Capítulo 31

Una corriente de cosquilleo recorre mi cuerpo mientras Edward me llena de besos, su toque es suave pero intensamente electrizante.

—Eddie… —murmuro, retorciéndome ligeramente en la cama.

—Feliz cumpleaños, futura esposa —me susurra, plantando un suave beso en mis labios.

—Gracias, cariño.

Sin dejar de sonreír, Edward continúa su recorrido con besos, descendiendo lentamente desde mi cuello hasta llegar a mi abdomen. Siento que mi respiración se acelera y arqueo la espalda ante la cálida sensación de sus labios sobre mi piel.

—Ven aquí, nena —dice, tomándome de la mano.

Me guía hasta el balcón, donde el aire fresco de la mañana acaricia mi piel. Edward se sienta en una de las sillas y me mira con una expresión traviesa, una chispa de picardía iluminando sus ojos.

—Siéntate conmigo un momento —me pide, tirando suavemente de mi mano para que me acerque.

Mientras me acerco, la luz del sol baña todo el lugar, iluminando el comienzo de lo que promete ser un día lleno de sorpresas. Me siento sobre sus piernas, y él me envuelve con sus brazos, manteniéndome cerca. Nos quedamos un momento en silencio, disfrutando de la tranquilidad de la mañana y del simple hecho de estar juntos.

—No podría haber imaginado un mejor comienzo para mi cumpleaños —digo, apoyando mi cabeza en su hombro.

—Y eso es solo el principio —responde con una sonrisa enigmática—. Hoy es tu día, y quiero que sea inolvidable.

Siento que mi corazón se acelera ante la promesa en sus palabras. Me tomo un momento para apreciar la vista desde el balcón. París se extiende ante nosotros, vibrante y llena de vida. Los sonidos de la ciudad, mezclados con la suave brisa y el calor del cuerpo de Edward contra el mío, crean una atmósfera de pura felicidad.

—¿Qué tienes planeado, Eddie? —pregunto, girando para mirarlo.

—No puedo revelarte todos los secretos de una vez —responde, riendo suavemente mientras acaricia mi espalda—. Pero digamos que empieza con un desayuno especial que ya está en camino.

Me acaricia la nuca, mientras baja lentamente abriéndose paso por la tela del albornoz, su tacto va encendiendo mi piel cuando libera uno de mis pechos atrapándolo con los dientes. No hay juego previo, sin más su lengua se va arremolinando en mi pezón erecto.

—Cariño, alguien puede vernos.

—¿Y qué? —sonríe —Somos dos prometidos que se están dando cariño.

Toma mis caderas sentándome a horcadas sobre él, su mano va a mi cuello llevándome a su boca, no pregunta, simplemente roza nuestros labios y se abre paso consumiéndome con un beso vehemente que me pone a saltar el corazón.

—Este será el mejor cumpleaños —lame mi cuello.

Sus caricias me empapan, no me atrevo a bajar la vista porque sé que lo estoy impregnando con mis jugos. Toma mis piernas empujándome más, montándome sobre su pene que se le marca por encima del pantalón deportivo.

Tiro del borde de su camiseta, comienzo a comerle el cuello y el torso con besos húmedos que se van poniendo calientes con cada toque, está tan duro que maltrata mi epicentro, pero el morbo y las sensaciones me obligan a refregarme de arriba a abajo.

—¿Quieres hacerlo, nena?

Debo admitir que me da miedo que alguien pueda vernos, pero esto es tan excitante que no me puedo negar.

—Dime si quieres que me detenga.

—Continúa.

Mi oración es orden suficiente para que medio me levante y se saque el miembro erecto que salta ante mis ojos tentándome con el tamaño y la potencia.

—¿Y si nos ven? —me separo un poco.

—Lo hemos hecho en el balcón de mi apartamento.

—Era de noche —hago un puchero.

Toma su miembro ubicándolo en mi entrada mientras levanto la pelvis deseosa por recibirlo, tiemblo a medida que va entrando, mis músculos se van expandiendo con la dilatación, el aire se pone pesado en tanto se me eriza la piel con el toque de su lengua en mis pezones.

La respiración se me agita, es una tortura estar así, inclina la pelvis hundiéndose poco a poco. El cabello se le pega a la frente empapada de sudor y mi garganta se queja cuando la tengo entera.

—Mierda...

—¿Qué? ¿Te lastimé?

—No, Eddie —sonrío —Es que me encanta hacer el amor contigo y estoy demasiado excitada en este momento.

—Me encanta que estés tan mojada, nena.

Desliza su dedo con un descenso lento desde mi abdomen hasta mi sexo, abriéndome los pliegues y acariciándome los labios con suavidad.

Empieza a lamerme las tetas y voy perdiendo el enfoque, el pecho se me quiere salir, no sé por qué en vez de levantarme empiezo a besarlo con urgencia mientras su erección rota en ángulos precisos y exquisitos. El morbo me gana y exijo más saltando sobre él colisionando nuestras caderas una y otra vez.

—Ohhh, Sam.

Me acaricia la espalda bajo la tela del albornoz, la constante caricia de arriba abajo repitiendo la misma secuencia y el hecho que en cualquier momento su empleada nos vea, suelta la última llama de mi cuerpo.

Se me escapa un jadeo cuando atrapa mis labios aferrando las manos a mis pechos en tanto me pierdo en medio de espasmos de auténtica lujuria.

—Esto fue delicioso —admito.

—Ahora debemos arreglarnos para salir con tus padres a desayunar.

Nos damos un baño rápido, y cuando salgo envuelta en la suave toalla, noto que Edward está de pie cerca de la cama, con una pequeña caja en sus manos. Su expresión es una mezcla de emoción y expectación.

—Espero que te guste —dice, extendiéndome el paquete envuelto con esmero.

Lo tomo con curiosidad y, al abrirlo, mis ojos se iluminan al ver lo que contiene. Es un collar de Cartier, exactamente el que había estado deseando desde hacía tiempo. Está hecho de oro fino, con un delicado diamante de color rosa en el centro que brilla bajo la luz de la habitación.

—¡Es precioso! —exclamo, lanzándome a sus brazos en un abrazo lleno de gratitud y amor—. Me encanta, Eddie. Te amo tanto.

—Y yo a ti, Sam —responde con una sonrisa mientras me devuelve el abrazo.

Con delicadeza, le entrego el collar y recojo mi cabello para que pueda ponérmelo. El momento se siente sacado de una clásica película romántica; el toque de sus manos en mi cuello mientras cierra el broche me hace sentir especial, como si estuviéramos sellando un pacto de amor eterno con ese simple gesto.

—Perfecto —susurra, besando suavemente mi nuca antes de dar un paso atrás para admirar cómo me queda el collar—. Te ves hermosa.

Me miro en el espejo y sonrío. El collar no solo es hermoso, sino que representa el amor y la devoción que Edward me ha mostrado cada día desde que estamos juntos. Es un símbolo de todo lo que hemos compartido y de lo que está por venir.

—Listo para continuar con el día? —pregunto, sintiéndome radiante.

—Definitivamente —responde, tomando mi mano.

Salimos de nuestra habitación, y bajamos al vestíbulo, donde nos encontramos con mis padres. Mi mamá, como siempre, está impecablemente elegante con un vestido azul marino que resalta sus ojos, mientras que mi papá opta por un estilo más casual, pero no menos pulido.

—¿Y a dónde quieren ir? —pregunta mi papá, mientras nos acercamos a ellos.

—En Kozy Bosquet —responde mi mamá con una sonrisa—. Estuve investigando la noche anterior y parece ser uno de los mejores lugares para desayunar aquí en París. Además, tiene una vista espectacular de la Torre Eiffel.

La idea suena perfecta, y no puedo evitar emocionarme aún más por lo que viene. Caminamos juntos hacia el coche que nos espera en la entrada del hotel. El clima es fresco y agradable, y el aire parisino tiene ese toque especial que hace que cada momento se sienta un poco más mágico.

Durante el trayecto, me tomo un momento para reflexionar sobre todo lo que ha sucedido en las últimas horas: la noticia de mi embarazo, la propuesta de matrimonio de Edward, y ahora este maravilloso día de cumpleaños. Es como si el universo estuviera alineando todas las estrellas para asegurarse de que este sea un día que nunca olvidaré.

Finalmente, llegamos a Kozy Bosquet. El lugar es todo lo que mamá había prometido: acogedor, con una decoración moderna y elegante, y una vista envidiable de la Torre Eiffel desde las mesas exteriores. Nos sentamos en una mesa al aire libre, bajo un toldo blanco que nos protege del sol matutino.

—Este lugar es encantador —comenta mi mamá mientras ojea el menú—. Y la vista… es simplemente espectacular.

—Definitivamente fue una excelente elección —añade mi papá, echándole un vistazo a la Torre Eiffel, que se eleva majestuosamente en el fondo.

Edward y yo nos miramos, compartiendo una sonrisa cómplice. Hay algo en el aire, en la compañía, que hace que todo se sienta perfecto.

—¿Ya sabes qué quieres, nena? —me pregunta Edward, inclinándose un poco hacia mí.

—Creo que me voy a decantar por las tostadas francesas con frutas y miel —respondo, sin poder quitar la vista de los platos que están siendo servidos en las mesas cercanas—. Todo se ve delicioso.

—Voy por los huevos benedictinos —dice él, pasando el menú al camarero que nos atiende con una sonrisa amable.

El camarero me mira y borra su sonrisa cuando Edward dice la palabra esposa. ¿Acaso no nos vio entrar cogidos de la mano?

—Enseguida.

Quedamos los cuatro y papá y Edward le dan una mirada fulminante al camarero cuando desaparece de nuestra vista.

—Por eso no me gusta que salgan solas —dice mi papá —Ellos creen que ustedes están solas y no es así.

—Espero que no siga coqueteando contigo o lo mataré —Edward entrecierra sus ojos —Odio que casi todos los hombres coqueteen contigo como si yo no estuviera.

—Tranquilo, Ed —beso su mejilla.

Mis padres hacen sus pedidos, y mientras esperamos que llegue la comida, seguimos charlando sobre los planes para el resto del día. Mamá sugiere visitar algunos museos, mientras que papá propone un paseo en bote por el Sena al atardecer. La idea de pasar el día explorando París en familia me llena de alegría.

—Estoy tan feliz de que estemos todos aquí —digo, mirando a mis padres y a Edward—. Este cumpleaños está resultando ser el mejor de todos.

—Y lo mejor aún está por venir —añade Edward, apretando suavemente mi mano.

No puedo evitar preguntarme qué otras sorpresas me esperan, pero decido dejarme llevar y disfrutar de cada momento. La comida llega, y como esperaba, es tan deliciosa como parecía. Nos deleitamos con cada bocado, compartiendo anécdotas y risas. El día es perfecto, y no puedo imaginarme estar en ningún otro lugar en este momento.

Al terminar el desayuno, mi papá se levanta para pagar la cuenta, insistiendo en que es su regalo de cumpleaños para mí. Agradecida, me acerco para darle un abrazo.

—Gracias, papá. Por todo.

—No hay de qué, cariño. Te mereces lo mejor en este día y siempre.

Al salir del restaurante, Edward me sorprende tomando mi mano y llevándome hacia un pequeño parque cercano.

—Quería tener un momento solo para nosotros antes de continuar con el día —me dice, deteniéndose en un rincón tranquilo bajo un árbol.

Me acerco a él y nos abrazamos, disfrutando del silencio y la cercanía del uno al otro. Estoy a punto de decir algo cuando él me interrumpe.

—Sam, hoy te vi sonreír de una manera que me hizo sentir que lo tenía todo. Y quiero que sepas que cada día de mi vida, haré todo lo posible por ver esa sonrisa —dice, con una sinceridad que me conmueve hasta el alma.

No puedo contener las lágrimas. Lo abrazo más fuerte y susurro:

—Ya me haces la mujer más feliz del mundo, Eddie.

Pasamos un rato en el parque, simplemente disfrutando de la compañía mutua y del hermoso día. Es un momento que atesoraré para siempre, un recordatorio de cuánto nos amamos y de lo que hemos construido juntos.

El resto del día se llena de más risas, visitas a museos y finalmente, un paseo en bote por el Sena, tal como había sugerido mi papá. Navegamos mientras el sol comienza a ponerse, tiñendo el cielo de colores cálidos. El reflejo de la ciudad en el agua crea una atmósfera mágica que parece hecha a medida para nosotros.

Mientras el bote se desliza suavemente por el agua, Edward y yo nos quedamos juntos, mirando la Torre Eiffel iluminada en la distancia. Es el cierre perfecto para un día inolvidable.

—No puedo esperar a pasar todos nuestros cumpleaños juntos, como familia —dice Edward, besándome en la frente.

—Ni yo —respondo, apoyando mi cabeza en su hombro mientras el bote continúa su tranquilo recorrido por el Sena, llevándonos hacia un futuro lleno de amor y promesas.

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