Capítulo 38

¡Me voy de viaje a Bora Bora!

Lucy, mi mejor amiga, ha organizado un viaje para mi despedida de soltera. Originalmente, era una sorpresa, pero insistí tanto que al final tuvo que decirme a dónde íbamos.

—¿Segura que quieres ir? —pregunta Edward con un puchero en su rostro.

—Amor, estaré bien —le aseguro, acariciando su mejilla.

—Pero estarás separada de mí —dice mientras coloca sus manos alrededor de mi cintura, atrayéndome hacia él—. No quiero separarme de ti, amor.

—Eddie, solo serán tres días —le respondo entre risas, intentando calmarlo.

—Tres días en los que no voy a poder besarte —murmura, pegando sus labios a los míos con ternura.

—Cariño, debemos irnos ya al aeropuerto o llegaré tarde —le recuerdo, aunque una parte de mí tampoco quiere soltarlo.

—No, Sam —protesta, apretándome un poco más—. No quiero dejarte ir.

—Amor, solo seremos las chicas y yo —intento tranquilizarlo, sabiendo que su preocupación es genuina.

—Y habrá idiotas que intentarán acercarse a ti, pero confío en ti… y sé que los golpearás, ¿verdad? —dice medio en broma, pero con un toque de seriedad.

—Les enseñaré mi anillo de compromiso —respondo con una sonrisa, levantando mi mano para mostrarle la joya que significa tanto para nosotros.

—Esa es mi chica —dice finalmente, relajando un poco su agarre pero sin dejar de mirarme con esos ojos que me hacen sentir tan amada.

Nos quedamos unos segundos más en ese abrazo, disfrutando del momento antes de que tenga que partir.

Edward toma mis maletas y las sube al auto, asegurándose de que todo esté bien colocado antes de comenzar a manejar hacia el aeropuerto. Su mano descansa sobre la mía en el camino, y aunque ambos estamos en silencio, sé que está preocupado por la idea de que me vaya sola con mis amigas.

Hace mucho que no viajaba sin él, y aunque me entusiasma la idea de pasar tiempo con mis amigas, puedo sentir la tensión en el aire. Sin embargo, el hecho de que Lucy haya organizado este viaje para mi despedida de soltera me tiene demasiado emocionada. Es un gesto que aprecio muchísimo y, sinceramente, lo necesito.

—Llegamos, nena —dice Edward mientras detiene el auto frente a la terminal.

Bajamos las cosas del auto, y Edward se encarga de colocar mis maletas en un carrito mientras esperamos a que lleguen mis amigas. No pasa mucho tiempo antes de que vea el auto de Lucy acercarse. Cuando se detiene, salen Nataly, Daniela, y Rosalie, todas con enormes sonrisas y listas para la aventura que nos espera.

—¡Hola! —les digo, dándoles un abrazo a cada una.

—La cuidaré, y también a este bebé —le dice Lucy a Edward con una sonrisa, haciendo un gesto hacia mi vientre.

—Más les vale que no haya nada de chicos en este viaje —responde Edward, dirigiéndole una mirada a Lucy que es mitad en broma, mitad en serio.

—Contraté unos playboys, pero nada de qué preocuparse —responde Nataly con una expresión traviesa.

Juro que si Edward hubiese tenido líquido en la boca, lo habría escupido por completo en ese momento. Su cara es un poema; parece debatirse entre la incredulidad y el horror, como si la idea de que me fuera a un lugar lleno de chicos guapos y sin camisa fuera algo más allá de lo que puede soportar. Me doy cuenta de que está luchando por mantener la calma, aunque puedo ver en sus ojos que la idea lo está matando por dentro.

—Es broma, amor —me río, poniendo una mano en su brazo para calmarlo—. ¿Verdad, Nataly?

—¿Cómo crees que tendríamos de eso? —dice Nataly, con un tono burlón—. Estaremos solo nosotras, nada de chicos.

—Te amo, nena —dice Edward finalmente, y veo que aún está un poco perturbado, pero trata de ocultarlo mientras me besa con ternura—. Llámame cuando puedas, ¿vale?

—Lo haré, lo prometo. Adiós, Ed —le respondo, dándole un último beso antes de girarme hacia mis amigas.

Nos dirigimos hacia el check-in, y mientras caminamos, no puedo evitar echar un vistazo atrás, viendo a Edward quedarse ahí, mirándome con esa mezcla de amor y preocupación. Es difícil dejarlo, pero sé que estos días lejos de él me darán la oportunidad de relajarme y disfrutar de mi tiempo con las chicas, algo que también es importante para mí.

Una vez que pasamos por seguridad y nos dirigimos hacia la puerta de embarque, mis amigas empiezan a hablar emocionadas sobre todo lo que tenemos planeado para el viaje. Lucy, siempre la más organizada del grupo, saca su lista y comienza a enumerar las actividades: desde días de spa y masajes hasta excursiones en barco y cenas lujosas en la playa. Cada una de nosotras tiene algo que espera con ansias, y no puedo evitar contagiarme de su entusiasmo.

—¿Sabes? Este viaje es exactamente lo que necesitabas —dice Daniela, sonriendo mientras nos acomodamos en nuestros asientos en el avión.

—Sí, la verdad es que sí —respondo, sintiendo una ola de gratitud por tener amigas tan maravillosas.

Mientras el avión despega, cierro los ojos y me dejo llevar por la emoción del momento. Bora Bora suena como un paraíso, y aunque estoy dejando a Edward atrás por unos días, sé que este viaje será una experiencia inolvidable. Es mi despedida de soltera, después de todo, y planeo disfrutar cada segundo.

El vuelo es largo, pero la conversación fluye, y entre risas y recuerdos, las horas pasan volando. Cuando finalmente aterrizamos en Bora Bora, la emoción es palpable.

Llegamos al hotel Intercontinental Bora Bora, y apenas pongo un pie fuera del coche, una ola de emoción me invade. Es difícil describir lo impresionante que es este lugar; las cabañas flotantes sobre el agua cristalina, la playa de arena blanca que se extiende hasta donde alcanza la vista, y el suave susurro de las olas que acarician la orilla. Todo parece sacado de una postal de ensueño, y no puedo evitar sonreír mientras miro a mis amigas, compartiendo este momento mágico con ellas.

—Me encanta este lugar —le digo a Lucy con una sonrisa radiante—. Tienes una mente brillante.

—Lo sé —responde ella, devolviéndome la sonrisa con una mezcla de orgullo y satisfacción.

Después de registrar nuestras habitaciones, nos dirigimos a la cabaña que compartiremos. El interior es acogedor y lujoso, con grandes ventanales que ofrecen una vista espectacular del océano. Dejo mis maletas sobre la cama y me acerco a una de las ventanas para contemplar el paisaje, sintiendo cómo la brisa marina me envuelve.

—Esto es perfecto —dice Nataly, dejándose caer sobre una de las camas y estirando los brazos—. No puedo creer que estemos aquí.

—Ni yo —responde Daniela, rebuscando en su maleta—. Pero antes de hacer cualquier cosa, propongo que nos pongamos los trajes de baño y salgamos a disfrutar del mar.

La idea es más que tentadora, así que todas nos apresuramos a cambiar nuestras ropas por bikinis y trajes de baño. Mientras me coloco el mío, no puedo evitar pensar en cómo se vería Edward si estuviera aquí conmigo, en cómo compartiríamos este momento juntos. Pero antes de que la nostalgia pueda apoderarse de mí, sacudo la cabeza y me concentro en el presente. Este viaje es para mí, para disfrutar con mis amigas, y tengo que aprovechar cada segundo.

Salimos de la cabaña y nos dirigimos a la playa, donde extendemos nuestras toallas sobre la arena suave. El sol brilla con fuerza, pero el calor es agradable, complementado por la brisa fresca que viene del mar. Nos tumbamos bajo el sol, cerrando los ojos y dejando que los rayos cálidos acaricien nuestras pieles.

Después de un rato, el sonido del mar se vuelve irresistible, así que todas nos levantamos y corremos hacia el agua, riendo como niñas mientras las olas nos envuelven. El agua está deliciosa, refrescante y limpia, y pasamos un buen rato nadando y jugando en las olas.

—Esto es exactamente lo que necesitaba —digo mientras me dejo flotar en el agua, mirando el cielo azul despejado.

—Lo sé —responde Lucy, salpicándome un poco de agua—. Unos días en el paraíso, sin preocupaciones, sin estrés. Solo diversión y relajación.

—Definitivamente —añade Rosalie, que se une a nosotras, sonriendo ampliamente—. ¿Qué mejor manera de celebrar tu despedida de soltera que aquí?

Decidimos salir del agua y tomar un descanso, así que volvemos a nuestras toallas en la playa. Mientras me seco con la toalla, siento mi teléfono vibrar en la bolsa de playa. Al mirar la pantalla, veo que es Edward, y no puedo evitar que una sonrisa se dibuje en mi rostro al contestar.

—Hola, nena —dice Edward, su voz suave y cariñosa a través del teléfono—. ¿Ya me extrañas?

—Muchísimo, amor —admito, sintiendo una calidez en el pecho—. Vamos a tomar el sol un rato y a disfrutar del mar. ¿Tú qué estás haciendo?

—Vine a casa de mis padres —responde—. Eso de estar solo en el apartamento me estaba aburriendo.

Puedo imaginarlo perfectamente en casa de sus padres, sentado en el sofá con su madre preguntándole por mí, y su padre probablemente dándole consejos sobre cómo manejar la vida de casado. Aunque lo extraño, me siento aliviada de saber que no está solo.

—Ya quiero verte —le digo, jugando con la arena entre mis dedos.

—Yo también, amor. Además, te haré el amor en cuanto te montes en el auto, nena —responde con un tono juguetón que hace que me sonroje instantáneamente.

—¡Eddie! —siento que el calor se sube a mis mejillas mientras miro a mis amigas, que no tienen ni idea de la conversación que estoy teniendo—. Amor, debo colgar, te llamo luego.

—Te amo, nena —dice Edward, su voz más suave ahora, llena de cariño.

—Y yo a ti —le respondo, colgando el teléfono con una sonrisa.

Dejo el teléfono a un lado y vuelvo a recostarme en la toalla, cerrando los ojos y dejando que el sol me relaje por completo. Este es solo el comienzo de un viaje que promete ser inolvidable

Nos relajamos y disfrutamos del sol mientras conversamos sobre la boda. Es imposible no imaginar lo hermoso que sería casarse en Santorini, con las vistas al mar Egeo y el cielo azul de fondo.

—¿Te imaginas las fotos? —dice Daniela, cerrando los ojos como si ya estuviera allí.

—Sería un sueño —respondo, sonriendo.

Después de un rato, nos levantamos y caminamos por la playa, sintiendo la arena suave bajo nuestros pies. La brisa marina es refrescante, y el sonido de las olas es como una melodía que nos invita a relajarnos aún más.

Cuando regresamos a la cabaña, la cena está lista para nosotras en la terraza, con vista al mar. Los chefs del hotel han preparado una selección de mariscos frescos, acompañados de ensaladas tropicales y postres exquisitos.

—Esto es vida —suspira Rosalie mientras disfruta de una langosta.

Después de cenar, nos reunimos en la sala de la cabaña, donde Lucy ha preparado una sorpresa: un video recopilatorio de nuestros momentos más divertidos y memorables juntas. Reímos y lloramos mientras vemos las imágenes y recordamos todas las aventuras que hemos compartido a lo largo de los años.

—No puedo creer que en tan poco tiempo ya serás una mujer casada —dice Lucy, secándose una lágrima—. Estoy tan feliz por ti, Sam.

—Yo también —respondo, sintiéndome más afortunada que nunca por tener a estas amigas a mi lado.

El día termina con nosotras recostadas en las hamacas de la terraza, mirando las estrellas. La conversación fluye naturalmente, y el tema de la boda vuelve a surgir.

—¿Qué piensas de un vestido con encaje? —me pregunta Nataly—. Creo que te quedaría perfecto.

—Me encanta la idea —le respondo—. Algo elegante pero sencillo, con un toque romántico.

—Definitivamente, ese es tu estilo —dice Rosalie, sonriendo.

Después de un rato en el mar, decidimos regresar a la orilla para descansar un poco. El agua estaba cálida y cristalina, pero el sol ya comenzaba a ocultarse en el horizonte, pintando el cielo con tonos rosados y naranjas.

—Este lugar es mágico —comenta Lucy, mirando el horizonte con una sonrisa.

—Definitivamente es el lugar perfecto para una despedida de soltera —añade Nataly, estirándose en la arena.

Los chicos de antes no tardan en regresar y, tras intercambiar algunas palabras, invitan a Rosalie y a Daniela a tomar unos tragos en el bar del hotel. Ellas aceptan con entusiasmo, dejando claro que la noche aún es joven para ellas.

—Nosotras vamos a regresar a la habitación —les digo, mientras Lucy y Nataly asienten—. Mañana tenemos un gran día por delante.

—¡No se preocupen! Nosotras no tardaremos —dice Rosalie, guiñando un ojo antes de alejarse con los chicos.

Caminamos de vuelta a la cabaña, sintiendo la brisa nocturna que refresca nuestra piel. Una vez dentro, nos quitamos los trajes de baño y nos ponemos cómodas, listas para relajarnos y dejar que el cansancio del día nos lleve al sueño.

—Ha sido un día increíble —comenta Nataly, mientras se acurruca bajo las sábanas.

—Y mañana será aún mejor —añado, sonriendo—. No puedo esperar a nuestro paseo en yate.

Apagamos las luces y dejamos que el sonido suave de las olas nos arrulle. El cansancio del día comienza a hacerse sentir, y pronto me encuentro perdiéndome en pensamientos sobre lo que está por venir. Mi boda, la llegada de nuestro bebé, y todos los momentos que Edward y yo aún tenemos por vivir juntos.

—Buenas noches, chicas —susurra Lucy, rompiendo el silencio.

—Buenas noches —respondemos al unísono.

Mientras cierro los ojos, siento una paz profunda. La emoción de lo que está por venir me llena de alegría, y estoy segura de que este viaje será un recuerdo especial, no solo como despedida de soltera, sino como uno de esos momentos que guardaré en mi corazón para siempre.

Con una sonrisa en los labios, me dejo llevar por el sueño, sabiendo que mañana nos espera otra aventura en este paraíso llamado Bora Bora.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo