Capítulo 34

Hoy es el cumpleaños de Edward, pero Drake me había hecho prometer que fingiera olvidar la fecha para darle una gran sorpresa en la noche.

Me estiro bajo las sábanas, sintiendo el calor de Edward a mi lado. Su mano descansa sobre mi cintura, y la otra está bajo su cabeza mientras duerme plácidamente. Con cuidado, aparto su brazo y me levanto de la cama sin hacer ruido. Me apresuro al baño, consciente de que tengo un sinfín de cosas por hacer hoy, y el tiempo no está de mi lado.

—¿Qué hora es, nena? —su voz adormilada interrumpe el silencio.

—Las seis de la mañana —le respondo con una sonrisa, intentando sonar casual.

—¿Y qué haces arreglada tan temprano, Sam? —pregunta mientras se incorpora un poco, frotándose los ojos.

—Voy a salir a desayunar con unas amigas —miento, tratando de mantener la naturalidad.

—Pensé que pasaríamos el día juntos… —dice, con una expresión de ligera decepción en su rostro.

—No creo que podamos, cariño. Prometí que sería un día de chicas —le digo mientras me recojo el cabello en un moño improvisado, intentando evitar su mirada.

Edward no parece convencido, y su expresión se endurece un poco. Me acerco para despedirme, sintiendo un nudo en el estómago por la mentira que estoy a punto de perpetuar.

—¿Segura que no tendrás tiempo para mí? No quiero que te arrepientas más tarde, busques verme y ya tenga otros planes.

—Muy segura —le miento una vez más, sintiendo el peso de mis palabras —Dijimos que todo el día estaríamos juntas.

Edward frunce el ceño, claramente molesto, pero no insiste. Se recuesta de nuevo, aunque puedo ver que la idea de pasar el día sin mí le desagrada.

—Veré qué va a hacer mi hermano —dice con voz apagada.

—Saluda a Drake de mi parte —respondo, intentando sonar despreocupada mientras me pongo el bolso al hombro.

—Bien… —murmura, frunciendo el ceño con resignación.

Me acerco a darle un último beso y trato de irme rápidamente, pero antes de que pueda salir, siento su mano atrapando mi muñeca, deteniéndome.

—Nena, ¿no olvidas algo? —me pregunta, mirándome con una mezcla de confusión y tristeza.

Finjo revisar mi bolso, abriéndolo como si estuviera buscando algo.

—Todo está listo, solo faltaba mi brillo de labios —le digo con una sonrisa forzada, dándole otro beso rápido.

—Te estaré llamando —le aseguro antes de finalmente salir de la habitación, sintiendo el peso de la mentira sobre mis hombros.

Mientras bajo las escaleras, no puedo evitar sentirme culpable por haberlo hecho sufrir esta mañana. Sé que todo es parte de la sorpresa, pero no es fácil mantener la fachada.

Salgo de la casa y veo que el auto de Lucy ya está afuera. Me subo en la parte trasera y saludo a mis amigas con una sonrisa. Después de la reunión que organicé con mis amigos y amigas, todos se llevaron tan bien que ahora es común que nos juntemos en grupo.

Vamos a desayunar a un restaurante, y mientras disfrutamos del café y los croissants, les cuento lo que sucedió en la mañana con Edward. Me siento un poco culpable por haberle mentido, pero sé que la sorpresa que le estamos preparando hará que todo valga la pena.

Al final del desayuno, decidimos que la fiesta será en la casa que un amigo de Lucy compró recientemente. La propiedad, que antes estaba abandonada, fue transformada en una casa de lujo de tres plantas con un amplio jardín. La primera planta es impresionante: un espacio enorme con un brillante suelo de mármol negro. La cocina, diseñada con colores oscuros y plateados, tiene un aire moderno y sofisticado. Hay un minibar completamente equipado, una pantalla gigante que ocupa toda una pared, y frente a ella, un conjunto de sofás y pufs acolchados que invitan a relajarse.

—Espero que no llamen a la policía por el ruido —digo mirando la enorme torre de sonido que han instalado.

—Tendremos suerte si no nos demandan por el escándalo que armará ese parlante —bromea Lucy.

—Lo primero que debemos hacer es terminar con la decoración —les digo mientras observo el espacio—. Pondremos una mesa al lado del ventanal del jardín con el pastel, los pasabocas y las bebidas. Organizaremos los sofás para que los invitados estén cómodos, y mantendremos las puertas del jardín abiertas de par en par para que el sonido no se encierre y entre aire fresco.

De repente, el timbre suena y miro a las chicas, intrigada.

—Traje algo de diversión —dice Nataly con una sonrisa misteriosa.

—¿Qué cosa? —le pregunta Lucy, curiosa.

Amy se apresura a abrir la puerta de par en par, dando paso a cuatro hombres que sostienen una estructura metálica en forma de toro.

—Ese va en el patio —dice Nataly, sonriendo con picardía.

—¿Un toro mecánico? —exclama Lucy—. ¡A los chicos les encanta el toro mecánico!

—Ya veo por qué pediste uno —digo, riendo.

La sala está lista para la fiesta: decoraciones por todos lados, un sistema de sonido espectacular, y luces parpadeantes que añaden un toque de energía al ambiente. La mesa está repleta de aperitivos, bocadillos y, por supuesto, el pastel que servirá de centro de atención más tarde.

Hay botellas de whisky, tequila, y varios barriles de cerveza para asegurarnos de que la bebida no falte en ningún momento. Karla abre la puerta para que entren los meseros que nos ayudarán durante la noche.

—Las cajas de licor y los barriles de cerveza están en el sótano —les indica Lucy—. Cuando se acaben las que están aquí, pueden subir las que están abajo.

—Vamos a arreglarnos —dice Karla—. Los invitados ya están a punto de llegar.

Subimos a la segunda planta, donde cada una elige una habitación para cambiarse y prepararse para la noche. Abro mi maleta y saco el vestido negro que he guardado especialmente para esta ocasión. Es un vestido ceñido que llega hasta la rodilla, con un escote en V y detalles de encaje en la espalda. Me pongo unos tacones altos que combinan perfectamente y me dejo el cabello suelto, con suaves ondas que caen sobre mis hombros.

—Estás espectacular —dice Amy cuando nos encontramos en el pasillo.

—Gracias, tú también luces increíble —le respondo, admirando su vestido rojo.

Bajamos de nuevo a la sala, donde los primeros invitados ya han comenzado a llegar. El ambiente se llena rápidamente de risas, conversaciones y el sonido de vasos chocando. Edward aún no ha llegado, y la expectación crece entre todos los presentes.

—Esto quedó genial —me dice Mark, dándome una palmada en la espalda.

—Gracias —le respondo con una sonrisa, aunque mis ojos ya están escaneando la habitación, asegurándome de que todo esté bajo control.

La casa se va llenando rápidamente, y pronto el espacio parece demasiado pequeño para la cantidad de gente. Las voces se elevan a cada momento, creando una vibrante atmósfera de celebración. Recibo a más personas, saludando y asegurándome de que todos se sientan bienvenidos.

Los padres de Edward llegan, y ambos me abrazan con calidez.

—Gracias por todo lo que haces por mi hijo —me dice mi suegro, estrechándome con afecto.

—Eres lo mejor que le ha pasado a esta familia —añade Dorotea, con una sonrisa sincera.

—Los chicos están por llegar —avisa mi suegro.

Al escuchar esto, todos corren en busca de un escondite mientras apagamos las luces, transformando la bulliciosa sala en un espacio de expectante silencio.

—¡Silencio! —exige Lucy detrás de mí, en un susurro apremiante—. No será sorpresa si seguimos haciendo ruido.

Finalmente, la puerta se abre y, en el mismo instante, las luces se encienden de nuevo.

—¡Sorpresa! —gritamos todos al unísono, mientras un estallido de espuma, confeti y globos llena el aire.

Edward se queda perplejo por un momento, su mirada recorriendo a todos los presentes antes de posarse en mí.

—¡Feliz cumpleaños, cariño! —exclamo, siendo la primera en lanzarme a sus brazos.

Me alza en el aire, repartiendo un centenar de besos por toda mi cara, mientras ríe emocionado.

—¡Juro por Dios que pensaba matarte por haberlo olvidado! —dice, todavía incrédulo.

Lo beso en la boca, pero antes de que podamos decir algo más, una avalancha de gente se nos viene encima, todos deseándole lo mejor. La música se enciende y los auxiliares comienzan a repartir copas a todo el mundo. La cantidad de gente es arrolladora; es imposible dar dos pasos sin tropezar con alguien.

Las ventanas y puertas vibran al ritmo de "Get Busy" de Sean Paul, y no puedo evitar mover los hombros, disfrutando del momento. Todo está saliendo mejor de lo que esperaba.

—Gracias, nena —me susurra Edward al oído, con una sonrisa que refleja su gratitud.

—Te mereces mucho más que esto —le respondo, sabiendo que lo haría todo de nuevo por verlo feliz.

—Eres buena dando sorpresas —dice, y sus palabras me llenan de satisfacción.

Mis amigas se acercan, tomándome de la mano con entusiasmo.

—Vamos a bailar, Sam —insiste Amy, y aunque dudo por un segundo, la alegría en sus rostros me anima.

¿Cómo negarme a bailar la canción que tantas veces me hizo disfrutar en las discotecas de Róyale? Alzo las manos al aire, dejándome llevar por la música y la energía de mis amigas. Nos movemos en sincronía, recordando viejos momentos mientras sacudimos el trasero en medio de luces y humo. Hacemos nuestro propio círculo en el centro de la sala, agitando brazos, hombros y caderas al ritmo de la música.

—Eso fue genial —dice Lucy, sin aliento, pero con una sonrisa de oreja a oreja.

—Definitivamente —respondo, sabiendo que esta noche será inolvidable.

Voy a la cocina a buscar algo de agua y veo que Edward comienza a seguirme.

—Me gusto tu baile —susurra en mi oído acariciándome la espalda —Me la pusiste dura, de eso si puedes tener miedo, sabes cómo me pongo cuando estoy así.

Comienzo a caminar hacia el sótano para sacar unas cosas y escucho que él viene detrás de mí.

Me pega a su entrepierna tensando mis muslos bajo el contacto de su erección, de esta no voy a escapar. El estómago me arde, es rudo e imponente y con la sola mirada tengo para que las rodillas me tiemblen.

—Este es el mejor cumpleaños.

Me estrecha contra su pecho e intensifica el agarre sobre mi trasero, refregándose contra mí, apoderándose de mi boca con un feroz beso que me pone arder los labios, subiéndome al borde de la mesa.

La chaqueta sale a volar sin soltar mi boca, el agarre y el desespero que denota es tanto que temo a que ambos nos prendamos en llamas de verdad. Baja las tiras del vestido amasando mis pechos con firmeza en tanto su boca se prende de mi cuello.

Su aroma me embriaga, sus besos me aturden y su cercanía desequilibra cualquier pensamiento coherente.

—Ohhh, Eddie.

Se prende de mis senos chupando y mordiendo mis pezones con fuerza, no hace caso a mis palabras, por el contrario, mete la mano bajo el vestido acariciando el delgado elástico de mis bragas, apartando la tela untándose los dedos con mi humedad.

Entra con movimientos lentos y me es imposible controlar el gemido que se me escapa. Un jadeo desesperado, el reflejo de un cuerpo cargado y encendido.

—Estás mojada —abraza mi cintura enterrando la cara en mi cuello —Joder... Nena, estás mojada y deliciosa.

Roza mi clítoris provocando una avalancha de fuego y hormigueo que descienden a la velocidad de la luz, mi espalda se arquea y mi garganta jadea ante él.

—Ohhh, amor —muerdo mis labios.

Estallo bajo el placentero orgasmo que se apodera de mi cuerpo, echo la cabeza atrás dejando que vuelva a prenderse de mis pechos.

Lo abrazo y dejo que me embista con brusquedad, la piel de mis caderas duele bajo el agarre de sus manos cuando las lleva de adelante hacia atrás entrando y saliendo dejando que me invada aquello que puede matarme y revivirme, no sé cuantas veces.

Los ruidos que suelta su garganta acaban con la mínima excitación que hacía falta por soltar. Nuestras frentes sudan bajo el intenso momento que libran nuestros cuerpos, cada beso, embestida y caricia se da de forma salvaje y arrebatadora. La proximidad de un nuevo orgasmo vuelve a levantarse con más fuerza y preparo mi cuerpo para ello, ya que dicha sensación es como un viaje al país de las maravillas.

—¡Dios! —chillo cuando me da la primera estocada con la fuerza de un rayo, sus embates se vuelven apremiantes, su respiración se torna fuerte e irregular mientras se estrella contra mí con gritos carnales dándome todo lo que tiene.

Todo desaparece, mi mente queda en blanco cuando el orgasmo se apodera de mi ser, las uñas se me resbalan en la mesa en busca de algo de que sujetarse mientras gimo su nombre silaba por sílaba.

—Eres mi mejor regalo, Sam —me da un corto beso.

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