El Socio De Mi Padre
El Socio De Mi Padre
Por: Valentina Cano
Capítulo 1

Estoy sentada en Starbucks con mi novio y mis amigas, disfrutando del bullicio y el aroma a café recién hecho. Es uno de esos lugares que siempre me hacen sentir viva, conectada con el mundo. Acabo de pedir un frappuccino y me dejo envolver por el dulce y frío sabor mientras escucho las animadas conversaciones a mi alrededor.

—¿Y qué planes tienes para el fin de semana? —pregunta Ana, una de mis mejores amigas, mientras juguetea con su taza de café.

—No lo sé, tal vez solo relajarme en casa —responde María con una sonrisa perezosa.

Mis amigas están sumergidas en sus charlas, riendo y compartiendo historias. Mi novio, siempre a mi lado, me da una sensación de confort y familiaridad. Entonces, de repente, su voz corta el aire, trayendo consigo una propuesta inesperada.

—Hoy vamos a una discoteca —dice, con un brillo en sus ojos que no había visto en mucho tiempo.

Levanto la vista, sorprendida pero curiosa.

—¿Una discoteca? ¿Esta noche? —pregunto, tratando de asimilar la idea.

—Sí, ¿por qué no? —responde él, encogiéndose de hombros con una sonrisa despreocupada—. Será divertido. Además, hace tiempo que no salimos a bailar.

Miro a mis amigas y veo la misma chispa de emoción reflejada en sus rostros.

—¡Eso suena genial! —exclama Ana, ya animada con la idea.

—Sí, hace mucho que no salimos todas juntas —añade María, asintiendo con entusiasmo.

Llego a casa después de unos minutos de haber salido de Starbucks. El aire de la tarde está fresco y me llena de energía mientras subo las escaleras hasta la puerta de entrada. Al entrar, el aroma familiar de la cocina me recibe, junto con la voz de mi padre que parece esperarme con una noticia.

—Samantha, necesito que te cambies —dice desde la sala.

Dejo mis cosas en el recibidor y camino hacia él, curiosa.

—¿Por qué? —pregunto, mirándolo con una mezcla de curiosidad y preocupación.

—Edward, un amigo mío, vendrá a casa y se quedará con nosotros por unos días. Quiero que estés presentable cuando llegue —explica, con un tono serio pero amable.

—¿Edward? —repito, procesando la información—. Está bien, me cambiaré.

Me pongo una falda negra con un body blanco y mis zapatos Dolce & Gabbana. Me miro en el espejo y sonrío, satisfecha con mi elección. Quiero causar una buena impresión, aunque no esperaba tener que hacerlo hoy. Bajo las escaleras con calma, cada paso resonando ligeramente en la casa silenciosa.

Al llegar al final de las escaleras, lo veo. Edward está de pie en la sala, conversando con mi padre. Tiene tatuajes que asoman bajo las mangas de su camiseta, el cabello negro algo rizado y un cuerpo de infarto que no puedo evitar notar.

Él levanta la vista y nuestras miradas se encuentran. Su rostro se ilumina con una sonrisa encantadora, y siento un ligero cosquilleo en el estómago.

—Hola, Samantha. Ha pasado tiempo —dice, su voz profunda y amigable.

—Hola, Edward. Sí, ha pasado un tiempo —respondo, tratando de mantener la compostura mientras me acerco.

Mi padre interviene, ajeno a mi nerviosismo. —Samantha, Edward estará con nosotros unos días. Quiero que te sientas cómoda y le hagas sentir como en casa.

Asiento, todavía algo aturdida por la presencia imponente de Edward. —Claro, papá. Bienvenido, Edward. Espero que disfrutes tu estadía.

—Gracias, Samantha. Estoy seguro de que lo haré —responde él, con esa sonrisa que parece desarmarme.

Nos sentamos en la mesa cuando mi mamá sirve la lasaña, su especialidad. El aroma es delicioso y me hace sentir un poco más relajada. Edward se sienta frente a mí, y trato de no mirarlo demasiado mientras él se acomoda. Mis padres también se sientan, y la cena comienza con la típica charla ligera.

Mientras disfrutamos de la comida, mi padre carraspea y capta nuestra atención.

—Samantha, tu madre y yo queremos decirte algo —comienza, con un tono serio pero amable.

Miro a mis padres, curiosa y un poco nerviosa.

—Mañana saldremos de viaje por unos días. Es un viaje de negocios que no podemos posponer —continúa mi padre.

Me sorprendo un poco, ya que no había oído hablar de este viaje antes.

—¿Y qué haré yo? —pregunto, tratando de entender el plan.

—Edward se quedará aquí para cuidarte y asegurarse de que todo vaya bien en nuestra ausencia —explica mi madre, sonriendo.

Mi mirada se dirige a Edward, que me observa con una expresión tranquila y confiada.

—No te preocupes, Samantha. Estaré aquí para lo que necesites —dice él, su voz cálida y tranquilizadora.

Asiento lentamente, tratando de asimilar la noticia. La idea de quedarme sola con Edward es inesperada y un poco intimidante, pero también intrigante.

—Está bien, papá. Mamá. Disfruten su viaje —respondo finalmente, esbozando una sonrisa.

La conversación continúa mientras disfrutamos de la lasaña, pero no puedo evitar sentir curiosidad por la presencia de Edward en nuestra casa. Finalmente, dejo el tenedor a un lado y me dirijo a él.

—Edward, ¿por qué vas a quedarte aquí? —pregunto, tratando de sonar casual pero claramente interesada.

Él levanta la mirada y, por un momento, parece pensativo. Luego suspira y me ofrece una sonrisa que no llega del todo a sus ojos.

—Me acabo de separar de mi novia y, bueno, no tengo dónde vivir por el momento —explica, su voz tranquila pero con un matiz de tristeza.

—Oh, lo siento mucho —respondo, sintiendo una punzada de empatía por él.

—Gracias, Samantha. Pero estaré bien. Solo necesito un lugar donde estabilizarme un poco —dice, su tono volviendo a ser más animado.

Mi madre interviene, su voz suave y maternal. —Estamos felices de tenerte aquí, Edward. Esta es tu casa por el tiempo que necesites.

Después de la cena, me disculpo y subo a mi habitación. La noticia de que mis padres se van de viaje y que Edward se quedará con nosotros me ha dejado con la necesidad de procesar todo. Además, tengo que avisar a mi novio sobre el cambio de planes.

Tomo mi teléfono y marco su número. Él contesta al segundo tono.

—Hola, amor —dice, su voz animada al otro lado de la línea—. ¿Estás lista para la discoteca?

—Sobre eso... —empiezo, sintiéndome un poco culpable—. No creo que pueda ir esta noche.

—¿Por qué no? —pregunta, su tono cambiando a uno de preocupación.

—Mis padres se van de viaje mañana y su amigo Edward se quedará con nosotros. No creo que sea una buena idea salir —explico, tratando de sonar razonable.

—¿Y si te escapas un rato? —sugiere él, su tono volviendo a ser juguetón—. Solo por un rato. Te prometo que será divertido.

Dudo por un momento, considerando la posibilidad. La idea de salir y divertirme con mis amigos sigue siendo tentadora.

—Está bien, podría escaparme un rato —digo finalmente, cediendo a la tentación.

Justo en ese momento, la puerta de mi habitación se abre y Edward aparece en el umbral. Su presencia es imponente y me siento atrapada. Rápidamente, cuelgo el teléfono.

—¿Qué pasa? —pregunta Edward, frunciendo el ceño.

—Nada, solo hablaba con mi novio sobre salir un rato —respondo, tratando de actuar con naturalidad.

Edward sacude la cabeza lentamente. —Lo siento, Samantha, pero no puedes salir esta noche. Ahora estás bajo mis reglas mientras tus padres están fuera.

Mi corazón se hunde. —¿Qué? Pero ya habíamos hecho planes...

—Entiendo, pero no puedo permitirlo. Tus padres confían en mí para cuidarte, y no voy a decepcionarlos —dice, con firmeza en su voz.

—Pero...

—No hay peros, Samantha. Puedes hablar con tu novio y explicarle la situación. Espero que lo entienda —concluye, saliendo de la habitación.

Edward entra en mi habitación con una expresión de complicidad en el rostro.

—Samantha —dice, sonriendo—. Estaba bromeando antes. Puedes salir esta noche.

Lo miro, sorprendida y aliviada al mismo tiempo.

—¿En serio? —pregunto, aún dudando.

—Sí. De hecho, también me voy a una discoteca —explica—. Así que si quieres, puedo llevarte.

Mi sorpresa se convierte en emoción. —¿De verdad? ¡Eso suena genial! Déjame cambiarme rápidamente.

Edward asiente, con una sonrisa que parece esconder un secreto. Mientras me apresuro a cambiarme, me siento aliviada por la inesperada vuelta de los acontecimientos. En unos minutos, estoy lista con un look perfecto para la noche.

—Vamos entonces —digo, saliendo de mi habitación con una nueva energía.

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