Capítulo 32

Edward

Tengo a Sam completamente desnuda en mi cama. La veo dormir mientras admiro lo sexy que se ve respirando lento y con el cabello a lo largo de la almohada.

Me paseo descalzo por la cocina, sintiendo el frío del suelo bajo mis pies, mientras sostengo una cerveza en la mano. La casa está en silencio, excepto por el suave zumbido del refrigerador y el sonido de las puertas de la despensa que abro y cierro en busca de algo para comer. Pero la búsqueda no es muy fructífera; no hay nada preparado y la nevera parece tan vacía como mi estómago. Decido pedir comida a domicilio, optando por un poco de deliciosa comida italiana que sé que ambos disfrutaremos.

Antes de hacer el pedido, mis ojos se detienen en una bandeja de fresas que reposa en la encimera. Me acerco y comienzo a cortarlas en rodajas, disfrutando del aroma dulce que se desprende de cada corte. Las coloco en un tazón, y con un movimiento casi automático, saco un bote de crema batida del refrigerador y la rocío sobre las fresas, cubriéndolas generosamente.

De repente, escucho el suave arrastrar de unos pies descalzos detrás de mí, y al girar la cabeza, veo a mi chica acercándose, envuelta en una sábana que se aferra delicadamente a su cuerpo, como si fuera una toga improvisada.

—Hola —dice ella con una sonrisa somnolienta, sus ojos todavía medio cerrados.

—¿Tienes hambre, amor? —le pregunto, mientras tomo una fresa cubierta de crema batida y la llevo a sus labios.

Ella muerde la fruta, sus labios rosados contrastan con el blanco de la crema, y su rostro se ilumina al saborear el dulce y jugoso bocado.

—Están deliciosas —murmura, su sonrisa se amplía mientras se relame los restos de crema batida de los labios.

—Me alegra que te gusten —respondo, divertido por su expresión—. He pedido comida italiana para más tarde. Pasta, pizza, y un poco de todo. ¿Te parece bien?

Ella asiente, acurrucándose más cerca de mí, dejando que la sábana resbale ligeramente de su hombro. Acaricio su mejilla con ternura, sintiendo la calidez de su piel bajo mis dedos. Todo en este momento se siente perfecto, casi irreal, como si estuviéramos en una burbuja de tranquilidad y simplicidad.

Nos quedamos en la cocina, compartiendo las fresas, riendo y disfrutando de la compañía mutua. A veces, los momentos más simples, como compartir un bocado de fresas en una cocina en penumbra, son los que más permanecen en la memoria.

Cuando terminamos las fresas, ella me mira con una mezcla de satisfacción y expectativa.

—¿Qué tal si tomamos una ducha antes de que llegue la comida? —sugiere, su tono juguetón.

—Me parece una excelente idea —respondo, dejando el tazón vacío en la encimera.

Nos dirigimos juntos al baño, donde la luz suave del atardecer se filtra por la ventana, creando un ambiente acogedor. El agua tibia nos envuelve mientras nos duchamos, y el vapor se mezcla con el aroma a fresas que todavía impregna nuestros labios. Nos tomamos nuestro tiempo, disfrutando de cada momento, de cada caricia.

Mis ojos la recorren a la vez que siento como la sangre fluye hacia mi miembro erecto. Sube los tres escalones con lentitud y segura de sí misma. No sé si lo note, pero sus caderas tienen un balanceo sensual cada vez que camina.

Me da la espalda cuando se sumerge deleitando mi vista con la imagen que brinda su trasero, baja y se sienta recostando la espalda en mi pecho.

—Se nos olvido poner música, Eddie.

Estiro el brazo encendiendo el comando que controla el sonido, la luz y la calefacción.

Me salpica la cara con agua en un gesto juguetón.

Tomo sus muñecas acercándola más, abriéndola de piernas sobre mi regazo, no vacila y mete las manos en mi cabello dejando que le devore los labios.

Medio se aleja dejando que me apodere de las delicias que carga en el pecho, esas tetas de infarto que me ponen a babear cada vez que las aprecio.

Los ojos le brillan mientras mis manos viaian a ellas magreándolas, pellizcándolas y lamiéndolas

alternando entre una y la otra.

Empieza a contonearse rotándose contra mi miembro, poco a poco la voy ubicando hasta posarme en su entrada. Me muevo y se acomoda buscando que la encaje, su vagina me envuelve, cierro los ojos recostando la cabeza en el mármol disfrutando del lento descenso que desencadena su sexo sobre mi pene.

La respiración se le agita, me toma las manos para colocarlas sobre su cintura mientras se balancea despacio, el movimiento me pone al borde. No tengo necesidad de guiarla para disfrutarla porque ella misma encontró la forma de complacerse.

—Ohhh, nena —cierro los ojos.

La vibración de nuestros cuerpos desborda el agua, sus suaves jadeos salen de su garganta cuando se satisface a sí misma. La dejo que entierre las uñas en mi hombro y tire de mi cabello mientras alcanza su propio clímax a la vez que llego también al mío.

—Te amo tanto, Sam —la beso.

Mis ojos la recorren a la vez que siento como la sangre fluye hacia mi miembro erecto. Sube los tres escalones con lentitud y segura de sí misma. No sé si lo note, pero sus caderas tienen un balanceo sensual cada vez que camina.

Me da la espalda cuando se sumerge deleitando mi vista con la imagen que brinda su trasero, baja y se sienta recostando la espalda en mi pecho.

—Se nos olvido poner música, Eddie.

Estiro el brazo encendiendo el comando que controla el sonido, la luz y la calefacción.

Me salpica la cara con agua en un gesto juguetón.

Tomo sus muñecas acercándola más, abriéndola de piernas sobre mi regazo, no vacila y mete las manos en mi cabello dejando que le devore los labios.

Medio se aleja dejando que me apodere de las delicias que carga en el pecho, esas tetas de infarto que me ponen a babear cada vez que las aprecio.

Los ojos le brillan mientras mis manos viaian a ellas magreándolas, pellizcándolas y lamiéndolas

alternando entre una y la otra.

Empieza a contonearse rotándose contra mi miembro, poco a poco la voy ubicando hasta posarme en su entrada. Me muevo y se acomoda buscando que la encaje, su vagina me envuelve, cierro los ojos recostando la cabeza en el mármol disfrutando del lento descenso que desencadena su sexo sobre mi pene.

La respiración se le agita, me toma las manos para colocarlas sobre su cintura mientras se balancea despacio, el movimiento me pone al borde. No tengo necesidad de guiarla para disfrutarla porque ella misma encontró la forma de complacerse.

—Ohhh, nena —cierro los ojos.

La vibración de nuestros cuerpos desborda el agua, sus suaves jadeos salen de su garganta cuando se satisface a sí misma. La dejo que entierre las uñas en mi hombro y tire de mi cabello mientras alcanza su propio clímax a la vez que llego también al mío.

—Te amo tanto, Sam —la beso.

Nos ponemos ropa cómoda y nos acomodamos en el sofá mientras esperamos a que llegue la comida. El ambiente en casa es tranquilo, con una luz cálida que envuelve la sala y la promesa de una noche relajante.

—Voy a poner la mesa —dice Sam mientras se levanta y se dirige hacia la cocina.

—No, amor. Debes estar quieta por el embarazo —le respondo, medio en broma, medio en serio.

—Eso es más adelante, cariño —me dice con una sonrisa tranquila.

A pesar de mis protestas, Sam pone la mesa con cuidado, arreglando cada detalle mientras yo me encargo de recibir el pedido. Cuando abro la bolsa y saco los platos de pasta, la expresión en su rostro se ilumina.

—¡Pasta! —exclama con una sonrisa que hace que mi corazón se derrita un poco más.

Nos sentamos juntos a la mesa y empezamos a disfrutar de la deliciosa comida italiana. Los sabores ricos y reconfortantes nos envuelven, y por un momento, el mundo exterior desaparece. Es solo ella, yo, y este pequeño oasis de tranquilidad que hemos creado en medio de nuestras vidas ocupadas.

Después de comer, Sam se levanta con una energía contagiosa y se dirige al equipo de sonido.

—Voy a poner un poco de música —anuncia.

El suave sonido de un vals comienza a llenar la habitación, creando un ambiente aún más íntimo y romántico.

—¿Bailas, hermosa? —le pregunto mientras estiro mi mano hacia ella.

—Por supuesto que sí —responde, tomando mi mano con una sonrisa radiante.

Nos levantamos de la mesa y empezamos a bailar, moviéndonos al ritmo de la música. La sostengo con firmeza pero con suavidad, y mientras giramos por la sala, me pierdo en sus ojos. La forma en que me mira, la alegría en su rostro, todo parece perfecto en este momento.

—Tengo que ver qué ponerme para la cena de hoy —dice de repente, rompiendo el silencio con una chispa de emoción.

—Tienes el armario lleno, nena —le digo con una sonrisa mientras la beso en la frente.

—Yo siempre necesito más —responde con picardía.

—¿Sí? —le digo, dándole un vistazo cargado de doble sentido.

—Sí —responde, mirándome con la misma picardía.

Nos reímos, disfrutando de la complicidad que compartimos. La noche todavía es joven, y aunque la cena aún está por venir, ya sé que el resto del día será igual de especial. Sam se dirige a la habitación para decidir qué ponerse, y yo la sigo, riendo con ella, mientras hablamos sobre posibles combinaciones de ropa y lo emocionados que estamos por la cena.

SAMANTHA

Después de haber pasado la tarde viendo películas, llega el momento de empezar a prepararme para la cena con mis suegros y mi cuñado. Me decido por un pantalón blanco que resalta mi figura, acompañado de una blusa palo de rosa que complementa perfectamente. Para los zapatos, elijo unas sandalias cómodas pero elegantes, y dejo mi cabello suelto, añadiendo una diadema con perlas para darle un toque final a mi atuendo.

—Qué hermosa te ves, mi amor —dice Edward, acercándose y colocando su mano en mi trasero.

—Señor Callum, tenga más respeto —le respondo en tono de broma, mientras le lanzo una mirada coqueta.

Miro a Edward y no puedo evitar quedarme embobada. Lleva un pantalón negro que se ajusta a la perfección, combinado con una camiseta gris que lo hace lucir increíblemente sexy.

—Solo con verte, siento que mis hormonas comienzan a activarse —muerdo mi labio, jugando con la tensión que siempre parece fluir entre nosotros.

—Te compensaré en la noche, nena —responde con una sonrisa pícara, acercándose para darme un beso suave.

Salimos del apartamento y nos dirigimos al auto, listos para ir a la casa de sus padres. Durante el trayecto, la conversación es ligera y llena de risas, como siempre. Al llegar, Edward toca el timbre, y tras unos segundos, la puerta se abre, revelando a una chica rubia, alta, delgada y con un estilo impecable que la hace destacar.

—Tú debes ser Edward —dice ella, sonriendo ampliamente —Creo que Drake no te ha hablado de mí, ¿verdad?

—En absoluto —responde Edward con naturalidad, aunque noto un ligero cambio en su expresión.

La chica se gira hacia mí y me sonríe de manera amistosa, pero hay algo en su mirada que no termina de convencerme.

—Y tú eres Sam —dice, acercándose para besarme en la mejilla.

—Mucho gusto —respondo con una sonrisa educada, aunque mi instinto me dice que mantenga cierta distancia —¿Cómo te llamas?

—Sabrina —responde con un tono que no puedo descifrar del todo.

Entramos a la casa y Dorotea me recibe con un cálido abrazo, mientras Leonardo se une con un fuerte apretón de manos. Estoy agradecida por su calidez y hospitalidad. Mientras nos acomodamos, escucho pasos apresurados bajando por las escaleras. Es Drake, con una sonrisa amplia en el rostro.

—Hermano, cuñada —nos abraza con entusiasmo —Ella es Sabrina, mi novia.

Me quedo estupefacta. ¿Desde cuándo tiene Drake una novia? Mi mirada se encuentra con la de Edward, quien hace una mueca sutil pero evidente.

—Ya la conocimos —dice Ed, intentando mantener la conversación ligera.

Sabrina, con su porte elegante y su sonrisa impecable, se une al grupo. La atmósfera en la sala es acogedora, y aunque siento una ligera incomodidad con Sabrina, trato de mantener una actitud positiva.

—Se que ya te felicitamos, pero queríamos desearte nuevamente un feliz cumpleaños —dice mi suegro con una sonrisa cálida.

—Gracias —respondo, agradecida por su amabilidad.

Salimos al patio, donde Leonardo ha contratado a un chef para que prepare una barbacoa espectacular. El aroma de la carne asada y el chorizo a la parrilla llena el aire, y veo a Edward un poco nervioso, así que coloco mi mano sobre su pierna para tranquilizarlo.

—Oigan, familia —empieza Edward, tomando una profunda respiración —Tenemos una noticia importante. Lo iba a dejar para el final, pero no puedo aguantarme.

El patio se llena de un silencio expectante. Mis nervios están a flor de piel, y mi corazón late con fuerza en mi pecho.

—Vamos a casarnos y Sam está embarazada —anuncia Edward, y de inmediato, la reacción de todos es de pura emoción.

Mis suegros se levantan de sus asientos para abrazarnos, seguidos por Drake, quien parece genuinamente emocionado. La calidez de los abrazos y los gritos de alegría me hacen sentir un poco más aliviada.

—No puedo creer que vayamos a ser abuelos —dice mi suegra, con lágrimas de alegría en los ojos.

—Espero ser el padrino de la boda —dice Drake, sonriendo ampliamente.

En medio de la celebración, me doy cuenta de que casi todos ya saben de mi embarazo y del compromiso, excepto mis amigos cercanos. Ellos han sido una parte crucial de mi vida, así que me siento obligada a organizar una reunión especial para darles la noticia. Espero que la noticia no les resulte demasiado impactante.

Mientras tanto, el chef sirve la comida y el patio se llena de deliciosos aromas. Hay carne asada, mazorca, chorizo, papas y muchas otras delicias. Todos disfrutan de cerveza, pero yo opto por un agua con limón, ya que prefiero evitar el alcohol durante el embarazo.

—¿Y ustedes dónde se conocieron? —le pregunta Edward a Sabrina, intentando mantener la conversación animada.

—Nos conocimos en un club —responde ella con una sonrisa que parece un poco forzada.

—¿Un club? —Edward levanta una ceja, mirando a su hermano con curiosidad.

—Sí —Drake responde, su tono ligeramente defensivo —Sabrina, creo que es hora de que te lleve a casa.

—Adiós —se despide Sabrina con una sonrisa rápida y un gesto que parece más cortés que cálido.

Drake y Sabrina se despiden y se van de la casa. Mis suegros suspiran aliviados, y el ambiente se siente un poco más relajado ahora que estamos solos.

—¿Todo bien? —pregunta Dorotea con una sonrisa.

—Sí, solo un poco cansada —respondo, intentando mantener la conversación ligera.

—No me agrada esa chica —dice Dorotea.

—Es una cazafortunas —dice Leonardo —No me gusto desde el momento en que la vi.

—¿Hace cuanto la conocen? —pregunto yo.

—Hoy —me mira Dorotea —No me parece que sea una buena mujer.

—A mi tampoco —les digo.

—¿Que les parece si se quedan esta noche? —nos pregunta su mamá.

—Me parece bien —le dice mi novio.

Subimos a la habitación y Edward se asegura de cerrar bien.

—Te dije que te iba a compensar.

Asiento, le quito la camisa dejandole el torso libre.

Percibo la dureza de sus músculos y el verde de sus ojos brilla cuando cruzamos miradas, me rodea el cuello con el brazo y acto seguido inician las caricias subidas de tono.

Edward es dulce, tiene una forma sexy de adorarte con un tacto que nunca demuestra prisa, él se toma el tiempo de repartir besos por mi rostro mientras sus manos acarician la curva de mis caderas.

Me besa y abraza al pie de la cama en tanto su entrepierna cobra vida remarcándose en mi abdomen. Puedo sentir la dureza bajo el bóxer cuando me empuja cayendo sobre mí. Respira despacio a medida que nos vamos fundiendo en la cama uno sobre el otro con besos que se van tornando ardientes con cada toque.

Me aferro a sus hombros ansiosa por la invasión mientras él me recalca lo mucho que le gusto.

Lo miro a los ojos cuando me estrecha contra él entrando despacio, regulando el paso del aire escondiendo a cara en mi cuello. El pecho se me agita cuando se mueve suave y con calma, empiezo a ondear las caderas en busca de más placer.

Cambio los papeles trepándome sobre su polla paseando las manos por sus pectorales mientras me mira deseoso apretujandome el trasero, sincronizando el contoneo que me lleva adelante y atras.

Intensifico el balanceo dándome placer a mi misma de la manera que me gusta y el voltaje de nuestra unión me pone a mil soltando una oleada de jugos sobre el miembro de mi novio.

—Te amo —besa mi frente.

—Yo mucho más.

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