Siento los besos de Edward en toda mi espalda. Sonrío un poco al tener esta deliciosa manera de despertar. Me acerco un poco a él y pongo mi trasero en su miembro, sintiendo como va creciendo cada vez más.
—¿Me estás provocando, nena? —su voz suena más ronca de lo normal. —Tú empezaste —me defiendo. Pongo mi mano en su miembro y comienzo a acariciarlo por encima de la pijama. Sus ojos me ven con mucho deseo y sonrío por eso. Me hago encima de Edward y comienzo a mover mis caderas contra su miembro. —Qué duro estas, amor —muerdo su labio. Unos golpes suenan en la puerta y me bajo de inmediato para cubrirme con la cobija. Las voces de nuestros hijos se escuchan desde afuera de la puerta y niego con una sonrisa. —Yo quería sexo mañanero —Edward muerde el lóbulo de mi oreja. Me acomodo la pijama para abrirle la puerta a mis hijos. Sonrío al ver sus caritas brillantes de emoción, sus ojos reflejan la inocencia y la alegría de la infancia. —Mamá, papá —exclaman con entusiasmo mientras corren hacia nosotros, sus pasitos rápidos y decididos llenan la habitación de energía. Louis, con sus siete años, se lanza hacia su papá y se sienta a su lado en la cama, como si fuera lo más natural del mundo. Su cabello despeinado y su sonrisa traviesa me recuerdan cuánto ha crecido, cómo se está convirtiendo en un niño lleno de confianza y curiosidad. Mientras tanto, Mathias, con sus tiernos cuatro años, extiende sus brazos hacia mí, con una mirada que mezcla necesidad y cariño. Lo cargo, sintiendo su pequeño cuerpo acurrucarse contra el mío, buscando consuelo en mi abrazo. —¿Podemos ir a casa del tío Drake? —pregunta Louis, con ese tono serio pero esperanzado que siempre utiliza cuando quiere algo. —Llamaré al tío Drake y le preguntaré —responde Edward, sacando su celular de la mesita de noche. Hay una complicidad en su voz, como si ya estuviera pensando en la posibilidad de hacerles felices, algo que siempre lo motiva. Pero antes de que pueda marcar el número, Mathias empieza a llorar. Su carita, que hace un momento estaba tranquila, se contrae en una mueca de frustración. —Yo quiero tener una mascota —dice entre sollozos, su voz quebrada por la tristeza que solo un niño de su edad puede sentir por algo tan simple y al mismo tiempo tan importante para él. Louis, siendo el hermano mayor y siempre tan protector, se gira hacia su hermanito, sus ojos reflejan preocupación y comprensión. —No llores, Mathias —dice con una suavidad que me conmueve—. Él quiere una mascota y yo quiero ir a casa del tío Drake para jugar con mi primo. Quizás si eres bueno, mamá y papá te consigan una mascota pronto. Sonrío ante la madurez de Louis. Es increíble cómo, a pesar de su corta edad, siempre está dispuesto a consolar a su hermano, a poner sus deseos en segundo plano para ayudar a Mathias a sentirse mejor. Edward y yo intercambiamos una mirada, reconociendo ese instinto protector que parece haber nacido con Louis, un rasgo que siempre nos ha llenado de orgullo. Edward, con su habitual calma, se agacha hasta el nivel de Mathias y le seca las lágrimas con ternura. —Mathias, ¿qué te parece si después de ir a casa del tío Drake hablamos sobre qué tipo de mascota te gustaría tener? —le propone, usando ese tono tranquilizador que siempre logra calmar a nuestros hijos. Mathias deja de llorar poco a poco, sus ojos grandes y húmedos se fijan en los de su padre, buscando seguridad en sus palabras. Finalmente asiente, su labio inferior aún temblando un poco, pero con la esperanza reflejada en su mirada. —Está bien, papá. Pero quiero una mascota que pueda cuidar —dice, con una seriedad que nos hace sonreír a todos. Louis, satisfecho de haber ayudado a calmar a su hermano, vuelve su atención hacia Edward. —¿Llamas al tío Drake ahora? —pregunta, impaciente. Edward asiente con una sonrisa, finalmente marcando el número en su celular. Mientras esperamos, me siento en la cama con Mathias en mi regazo, acariciando su cabello suave. Siento una oleada de amor por mis hijos, por mi esposo, por esta vida que hemos construido juntos. No hay nada más hermoso que estos momentos en familia, incluso en medio de las pequeñas crisis y las lágrimas, porque son estos momentos los que hacen que nuestra vida sea completa. Drake y Nataly tienen un hijo de seis años y Louis y él se llevan demasiado bien. Siempre están juntos, lo único es que a veces dejan a Mathias por fuera de todo lo que juegan. Edward le comienza a marcar a Drake y segundos después están hablando sobre salir a almorzar todos juntos. —¿Ya hicieron su carta de navidad? —miro a mis hijos. —Yo quiero un perrito —me dice Mathias. —Yo quiero un Xbox —me dice Louis. —Tienen que poner todo en su carta para que Santa les traiga sus regalos. —Niños, vayan a darse un baño —mi esposo entra a la habitación —Debo hablar con su mamá un momento. Los niños salen de la habitación y Edward cierra con seguro. —¿Sucedió algo malo? —Sucede que te voy a meter a esa m*****a ducha con la música a todo volumen y te daré tan fuerte que no vas a poder caminar, nena. Edward me carga y entra conmigo al baño. Me sube en el mesón del baño y comienza a besarme de manera desesperada. Meto mis manos debajo de su camiseta y la lanzo al suelo. Él hace lo mismo con mi blusa y su boca viaja directo a mis senos, mordiendo y chupando mis pezones. Me levanto un poco y quita mi parte de abajo. —Me encantas, nena —me da un beso. Me pone al borde del mesón y pasa su lengua por toda mi vagina, haciéndome soltar un fuerte gemido. Muerdo mis labios y Edward mete dos dedos dentro de mí para comenzar a moverlos de una manera increíblemente rápida. Su otra mano viaja hasta mi boca y me la cubre para que los niños no nos escuchen. —Te quiero dentro de mí —le suplico. Me da una estocada que tengo que morder mi labio para no gemir tan fuerte. La música suena a todo volumen y se mezcla con el sonido de nuestro cuerpo chocando. —Te amo —digo cuando me carga y me pega a la pared. Entierro mis uñas en su espalda ante la sensación y Edward suelta un gruñido. Nos quedamos viendo a los ojos todo el tiempo y sus movimientos se vuelven cada vez más placenteros. —Creo que tendremos otro bebé —dice cuando se viene dentro de mí. —No lo sé, amor —hago una mueca —Lo hacemos tantas veces y no he podido quedar embarazada. —Tranquila, nena —me besa —Llegará en el momento perfecto. Queremos un último bebé, y aunque ambos soñamos con tener una niña esta vez, sabemos que si llega a ser un niño, lo amaremos con todo nuestro corazón. Desde hace meses he estado intentando quedar embarazada, pero hasta ahora no hemos tenido suerte. Aun así, no perdemos la esperanza; ambos deseamos agrandar nuestra familia y completar este hermoso capítulo de nuestras vidas. Después de hablar sobre nuestras expectativas y esperanzas, Edward me sugiere que nos demos un baño juntos. No puedo evitar sonreír ante su propuesta, sabiendo muy bien que sus manos inquietas no me dejarán en paz. Entramos al baño y, como era de esperarse, lo hacemos de nuevo. La pasión entre nosotros no ha disminuido ni un ápice a lo largo de los años; si acaso, se ha vuelto más intensa, más profunda. Cada caricia, cada beso, es un recordatorio de lo mucho que nos amamos. Después de nuestra ducha compartida, me pongo un short negro cómodo, una blusa de color rosa suave y unas sandalias. Es un atuendo sencillo, pero perfecto para un día en familia. Con Edward ocupándose de Louis, decido ir al cuarto de Mathias para ayudarlo a vestirse. Como siempre, está lleno de energía, pero a veces se distrae fácilmente cuando le toca hacer algo que no sea jugar. Entro en su habitación y lo encuentro saltando sobre la cama, como si estuviera en una especie de misión secreta. —Mathias, cariño, ven aquí —le digo con una sonrisa, acercándome a él—. Tenemos que vestirnos rápido para poder ir a casa del tío Drake. Él me mira con sus grandes ojos llenos de curiosidad y emoción. —¿Puedo llevar mi espada de juguete? —pregunta, sosteniéndola en alto como si fuera un caballero listo para la batalla. —Claro que sí, pero primero tenemos que ponerte algo de ropa, ¿de acuerdo? —le digo, tomando su mano y llevándolo hacia el armario. Le ayudo a ponerse unos pantalones cortos de mezclilla y una camiseta con su personaje favorito de dibujos animados. Mientras lo visto, no puedo evitar pensar en lo rápido que están creciendo nuestros hijos. Parece que fue ayer cuando Louis y Mathias eran solo unos bebés, y ahora aquí estoy, vistiéndolos para un día de juegos en casa de su tío. Una vez que Mathias está listo, le doy un beso en la frente y lo dejo bajar corriendo las escaleras, su risa resonando por toda la casa. Me detengo un momento en la puerta de su habitación, dejando que la felicidad me inunde. Edward aparece en el pasillo con Louis en brazos, ambos listos para salir. Me mira con esa sonrisa que siempre me ha derretido, y en sus ojos veo el mismo amor y esperanza que siento yo. —Listos para irnos —dice con una chispa de emoción en su voz. —Sí, solo falta tomar mi bolso —respondo, regresando rápidamente a nuestra habitación para recogerlo. Al salir, me encuentro con Edward y los niños en la entrada. Louis está emocionado por ver a su primo, mientras que Mathias sigue jugando con su espada, listo para cualquier “aventura” que el día le depare. Cerramos la puerta detrás de nosotros y salimos hacia el coche, dispuestos a disfrutar de un día más en familia. Nos montamos en el auto y Edward maneja hasta la casa de Drake, el trayecto está lleno de risas y pequeñas conversaciones sobre el día que nos espera. Al llegar, Louis apenas puede contener su emoción, y tan pronto como Edward detiene el coche, sale corriendo para saludar a su primo. Ambos niños se dan un abrazo rápido antes de entrar corriendo a la casa, subiendo las escaleras a toda velocidad para dirigirse a la habitación de Mike, donde seguramente pasarán horas jugando y disfrutando de su tiempo juntos. Mientras tanto, Edward ayuda a Mathias a salir del coche. Drake, que ya está en la entrada, se agacha para recibir a mi pequeño en sus brazos. —¿Cómo estás, pequeño? —pregunta Drake con una sonrisa amplia mientras lo levanta en el aire, provocando risas de Mathias. —¡Bien! —responde Mathias, feliz de ver a su tío. —Hola, Sam —Nataly se acerca y me da un abrazo cálido, lleno de cariño y apoyo. —Hola, Naty —respondo con una sonrisa, agradecida por su presencia. Juntas, entramos en la casa y caminamos hacia el jardín trasero, donde el sol brilla cálidamente sobre las flores y el césped perfectamente cuidado. Nos sentamos en una de las sillas cómodas, y por un momento disfrutamos del silencio y la tranquilidad que el jardín nos ofrece. —¿Estás bien? —Nataly me pregunta, su tono es suave pero lleno de preocupación. Me detengo un momento antes de responder, mi mirada fija en el horizonte, intentando mantener la calma. Finalmente, dejo salir un suspiro profundo, liberando la tensión que había estado acumulando dentro de mí. —No —admito en un tono más bajo, casi en un susurro—. No he podido quedar embarazada, Naty. Lo he intentado una y otra vez, pero… nada. Nataly me mira con comprensión, y toma mi mano en un gesto de apoyo. —Sam, todo llega a su debido momento —me dice con una calma que solo ella podría ofrecer en un momento como este. —¿Y si ese momento nunca llega? —pregunto, sintiendo que mi voz tiembla un poco. Es una preocupación que he guardado en lo más profundo de mi corazón, pero que ahora sale a la luz, en este momento de vulnerabilidad. —No seas negativa, Sam —Nataly responde, apretando mi mano con más fuerza—. Entiendo que estés preocupada, pero no puedes perder la esperanza. Tienes a una hermosa familia, y si está destinado a ser, sucederá. No te castigues por algo que está fuera de tu control. Asiento lentamente, sabiendo que tiene razón, pero también sabiendo que es más fácil decirlo que hacerlo. No quiero rendirme, pero cada mes que pasa sin noticias positivas hace que sea más difícil mantener la fe. —Tienes razón —respondo finalmente, apretando su mano en respuesta—. Es solo que… quiero tanto completar nuestra familia. Nataly me da una sonrisa reconfortante. —Y lo harás. Estoy segura de que pronto recibirás esa noticia que tanto deseas. Pero mientras tanto, no olvides disfrutar de lo que ya tienes. Tienes a Edward, a Louis, a Mathias… todos te aman profundamente, y eso es lo más importante. Suavemente, me doy cuenta de que sus palabras están comenzando a calmar mis pensamientos ansiosos. Miro a través del jardín, hacia la casa donde mis hijos están riendo y jugando, y siento una oleada de amor y gratitud. —Gracias, Naty —le digo, sintiendo una paz renovada dentro de mí—. Gracias por siempre estar aquí para mí. —Para eso estamos las amigas —responde ella con una sonrisa—. Y no estás sola en esto, Sam. Estoy segura de que todo saldrá bien. Miro a Edward desde donde estoy sentada, observando cómo se ríe con su hermano. Sus risas son contagiosas, llenas de esa camaradería que siempre han compartido, pero hoy, al verlos juntos, siento una mezcla de emociones. Me siento profundamente agradecida por la familia que hemos construido, por las relaciones que hemos forjado, pero al mismo tiempo, hay un vacío que nunca se llenará del todo. —¿Quién iba a pensar que nuestra vida sería de esta manera? —comenta Nataly, con una sonrisa nostálgica—. Haber conocido a Drake ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida. Asiento, compartiendo su sentimiento. Ver cómo Edward y Drake se han convertido en hermanos no de sangre, sino de corazón, ha sido uno de los mayores regalos de mi vida. No podría imaginarme pasando por todo lo que hemos vivido sin tener a Nataly a mi lado. —A nosotros nos encanta tenerte en la familia —le digo, tomando su mano con gratitud—. Eres una gran amiga, Nataly. Ella me sonríe, pero en su mirada veo que también está cargada de recuerdos y pérdidas. Sabemos que la vida no siempre ha sido amable con nosotras, y hay una ausencia que las dos sentimos profundamente. —¿La extrañas? —pregunta Nataly, sus ojos reflejan el dolor que ambas compartimos. —Cada maldito día —respondo, y trago saliva para contener las lágrimas que amenazan con salir. Lucy había muerto hace dos años a causa de un accidente. Fue una de esas tragedias que llegan de la nada, devastando todo a su paso. Aún lo recuerdo como si hubiese sido ayer que recibí esa espantosa noticia. Lucy y yo habíamos sido inseparables, nuestras vidas entrelazadas en una amistad que creíamos indestructible. Habíamos compartido sueños, risas, y también lágrimas. La idea de que ya no está aquí, de que no verá a nuestros hijos crecer, de que no estaremos juntas en los momentos importantes de nuestras vidas, es una realidad con la que lucho cada día. —No pasa un solo día en que no piense en ella —continúo, mi voz temblando un poco—. A veces, cuando algo bueno sucede, mi primer instinto es llamarla para contarle, pero luego recuerdo que ya no está y ese vacío me golpea con toda su fuerza. Nataly asiente, y sé que entiende lo que quiero decir. Ella también la extraña, y aunque ambas seguimos adelante por nuestras familias, hay una parte de nosotras que siempre estará rota. —Ella estaría tan orgullosa de ti, Sam —dice Nataly con suavidad—. De lo que has logrado, de la familia que has formado. Sabes cuánto te quería. —Y yo la quería a ella —digo, ahora sí permitiendo que una lágrima se deslice por mi mejilla—. Era más que una amiga, era como una hermana para mí. Me doy cuenta de que Edward me está mirando desde donde está, como si sintiera mi tristeza. Siempre ha tenido una conexión especial conmigo, y en momentos como este, esa conexión es casi palpable. Su expresión cambia al verme, y en sus ojos veo la misma tristeza que yo siento. Él también la extraña, y aunque no la conoció tanto como yo, la pérdida lo afectó profundamente. —Vamos a mantener su memoria viva, Sam —me dice Nataly—. Siempre estará con nosotros, en nuestros recuerdos, en las historias que les contemos a nuestros hijos. Asiento, sabiendo que tiene razón. Lucy seguirá siendo una parte importante de nuestras vidas, aunque ya no esté físicamente aquí. Y en cada risa de nuestros hijos, en cada momento que compartimos como familia, su espíritu estará presente, recordándonos que el amor trasciende la muerte. —Gracias, Naty —le digo finalmente, limpiando las lágrimas de mis ojos—. Gracias por estar aquí para mí, por recordarme lo importante que es seguir adelante. —Siempre, Sam —responde ella, apretando mi mano—. Siempre estaré aquí para ti. Nos quedamos en silencio por un momento, permitiendo que el dolor se asiente, pero también que la gratitud y el amor por los que aún están con nosotros llenen ese vacío. Luego, escuchamos a nuestros hijos reír desde dentro de la casa, y sabemos que, a pesar de todo, la vida sigue y tenemos que ser fuertes por ellos. Me levanto de la silla y camino hacia Edward, quien se acerca para envolverme en un abrazo reconfortante. —Estoy aquí —me susurra al oído, y esas palabras son todo lo que necesito para seguir adelante. —¿Por qué tan calladas? —pregunta Drake, interrumpiendo el silencio que había caído sobre nosotras. —Solo recordábamos cosas —le digo, intentando sonreír un poco para disipar la nostalgia que aún flota en el aire—. ¿Y ustedes de qué tanto se reían? —También recordábamos cosas —responde Drake con una sonrisa cómplice hacia Edward, quien asiente con un gesto. Su risa y la manera en que sus ojos brillan al recordar esos momentos felices me hacen sentir un calor en el pecho. En ese instante, me doy cuenta de cuán afortunada soy. La vida no siempre ha sido fácil, pero estos momentos de felicidad, las risas compartidas, las historias recordadas, son un tesoro incalculable. Miro a mi alrededor y veo a mis hijos jugando en el jardín con la energía que solo los niños tienen. Sus risas inocentes llenan el aire, y el sonido es como música para mis oídos. Edward, a mi lado, es la roca que ha sostenido mi mundo, y al verlo interactuar con Drake, me siento abrumada por la gratitud. Qué afortunada soy de tener a mi familia unida, de poder disfrutar de estos momentos simples pero llenos de amor. Soy afortunada de tener mi salud perfecta, al igual que mi familia. Soy afortunada en cada aspecto de mi vida, y a veces no me doy cuenta de eso. En la vorágine del día a día, en los desafíos y las pequeñas frustraciones, es fácil olvidar lo bendecida que soy. —No sé qué haría sin ustedes —digo en voz baja, más para mí misma que para ellos. Edward me mira y toma mi mano, como si entendiera exactamente lo que estoy pensando. Hay tanto que hemos compartido, tanto que hemos superado juntos. Este camino que hemos recorrido no siempre ha sido fácil, pero lo hemos hecho tomados de la mano, y eso es lo que ha hecho que valga la pena. —Y no tienes que hacerlo, Sam —me responde con suavidad, inclinándose para besarme en la frente—. Estamos todos aquí, y siempre lo estaremos. Me recuesto en su hombro, permitiendo que ese sentimiento de paz y plenitud se asiente en mi corazón. Mientras veo a nuestros hijos jugar, y a nuestros amigos reír y disfrutar del día, me prometo a mí misma no dar por sentado ninguno de estos momentos. Porque al final del día, es esto lo que realmente importa: la familia, el amor, los recuerdos que construimos juntos. Cada risa, cada lágrima, cada instante compartido, es un ladrillo en la construcción de la vida que hemos creado juntos. Y mientras tengamos estos momentos, sé que seré capaz de enfrentar cualquier cosa que la vida nos depare. —Vamos a seguir creando recuerdos, Sam —me dice Edward, leyendo mis pensamientos—. Vamos a seguir siendo felices, por nosotros y por los que ya no están. Asiento, sabiendo que tiene razón. La vida sigue, y lo mejor que podemos hacer es atesorar cada momento, construir más recuerdos, y asegurarnos de que el legado de amor que hemos empezado siga creciendo, un día a la vez. Miro a Mathias y sonrío al ver lo feliz que es jugando con el perro que tienen Drake y Nataly. El pequeño corretea al cachorro por todo el jardín, su risa contagiosa llenando el aire con una alegría pura y simple que me calienta el corazón. En ese instante, sé que le daremos un perrito para Navidad. No hay duda alguna, Mathias necesita ese compañero peludo que pueda ser su confidente y su amigo incondicional. —¿Qué te parece, Sam? —pregunta Edward, notando mi mirada fija en nuestro hijo. —Creo que le daremos un perrito de Navidad —respondo, sin apartar la vista de Mathias. Edward se ríe suavemente y toma mi mano, dejando un cálido beso en mis nudillos. Nos quedamos viendo por un rato, disfrutando del momento en silencio. Luego, le doy un corto beso en los labios, sintiendo esa conexión que siempre hemos compartido, una que se ha fortalecido con los años y las experiencias que hemos vivido juntos. —Es una gran idea —dice Edward—. Mathias estará encantado. Además, Louis también lo disfrutará. —Sí, aunque creo que Mathias necesita más esa compañía en este momento. A veces se siente un poco excluido cuando Louis y Mike juegan juntos. Edward asiente, con esa comprensión silenciosa que siempre tiene. Sabe lo importante que es para mí que nuestros hijos se sientan amados y apoyados en todo momento, y que nunca sientan que están solos, sin importar lo que pase. —Amo la vida que tengo en estos momentos —digo en voz baja, más como una afirmación para mí misma que como un comentario dirigido a él—. Y espero que sea mucho mejor en el futuro. Edward me mira con ternura, sus ojos llenos de amor y promesas. Sabe lo que hemos pasado para llegar aquí, y sabe que el futuro es incierto, pero también sabe que mientras estemos juntos, podremos superar cualquier cosa. —Y lo será, Sam —me asegura, apretando mi mano con más fuerza—. Lo haremos mejor, juntos. Me recuesto en su hombro, dejando que sus palabras se asienten en mi corazón. Edward siempre ha sido mi pilar, mi apoyo en los momentos difíciles y mi compañero en los momentos de alegría. Juntos hemos construido esta vida, una vida que a veces no puedo creer que sea real, porque es más maravillosa de lo que jamás hubiera imaginado. Veo a nuestros hijos correr por el jardín, sus risas llenando el aire con esa inocencia y felicidad que solo los niños pueden tener. Louis y Mike están absortos en su juego, mientras que Mathias, ahora con el perro en brazos, parece estar en su pequeño mundo de felicidad pura. Es en estos momentos cuando me doy cuenta de lo afortunada que soy, de lo mucho que hemos logrado juntos. Edward, como siempre, parece leer mis pensamientos. Se inclina hacia mí y me susurra al oído: —Estamos haciendo un buen trabajo, Sam. Una sonrisa se extiende por mi rostro. Esas simples palabras significan más de lo que él puede imaginar. Ser padres no ha sido fácil, pero hemos aprendido a hacerlo juntos, a cometer errores y a corregirlos, a disfrutar de los éxitos y a apoyarnos en los fracasos. Hemos aprendido que no importa cuán caótico pueda ser el día a día, lo importante es que lo estamos haciendo juntos. —Sí, lo estamos haciendo bien —respondo, mi voz suave pero llena de convicción—. Y lo seguiremos haciendo. Pasamos el resto de la tarde disfrutando de la compañía de nuestra familia, compartiendo historias y risas, saboreando cada momento. Cuando finalmente es hora de irnos, Mathias se despide del perro con un abrazo fuerte, lo que solo refuerza mi decisión de regalarle un cachorro para Navidad. Louis, por su parte, abraza a su primo Mike, prometiéndole que se verán pronto. De camino a casa, Edward y yo hablamos sobre los próximos días, las festividades que se acercan y los regalos que debemos preparar para los niños. Es en estas conversaciones cotidianas donde me doy cuenta de lo profundamente conectados estamos, de cómo nuestras vidas se han entrelazado de una manera que ni siquiera puedo empezar a describir. Cuando llegamos a casa, los niños están tan cansados que se quedan dormidos casi de inmediato. Edward y yo los observamos por un momento, sus respiraciones suaves llenando la habitación con una calma que me reconforta. Cerramos la puerta de su habitación y nos dirigimos a la nuestra, donde nos tumbamos en la cama, disfrutando del silencio que solo la noche puede ofrecer. —¿Sabes? —digo, rompiendo el silencio—. A veces me preocupa que todo esto sea un sueño, que me despierte un día y descubra que nada de esto es real. Edward se gira hacia mí, su mano encontrando la mía bajo las sábanas. —No es un sueño, Sam —me dice con seguridad—. Esto es real, y es nuestro. Lo hemos construido juntos, con amor, paciencia y mucho esfuerzo. Y no importa lo que pase, siempre será real. Sus palabras me tranquilizan, disipando cualquier rastro de duda que pudiera haber tenido. Me acerco a él, acurrucándome en su pecho, sintiendo su corazón latir bajo mi oído. —Te amo, Edward —susurro, cerrando los ojos. —Y yo te amo a ti, Sam —responde, su voz baja y cálida—. Más de lo que las palabras pueden expresar. Nos quedamos así, en silencio, dejando que el peso de sus palabras se asiente en mi corazón. Y mientras me voy quedando dormida, me doy cuenta de que no podría pedir nada más. Mi vida es completa, mi corazón está lleno, y sé que, pase lo que pase, siempre tendremos estos momentos para recordarnos lo afortunados que somos.Estoy sentada en Starbucks con mi novio y mis amigas, disfrutando del bullicio y el aroma a café recién hecho. Es uno de esos lugares que siempre me hacen sentir viva, conectada con el mundo. Acabo de pedir un frappuccino y me dejo envolver por el dulce y frío sabor mientras escucho las animadas conversaciones a mi alrededor.—¿Y qué planes tienes para el fin de semana? —pregunta Ana, una de mis mejores amigas, mientras juguetea con su taza de café.—No lo sé, tal vez solo relajarme en casa —responde María con una sonrisa perezosa.Mis amigas están sumergidas en sus charlas, riendo y compartiendo historias. Mi novio, siempre a mi lado, me da una sensación de confort y familiaridad. Entonces, de repente, su voz corta el aire, trayendo consigo una propuesta inesperada.—Hoy vamos a una discoteca —dice, con un brillo en sus ojos que no había visto en mucho tiempo.Levanto la vista, sorprendida pero curiosa.—¿Una discoteca? ¿Esta noche? —pregunto, tratando de asimilar la idea.—Sí, ¿por
Samantha Subimos al auto de Edward, y mientras él arranca el motor, me siento un poco nerviosa y emocionada por la noche que nos espera. La radio está encendida, y una canción animada llena el coche, creando una atmósfera vibrante. Edward dirige la conversación con naturalidad, pero sus ojos vuelven a mí de vez en cuando. Finalmente, suelta una observación que me toma por sorpresa. —Sabes, Samantha, la falda que llevas es bastante corta —dice, con un tono que mezcla admiración y crítica. Lo miro, sorprendida. —¿Ah, sí? No sabía que te estabas fijando en mis piernas —respondo, intentando sonar despreocupada mientras una ligera risa se escapa de mis labios. Edward sonríe, aparentemente divertido por mi respuesta. —No es que esté fijándome en tus piernas, solo que es un comentario que tenía que hacer. —Bueno, es un look para salir, ¿no? —digo, tratando de justificar mi elección—. A veces hay que arriesgarse un poco para divertirse. —Lo entiendo, solo quería decirlo para que
SamanthaCierro los ojos en cuanto nos montamos en su auto, intentando evitar cualquier conversación con Edward mientras nos dirigimos a casa. El alcohol ha dejado mi mente aturdida, y el silencio parece la mejor opción en este momento.El motor arranca y el suave murmullo del coche me envuelve, creando un ambiente casi hipnótico. Siento el leve movimiento del auto mientras avanzamos por las calles, y cada giro y frenada se mezclan con los latidos de mi corazón, que parecen haberse calmado finalmente.No sé cuánto tiempo pasa mientras mantengo los ojos cerrados, pero el viaje se siente eterno y, al mismo tiempo, fugaz. A través de mis párpados cerrados, puedo percibir las luces de la ciudad parpadeando, creando sombras y destellos que bailan en el interior del coche.Mi mente divaga, repasando los eventos de la noche. Luke, la discoteca, el juego de verdad o reto, y la mirada fija de Edward que parecía seguirme a cada paso. Una mezcla de emociones se arremolina en mi interior: confusi
SamanthaMe despierto algo desubicada, ¿en dónde estoy? Intento levantarme, pero unos brazos alrededor de mi cintura me lo impiden.¿Con quién dormí anoche?¿Será Luke?Giro para ver a la persona que está a mi lado y abro los ojos con sorpresa al ver a Edward.¿Acaso dormí con él?Mi mente trata de recuperar los recuerdos de la noche anterior. La discoteca, la preocupación de Edward, el café, y finalmente, caer rendida en su cama. Miro su rostro relajado, sus facciones más suaves y pacíficas mientras duerme.Intento moverme de nuevo, pero él me sostiene firmemente. Me quedo quieta por un momento, tratando de procesar todo. El calor de su cuerpo es reconfortante, pero a la vez, la situación me parece surrealista.—Edward —susurro, tratando de despertarlo sin alarmarlo.Mi celular comienza a sonar, rompiendo el silencio de la habitación. Lo agarro rápidamente, tratando de no despertar a Edward. Es Luke.—Hola, Luke —susurro, saliendo de la habitación para no hacer ruido.—Hola, amor. ¿C
SamanthaPapá se da la vuelta y se dirige a su oficina para atender una llamada importante de un inversionista de la empresa. Me quedo sola con Edward, y no puedo evitar sentirme incómoda con su presencia, aunque no sé exactamente por qué.—¿Quién era el chico que te dejó? —pregunta Edward, con un tono que no admite evasivas.—Edward, ¿qué haces aquí? —pregunto, nerviosa y tratando de mantener la compostura.—Te hice una pregunta —su tono se vuelve más serio—. Es de mala educación no responder.—Luke —respondo con un tono menos amistoso—. Te lo mencioné esta mañana.—No, no se me olvida —responde, girando los ojos—. Vine porque tu papá quería hablar conmigo.—¿Y ya hablaron?—Claramente.—¿Y sobre qué?—No te lo voy a decir —se burla ligeramente—. Ellos se van esta noche. Quería enseñarme toda la casa y mostrarme dónde están las alarmas para que no te escapes.—Tengo permiso para salir, ¿sabes? —le digo, tratando de mantener un tono firme.—Conmigo no vas a necesitar salir, Sam.Me qu
Samantha Edward comienza a besar mi cuello y yo me estremezco al sentir sus labios sobre mi cuerpo. Me atrevo a mirarlo a los ojos y me inclino hacia él para atrapar sus labios y morderlos un poco, haciéndolo soltar un gemido.—Desde hace mucho deseaba hacer esto —va dejando besos por todo mi cuerpo hasta llegar a mi parte íntima.—Yo también deseaba mucho esto —le doy la vuelta y me subo encima de él —¿Te gusta lo que hago?—Si —dice con su voz ronca —Samantha, te he deseado toda mi vida.—¿Y tú crees que yo no?—¿Y que pasara con Luke?Detengo mis movimientos por un momento —No sé. Solo quiero estar contigo, Edward.—Yo igual.Edward mete sus manos por mi blusa y la lanza a cualquier lado de la habitación. Sus manos atrapan mis senos y comienza a darle varios masajes. Puedo sentir lo excitado que estar.—Me encanta ponerte de esta forma —lo toco encima de la ropa.—¿Y yo te coloco de alguna forma?Él me toca encima de mi panty y muerdo mi labio al saber que él está sintiendo
SamanthaMientras me cambio en el baño, la puerta se abre de par en par. Edward entra y, al verme en ropa interior, se cubre los ojos con un gesto de cortesía.—Es lo mismo que un traje de baño —le digo, rodando los ojos.—Soy un caballero y no voy a mirarte —responde, sin mirar hacia mi dirección.—Bueno, tú te lo pierdes —murmuro, casi inaudible.A través del espejo, noto que, a pesar de sus intentos de no mirar, su atención parece estar dirigida hacia mi trasero.—¿Todo un caballero, verdad? —le digo con una sonrisa irónica.—Lo siento —dice, sacudiendo la cabeza —Me daré un baño y luego iremos a la empresa. ¿Te gustaría desayunar?—¿Quieres que cocine? —pregunto.—En realidad, pensaba en invitarte a desayunar en algún restaurante —responde.—Me parece una excelente idea —sonrío —Te esperaré, Eddie.—¿Eddie? —se sorprende.—Edward —corrijo de inmediato —Quise decir Edward.—Eddie suena lindo —dice con una sonrisa.Edward sale de mi habitación y me quedo sentada en la cama, inmersa
Edward No entiendo a Samantha, ni a ninguna mujer en el mundo, para ser honesto. Hoy besé a Sam en su habitación y ella me rechazó, diciendo que era porque está con Luke. Seamos sinceros, ni ella misma se cree ese cuento de sentir algo por Luke. Esta mañana estuvimos desayunando en McDonald's cuando me encontré con Erika. Erika y yo fuimos a la misma secundaria y éramos buenos amigos. En una ocasión, Erika se me declaró, pero la verdad es que yo no sentía nada por ella. —¿Puedo quedarme un rato? —Erika mira la casa de Sam. —No creo que sea buena idea —admito. —No haremos nada malo —sonríe— Solo quiero hablar un rato más contigo. —Bueno. Estaciono el auto y entramos sin hacer ruido. —Sam está dormida y creo que es mejor que te deje en casa, Erika —trato de sonar amable. —¡No! Al contrario, tenemos que aprovechar que ella está dormida. —¡No! —digo decidido— Sam se va a enloquecer cuando te vea dentro de su casa. —No va a pasar nada —me toma del brazo. —No, Erik