Capítulo 42

Hoy es un día especial, uno que he estado esperando con una mezcla de nervios y emoción: nuestras primeras clases de maternidad.

Edward y yo hemos hablado mucho sobre lo que significará ser padres, pero hoy es el día en que empezaremos a aprender cómo hacerlo. No puedo evitar sentir un poco de ansiedad, como si la realidad de todo esto se volviera más tangible con cada paso que damos hacia esa aula.

La mañana comenzó como cualquier otra. Me desperté un poco antes de Edward y me quedé un momento en la cama, sintiendo las suaves pataditas de Louis. Es nuestro pequeño ritual, una manera de conectarme con él antes de que el día comience. Mientras acaricio mi vientre, pienso en lo rápido que ha pasado el tiempo. Apenas parece que fue ayer cuando descubrimos que estaba embarazada, y ahora estamos aquí, preparándonos para traer a nuestro hijo al mundo.

Edward se despierta poco después y me encuentra sonriendo mientras sigo sintiendo a Louis moverse.

—¿Listos para nuestra primera clase? —me pregunta, apoyándose en el codo y mirándome con una sonrisa.

—Listos y nerviosos —respondo, dejando escapar una pequeña risa.

—Vamos a estar bien. Además, si nos equivocamos en algo, siempre tenemos a G****e —bromea, intentando aliviar mi ansiedad.

Nos preparamos rápidamente, cada uno perdido en sus pensamientos sobre lo que nos espera. Mientras me visto, no puedo evitar elegir algo cómodo, algo que me permita concentrarme en la clase en lugar de en cómo me siento en mi ropa. Edward, como siempre, luce relajado y confiado, lo que me da una sensación de tranquilidad.

El camino hacia el centro donde se imparten las clases es relativamente corto, pero se siente como un viaje hacia un nuevo capítulo en nuestras vidas. Durante el trayecto, hablamos sobre lo que esperamos aprender hoy. ¿Cómo serán las clases? ¿Qué tipo de personas conoceremos? ¿Y realmente seremos capaces de absorber toda la información que nos den?

Cuando llegamos, el lugar está lleno de otras parejas. Algunas están más avanzadas en sus embarazos, otras parecen estar apenas comenzando, pero todas comparten la misma mirada de anticipación y curiosidad que siento yo. Es reconfortante saber que no estamos solos en esto, que hay otras personas enfrentando los mismos miedos e inseguridades.

Nos registramos en la recepción y nos dirigen a una sala amplia y luminosa, con sillas dispuestas en un semicírculo alrededor de una pequeña plataforma. Nos sentamos juntos, Edward sosteniendo mi mano, dándome un suave apretón que me recuerda que estamos en esto juntos.

La instructora, una mujer con una energía tranquila y reconfortante, comienza presentándose y explicando lo que abordaremos hoy. Habla sobre el proceso del parto, las técnicas de respiración, y cómo apoyar a nuestras parejas durante el trabajo de parto. Todo suena tan técnico, tan médico, y por un momento, siento que estamos preparándonos para una prueba más que para el nacimiento de nuestro hijo.

Sin embargo, a medida que avanza la clase, empiezo a relajarme. La instructora es cálida y comprensiva, y nos anima a hacer preguntas y compartir nuestras preocupaciones. Nos guía a través de ejercicios de respiración, mostrándonos cómo usar nuestra respiración para manejar el dolor y el estrés. Edward y yo nos miramos mientras practicamos juntos, y siento una conexión más profunda con él, como si estuviéramos sincronizando nuestros corazones y nuestras mentes para el momento en que Louis llegue.

—Estás haciendo un gran trabajo —me susurra Edward, y su voz me da la confianza que necesito.

La clase continúa con más detalles sobre lo que podemos esperar durante el parto, desde las contracciones iniciales hasta la llegada de nuestro bebé. Nos muestran diferentes posiciones para ayudar a aliviar el dolor, y Edward me ayuda a probar algunas, apoyándome con una paciencia y amor que me hacen sentir increíblemente afortunada.

Hacia el final de la clase, nos dividen en pequeños grupos para discutir nuestras expectativas y miedos. Edward y yo nos unimos a una pareja que está esperando gemelos. Compartimos nuestras historias, nuestras ansiedades, y es reconfortante escuchar que todos estamos pasando por lo mismo. Me doy cuenta de que, aunque cada embarazo es único, las emociones y los desafíos que enfrentamos son universales.

Cuando la clase termina, la instructora nos da algunos materiales para llevar a casa, pero lo más importante que me llevo es una sensación renovada de confianza. Sé que el camino por delante no será fácil, que habrá momentos de duda y miedo, pero hoy me siento un poco más preparada, un poco más capaz de enfrentar lo que venga.

De camino a casa, Edward me pregunta cómo me siento.

—Me siento… más lista —le digo, dándome cuenta de que realmente lo creo—. Hoy me di cuenta de que no tengo que hacer esto sola. Te tengo a ti, y eso hace toda la diferencia.

Edward sonríe y me besa en la mano.

—Siempre estaré aquí, Sam. No hay nada que no podamos manejar juntos.

Sus palabras me llenan de calma, y mientras nos dirigimos a casa, siento que hemos dado un paso importante. No solo en la preparación para la llegada de Louis, sino en nuestro crecimiento como pareja. Hoy hemos aprendido mucho más que técnicas de maternidad; hemos aprendido que somos más fuertes juntos, que podemos apoyarnos mutuamente en los momentos de incertidumbre y que, pase lo que pase, lo haremos con amor.

Después de la clase de maternidad, nos dirigimos a casa, y aunque ambos estamos un poco cansados, hay una sensación de tranquilidad en el aire. Saber que estamos un paso más cerca de estar preparados para la llegada de Louis me da paz.

Al llegar, Edward me sugiere que nos relajemos viendo algunas películas. No podría haber sugerido algo mejor. Nos cambiamos de ropa, poniéndonos algo cómodo, y nos acomodamos en el sofá, rodeados de almohadas y mantas. Edward elige una comedia ligera, perfecta para desconectar y simplemente disfrutar del momento.

Mientras la película avanza, empiezo a sentir un poco de hambre, así que Edward decide pedir pizza. Aunque sé que debería estar comiendo algo más saludable, la idea de una pizza suena perfecta en este momento. Lo veo hacer el pedido mientras yo me acurruco aún más en el sofá, sintiendo a Louis moverse lentamente en mi vientre.

De repente, un antojo inesperado me invade. Es un deseo que no puedo ignorar. Cierro los ojos e imagino una caja llena de donas glaseadas, suaves y deliciosas. Se me hace agua la boca solo de pensarlo, y no puedo evitar reírme un poco ante lo que estoy a punto de decir.

—Edward —lo llamo con una voz casi cantarina.

Él voltea hacia mí, su expresión curiosa.

—¿Qué pasa, amor?

—Quiero donas —le digo, mirándolo con la misma mirada que probablemente usaría Louis para pedir un juguete nuevo.

Edward sonríe, como si hubiera estado esperando algo así.

—¿Donas, eh? —pregunta, acercándose para sentarse a mi lado—. ¿De qué tipo?

—De todas —respondo sin dudar, mi antojo intensificándose—. Glaseadas, con chocolate, rellenas... todas.

Edward ríe y asiente.

—Muy bien, donas serán. No tardo.

Lo veo ponerse los zapatos y agarrar las llaves, su disposición para cumplir mis antojos me derrite el corazón. Mientras sale, me quedo pensando en lo afortunada que soy de tener a alguien como él a mi lado, alguien que no solo se preocupa por mi bienestar, sino que también entiende y apoya mis caprichos, incluso los más inusuales.

Vuelve en menos tiempo del que esperaba, con una caja llena de donas y una sonrisa satisfecha en el rostro. Cuando abre la caja, el aroma dulce inunda la sala, y mis ojos se iluminan al ver la variedad de donas que ha traído.

—Aquí tienes, una selección especial solo para ti —dice, ofreciéndome la caja como si fuera un tesoro.

—Eres el mejor —le digo sinceramente, tomando una dona glaseada y dándole un gran mordisco.

Edward se sienta a mi lado de nuevo, viendo cómo disfruto de mi capricho. Compartimos algunas donas mientras la película sigue de fondo, y el momento se siente perfecto. En este pequeño acto, en la sencillez de disfrutar de donas y compañía, encuentro una felicidad que va más allá de cualquier cosa material.

Los antojos del embarazo pueden ser impredecibles, pero con Edward a mi lado, sé que siempre habrá una manera de satisfacerlos, y lo que es más importante, de compartir esos pequeños momentos de alegría y complicidad juntos.

Después de un rato disfrutando de las donas y la película, el ambiente se vuelve más relajado. Nos acurrucamos más en el sofá, la caja de donas ahora con solo unas pocas restantes. Miro a Edward, que parece absorto en la pantalla, pero cuando me ve observándolo, sonríe y me acaricia el cabello suavemente.

—¿Te sientes bien? —pregunta, con una mezcla de ternura y preocupación en sus ojos.

—Sí, estoy bien —respondo, y realmente lo estoy. A pesar de los cambios y las emociones del embarazo, en este momento me siento tranquila, segura y feliz.

La película termina y Edward se pone de pie para apagar el televisor. Mientras lo hace, siento un leve movimiento en mi vientre. Louis está despierto y parece estar enérgico. No puedo evitar sonreír al sentir sus pequeñas patadas.

—Edward, ven —le llamo suavemente, poniendo una mano sobre mi barriga.

Él se da la vuelta y, sin decir nada, se sienta a mi lado nuevamente. Coloco su mano sobre mi vientre, justo donde siento las patadas. Su expresión cambia de curiosidad a asombro cuando siente a Louis moverse.

—Está pateando bastante hoy —dice, sus ojos brillando de emoción.

—Sí, creo que también le gustaron las donas —bromeo.

Edward ríe y sigue acariciando mi vientre, sus dedos trazando círculos suaves. Es un momento íntimo, solo nosotros tres, conectados de una manera tan profunda que las palabras no pueden describirlo completamente.

—¿Sabes? —digo después de un rato—. A veces me pregunto cómo será cuando finalmente esté aquí. Cómo será verlo por primera vez, sostenerlo, conocerlo.

Edward asiente, sus ojos aún fijos en mi barriga.

—Yo también lo pienso. Me pregunto cómo será su personalidad, a quién se parecerá más... —Hace una pausa, su voz se suaviza—. Pero lo que más espero es verlo crecer, estar aquí para él, para ti.

Sus palabras me llenan de una calidez indescriptible. Me inclino hacia él y lo beso suavemente, agradecida por todo lo que es y todo lo que será para nuestra pequeña familia.

—Va a ser increíble —susurro contra sus labios.

—Sí, lo será —responde él, envolviéndome en un abrazo.

Nos quedamos así un rato más, disfrutando del silencio y la tranquilidad de la noche. Finalmente, Edward sugiere que vayamos a la cama, y aunque parte de mí no quiere que este momento termine, sé que el descanso es importante para los tres.

Nos levantamos, y él me ayuda a subir las escaleras hasta nuestro cuarto. Antes de acostarnos, me ofrece un último trozo de dona, que acepto con una sonrisa. Nos acurrucamos en la cama, y Edward me envuelve en sus brazos, su mano descansando nuevamente sobre mi vientre.

—Buenas noches, amor —dice, besando mi frente.

—Buenas noches —respondo, cerrando los ojos mientras siento a Louis moverse una vez más, como si también estuviera despidiéndose del día.

En la oscuridad, con Edward a mi lado y nuestro bebé creciendo dentro de mí, me siento completamente en paz. Mañana será otro día, otro paso en este viaje increíble que estamos compartiendo juntos. Pero por ahora, solo quiero disfrutar de este momento, de la sensación de estar exactamente donde necesito estar, rodeada de amor y anticipación por todo lo que está por venir.

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