Maldición. Hoy es la cita con la doctora para saber el sexo del bebé. Es un momento que he estado esperando con ansias, pero también uno que me llena de nervios.
Me siento en la sala, revisando mi teléfono para distraerme mientras Sam se prepara. Cuando la veo salir de la habitación, mi corazón da un vuelco. Está radiante con ese vestido blanco que resalta su panza, que ya es imposible de ignorar. Cada día que pasa, ella está más hermosa, y la emoción de saber que pronto seremos padres se hace más real. Me acerco a ella, incapaz de resistir la tentación de besarla. Sus labios son suaves y cálidos, y el contacto de mi mano en su vientre me hace sentir una conexión inmediata con nuestro bebé. —Estás hermosa —le susurro, y ella me responde con una sonrisa tímida, esa que siempre me derrite. Tomo su mano con ternura y la guío hacia el carro. Es un momento solemne, casi sagrado, y ambos lo sabemos. Subimos al auto y comienzo a conducir hacia la clínica, mis pensamientos en mil direcciones. ¿Será un niño o una niña? No importa lo que sea, lo amaré con todo mi corazón, pero no puedo evitar sentir una pequeña chispa de preferencia. —¿Estás nerviosa? —le pregunto mientras el auto avanza por las calles. —Un poco —admite, pero puedo ver en sus ojos que comparte mi emoción. —Todo va a estar bien, amor. —Le aprieto la mano, intentando transmitirle la calma que yo mismo estoy buscando. Llegamos a la clínica y estaciono el auto. Nos bajamos y caminamos juntos, mi brazo alrededor de su cintura, dándole el apoyo que sé que necesita en este momento. Entramos y nos dirigimos a la recepción, donde la enfermera nos indica que la doctora nos recibirá en breve. Nos sentamos en la sala de espera, y aunque intento mantener la conversación ligera, mis pensamientos no dejan de girar en torno a la idea de que en unos minutos sabremos si tendremos un hijo o una hija. Finalmente, la doctora nos llama, y mi corazón late con fuerza mientras nos levantamos para seguirla. Es el momento de la verdad, y estoy listo para enfrentar lo que venga, siempre y cuando Sam y nuestro bebé estén bien. La doctora comienza a hacerle preguntas a Sam sobre cómo ha estado durante el embarazo: si ha sentido alguna molestia, si ha tenido náuseas o si hay algo que le preocupe. Sam responde con serenidad, pero puedo notar un leve temblor en su voz. Estoy a su lado, sosteniendo su mano, intentando tranquilizarla mientras espero con ansias el gran momento. Luego, la doctora le pide a Sam que se recueste en la camilla y levante el vestido para que pueda aplicar el gel sobre su barriga. El frío del gel hace que Sam dé un pequeño respingo, y me acerco un poco más, apretando suavemente su mano para darle fuerzas. La pantalla del ecógrafo se enciende y, de repente, ahí está: nuestro pequeño bebé, borroso pero inconfundible. —¿Están listos? —nos pregunta la doctora, sus ojos brillando con complicidad. —Sí —respondemos al unísono, casi sin aliento. La doctora se toma su tiempo, moviendo el dispositivo sobre el vientre de Sam mientras examina cada detalle en la pantalla. Los segundos se sienten eternos, mi corazón late más rápido con cada uno que pasa. Estoy tan concentrado que apenas me doy cuenta de que he dejado de respirar. Finalmente, la doctora se detiene y sonríe ampliamente. —Es un niño. Las palabras resuenan en el aire, y por un momento, no sé si realmente las he escuchado o si simplemente las he imaginado. Pero cuando veo la expresión en el rostro de Sam, sé que es real. Sonrío, con el corazón hinchado de alegría y amor, incapaz de contener la emoción que me embarga. —Un niño —repito en un susurro, inclinándome hacia Sam para besarla en la frente—. Vamos a tener un hijo. Después de la cita con la doctora, salimos del consultorio con una emoción que apenas podemos contener. Sam tiene una sonrisa radiante, y yo no puedo dejar de mirarla, maravillado por todo lo que está pasando. Nos dirigimos al estacionamiento, y mientras conduzco hacia el centro comercial, Sam no para de hablar sobre todas las cosas que quiere comprar para nuestro hijo. —Quiero ver ropita para él —dice con un brillo en los ojos—. Y tal vez algo para decorar la habitación. —Perfecto —le respondo—. Yo también quiero ver algunas cosas para la habitación. Al llegar al centro comercial, nos dirigimos primero a la sección de ropa para bebés. Sam empieza a recorrer los estantes con la misma emoción que si estuviera comprando para ella misma. Cada pequeño conjunto, cada diminuto par de zapatos, todo le parece adorable. —Mira esto —me dice, mostrándome un conjunto azul con un pequeño osito bordado en el pecho—. ¿No es hermoso? —Es perfecto —le respondo, sintiendo cómo la realidad de que vamos a ser padres se hace cada vez más tangible. Mientras Sam sigue eligiendo ropa, yo me dirijo a la sección de decoración. Quiero asegurarme de que el cuarto de nuestro hijo sea acogedor, un lugar donde se sienta seguro y amado. Miro cortinas, lámparas, estanterías, y finalmente encuentro un mural con un diseño suave de estrellas y lunas, ideal para la pared del cuarto. También encuentro un móvil con formas de aviones y nubes, perfecto para colgarlo sobre la cuna. Regreso con Sam, que ahora tiene varias prendas en la mano, y le muestro lo que he escogido. Ella asiente con aprobación, y juntos terminamos de hacer las compras, sintiendo que cada pequeño detalle que elegimos nos acerca más a la llegada de nuestro hijo. Llegamos a casa con todas las bolsas y nos dirigimos directamente a la habitación del bebé. Aunque todavía hay algunas cajas apiladas por la mudanza, el espacio ya comienza a tomar forma, y la emoción se siente en el aire. Dejamos las bolsas en el suelo y empezamos a desempacar. Sam saca la ropa que compramos, colgándola cuidadosamente en el pequeño armario mientras yo me ocupo de organizar la decoración. Desenrollo el mural de estrellas y lunas y lo coloco en la pared principal, justo donde planeamos poner la cuna. Luego, cuelgo el móvil con los aviones y las nubes sobre el lugar donde nuestro hijo dormirá, imaginándome cómo se verá cuando él esté ahí, mirando fascinado esos pequeños detalles. —Está quedando perfecto —dice Sam, observando cómo todo comienza a tomar forma. —Todavía faltan algunos detalles, pero ya se siente como su espacio —le respondo, sintiéndome orgulloso de lo que hemos logrado. Sam se sienta en el sillón de la habitación, acariciando suavemente su vientre mientras me mira. Yo me acerco y me siento a su lado, tomando su mano. —No puedo esperar a tenerlo aquí con nosotros —dice con una sonrisa. —Yo tampoco —respondo, sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo—. Vamos a ser una gran familia. Nos quedamos en silencio por un momento, disfrutando de la tranquilidad del espacio, imaginando cómo será la vida una vez que nuestro hijo esté con nosotros.¡Me voy de viaje a Bora Bora!Lucy, mi mejor amiga, ha organizado un viaje para mi despedida de soltera. Originalmente, era una sorpresa, pero insistí tanto que al final tuvo que decirme a dónde íbamos.—¿Segura que quieres ir? —pregunta Edward con un puchero en su rostro.—Amor, estaré bien —le aseguro, acariciando su mejilla.—Pero estarás separada de mí —dice mientras coloca sus manos alrededor de mi cintura, atrayéndome hacia él—. No quiero separarme de ti, amor.—Eddie, solo serán tres días —le respondo entre risas, intentando calmarlo.—Tres días en los que no voy a poder besarte —murmura, pegando sus labios a los míos con ternura.—Cariño, debemos irnos ya al aeropuerto o llegaré tarde —le recuerdo, aunque una parte de mí tampoco quiere soltarlo.—No, Sam —protesta, apretándome un poco más—. No quiero dejarte ir.—Amor, solo seremos las chicas y yo —intento tranquilizarlo, sabiendo que su preocupación es genuina.—Y habrá idiotas que intentarán acercarse a ti, pero confío en ti
El sol entra a través de las cortinas, despertándome más temprano de lo que esperaba. Miro el reloj en mi celular y veo que son apenas las seis de la mañana. A pesar de la hora, me siento llena de energía, así que decido aprovechar el tiempo. Entro al baño, me arreglo rápidamente y salgo para dar un paseo por la playa. Mientras camino descalza por la arena, disfrutando de la suave brisa marina, decido llamar a Edward. Extraño escuchar su voz. —Buenos días, amor —digo cuando él responde. —Buenos días, nena —su voz suena adormilada—. ¿Cómo estás? ¿Me estás extrañando? —Muchísimo, amor —admito, sonriendo al imaginar su cara—. ¿Tú estás durmiendo en casa de tus padres? —Sí, no podía soportar estar solo en nuestra casa —responde con un suspiro—. Te extraño demasiado, Sam. La casa se siente vacía sin ti. —Yo también te extraño mucho, Eddie. Ya casi nos volveremos a ver. —¿Qué planes tienen para hoy? —Vamos a viajar en yate —le cuento, emocionada. —Ten mucho cuidado, por favor —su to
Hoy es un día especial, y aunque he pasado por muchas cosas en mi vida, debo admitir que estoy más nervioso de lo que pensaba. Hoy es la fiesta de revelación de género, un momento que tanto Sam como yo hemos esperado con ansias. Aún recuerdo el día en que Sam me dijo que estaba embarazada. No podía creerlo, y al mismo tiempo, sentí una alegría indescriptible. Ahora, estamos aquí, a punto de compartir la noticia con nuestras familias y amigos más cercanos. Me miro en el espejo y ajusto el cuello de mi camisa blanca. Es simple, pero perfecta para la ocasión. Quiero estar a la altura de este momento tan importante. Salgo de la habitación y me encuentro con Sam en la sala. Ella luce absolutamente hermosa en su vestido blanco. Su barriguita se nota más ahora, y no puedo evitar sonreír cada vez que la veo. —Te ves hermosa —le digo mientras la abrazo por detrás y beso su mejilla. —Gracias, Eddie —responde, mirándome con esos ojos llenos de amor que siempre me hacen sentir como el hombre m
El sol se alza lentamente en el horizonte, anunciando el inicio de un nuevo día. La luz suave de la mañana entra por las cortinas, iluminando la habitación y despertándome de un sueño profundo. A mi lado, Sam todavía duerme plácidamente, con una mano descansando sobre su vientre, donde nuestro pequeño Louis crece cada día más. Sonrío al recordar la fiesta de revelación del día anterior, el momento en que el humo azul llenó el aire y confirmamos lo que ambos habíamos soñado: íbamos a tener un niño.Con cuidado, me levanto de la cama, tratando de no despertarla. Hoy es un día importante, no solo porque me he decidido a hacer algo que he estado planeando en mi cabeza durante semanas, sino porque es el momento de asegurarme de que todo esté perfecto para nuestra familia en crecimiento.Después de darme una ducha rápida y vestirme, bajo las escaleras y me preparo un café. Necesito la energía para lo que tengo en mente hoy. Mientras disfruto de la tranquilidad de la mañana, saco mi teléfono
Hoy es un día especial, uno que he estado esperando con una mezcla de nervios y emoción: nuestras primeras clases de maternidad.Edward y yo hemos hablado mucho sobre lo que significará ser padres, pero hoy es el día en que empezaremos a aprender cómo hacerlo. No puedo evitar sentir un poco de ansiedad, como si la realidad de todo esto se volviera más tangible con cada paso que damos hacia esa aula.La mañana comenzó como cualquier otra. Me desperté un poco antes de Edward y me quedé un momento en la cama, sintiendo las suaves pataditas de Louis. Es nuestro pequeño ritual, una manera de conectarme con él antes de que el día comience. Mientras acaricio mi vientre, pienso en lo rápido que ha pasado el tiempo. Apenas parece que fue ayer cuando descubrimos que estaba embarazada, y ahora estamos aquí, preparándonos para traer a nuestro hijo al mundo.Edward se despierta poco después y me encuentra sonriendo mientras sigo sintiendo a Louis moverse.—¿Listos para nuestra primera clase? —me p
Hoy marca exactamente diez días antes de la fecha en la que se espera que nuestro pequeño Louis llegue al mundo. Todo se siente surrealista. La casa está lista, la habitación del bebé está terminada con cada detalle cuidadosamente escogido por Sam y por mí. Pero a pesar de todo, la emoción y la anticipación no se detienen. La verdad es que no puedo dejar de pensar en cómo será finalmente conocer a nuestro hijo.Esta mañana, me despierto antes que Sam. El sol apenas comienza a asomarse por la ventana, llenando la habitación con una luz suave. Observo a Sam mientras duerme, su cuerpo ligeramente curvado hacia el lado, una mano descansando protectora sobre su vientre. No puedo evitar sonreír al verla así, tan tranquila, tan hermosa. Parece increíble pensar que pronto seremos padres.Decido levantarme con cuidado para no despertarla. Me deslizo fuera de la cama y me dirijo a la cocina. La rutina de preparar el desayuno se ha vuelto algo casi meditativo para mí en las últimas semanas. Sam
El sol apenas comienza a asomar por el horizonte cuando despierto, agitada y sudando. La incomodidad en mi vientre ha aumentado durante la noche y las contracciones, que antes eran esporádicas y ligeras, se han vuelto más intensas y regulares. Me giro en la cama, tratando de encontrar una posición que alivié el dolor, pero es imposible encontrar consuelo. Cada contracción parece más fuerte que la anterior, y no puedo ignorar la creciente presión.Miro a Edward, que duerme a mi lado, completamente ajeno a mi sufrimiento. Lo observo durante unos segundos, su respiración es tranquila y regular. Me siento un poco culpable por despertarlo, pero el dolor es demasiado intenso para soportarlo sola. Finalmente, decido que es hora de hacerlo.—Edward —digo con voz temblorosa, intentando no sonar demasiado desesperada—. Edward, despierta.Él se mueve lentamente, con una expresión de confusión en su rostro mientras abre los ojos.—¿Qué pasa, Sam? —pregunta, frotándose los ojos.—Creo que es hora
Las noches no han sido fáciles desde que Louis llegó a nuestras vidas. La verdad es que no hemos pasado muchas buenas noches, y esta madrugada no es la excepción. El llanto de nuestro bebé resuena en el cuarto, cortando el silencio de la noche y recordándonos que aún estamos en las primeras etapas de esta nueva rutina. Me incorporo lentamente, sintiendo el cansancio acumulado, y miro a Edward, que ya está despertando al sonido del llanto.—Lo siento, Louis está llorando de nuevo —le digo en voz baja, tratando de no alterar demasiado el ambiente tranquilo de la madrugada.Edward, con una expresión de cansancio pero también de determinación, se levanta de la cama. Se estira para deshacer el sueño, y se dirige hacia la cuna de Louis. Yo me quedo en la cama, observándolo mientras él toma a nuestro hijo en brazos con la habilidad de un padre experimentado.—Déjame encargármelo —me dice, notando mi preocupación en el rostro—. Tú descansa un poco más.Asiento, agradecida por su disposición a