Desayunamos unas deliciosas tostadas mientras navegamos en el computador, buscando el lugar perfecto para nuestra boda. El sol de la mañana entra por la ventana de la cocina, llenando el espacio con una luz cálida y acogedora. El aroma del café recién hecho flota en el aire, mezclándose con el dulce olor de las tostadas.
—¿Qué piensas de Santorini? —le pregunto a Ed, señalando la pantalla donde se despliegan imágenes de la hermosa isla griega. Los acantilados blancos, las aguas cristalinas y el cielo azul parecen sacados de un sueño. Ed se inclina un poco más cerca de la pantalla, sus ojos brillan con interés mientras observa las imágenes. Se queda en silencio por un momento, como si estuviera imaginando cómo sería casarnos en un lugar tan mágico. —Me gusta mucho —responde finalmente, girando su rostro hacia mí con una sonrisa suave—. ¿Quieres que nos casemos en Santorini? La idea de casarnos en Santorini me emociona, pero quiero asegurarme de que él también lo desee. No quiero que sea solo mi decisión. Quiero que cada aspecto de nuestra boda sea algo que ambos amemos, algo que represente la unión de nuestras vidas y nuestros sueños. —Solo si a ti te gusta la idea —le digo, tomando su mano y entrelazando mis dedos con los suyos. Él aprieta mi mano con ternura, sus ojos llenos de amor y sinceridad. —Nena, lo único que quiero es que seas feliz —me asegura, como siempre, poniendo mis deseos por encima de todo. —Pero también es tu boda, Ed. Quiero que sea especial para ti, tanto como para mí —insisto, buscando en su mirada alguna señal de que esto es lo que realmente quiere. —Casémonos en Santorini —dice finalmente, con una convicción que hace que mi corazón se acelere. Se inclina hacia mí y me da un beso suave, sellando nuestra decisión. Siento una oleada de felicidad recorrerme mientras pienso en nuestro futuro. Ya puedo imaginar cómo será ese día, caminando hacia él con el mar Egeo de fondo, rodeados de nuestros seres queridos. —Ahora solo me falta elegir mi vestido —digo, sonriendo ampliamente, la emoción burbujeando en mi pecho. La elección del vestido es algo que he soñado desde que era una niña. —¿A dónde quieres ir? —pregunta Ed, intrigado—. Supongo que tienes una tienda en mente para tu vestido. Me río ligeramente ante su pregunta, sabiendo que él espera que mencione alguna boutique famosa o un diseñador de renombre. —De hecho, quiero un vestido único —le explico, viendo cómo la curiosidad crece en sus ojos—. Tengo una diseñadora increíble. Ella me hizo mi vestido de quinceañera. Ed asiente, recordando ese día como si hubiera sido ayer. —Ese día estabas hermosa —me dice, su voz cargada de afecto y nostalgia—. Siempre estás hermosa, Sam. —Tú todos los días estás hermoso —le respondo, inclinándome para darle un beso. Su calidez y apoyo constante me hacen sentir afortunada de tenerlo a mi lado. —Entonces, debemos llamar a Amelia para decirle que cambiamos de planes y queremos casarnos en Santorini. —Si. Nos quedamos en silencio por un momento, simplemente disfrutando de la compañía del otro, sumergidos en nuestros pensamientos sobre la boda y todo lo que implica. De repente, Ed rompe el silencio. —Oye, mis padres quieren que vayamos hoy a cenar. ¿Quieres ir? —me pregunta, su tono es casual, pero puedo ver en sus ojos que le importa mucho mi respuesta. —Por supuesto —respondo sin dudarlo. Adoro a sus padres, y siempre es agradable pasar tiempo con ellos. Además, sé lo importante que es para él que nos mantengamos unidos como familia. Ed sonríe, claramente aliviado por mi respuesta. Sin embargo, un ligero fruncimiento en su ceño me dice que hay algo más en su mente. —Drake también irá con su novia —añade, y puedo notar un cambio en su tono de voz, como si estuviera preocupado por algo. Luego bufa y continúa—. No creo que ella sea buena para él. Me detengo a pensar en lo que dice. He tenido mis propias reservas sobre la novia de Drake. Desde que la conocí, he sentido que algo no encaja, una sensación en mi estómago que me dice que hay algo oculto bajo su sonrisa amable. —Yo siento que ella planea algo —digo, compartiendo mis preocupaciones con él. Ed asiente, como si mis palabras confirmaran sus propios pensamientos—. Yo también —suspira, su expresión se vuelve más seria—. Nos daremos cuenta esta noche. La preocupación en su voz hace que me enderece en mi asiento, sintiendo una súbita urgencia por proteger a nuestra familia de cualquier cosa que pueda estar ocurriendo. Aunque he estado enfocada en planear nuestra boda y disfrutar de los preparativos, sé que no puedo ignorar esta inquietud. —Esa perra no me agrada —digo, sintiendo una oleada de determinación—. Y no es porque coquetee contigo, eso me da igual porque ella no me llega ni a los talones. Es solo que... siento que planea algo malo y lo voy a averiguar. Ed me mira con una mezcla de admiración y preocupación. Sé que no le gusta cuando me pongo en modo detective, pero también sabe que una vez que me propongo algo, no hay vuelta atrás. —No —alza las cejas, su expresión es firme—. Yo me encargaré de eso. —Somos un equipo, Ed —le recuerdo, mirándolo directamente a los ojos—. No voy a quedarme al margen mientras algo amenaza a nuestra familia. —Estás embarazada, nena. Además, estás tan feliz organizando todo lo de la boda —trata de razonar conmigo, preocupado por mi bienestar. —Nuestra familia me importa más que nada —respondo, mi voz firme. No puedo ignorar mi instinto, y sé que Ed lo entiende, aunque le preocupe que me involucre. Ed se queda en silencio por un momento, evaluando la situación. Finalmente, suspira y asiente con una sonrisa resignada. —Bueno, haremos esto juntos —dice, rindiéndose a la realidad—. Sé que perderé la batalla si peleo contigo. —Así es —respondo, sonriendo mientras me inclino para darle un beso. No hay nada que no podamos enfrentar juntos, y sé que esta noche será importante para descubrir qué es lo que realmente está pasando. Pasamos todo el día acostados viendo películas. La noche llega y es momento de ir a la cena en casa de los padres de Eddie. Me pongo un vestido negro, me queda ajustado y me hace ver como una diosa. Llegamos a la casa y Dorotea nos abre con una sonrisa. Leonardo tuvo que salir, así que nos sentamos en la mesa con Dorotea, Drake y Sabrina. —Iré a revisar la lasaña —mi suegra se levanta de la mesa. Siento la mano de Eddie subir desde mi muslo derecho hasta llegar a mi centro, abro un poco más las piernas para que su dedo puedan entrar en mí. Mete uno y luego otro, siento que no voy a poder controlar mi respiración. —¿Y como te has sentido con el embarazo? —me pregunta Drake —Espero ser el padrino. —Si —trato de sonreír —Y el embarazo va demasiado bien. No he vuelto a vomitar. Miro a Edward y él me mira con una sonrisa. —¿Estás bien? —Edward me mira —Te veo algo agitada. Edward sigue moviendo sus dedos dentro de mí cada vez más rápido. Aprieto la pierna de Edward cuando siento que me voy a venir, pero saca sus dedos. Retira su mano, toma su servilleta, la lleva a su rostro haciendo como que limpia su boca cuando en realidad está metiendo sus dedos a la boca para sentir mi sabor. El idiota me dejo sin terminar. Esto no se queda así. Apoyo mi mano en su miembro y comienzo a darle varias caricias. —¿Todo bien, amor? —lo miro —Te veo algo incómodo. Justo en este momento su celular comienza a sonar y dice que va a retirarse para contestar la llamada. Supongo que va a ir a su habitación. —Creo que voy a ir al baño —le digo a Drake y su novia. Subo a su habitación y veo que está hablando con mi papá. Decido no prender ninguna luz, quito lentamente el vestido, sabe que estoy aquí, se mantiene mirando por la ventana. Me acerco hasta quedar frente a él, quitó su saco, su camisa, desabrocho su cinto junto a su pantalón, lo bajo al igual que su bóxer y me arrodillo. Comienzo lamiendo un poco la punta, dando castos besos. Toma mi cabello y de un tirón mete su pene en mi boca. Trató de hacerla entrar toda, con mis manos hago movimientos, subo, bajo, aprieto, muerdo sin llegar a lastimar. —Richard, te llamo luego —dice apresurado —Tengo algo que hacer. Le cuelga y lanza el teléfono a la cama. —¿No era una llamada importante? —levanto mi ceja. —¿Quieres que escuchará como su hija me hace una mamada? Me rio cínicamente por la manera en que dice todo. Lamo, succiono, muerdo hasta que siento qué se va a venir y retiro mi boca de su pene. —¿Qué te pasa? —frunce el ceño. —Esto se llama venganza, amor. Me levanto después de estar hincada con la intención de agarrar mi vestido para ponérmelo. Me lo quita de las manos y lo avienta al suelo nuevamente. Lo beso desesperadamente mientras me carga y rodeo su cadera con mis piernas, pone sus manos en mi culo. Se tumba a la cama conmigo encima. Empiezo a moverme en círculos, trata de meter su pene en mi coño mientras le da atención a mis tetas. Solo me muevo sobre la punta de su pene, el cual ya tiene líquido preseminal. Pellizca mis pezones y se los mete a la boca. Baja hasta mi centro y comienza a trazar círculos con su lengua, mete dos dedos y comienza con el vaivén, mete y saca sus dedos. Continúa con su lengua, muerde, jala mi clítoris. —Eres deliciosa, nena —dice cuando me vengo en su boca. Entra en mí de una sola estocada y ahogo unos gemidos. —Me encanta, amor —digo agitada. Cada vez va más rápido, sube mis piernas a sus hombros para tener más acceso. Suelta unos gruñidos y yo gimo. Ambos llegamos al orgasmo y nos arreglamos para regresar con la familia. Aquí tienes una versión mejorada y expandida del texto: —¡Qué bueno que regresaron, la cena está lista! —anuncia Dorotea con una sonrisa que apenas oculta su cansancio. El aroma de la comida casera llena el aire, pero la tensión es palpable. Nos sentamos a la mesa, tratando de mantener una apariencia de normalidad. El clink de los cubiertos contra los platos es el único sonido en la habitación, excepto por el constante martilleo de mis pensamientos. Todos estamos incómodos por la presencia de Sabrina. La atmósfera es densa, como si todos estuviéramos esperando que algo inevitable ocurriera. Ninguno de nosotros la soporta, salvo Drake, quien parece estar ciego a su verdadera naturaleza. Justo cuando estoy a punto de tomar otro bocado, la puerta principal se abre de golpe. El estruendo resuena en la casa, cortando el aire como un cuchillo. Todos giramos la cabeza hacia la entrada, sorprendidos, pero la sorpresa rápidamente se convierte en horror cuando varios hombres con pasamontañas irrumpen en la casa. Todo sucede en un instante. Edward se levanta de la mesa, dispuesto a protegernos, pero uno de los hombres le apunta con un arma, deteniéndolo en seco. —¿Qué está pasando? —grita Dorotea, su voz temblando de miedo mientras su mirada aterrada busca respuestas en medio del caos. Siento que mi corazón late con fuerza, pero una furia silenciosa comienza a crecer dentro de mí cuando mi mirada se cruza con la de Sabrina. Ella está tranquila, demasiado tranquila para alguien en esta situación. —Tú —la señalo con los ojos entrecerrados, mi voz apenas un susurro cargado de acusación. Sabrina no muestra ninguna emoción, simplemente me observa con una frialdad calculadora. Antes de que pueda hacer algo, uno de los hombres me agarra, sujetándome con fuerza. Intento liberarme, pero es inútil. Nos inmovilizan rápidamente, amarrándonos las manos y los pies con correas de plástico. Nos tiran al suelo como si fuéramos poco más que ganado. Sabrina da un paso al frente, su sonrisa se extiende de manera siniestra. —Quiero sus cuentas bancarias —ordena con una voz gélida, su mirada fija en nosotros como si fuéramos simples piezas en su juego retorcido. —Eres una m*****a loca —le espeto, sintiendo cómo la rabia me consume. No puedo creer que Drake haya traído a esta serpiente a nuestras vidas. Ella sonríe, ignorando mi insulto mientras da un paso hacia mí. —Tú me servirás de ayuda —me dice, y antes de que pueda reaccionar, me arrastra fuera del suelo, tirando de mis ataduras. —¡Déjala! —suplica Eddie, su voz cargada de desesperación—. Yo haré lo que pidas, solo suéltala. Sabrina lo ignora y mira fijamente a Edward, evaluando su desesperación con una frialdad aterradora. —Solo necesito sus cuentas bancarias. Quiero todo el dinero que tienen —su voz es un veneno suave, pero mortal. Mientras habla, otros cinco hombres ingresan a la casa, comenzando a vaciarla de todo lo valioso. Los relojes de lujo, las joyas, los dispositivos electrónicos; todo lo que tiene algún valor desaparece ante nuestros ojos, y no podemos hacer nada para detenerlo. —Quiero tu tarjeta —le dice a Eddie, y su tono es tan frío como el acero—. Y quiero el número de contraseña, o te juro que tu novia muere aquí y ahora. El miedo en los ojos de Edward me golpea como una ola. Pero yo no le tengo miedo a Sabrina, no puedo dejar que ella vea ni un rastro de debilidad en mí. —Te daré la mía —intervengo, antes de que Edward pueda responder—. La clave es nueve, ocho, nueve, seis. Sabrina sonríe, satisfecha. —Me iré con ella a retirar el dinero —dice a los demás, y puedo ver la amenaza oculta en sus palabras—. En cuanto tenga el dinero, ella regresa con ustedes. —¡No, Sam! —Edward me mira con desesperación—. No confíes en ella. —Tranquilo, estaré bien —le aseguro, tratando de mantener la calma, aunque sé que la situación es extremadamente peligrosa. Sabrina me empuja hacia la puerta, y antes de darme cuenta, me meten en la parte trasera de un auto oscuro. Sabrina se sienta a mi lado, su expresión imperturbable mientras uno de los hombres, que parece ser su cómplice más cercano, toma el volante. El auto arranca, y mientras nos alejamos de la casa, no puedo evitar la sensación de que estoy entrando en una trampa de la que no podré escapar fácilmente. —Sabía que no eras una persona de confianza —le digo, rompiendo el silencio tenso que se ha apoderado del vehículo. Sabrina se ríe suavemente, sin molestarse en disimular. —Eres buena descifrando personas —admite, su tono casi suena a cumplido, aunque está cargado de sarcasmo. —¿Por qué haces esto? —pregunto, aunque una parte de mí ya sabe la respuesta. —Porque necesito dinero —responde sin rodeos—. Tú eres millonaria, al igual que los Calum. Es tan simple como eso. La rabia en mi interior hierve, pero mantengo la calma exterior. —Eres una perra —murmuro, rodando los ojos, pero mi mente ya está trabajando en cómo salir de esta situación. Sabrina simplemente sonríe, sin inmutarse. Ella cree que tiene el control, pero no sabe de lo que soy capaz cuando se trata de proteger a mi familia. Llegamos al banco y el aire en el coche se siente tenso, cargado de peligro. Sabrina me mira de reojo mientras introducimos la tarjeta en el cajero automático. La máquina procesa la solicitud, y los números en la pantalla parpadean antes de mostrar la suma total. —Ochenta millones —dice Sabrina con una sonrisa que no llega a sus ojos—. Eres una suertuda. —Solo saca el dinero y lárgate —le respondo con un encogimiento de hombros, aparentando una indiferencia que no siento. Ella introduce la clave con rapidez, y puedo ver su sorpresa cuando el banco la acepta sin problemas. Los billetes comienzan a salir del cajero en montones, deslizándose uno por uno, como si fueran el preludio de algo mucho más grande. Mientras ella se concentra en contar el dinero, yo mantengo la calma, esperando pacientemente el momento que he estado anticipando. De repente, el sonido de sirenas interrumpe la calma de la noche, y las luces rojas y azules llenan el área alrededor del banco. —¡Levante las manos y no se mueva! —gritan unos oficiales mientras irrumpen en la escena, armas en mano. La cara de Sabrina se congela en una mueca de furia y desesperación, sus ojos me fulminan con odio puro. Sé que en este momento, si pudiera, me mataría con solo su mirada. Pero antes de que pueda reaccionar, los oficiales la esposan, asegurándose de que no pueda escapar. Uno de ellos se acerca a mí, la preocupación evidente en su rostro. —¿Se encuentra bien, señorita? —pregunta con un tono amable. —Sí, gracias por haber venido —le respondo, aliviada de que todo haya salido según el plan. Sabrina, esposada y vencida, me lanza una mirada cargada de veneno mientras los oficiales la arrastran hacia la patrulla. —¿Cómo sabían ellos esto? —me pregunta con la voz rota por la frustración, incapaz de entender cómo las cosas se le han escapado de las manos. Le sostengo la mirada durante un segundo, y luego simplemente le sonrío, disfrutando del sabor de la victoria mientras la veo ser llevada lejos. Con el dinero en mi posesión, vuelvo a depositarlo en la cuenta, asegurándome de que esté a salvo. Luego tomo un Uber y regreso rápidamente a la casa de Edward, donde sé que todos estarán esperando noticias. Cuando llego, la casa está rodeada de oficiales y el caos reina en el ambiente. La preocupación se dibuja en cada rostro, y antes de que pueda decir una palabra, Drake me ve llegar y grita. —¡Ahí está! —exclama, señalando en mi dirección mientras Edward gira su cabeza hacia mí con los ojos llenos de alivio. Sin perder un segundo, Edward corre hacia mí y me envuelve en un abrazo que casi me deja sin aliento. —¿Qué te hizo? —me pregunta mientras me analiza con una mezcla de preocupación y rabia—. ¿Estás bien? —Estoy bien —le aseguro, acariciando su rostro para calmarlo—. Todo está bajo control. Drake se acerca, y su rostro refleja una mezcla de culpa y vergüenza. —Sam, lamento mucho esto. No sabía lo que Sabrina era capaz de hacer. Te prometo que te devolveré todo el dinero, lo juro. Le sonrío y sacudo la cabeza suavemente. —No te preocupes por eso, Drake. El dinero está a salvo. Edward me mira, confuso, tratando de comprender cómo es posible. —¿Qué? —pregunta, claramente sorprendido—. ¿Cómo es eso posible? Drake también parece perplejo. —¿Cómo lo lograste? —insiste, con la incredulidad en su voz. Le explico con calma, disfrutando del momento en que todo el mundo entiende la magnitud de mi plan. —La llevé a un cajero de confianza —digo, recordando el rostro familiar del guardia de seguridad que siempre me saluda cuando paso por allí—. Le hice una señal al vigilante; él me conoce desde hace años. Llamó a la policía y llegaron justo a tiempo. Edward me mira con una mezcla de admiración y amor que hace que mi corazón se acelere. —Cada día me enamoro más de ti —susurra antes de inclinarse para besarme con una intensidad que me deja sin aliento, recordándome que, sin importar lo que pase, siempre estaremos juntos para enfrentar cualquier desafío.Hoy comenzamos la mudanza a nuestra nueva casa. Es un día que he estado esperando con ansias, aunque también con un poco de nerviosismo. No es solo una mudanza, es el comienzo de una nueva etapa en nuestras vidas, y eso me llena de emoción. Edward está empacando algunas cosas en la habitación, concentrado en asegurarse de que todo esté bien protegido para el traslado. Lo observo desde la puerta, viendo cómo cuidadosamente envuelve un marco con nuestra foto favorita en papel burbuja. Me hace sonreír cómo se toma su tiempo con cada detalle, queriendo que todo llegue en perfecto estado. —¿Estás segura de que empacamos todo? —pregunta de repente, levantando la vista para mirarme. —Creo que sí —respondo, aunque en el fondo sé que siempre hay algo que se queda atrás en cada mudanza—. Pero si se nos olvida algo, siempre podemos volver. Él asiente y vuelve a su tarea, pero no puedo evitar seguir observándolo. Hay algo en ver a Edward así, tan concentrado y decidido, que me hace sent
Maldición. Hoy es la cita con la doctora para saber el sexo del bebé. Es un momento que he estado esperando con ansias, pero también uno que me llena de nervios.Me siento en la sala, revisando mi teléfono para distraerme mientras Sam se prepara. Cuando la veo salir de la habitación, mi corazón da un vuelco. Está radiante con ese vestido blanco que resalta su panza, que ya es imposible de ignorar. Cada día que pasa, ella está más hermosa, y la emoción de saber que pronto seremos padres se hace más real.Me acerco a ella, incapaz de resistir la tentación de besarla. Sus labios son suaves y cálidos, y el contacto de mi mano en su vientre me hace sentir una conexión inmediata con nuestro bebé.—Estás hermosa —le susurro, y ella me responde con una sonrisa tímida, esa que siempre me derrite.Tomo su mano con ternura y la guío hacia el carro. Es un momento solemne, casi sagrado, y ambos lo sabemos. Subimos al auto y comienzo a conducir hacia la clínica, mis pensamientos en mil direcciones.
¡Me voy de viaje a Bora Bora!Lucy, mi mejor amiga, ha organizado un viaje para mi despedida de soltera. Originalmente, era una sorpresa, pero insistí tanto que al final tuvo que decirme a dónde íbamos.—¿Segura que quieres ir? —pregunta Edward con un puchero en su rostro.—Amor, estaré bien —le aseguro, acariciando su mejilla.—Pero estarás separada de mí —dice mientras coloca sus manos alrededor de mi cintura, atrayéndome hacia él—. No quiero separarme de ti, amor.—Eddie, solo serán tres días —le respondo entre risas, intentando calmarlo.—Tres días en los que no voy a poder besarte —murmura, pegando sus labios a los míos con ternura.—Cariño, debemos irnos ya al aeropuerto o llegaré tarde —le recuerdo, aunque una parte de mí tampoco quiere soltarlo.—No, Sam —protesta, apretándome un poco más—. No quiero dejarte ir.—Amor, solo seremos las chicas y yo —intento tranquilizarlo, sabiendo que su preocupación es genuina.—Y habrá idiotas que intentarán acercarse a ti, pero confío en ti
El sol entra a través de las cortinas, despertándome más temprano de lo que esperaba. Miro el reloj en mi celular y veo que son apenas las seis de la mañana. A pesar de la hora, me siento llena de energía, así que decido aprovechar el tiempo. Entro al baño, me arreglo rápidamente y salgo para dar un paseo por la playa. Mientras camino descalza por la arena, disfrutando de la suave brisa marina, decido llamar a Edward. Extraño escuchar su voz. —Buenos días, amor —digo cuando él responde. —Buenos días, nena —su voz suena adormilada—. ¿Cómo estás? ¿Me estás extrañando? —Muchísimo, amor —admito, sonriendo al imaginar su cara—. ¿Tú estás durmiendo en casa de tus padres? —Sí, no podía soportar estar solo en nuestra casa —responde con un suspiro—. Te extraño demasiado, Sam. La casa se siente vacía sin ti. —Yo también te extraño mucho, Eddie. Ya casi nos volveremos a ver. —¿Qué planes tienen para hoy? —Vamos a viajar en yate —le cuento, emocionada. —Ten mucho cuidado, por favor —su to
Hoy es un día especial, y aunque he pasado por muchas cosas en mi vida, debo admitir que estoy más nervioso de lo que pensaba. Hoy es la fiesta de revelación de género, un momento que tanto Sam como yo hemos esperado con ansias. Aún recuerdo el día en que Sam me dijo que estaba embarazada. No podía creerlo, y al mismo tiempo, sentí una alegría indescriptible. Ahora, estamos aquí, a punto de compartir la noticia con nuestras familias y amigos más cercanos. Me miro en el espejo y ajusto el cuello de mi camisa blanca. Es simple, pero perfecta para la ocasión. Quiero estar a la altura de este momento tan importante. Salgo de la habitación y me encuentro con Sam en la sala. Ella luce absolutamente hermosa en su vestido blanco. Su barriguita se nota más ahora, y no puedo evitar sonreír cada vez que la veo. —Te ves hermosa —le digo mientras la abrazo por detrás y beso su mejilla. —Gracias, Eddie —responde, mirándome con esos ojos llenos de amor que siempre me hacen sentir como el hombre m
El sol se alza lentamente en el horizonte, anunciando el inicio de un nuevo día. La luz suave de la mañana entra por las cortinas, iluminando la habitación y despertándome de un sueño profundo. A mi lado, Sam todavía duerme plácidamente, con una mano descansando sobre su vientre, donde nuestro pequeño Louis crece cada día más. Sonrío al recordar la fiesta de revelación del día anterior, el momento en que el humo azul llenó el aire y confirmamos lo que ambos habíamos soñado: íbamos a tener un niño.Con cuidado, me levanto de la cama, tratando de no despertarla. Hoy es un día importante, no solo porque me he decidido a hacer algo que he estado planeando en mi cabeza durante semanas, sino porque es el momento de asegurarme de que todo esté perfecto para nuestra familia en crecimiento.Después de darme una ducha rápida y vestirme, bajo las escaleras y me preparo un café. Necesito la energía para lo que tengo en mente hoy. Mientras disfruto de la tranquilidad de la mañana, saco mi teléfono
Hoy es un día especial, uno que he estado esperando con una mezcla de nervios y emoción: nuestras primeras clases de maternidad.Edward y yo hemos hablado mucho sobre lo que significará ser padres, pero hoy es el día en que empezaremos a aprender cómo hacerlo. No puedo evitar sentir un poco de ansiedad, como si la realidad de todo esto se volviera más tangible con cada paso que damos hacia esa aula.La mañana comenzó como cualquier otra. Me desperté un poco antes de Edward y me quedé un momento en la cama, sintiendo las suaves pataditas de Louis. Es nuestro pequeño ritual, una manera de conectarme con él antes de que el día comience. Mientras acaricio mi vientre, pienso en lo rápido que ha pasado el tiempo. Apenas parece que fue ayer cuando descubrimos que estaba embarazada, y ahora estamos aquí, preparándonos para traer a nuestro hijo al mundo.Edward se despierta poco después y me encuentra sonriendo mientras sigo sintiendo a Louis moverse.—¿Listos para nuestra primera clase? —me p
Hoy marca exactamente diez días antes de la fecha en la que se espera que nuestro pequeño Louis llegue al mundo. Todo se siente surrealista. La casa está lista, la habitación del bebé está terminada con cada detalle cuidadosamente escogido por Sam y por mí. Pero a pesar de todo, la emoción y la anticipación no se detienen. La verdad es que no puedo dejar de pensar en cómo será finalmente conocer a nuestro hijo.Esta mañana, me despierto antes que Sam. El sol apenas comienza a asomarse por la ventana, llenando la habitación con una luz suave. Observo a Sam mientras duerme, su cuerpo ligeramente curvado hacia el lado, una mano descansando protectora sobre su vientre. No puedo evitar sonreír al verla así, tan tranquila, tan hermosa. Parece increíble pensar que pronto seremos padres.Decido levantarme con cuidado para no despertarla. Me deslizo fuera de la cama y me dirijo a la cocina. La rutina de preparar el desayuno se ha vuelto algo casi meditativo para mí en las últimas semanas. Sam