Hemos regresado a casa después de unos días inolvidables en Santorini. Aunque nuestra boda fue todo lo que había soñado y más, el viaje de regreso nos deja completamente exhaustos. El clima cálido y la belleza de la isla ya quedaron atrás, y ahora estamos de vuelta en nuestra acogedora casa, rodeados por la familiaridad de nuestras propias paredes.
Louis es el más cansado de todos. Duerme todo el vuelo, apenas se mueve en mis brazos mientras volamos de regreso. Su pequeño cuerpo está relajado, con sus puños cerrados cerca de su carita, y su respiración suave es lo único que rompe el silencio. Su paz hace que el vuelo se sienta un poco más corto, aunque todavía siento el cansancio profundo en mis huesos cuando finalmente aterrizamos. Edward y yo apenas intercambiamos palabras mientras tomamos nuestras maletas y nos dirigimos al auto. Ambos estamos demasiado agotados para conversar, y el simple hecho de pensar en desempacar se siente como una tarea monumental. Al menos tenemos un par de días antes de que la rutina vuelva a tomar control de nuestras vidas. Llegamos a casa, y lo primero que hago es llevar a Louis a su cuna. Lo coloco con cuidado, asegurándome de no despertarlo. Aún dormido, se acurruca en su manta, ajeno al cambio de entorno. Me quedo un momento junto a la cuna, observándolo. Se ve tan tranquilo, tan contento. A pesar de mi cansancio, no puedo evitar sonreír ante la visión de mi hijo durmiendo plácidamente. —Está tan cansado como nosotros —murmura Edward, acercándose por detrás y rodeándome con sus brazos. Asiento, apoyando mi cabeza en su hombro por un momento. Ambos estamos exhaustos, pero hay algo reconfortante en estar de vuelta en casa, con Louis durmiendo seguro en su cuna. —Deberíamos descansar un poco también —sugiere Edward en voz baja. —Sí, tienes razón. Pero antes, necesito una ducha rápida —respondo, apartándome suavemente de su abrazo y dirigiéndome al baño. El agua caliente relaja mis músculos cansados, y por un momento, cierro los ojos y dejo que todo el estrés del viaje se desvanezca. Pienso en todo lo que hemos vivido en los últimos días: la boda, el viaje, la emoción de convertirnos en marido y mujer. Es casi surrealista que ya estemos de vuelta en casa. Después de la ducha, me siento un poco más renovada, aunque el cansancio sigue pesando sobre mí. Me cambio rápidamente y vuelvo a la habitación, donde Edward ya se ha dejado caer sobre la cama, con los ojos medio cerrados. —Ven, acuéstate un rato —me dice, extendiendo un brazo para invitarme a su lado. Me acerco y me acuesto junto a él, dejando que su brazo me envuelva. El silencio de la casa es reconfortante, y por un momento, simplemente nos quedamos allí, disfrutando de la tranquilidad. —¿Te das cuenta de que ahora somos una familia? —murmura Edward, su voz cargada de asombro. —Sí —respondo suavemente, apoyando mi cabeza en su pecho—. Y me encanta. Edward me mira mientras me acurruco a su lado, con una expresión suave en su rostro. Acaricia mi cabello y, tras un momento de silencio, me pregunta con voz calmada pero cargada de curiosidad. —Sam, ¿has pensado en tener más hijos? La pregunta me toma por sorpresa, pero no de una manera incómoda. Sonrío y levanto la vista para encontrarme con sus ojos. —Sí, lo he pensado —respondo con sinceridad, sin vacilar. Edward parece aliviado y contento por mi respuesta. Su sonrisa se ensancha mientras coloca una mano sobre mi vientre, donde hace poco crecía Louis. —Me alegra que pienses así. Yo también quiero que nuestra familia crezca —dice, su voz llena de ternura. Nos quedamos en silencio por un momento, dejando que la idea de más hijos se asiente entre nosotros. La perspectiva de criar a más pequeños juntos, de ver a Louis convertirse en un hermano mayor, es emocionante. Es un futuro que ambos deseamos, y aunque el presente nos mantiene ocupados, la esperanza de lo que está por venir nos llena de felicidad. —Pero por ahora, creo que Louis nos mantendrá ocupados por un buen tiempo —digo riendo suavemente. Edward asiente, riendo también, pero hay un brillo en sus ojos que sugiere que no puede esperar para que llegue ese futuro, cuando nuestra familia crezca aún más. Louis comienza a moverse inquieto en su cuna, emitiendo pequeños sonidos que rápidamente se convierten en llanto. Me aparto suavemente de Edward, quien me da un beso en la frente antes de dejarme levantar. —Voy a ver qué tiene —le digo, y él asiente con una sonrisa, apoyándose en la almohada mientras me observa ir hacia nuestro hijo. Me acerco a la cuna y veo que Louis se revuelve, claramente incómodo. Lo levanto con cuidado, sosteniéndolo cerca de mi pecho. Su pequeño cuerpo aún se siente tan frágil en mis brazos, pero al mismo tiempo, me parece increíble lo rápido que está creciendo. —Vamos, cariño, todo está bien —le susurro mientras lo llevo hacia el cambiador. Rápidamente me doy cuenta de que su pañal necesita ser cambiado. Mientras lo hago, él sigue lloriqueando, sus ojitos húmedos mirándome como si se preguntara por qué no ha dejado de estar incómodo aún. Le hablo suavemente, tratando de calmarlo con mi voz, mientras termino de ponerle un pañal limpio. —Ya casi terminamos, Louis, ya casi —le digo mientras le cierro el último botón del enterizo. Una vez que termino, lo cargo de nuevo, sosteniéndolo firmemente contra mí. Comienzo a arrullarlo, balanceándome suavemente de un lado a otro. Su llanto empieza a disminuir, convirtiéndose en suaves gemidos, y poco a poco, sus ojos se van cerrando. Camino por la habitación en silencio, tarareando una canción de cuna, hasta que finalmente su respiración se vuelve tranquila y regular, indicándome que se ha vuelto a dormir. Lo observo por un momento, sintiendo una ola de amor y protección hacia él. Es increíble cómo una pequeña vida puede significar tanto, cómo cada gesto y cada sonido suyo se convierten en el centro de nuestro mundo. Lo coloco cuidadosamente de vuelta en su cuna, asegurándome de que esté cómodo y bien arropado. Me quedo mirándolo por un momento, apreciando lo pacífico que se ve cuando duerme. Luego, vuelvo a la cama, donde Edward me espera con una sonrisa cálida. —¿Todo bien? —me pregunta en voz baja. —Sí, todo está bien ahora —respondo mientras me acuesto a su lado nuevamente. Edward me rodea con un brazo, y me acurruco contra él, sintiéndome en paz. Por un momento, simplemente disfrutamos del silencio de la noche, sabiendo que aunque las cosas pueden ser caóticas con un recién nacido, estos momentos tranquilos son los que hacen que todo valga la pena.El sonido suave de la alarma me despierta, anunciando el inicio de un nuevo día. Me estiro en la cama y, al girar, veo a Sam todavía dormida, con Louis acurrucado en sus brazos. No puedo evitar sonreír al ver la tranquilidad en sus rostros, pero sé que tenemos un día importante por delante. Hoy, Louis recibirá sus primeras vacunas, y aunque sé que es algo necesario, no puedo evitar sentir una ligera inquietud en el estómago.Desactivo la alarma para que no despierte a Sam, y me levanto con cuidado para no hacer ruido. Me acerco a la cuna y preparo todo lo que necesitaremos para el día. Cuando termino, regreso a la cama y acaricio suavemente el cabello de Sam, inclinándome para darle un beso en la mejilla.—Amor, es hora de despertar —le susurro.Sam se remueve un poco antes de abrir los ojos, y una sonrisa suave aparece en sus labios al verme.—Buenos días —dice en un susurro, todavía medio dormida.—Buenos días —respondo, devolviéndole la sonrisa—. Hoy es el día de las vacunas para L
**Capítulo Final - Narrado por Sam**El amanecer se cuela tímidamente a través de las cortinas, anunciando la llegada de un nuevo día. Los rayos del sol dorado acarician suavemente el rostro de Edward, quien duerme profundamente a mi lado, con una expresión de paz que rara vez tiene. Observo cómo su pecho sube y baja en un ritmo constante, y me permito unos momentos para admirarlo, sintiendo una oleada de amor y gratitud.Mi vida ha cambiado tanto desde que lo conocí. Cada momento, cada risa, cada lágrima compartida ha sido un ladrillo en la construcción de esta vida que ahora tenemos juntos. Y aunque han habido desafíos, el amor que compartimos siempre ha sido nuestro faro, guiándonos a través de las tormentas.Miro a la cuna de Louis, nuestro pequeño milagro, que duerme plácidamente, envuelto en su manta favorita. Ya ha pasado un año desde su llegada, y aunque el tiempo parece haberse desvanecido en un abrir y cerrar de ojos, las huellas de cada momento se han quedado grabadas en mi
Siento los besos de Edward en toda mi espalda. Sonrío un poco al tener esta deliciosa manera de despertar. Me acerco un poco a él y pongo mi trasero en su miembro, sintiendo como va creciendo cada vez más.—¿Me estás provocando, nena? —su voz suena más ronca de lo normal.—Tú empezaste —me defiendo.Pongo mi mano en su miembro y comienzo a acariciarlo por encima de la pijama. Sus ojos me ven con mucho deseo y sonrío por eso. Me hago encima de Edward y comienzo a mover mis caderas contra su miembro.—Qué duro estas, amor —muerdo su labio.Unos golpes suenan en la puerta y me bajo de inmediato para cubrirme con la cobija. Las voces de nuestros hijos se escuchan desde afuera de la puerta y niego con una sonrisa.—Yo quería sexo mañanero —Edward muerde el lóbulo de mi oreja.Me acomodo la pijama para abrirle la puerta a mis hijos. Sonrío al ver sus caritas brillantes de emoción, sus ojos reflejan la inocencia y la alegría de la infancia.—Mamá, papá —exclaman con entusiasmo mient
Estoy sentada en Starbucks con mi novio y mis amigas, disfrutando del bullicio y el aroma a café recién hecho. Es uno de esos lugares que siempre me hacen sentir viva, conectada con el mundo. Acabo de pedir un frappuccino y me dejo envolver por el dulce y frío sabor mientras escucho las animadas conversaciones a mi alrededor.—¿Y qué planes tienes para el fin de semana? —pregunta Ana, una de mis mejores amigas, mientras juguetea con su taza de café.—No lo sé, tal vez solo relajarme en casa —responde María con una sonrisa perezosa.Mis amigas están sumergidas en sus charlas, riendo y compartiendo historias. Mi novio, siempre a mi lado, me da una sensación de confort y familiaridad. Entonces, de repente, su voz corta el aire, trayendo consigo una propuesta inesperada.—Hoy vamos a una discoteca —dice, con un brillo en sus ojos que no había visto en mucho tiempo.Levanto la vista, sorprendida pero curiosa.—¿Una discoteca? ¿Esta noche? —pregunto, tratando de asimilar la idea.—Sí, ¿por
Samantha Subimos al auto de Edward, y mientras él arranca el motor, me siento un poco nerviosa y emocionada por la noche que nos espera. La radio está encendida, y una canción animada llena el coche, creando una atmósfera vibrante. Edward dirige la conversación con naturalidad, pero sus ojos vuelven a mí de vez en cuando. Finalmente, suelta una observación que me toma por sorpresa. —Sabes, Samantha, la falda que llevas es bastante corta —dice, con un tono que mezcla admiración y crítica. Lo miro, sorprendida. —¿Ah, sí? No sabía que te estabas fijando en mis piernas —respondo, intentando sonar despreocupada mientras una ligera risa se escapa de mis labios. Edward sonríe, aparentemente divertido por mi respuesta. —No es que esté fijándome en tus piernas, solo que es un comentario que tenía que hacer. —Bueno, es un look para salir, ¿no? —digo, tratando de justificar mi elección—. A veces hay que arriesgarse un poco para divertirse. —Lo entiendo, solo quería decirlo para que
SamanthaCierro los ojos en cuanto nos montamos en su auto, intentando evitar cualquier conversación con Edward mientras nos dirigimos a casa. El alcohol ha dejado mi mente aturdida, y el silencio parece la mejor opción en este momento.El motor arranca y el suave murmullo del coche me envuelve, creando un ambiente casi hipnótico. Siento el leve movimiento del auto mientras avanzamos por las calles, y cada giro y frenada se mezclan con los latidos de mi corazón, que parecen haberse calmado finalmente.No sé cuánto tiempo pasa mientras mantengo los ojos cerrados, pero el viaje se siente eterno y, al mismo tiempo, fugaz. A través de mis párpados cerrados, puedo percibir las luces de la ciudad parpadeando, creando sombras y destellos que bailan en el interior del coche.Mi mente divaga, repasando los eventos de la noche. Luke, la discoteca, el juego de verdad o reto, y la mirada fija de Edward que parecía seguirme a cada paso. Una mezcla de emociones se arremolina en mi interior: confusi
SamanthaMe despierto algo desubicada, ¿en dónde estoy? Intento levantarme, pero unos brazos alrededor de mi cintura me lo impiden.¿Con quién dormí anoche?¿Será Luke?Giro para ver a la persona que está a mi lado y abro los ojos con sorpresa al ver a Edward.¿Acaso dormí con él?Mi mente trata de recuperar los recuerdos de la noche anterior. La discoteca, la preocupación de Edward, el café, y finalmente, caer rendida en su cama. Miro su rostro relajado, sus facciones más suaves y pacíficas mientras duerme.Intento moverme de nuevo, pero él me sostiene firmemente. Me quedo quieta por un momento, tratando de procesar todo. El calor de su cuerpo es reconfortante, pero a la vez, la situación me parece surrealista.—Edward —susurro, tratando de despertarlo sin alarmarlo.Mi celular comienza a sonar, rompiendo el silencio de la habitación. Lo agarro rápidamente, tratando de no despertar a Edward. Es Luke.—Hola, Luke —susurro, saliendo de la habitación para no hacer ruido.—Hola, amor. ¿C
SamanthaPapá se da la vuelta y se dirige a su oficina para atender una llamada importante de un inversionista de la empresa. Me quedo sola con Edward, y no puedo evitar sentirme incómoda con su presencia, aunque no sé exactamente por qué.—¿Quién era el chico que te dejó? —pregunta Edward, con un tono que no admite evasivas.—Edward, ¿qué haces aquí? —pregunto, nerviosa y tratando de mantener la compostura.—Te hice una pregunta —su tono se vuelve más serio—. Es de mala educación no responder.—Luke —respondo con un tono menos amistoso—. Te lo mencioné esta mañana.—No, no se me olvida —responde, girando los ojos—. Vine porque tu papá quería hablar conmigo.—¿Y ya hablaron?—Claramente.—¿Y sobre qué?—No te lo voy a decir —se burla ligeramente—. Ellos se van esta noche. Quería enseñarme toda la casa y mostrarme dónde están las alarmas para que no te escapes.—Tengo permiso para salir, ¿sabes? —le digo, tratando de mantener un tono firme.—Conmigo no vas a necesitar salir, Sam.Me qu