Capítulo 48

Llegamos a Santorini en medio de un cielo despejado, con el sol resplandeciente reflejándose en el agua azul del mar Egeo. Al bajar del avión, siento la brisa cálida en mi rostro, un recordatorio perfecto de que estamos a punto de vivir uno de los momentos más importantes de nuestras vidas. Con Sam a mi lado y Louis en mis brazos, todo parece encajar a la perfección.

Después de recoger nuestras maletas, nos dirigimos hacia la salida del aeropuerto, donde un taxi ya nos está esperando. El conductor, un hombre mayor con una sonrisa amable, nos ayuda a cargar las maletas en el maletero antes de indicarnos que subamos.

El trayecto hacia el hotel es impresionante. Pasamos por pequeños pueblos encalados con casas de techos azules que se mezclan armoniosamente con el paisaje montañoso. El contraste de colores, el blanco de las paredes y el azul intenso del mar y el cielo, es simplemente asombroso. Sam no puede evitar sacar su cámara para capturar algunas fotos desde la ventana del taxi, y yo sonrío al ver la emoción en su rostro.

—Este lugar es aún más hermoso de lo que imaginé —comenta, mirando hacia el horizonte.

—Lo es —respondo, tomando su mano y apretándola suavemente—. Estoy tan feliz de que hayamos decidido casarnos aquí.

Louis, quien ha estado durmiendo plácidamente durante todo el trayecto, empieza a moverse en mis brazos. Lo miro con ternura, pensando en cómo este pequeño ser ha cambiado nuestras vidas de maneras que nunca hubiera imaginado. Al sentir el movimiento del taxi, Louis abre los ojos y mira a su alrededor, como si estuviera tratando de procesar todas las nuevas sensaciones.

—Parece que nuestro pequeño también está disfrutando del paisaje —digo, acariciando su cabecita.

Finalmente, el taxi se detiene frente al lujoso hotel donde nos hospedaremos. Es un edificio imponente, con una arquitectura que combina a la perfección el estilo tradicional griego con detalles modernos. Las paredes blancas y las terrazas con vistas al mar hacen que el lugar se vea como un auténtico paraíso.

El personal del hotel nos recibe con una cálida bienvenida, ayudándonos con el equipaje mientras nos acompañan a la recepción. Después de hacer el check-in, nos llevan a nuestra suite, una habitación espaciosa con una terraza privada que ofrece una vista espectacular del mar y del atardecer que ya comienza a pintarse en el horizonte.

—Esto es increíble —susurra Sam, caminando hacia la terraza y dejando que la brisa marina juegue con su cabello.

Coloco a Louis en la cuna que el hotel ha preparado para él y me acerco a Sam. La rodeo con mis brazos desde atrás, disfrutando del momento y del silencio que solo es interrumpido por el suave sonido de las olas rompiendo contra la costa.

—Estamos aquí —digo, más para mí mismo que para ella—. En unos días, serás mi esposa en este lugar.

Sam se gira y me mira con sus ojos brillantes, sonriendo con esa dulzura que siempre me desarma.

—No puedo esperar —responde, inclinándose para besarme suavemente.

Comienzo a besarla, suavemente al principio, dejando que nuestros labios se encuentren en una danza lenta y llena de cariño. La cercanía entre nosotros es palpable, y siento cómo la tensión del viaje y de los preparativos se disuelve en este momento de intimidad. Sam responde al beso con la misma intensidad, sus manos suben por mi cuello, acariciando la piel con la suavidad que solo ella sabe cómo expresar.

Sin romper el contacto, la guío hacia la cama, ambos moviéndonos con cuidado para no despertar a Louis. El mundo exterior parece desvanecerse, quedando solo nosotros dos en esta burbuja de amor y deseo. La habitación, con su ambiente sereno y las luces tenues del atardecer, se convierte en el escenario perfecto para este momento que compartimos.

Dejo que Sam se recueste sobre la cama, inclinándome sobre ella mientras nuestras respiraciones se sincronizan. Mi mano recorre su rostro, bajando lentamente por su cuello y siguiendo las curvas de su cuerpo. Cada toque es un recordatorio de cuánto la amo, de cómo hemos llegado hasta aquí, superando obstáculos y disfrutando de nuestras victorias.

Nuestros labios se encuentran de nuevo, esta vez con más urgencia, dejando que el deseo nos consuma. Todo lo que he sentido por Sam a lo largo de los años—amor, respeto, admiración—se concentra en estos momentos. Nos movemos juntos, guiados por una conexión que va más allá de lo físico.

Los besos se vuelven mas profundos, mas apasionados, mis manos recorren su cuerpo. Quiero disfrutar de ella todo el tiempo.

La noche cae lentamente sobre Santorini, pero en este momento, el tiempo parece detenerse. Con cada beso, con cada caricia, nos sumergimos más profundamente en nuestro amor, dejándonos llevar por la pasión y la cercanía. Todo lo que importa es estar aquí, juntos, conectándonos en un nivel que va más allá de las palabras, más allá de lo físico, en un lugar donde solo existe el amor que compartimos.

Finalmente, nos dejamos caer juntos sobre la cama, manteniéndonos abrazados mientras nuestros cuerpos se relajan. Los latidos de nuestros corazones comienzan a calmarse, pero esa conexión intensa sigue presente, como una energía que nos envuelve y nos une aún más.

Después de un largo rato disfrutando de nuestra intimidad, Sam y yo nos quedamos en la cama, abrazados, mientras la noche se despliega por completo. La calma en la habitación es reconfortante, pero pronto notamos cómo nuestras tripas empiezan a reclamar atención. Miro la hora en el reloj de la mesita de noche y luego la miro a ella.

—¿Tienes hambre? —le pregunto, y ella asiente con una sonrisa perezosa.

—Mucha. Creo que después de todo lo que hemos pasado hoy, lo mínimo que nos merecemos es una buena comida —responde, mientras sus ojos brillan con una mezcla de satisfacción y cansancio.

Louis, que hasta ahora ha estado durmiendo pacíficamente en su cuna, comienza a moverse un poco, emitiendo esos sonidos suaves que siempre indican que está a punto de despertar. Sam lo mira con ternura y se incorpora con cuidado, deslizándose fuera de la cama para acercarse a la cuna.

—Bueno, parece que Louis también tiene hambre —comenta mientras lo recoge con suavidad y lo acuna en sus brazos.

Me levanto de la cama, estirándome un poco antes de buscar algo de ropa más adecuada para bajar al restaurante. Sam sigue abrazando a Louis, su mirada atenta a cada pequeño gesto de nuestro hijo mientras comienza a preparar las cosas para alimentarlo en el restaurante.

—¿Listos para una cena en familia? —pregunto con una sonrisa mientras le tiendo una mano a Sam.

Ella asiente, todavía con esa calidez en sus ojos que me hace sentir como el hombre más afortunado del mundo. Caminamos juntos hacia la puerta, saliendo de la habitación y dirigiéndonos al restaurante del hotel.

El hotel, iluminado por luces suaves y cálidas, tiene un ambiente relajante, perfecto para una cena tranquila después de un día tan ajetreado. El restaurante es amplio, con grandes ventanales que dan una vista espectacular de la isla iluminada por la luz de la luna. El mar, apenas visible en la oscuridad, añade un toque de serenidad al ambiente.

Nos acomodamos en una mesa cerca de una de las ventanas, y un camarero se acerca de inmediato para tomar nuestros pedidos. Sam pide algo ligero pero reconfortante, mientras yo opto por un plato más sustancioso, sabiendo que ambos necesitamos reponer fuerzas. Mientras esperamos la comida, Sam comienza a alimentar a Louis, meciéndolo suavemente en sus brazos.

—Es increíble lo rápido que está creciendo —digo, observando cómo Louis se acurruca contra ella mientras come.

—Sí, cada día parece un poco más grande, un poco más fuerte. Es hermoso verlo crecer, pero también asusta un poco, ¿no crees? —responde Sam, mirándome con una mezcla de orgullo y preocupación en su expresión.

Asiento, entendiendo perfectamente lo que quiere decir. La responsabilidad de ser padres, de criar a un ser humano, es algo que pesa, pero es un peso que llevo con gusto.

Louis termina de comer y empieza a quedarse dormido nuevamente. Sam lo acomoda con cuidado en su regazo, y justo en ese momento, nuestros platos llegan a la mesa. Mientras comemos, mantenemos una conversación tranquila, disfrutando de la comida y de la compañía mutua. Aunque el día ha sido largo, este momento de paz y conexión familiar hace que todo haya valido la pena.

Al final de la cena, Louis sigue dormido, acurrucado en los brazos de Sam. Pago la cuenta, y después de asegurarnos de que tenemos todo, nos levantamos de la mesa. Mientras caminamos de regreso a nuestra habitación, no puedo evitar sentir una profunda satisfacción y un amor inmenso por la pequeña familia que hemos formado.

A medida que nos acercamos a la puerta de nuestra habitación, siento que este viaje a Santorini es solo el comienzo de una nueva y emocionante etapa en nuestras vidas, una que estoy ansioso por vivir junto a Sam y Louis.

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