Capítulo 37

Maldición. Hoy es la cita con la doctora para saber el sexo del bebé. Es un momento que he estado esperando con ansias, pero también uno que me llena de nervios.

Me siento en la sala, revisando mi teléfono para distraerme mientras Sam se prepara. Cuando la veo salir de la habitación, mi corazón da un vuelco. Está radiante con ese vestido blanco que resalta su panza, que ya es imposible de ignorar. Cada día que pasa, ella está más hermosa, y la emoción de saber que pronto seremos padres se hace más real.

Me acerco a ella, incapaz de resistir la tentación de besarla. Sus labios son suaves y cálidos, y el contacto de mi mano en su vientre me hace sentir una conexión inmediata con nuestro bebé.

—Estás hermosa —le susurro, y ella me responde con una sonrisa tímida, esa que siempre me derrite.

Tomo su mano con ternura y la guío hacia el carro. Es un momento solemne, casi sagrado, y ambos lo sabemos. Subimos al auto y comienzo a conducir hacia la clínica, mis pensamientos en mil direcciones. ¿Será un niño o una niña? No importa lo que sea, lo amaré con todo mi corazón, pero no puedo evitar sentir una pequeña chispa de preferencia.

—¿Estás nerviosa? —le pregunto mientras el auto avanza por las calles.

—Un poco —admite, pero puedo ver en sus ojos que comparte mi emoción.

—Todo va a estar bien, amor. —Le aprieto la mano, intentando transmitirle la calma que yo mismo estoy buscando.

Llegamos a la clínica y estaciono el auto. Nos bajamos y caminamos juntos, mi brazo alrededor de su cintura, dándole el apoyo que sé que necesita en este momento. Entramos y nos dirigimos a la recepción, donde la enfermera nos indica que la doctora nos recibirá en breve.

Nos sentamos en la sala de espera, y aunque intento mantener la conversación ligera, mis pensamientos no dejan de girar en torno a la idea de que en unos minutos sabremos si tendremos un hijo o una hija.

Finalmente, la doctora nos llama, y mi corazón late con fuerza mientras nos levantamos para seguirla. Es el momento de la verdad, y estoy listo para enfrentar lo que venga, siempre y cuando Sam y nuestro bebé estén bien.

La doctora comienza a hacerle preguntas a Sam sobre cómo ha estado durante el embarazo: si ha sentido alguna molestia, si ha tenido náuseas o si hay algo que le preocupe. Sam responde con serenidad, pero puedo notar un leve temblor en su voz. Estoy a su lado, sosteniendo su mano, intentando tranquilizarla mientras espero con ansias el gran momento.

Luego, la doctora le pide a Sam que se recueste en la camilla y levante el vestido para que pueda aplicar el gel sobre su barriga. El frío del gel hace que Sam dé un pequeño respingo, y me acerco un poco más, apretando suavemente su mano para darle fuerzas. La pantalla del ecógrafo se enciende y, de repente, ahí está: nuestro pequeño bebé, borroso pero inconfundible.

—¿Están listos? —nos pregunta la doctora, sus ojos brillando con complicidad.

—Sí —respondemos al unísono, casi sin aliento.

La doctora se toma su tiempo, moviendo el dispositivo sobre el vientre de Sam mientras examina cada detalle en la pantalla. Los segundos se sienten eternos, mi corazón late más rápido con cada uno que pasa. Estoy tan concentrado que apenas me doy cuenta de que he dejado de respirar.

Finalmente, la doctora se detiene y sonríe ampliamente.

—Es un niño.

Las palabras resuenan en el aire, y por un momento, no sé si realmente las he escuchado o si simplemente las he imaginado. Pero cuando veo la expresión en el rostro de Sam, sé que es real. Sonrío, con el corazón hinchado de alegría y amor, incapaz de contener la emoción que me embarga.

—Un niño —repito en un susurro, inclinándome hacia Sam para besarla en la frente—. Vamos a tener un hijo.

Después de la cita con la doctora, salimos del consultorio con una emoción que apenas podemos contener. Sam tiene una sonrisa radiante, y yo no puedo dejar de mirarla, maravillado por todo lo que está pasando. Nos dirigimos al estacionamiento, y mientras conduzco hacia el centro comercial, Sam no para de hablar sobre todas las cosas que quiere comprar para nuestro hijo.

—Quiero ver ropita para él —dice con un brillo en los ojos—. Y tal vez algo para decorar la habitación.

—Perfecto —le respondo—. Yo también quiero ver algunas cosas para la habitación.

Al llegar al centro comercial, nos dirigimos primero a la sección de ropa para bebés. Sam empieza a recorrer los estantes con la misma emoción que si estuviera comprando para ella misma. Cada pequeño conjunto, cada diminuto par de zapatos, todo le parece adorable.

—Mira esto —me dice, mostrándome un conjunto azul con un pequeño osito bordado en el pecho—. ¿No es hermoso?

—Es perfecto —le respondo, sintiendo cómo la realidad de que vamos a ser padres se hace cada vez más tangible.

Mientras Sam sigue eligiendo ropa, yo me dirijo a la sección de decoración. Quiero asegurarme de que el cuarto de nuestro hijo sea acogedor, un lugar donde se sienta seguro y amado. Miro cortinas, lámparas, estanterías, y finalmente encuentro un mural con un diseño suave de estrellas y lunas, ideal para la pared del cuarto. También encuentro un móvil con formas de aviones y nubes, perfecto para colgarlo sobre la cuna.

Regreso con Sam, que ahora tiene varias prendas en la mano, y le muestro lo que he escogido. Ella asiente con aprobación, y juntos terminamos de hacer las compras, sintiendo que cada pequeño detalle que elegimos nos acerca más a la llegada de nuestro hijo.

Llegamos a casa con todas las bolsas y nos dirigimos directamente a la habitación del bebé. Aunque todavía hay algunas cajas apiladas por la mudanza, el espacio ya comienza a tomar forma, y la emoción se siente en el aire. Dejamos las bolsas en el suelo y empezamos a desempacar.

Sam saca la ropa que compramos, colgándola cuidadosamente en el pequeño armario mientras yo me ocupo de organizar la decoración. Desenrollo el mural de estrellas y lunas y lo coloco en la pared principal, justo donde planeamos poner la cuna. Luego, cuelgo el móvil con los aviones y las nubes sobre el lugar donde nuestro hijo dormirá, imaginándome cómo se verá cuando él esté ahí, mirando fascinado esos pequeños detalles.

—Está quedando perfecto —dice Sam, observando cómo todo comienza a tomar forma.

—Todavía faltan algunos detalles, pero ya se siente como su espacio —le respondo, sintiéndome orgulloso de lo que hemos logrado.

Sam se sienta en el sillón de la habitación, acariciando suavemente su vientre mientras me mira. Yo me acerco y me siento a su lado, tomando su mano.

—No puedo esperar a tenerlo aquí con nosotros —dice con una sonrisa.

—Yo tampoco —respondo, sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo—. Vamos a ser una gran familia.

Nos quedamos en silencio por un momento, disfrutando de la tranquilidad del espacio, imaginando cómo será la vida una vez que nuestro hijo esté con nosotros.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo