando la información. Edward se acerca y abre mi puerta, ayudándome a salir. La brisa nocturna es un poco fría, y el aire fresco me ayuda a despejarme un poco más.

—¿Por qué estamos aquí? —pregunto mientras él me guía hacia la entrada del edificio.

—Pensé que sería mejor traerte aquí. Estabas bastante borracha, y no quería que tus padres se preocuparan al verte así —explica mientras entramos en el vestíbulo iluminado.

Llegamos al departamento de Edward y cuando nos detenemos frente al ascensor, me arrepiento de haber venido con él.

—Ya no quiero venir contigo —digo, intentando soltarme de su agarre.

—Te estoy ayudando, ¿ahora te parezco malo? —me mira con evidente molestia—. Eres importante para mí y no pienso dejarte en este estado.

Las puertas del ascensor se abren, y él agarra mi mano con firmeza. Su tacto es cálido, fuerte y decidido. Parece no estar dispuesto a soltarme a pesar de mi resistencia.

Tú tampoco quieres soltarlo, Sam, me digo a mí misma, reconociendo una verdad incómoda.

—Edward, en serio, no quiero ir —gruño, tratando de mantener mi postura.

—Samantha, estás demasiado ebria y no pienso dejarte así en tu casa —dice, volteándose hacia mí. Sus labios, finos y perfectos, están fruncidos en una expresión severa. Algo en sus ojos me imposibilita seguir renegando.

Caminamos en silencio por aproximadamente un minuto hasta detenernos frente a una puerta blanca. Edward saca una tarjeta de su bolsillo, cuidando de no soltar mi mano, y la introduce en una rendija. Me arrastra al interior de un departamento moderno y elegante. Intento tirar de su agarre, tratando de soltarme, pero es casi imposible. Edward me tiene completamente maniatada. La ausencia de música ayuda a que mi cabeza se estabilice y mi visión se aclare.

—¿Estás consciente de todo lo que pasó en la discoteca? —pregunta, su voz firme.

—Sí, no estoy tan borracha —respondo, dejándome caer en el sofá.

—Te voy a preparar un café, nena.

—No quiero tu café, no quiero nada que tenga que ver contigo —digo, tratando de levantarme, pero él lo impide con un gesto firme.

—Después que te tomes el puto café y te estabilices, puedes ir a donde quieras. Por el momento no te voy a dejar sola con una manada de enfermos que no dudarían en intentar manosearte. No puedo creer que seas tan negligente contigo misma. Eres hermosa, m*****a sea, ¿acaso no te das cuenta de ello? ¿Acaso no ves cómo todos los hombres te miran?

Sus palabras me golpean, llenas de una mezcla de frustración y preocupación.

—Estás exagerando, como siempre —digo, poniendo los ojos en blanco—. ¿Seguro que podré irme? —trato de ignorar lo bien que suenan los halagos viniendo de su boca.

Edward se acerca y me mira directamente a los ojos, su expresión seria y determinada. —Sí, seguro. Pero primero te tomas el café.

No quiero nada de café, lo único que deseo es alejarme de él y de su presencia caliente y distractora.

Él me da la espalda y camina hacia la cocina para empezar a preparar el café. Me quedo detallando su perfecto cuerpo, tiene un perfecto trasero.

No le mires el trasero, morbosa.

Comienzo a reír cuando me doy cuenta de que Edward está teniendo en problemas con la cafetera. Parece que jamás ha usado una cafetera en su vida.

Nunca me imagine que Edward se preocuparía por mí de tal manera, cuidándome, siento tan atentó conmigo.

¿Por qué hace esto por mí?

Veo que tiene la mandíbula apretada y estoy casi segura de que está estresado por el estado en el que me encuentro. Soy pésima con el alcohol.

Hay tantas cosas que quiero preguntarle, pero siento que no es el momento. Pienso que todo esto en un sueño, debí haberme quedado dormida en la discoteca o tal vez estoy en mi casa y todo esto no es real.

—Gracias por el café —le doy un sorbo.

—Es para que te sientas mejor.

Miro detalladamente su departamento y veo que es bastante lindo. Me pregunto, ¿en dónde voy a dormir?

—Ed, ¿dónde se supone que voy a dormir?

—En mi habitación —responde con tranquilidad—. Yo puedo dormir en el sofá.

Suelto rápido lo que necesito decir.

—No me incomoda que duermas conmigo en tu cama. De todas maneras, es tu departamento. Debería ser yo la que duerma en el sofá.

—Eso jamás —dice tajantemente.

Me levanto para ir al baño y, cuando estoy adentro, recuerdo que no tengo nada que ponerme. Por un momento, pienso en salir en ropa interior para ver qué reacción tiene Edward, pero creo que prefiero esperar.

—Ed, ¿me prestas una camiseta para dormir? —saco la cabeza por la puerta del baño.

—¿Quieres una blanca o una negra? —pregunta, sosteniendo una de cada color en sus manos.

—La negra —respondo, y nuestras manos hacen contacto al recibirla—. Te lo agradezco.

Cierro la puerta del baño y me quito la ropa, poniéndome la camiseta negra que, por cierto, no se me ve nada mal. Me puedo ir acostumbrando a usar esta camiseta.

Salgo del baño y él se queda con la boca abierta cuando me ve salir, parece que se le van a salir las babas.

—Cierra la boca, se te pueden caer las babas —digo, sonriendo.

—Qué graciosa —blanquea sus ojos, pero no puede ocultar su asombro.

Me siento en la cama.

—Oye, ¿quiénes eran los que estaban en la discoteca contigo?

—Unos amigos.

—¿Y las chicas? —pregunto, intentando sonar casual.

—¿Por qué te interesa saber de ellas?

—No sé —me acuesto, tratando de sonar indiferente—. En realidad, no me interesa nada que tenga que ver con ellas.

—Bien.

Me quedo revisando mi celular y noto que no me quita la mirada de encima. Esto se está tornando algo incómodo; su mirada hace que me ponga demasiado nerviosa.

Aún recuerdo la primera vez que nos conocimos. Admito que al comienzo me puse demasiado nerviosa al verlo.

Estaba en mi habitación arreglándome para una reunión de negocios que haría mi padre y no podía dejarme sola en casa. Mamá estaba en un viaje en Europa para expandir nuestro negocio por varias partes del mundo.

Lo conocí cuando tenía trece años y el veintitres.

—¿Estás lista, nena? —mi padre entró a mi habitación.

—Solo me tengo que poner un pongo de loción.

—Mi socio está abajo.

—¿Y cuántas personas vienen?

—Solo él.

Moría por conocer a los socios de mi papá, tal vez tenían hijos de mi edad y así podría tener nuevos amigos.

—¿Y tienen hijos?

—Este socio no es como lo demás. Es solo un poco mayor que tú.

—¿Qué dices?

—Te lleva unos doce años, no estoy seguro. Lo que quiero decir es que es un hombre joven y no tiene hijos.

—Bien, papá — besé su mejilla.

Bajamos las escaleras y me quede un poco estática cuando vi al chico que estaba parado en las escaleras.

Su cabello castaño, sus tatuajes, su cuerpo bien trabajado, todo en él me llamó la atención.

Parecía el típico rompecorazones sacado de los libros o de las películas.

Como me gustaba hacer escenarios falsos en mi cabeza, imaginaba que Edward y yo éramos novios. Me ponía a pensar en los viajes que podríamos hacer en el futuro. Hasta me llegué a imaginar como iba a ser el día de nuestra boda.

Todo eso se desvaneció el día que cumplí quince años y él me presento a su novia.

—Samantha, feliz cumpleaños

—Edward, no sabía que ibas a venir —sonreí ampliamente.

—Nena, te traje un regalo para ti.

—¿De verdad?

—Claro que sí. Tú eres muy especial para mí.

—¿Qué es?

—Espérame aquí.

Me quedé sentada esperando mi regalo, tenía una sonrisa en la cara hasta que vi que venía acompañado de una chica rubia.

—Te presentó a mi novia, Britany.

¿Britany?

—Mucho gusto, linda. Edward me habla mucho de ti.

—Hola —sonreí de manera falsa.

—Nena, mira tu regalo.

Abrí mi regalo y vi un hermoso collar con un dije adentro, era la inicial de mi nombre.

Siento que alguien me sacude, sacándome por completo de mis pensamientos.

—¿En qué pensabas? —pregunta Edward, su voz suave.

—Estaba... distraída —respondo, tratando de recuperar la compostura.

—Eso pude ver, pequeña —dice con una sonrisa en sus labios.

Comienzo a bostezar, y él lo nota de inmediato.

—Ya tengo mucho sueño —murmuro, frotándome los ojos.

—Yo también —admite, acomodándose en la cama.

Nos acomodamos en la cama. Me pego un poco a él, sin querer parecer demasiado intensa. Edward se voltea y me rodea con sus brazos por la cintura. Sus movimientos son suaves y protectores. Cierro los ojos y, a través de un leve resplandor de la luz de la noche, veo que sus ojos están cerrados. No puedo evitar esbozar una pequeña sonrisa.

¿Será que esto está sucediendo o me estoy soñando lo que está pasando?

Mientras me acurruco más cerca, me doy cuenta de que me siento sorprendentemente cómoda. Quizás, en medio de toda esta confusión, puedo acostumbrarme a dormir con Edward.

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