Capítulo 51

Hemos regresado a casa después de unos días inolvidables en Santorini. Aunque nuestra boda fue todo lo que había soñado y más, el viaje de regreso nos deja completamente exhaustos. El clima cálido y la belleza de la isla ya quedaron atrás, y ahora estamos de vuelta en nuestra acogedora casa, rodeados por la familiaridad de nuestras propias paredes.

Louis es el más cansado de todos. Duerme todo el vuelo, apenas se mueve en mis brazos mientras volamos de regreso. Su pequeño cuerpo está relajado, con sus puños cerrados cerca de su carita, y su respiración suave es lo único que rompe el silencio. Su paz hace que el vuelo se sienta un poco más corto, aunque todavía siento el cansancio profundo en mis huesos cuando finalmente aterrizamos.

Edward y yo apenas intercambiamos palabras mientras tomamos nuestras maletas y nos dirigimos al auto. Ambos estamos demasiado agotados para conversar, y el simple hecho de pensar en desempacar se siente como una tarea monumental. Al menos tenemos un par de días antes de que la rutina vuelva a tomar control de nuestras vidas.

Llegamos a casa, y lo primero que hago es llevar a Louis a su cuna. Lo coloco con cuidado, asegurándome de no despertarlo. Aún dormido, se acurruca en su manta, ajeno al cambio de entorno. Me quedo un momento junto a la cuna, observándolo. Se ve tan tranquilo, tan contento. A pesar de mi cansancio, no puedo evitar sonreír ante la visión de mi hijo durmiendo plácidamente.

—Está tan cansado como nosotros —murmura Edward, acercándose por detrás y rodeándome con sus brazos.

Asiento, apoyando mi cabeza en su hombro por un momento. Ambos estamos exhaustos, pero hay algo reconfortante en estar de vuelta en casa, con Louis durmiendo seguro en su cuna.

—Deberíamos descansar un poco también —sugiere Edward en voz baja.

—Sí, tienes razón. Pero antes, necesito una ducha rápida —respondo, apartándome suavemente de su abrazo y dirigiéndome al baño.

El agua caliente relaja mis músculos cansados, y por un momento, cierro los ojos y dejo que todo el estrés del viaje se desvanezca. Pienso en todo lo que hemos vivido en los últimos días: la boda, el viaje, la emoción de convertirnos en marido y mujer. Es casi surrealista que ya estemos de vuelta en casa.

Después de la ducha, me siento un poco más renovada, aunque el cansancio sigue pesando sobre mí. Me cambio rápidamente y vuelvo a la habitación, donde Edward ya se ha dejado caer sobre la cama, con los ojos medio cerrados.

—Ven, acuéstate un rato —me dice, extendiendo un brazo para invitarme a su lado.

Me acerco y me acuesto junto a él, dejando que su brazo me envuelva. El silencio de la casa es reconfortante, y por un momento, simplemente nos quedamos allí, disfrutando de la tranquilidad.

—¿Te das cuenta de que ahora somos una familia? —murmura Edward, su voz cargada de asombro.

—Sí —respondo suavemente, apoyando mi cabeza en su pecho—. Y me encanta.

Edward me mira mientras me acurruco a su lado, con una expresión suave en su rostro. Acaricia mi cabello y, tras un momento de silencio, me pregunta con voz calmada pero cargada de curiosidad.

—Sam, ¿has pensado en tener más hijos?

La pregunta me toma por sorpresa, pero no de una manera incómoda. Sonrío y levanto la vista para encontrarme con sus ojos.

—Sí, lo he pensado —respondo con sinceridad, sin vacilar.

Edward parece aliviado y contento por mi respuesta. Su sonrisa se ensancha mientras coloca una mano sobre mi vientre, donde hace poco crecía Louis.

—Me alegra que pienses así. Yo también quiero que nuestra familia crezca —dice, su voz llena de ternura.

Nos quedamos en silencio por un momento, dejando que la idea de más hijos se asiente entre nosotros. La perspectiva de criar a más pequeños juntos, de ver a Louis convertirse en un hermano mayor, es emocionante. Es un futuro que ambos deseamos, y aunque el presente nos mantiene ocupados, la esperanza de lo que está por venir nos llena de felicidad.

—Pero por ahora, creo que Louis nos mantendrá ocupados por un buen tiempo —digo riendo suavemente.

Edward asiente, riendo también, pero hay un brillo en sus ojos que sugiere que no puede esperar para que llegue ese futuro, cuando nuestra familia crezca aún más.

Louis comienza a moverse inquieto en su cuna, emitiendo pequeños sonidos que rápidamente se convierten en llanto. Me aparto suavemente de Edward, quien me da un beso en la frente antes de dejarme levantar.

—Voy a ver qué tiene —le digo, y él asiente con una sonrisa, apoyándose en la almohada mientras me observa ir hacia nuestro hijo.

Me acerco a la cuna y veo que Louis se revuelve, claramente incómodo. Lo levanto con cuidado, sosteniéndolo cerca de mi pecho. Su pequeño cuerpo aún se siente tan frágil en mis brazos, pero al mismo tiempo, me parece increíble lo rápido que está creciendo.

—Vamos, cariño, todo está bien —le susurro mientras lo llevo hacia el cambiador.

Rápidamente me doy cuenta de que su pañal necesita ser cambiado. Mientras lo hago, él sigue lloriqueando, sus ojitos húmedos mirándome como si se preguntara por qué no ha dejado de estar incómodo aún. Le hablo suavemente, tratando de calmarlo con mi voz, mientras termino de ponerle un pañal limpio.

—Ya casi terminamos, Louis, ya casi —le digo mientras le cierro el último botón del enterizo.

Una vez que termino, lo cargo de nuevo, sosteniéndolo firmemente contra mí. Comienzo a arrullarlo, balanceándome suavemente de un lado a otro. Su llanto empieza a disminuir, convirtiéndose en suaves gemidos, y poco a poco, sus ojos se van cerrando. Camino por la habitación en silencio, tarareando una canción de cuna, hasta que finalmente su respiración se vuelve tranquila y regular, indicándome que se ha vuelto a dormir.

Lo observo por un momento, sintiendo una ola de amor y protección hacia él. Es increíble cómo una pequeña vida puede significar tanto, cómo cada gesto y cada sonido suyo se convierten en el centro de nuestro mundo.

Lo coloco cuidadosamente de vuelta en su cuna, asegurándome de que esté cómodo y bien arropado. Me quedo mirándolo por un momento, apreciando lo pacífico que se ve cuando duerme. Luego, vuelvo a la cama, donde Edward me espera con una sonrisa cálida.

—¿Todo bien? —me pregunta en voz baja.

—Sí, todo está bien ahora —respondo mientras me acuesto a su lado nuevamente.

Edward me rodea con un brazo, y me acurruco contra él, sintiéndome en paz. Por un momento, simplemente disfrutamos del silencio de la noche, sabiendo que aunque las cosas pueden ser caóticas con un recién nacido, estos momentos tranquilos son los que hacen que todo valga la pena.

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