Capítulo 30

El día finalmente ha llegado: nos vamos a París. La emoción corre por mis venas mientras reviso mi maleta por última vez, asegurándome de que todo esté en orden. Es mi primer viaje con Edward y mis padres, y quiero que todo salga perfecto, justo como lo he imaginado.

Bajo las escaleras con mi maleta en mano. Edward está sentado en la sala, concentrado en su celular, mientras mis padres ya están cargando el auto.

—Por fin llegas —dice, levantándose para recibirme. Sus ojos brillan cuando me mira—. Estás hermosa, nena.

—Gracias —respondo, devolviéndole una sonrisa. Me da un beso suave, pero cargado de cariño.

Edward toma mi maleta y la sube al auto. Nuestro chofer ya está listo para llevarnos al aeropuerto. Sin embargo, mientras me siento en el asiento, una sensación incómoda se instala en mi estómago, como un nudo de nervios que no se disipa.

Intento ignorarlo, no quiero alarmar a nadie, especialmente a Edward o a mis padres. Pero en el fondo, una sombra de preocupación comienza a formarse: nunca compramos la pastilla del día después durante nuestro último viaje.

Me cubro la cara con las manos un momento, fingiendo cansancio cuando mi mamá me mira con preocupación. No quiero que sospechen nada, al menos no hasta estar segura. Apenas lleguemos al aeropuerto, compraré una prueba de embarazo.

Mientras el auto avanza, miro por la ventana, intentando calmar mi mente. Quiero disfrutar este viaje, quiero que sea todo lo que he soñado. Pero también sé que no podré hacerlo del todo hasta que resuelva esta inquietud que ahora me persigue.

—¿Quieren comer algo? —pregunta papá mientras esperamos nuestro vuelo.

—Yo iré por una pastilla para el dolor de cabeza. Saben cómo me pongo cuando viajamos en avión —respondo, tratando de mantener la calma.

—¿Te acompaño? —Edward se ofrece, pero lo detengo con una sonrisa.

—No, Ed, quédate con mis padres. No tardo.

Empiezo a caminar hacia la farmacia, pero cada paso se siente como un desafío. Mis manos comienzan a sudar a medida que me acerco, y mi corazón late con fuerza en mi pecho. Cuando llego, una mujer mayor me atiende con una sonrisa amable, lo que solo incrementa mi nerviosismo.

—Este... ¿Tiene pruebas de embarazo? —pregunto, tratando de sonar despreocupada. Ella me mira, luego baja la vista a mi vientre, como si pudiera leer mis pensamientos.

—Es para una amiga —añado rápidamente, sintiendo que mis mejillas se sonrojan.

—Ya entiendo. Tú te ves muy joven como para embarazarte —dice con una sonrisa comprensiva mientras me entrega la prueba.

Pago rápidamente y le envío un mensaje a Edward, diciéndole que voy al baño para cepillarme el cabello. Con la prueba en la mano, entro en el baño, mis nervios creciendo con cada segundo. Sigo las instrucciones al pie de la letra, aunque mis manos tiemblan ligeramente.

¿Por qué se demora tanto? Me pregunto mientras espero el resultado, mi mente corriendo en todas direcciones. Cierro los ojos, intentando calmarme, pero las imágenes de ambos escenarios se arremolinan en mi mente. Por un lado, soy demasiado joven para ser mamá, tengo tantos sueños, tantos planes... Pero por otro lado, la idea de formar una familia con Edward, de verlo como el padre de nuestro hijo, es reconfortante.

Finalmente, el resultado aparece.

—Embarazada —leo en voz baja, sintiendo cómo las lágrimas brotan de mis ojos sin control.

Llevo una mano a mi vientre, tocando suavemente como si ya estuviera conectada con la pequeña vida que podría estar creciendo dentro de mí. Una mezcla de emociones se apodera de mí: miedo, alegría, incertidumbre... pero sobre todo, un profundo amor por lo que el futuro podría depararnos.

Guardo la prueba en mi bolso, respirando hondo antes de salir del baño. Me dirijo hacia donde están Edward y mis padres, sintiendo que mi vida acaba de cambiar en un instante. No sé cómo ni cuándo se lo diré, pero estoy segura de algo: no estoy sola.

—¿Todo bien? —me pregunta mamá, con esa mirada que siempre parece saber cuando algo me preocupa.

—Sí, mamá —respondo, esbozando una sonrisa para tranquilizarla.

—Te traje una dona de chocolate, hija —dice papá, extendiéndomela con una sonrisa orgullosa, como si hubiera encontrado el mejor tesoro.

—Gracias, papá —respondo, tomando la dona entre mis manos.

Observo a todos mientras disfrutan de sus donas, la habitación llenándose del suave sonido de risas y conversación. Pero yo no puedo dejar de pensar en la prueba que acabo de realizar, en la palabra "embarazada" que aún resuena en mi mente. La dona de chocolate, que normalmente me encantaría devorar, parece demasiado ahora.

Siento que las ganas de vomitar aún no se han ido, pero trato de mantener la compostura.

—Creo que me la comeré en un rato —digo, intentando sonar casual mientras dejo la dona a un lado.

—¿Por? —me mira Edward, frunciendo el ceño con preocupación.

—Sigo llena por el desayuno —miento, intentando sonar convincente. Pero Edward me conoce demasiado bien. Lo veo mirarme, como si supiera que algo no está bien, aunque no dice nada. Solo asiente lentamente, su mano encontrando la mía bajo la mesa.

Mis padres siguen charlando, ajenos a la tensión que siento crecer dentro de mí. Mientras los observo, la realidad de lo que podría estar sucediendo se asienta más profundamente. ¿Cómo voy a contarles? ¿Qué van a decir? Y, lo más importante, ¿qué va a decir Edward cuando sepa que quizás nuestra vida está a punto de cambiar para siempre?

Siento su mano apretando la mía suavemente, y me reconforta saber que pase lo que pase, él está aquí conmigo. Tomo aire y trato de centrarme en el momento, en esta despedida antes del vuelo, en la tranquilidad de tenerlos a todos a mi lado. Pero sé que, en cuanto estemos solos, tendré que enfrentar la realidad y compartir la noticia que ya no puedo ignorar.

***********

Hemos llegado a París, y desde el primer momento, ya estoy enamorada de este lugar. El ambiente, la arquitectura, todo es tan mágico como siempre había imaginado. Al llegar al hotel, Edward y yo subimos a nuestra habitación. Aunque quiero disfrutar de este momento, siento que es el momento de contarle a Edward sobre el embarazo, pero no estoy segura de cómo vaya a reaccionar.

—Sam, ¿segura que estás bien? —me pregunta, su voz llena de preocupación.

—Amor, debo confesarte algo —le digo, mi corazón latiendo con fuerza—. No estoy completamente segura, pero lo comprobaré cuando lleguemos a casa y...

—¿Qué sucede? —me interrumpe, su tono más serio.

Busco en mi bolso y, con manos temblorosas, saco la prueba de embarazo y se la muestro. Edward me mira, y sus ojos se llenan de lágrimas al comprender lo que esto significa.

—Amor, ¿tú estás...? —su voz se quiebra ligeramente, pero hay un brillo de esperanza en sus ojos.

—Prefiero confirmar cuando regresemos —le digo, tratando de mantener la calma—. He estado mareada, con ganas de vomitar, y también tengo una semana de retraso. No quería preocuparte hasta estar segura.

Edward me mira intensamente, y su expresión se suaviza con una mezcla de amor y determinación.

—Amor, sabes que quiero formar una familia a tu lado —me dice con una sonrisa—. Vamos a un hospital aquí mismo. Quiero celebrar ya.

Siento que mi corazón se inunda de alivio y felicidad al escuchar sus palabras.

—Vamos —le respondo, tomando su mano.

Antes de salir, escribo un mensaje rápido a mi mamá:

**Para: Mamá**

*Mami, voy a salir con Edward. Les escribo luego.*

Salimos del hotel y Edward le pide al conductor que nos lleve al hospital más cercano. Durante el trayecto, los nervios me consumen. Me aterra la idea de que la prueba de sangre pueda salir negativa, especialmente ahora que ambos estamos tan ilusionados con la posibilidad.

—Necesitamos una prueba de embarazo en sangre, por favor —le dice Edward al médico en cuanto llegamos.

—Por supuesto —responde el doctor con una sonrisa amable—. Pasen por aquí.

Me siento en una de las sillas, y el doctor limpia mi brazo para sacar la muestra de sangre. Cierro los ojos cuando siento la aguja penetrar mi piel, mientras Edward acaricia suavemente mi cabello, brindándome consuelo.

—El resultado estará listo en aproximadamente una hora, tal vez menos —nos informa el doctor.

—Esperaremos aquí —responde Edward sin dudar.

Me recuesto sobre el hombro de Edward, y él sigue acariciando mi rostro con ternura.

—¿Cómo te sientes? —le pregunto, buscando palabras que describan lo que siento.

—Feliz, nervioso y lleno de ansiedad —admite con una pequeña sonrisa.

—Yo también estoy nerviosa, pero también muy feliz.

—Tranquila, nena —me susurra mientras me abraza—. Seremos los mejores padres del mundo.

—¿Y si no sale positivo? —pregunto, sintiendo que las lágrimas comienzan a formarse.

—No te preocupes, nena —dice mientras limpia mis lágrimas con delicadeza—. Si no es ahora, habrá otra oportunidad. Lo importante es que estamos juntos.

Nos quedamos conversando, soñando con los posibles nombres que podríamos darle a nuestros futuros hijos. De repente, vemos al doctor acercarse con un papel en la mano y una sonrisa en su rostro antes de entregárnoslo y retirarse discretamente.

—¡Es positivo! —exclama Edward, con una mezcla de sorpresa y alegría—. M****a, Sam. Me haces el hombre más feliz del mundo.

—Te amo, Ed —le digo antes de besarlo con ternura.

Salimos del hospital, y Edward sugiere que vayamos a celebrar con un helado. Él pide uno de chocolate y yo opto por uno de frutos rojos. Nos sentamos en una banca en un parque cercano, disfrutando del momento y del ambiente parisino que nos rodea.

—Sam, no sabes lo feliz que me siento —dice Edward, con una sonrisa que no puede ocultar.

—Yo también, amor. Es increíble saber que estamos comenzando esta nueva etapa juntos.

—¿Cómo le diremos a tus padres? —pregunta, con un toque de preocupación.

—No lo sé, Eddie. Es algo grande, pero creo que van a estar felices por nosotros.

—Ya quiero que nazca —dice, casi soñadoramente, mientras mira al cielo.

Regresamos al hotel y recibo un mensaje de mi mamá diciéndome que saldremos a cenar esta noche. Tal vez esta sea la oportunidad perfecta para compartir la noticia de que Ed y yo vamos a ser padres.

—Podemos decírselo esta noche durante la cena —le sugiero mientras nos recostamos en la cama.

—Me parece bien, nena —responde, acercándose a mí con una sonrisa.

Edward coloca suavemente sus manos en mi vientre y lo acaricia con su pulgar, con una expresión de asombro y amor.

—¿Qué crees que vaya a ser? —pregunto, tomando su mano.

—Yo pienso que será una niña —responde con una sonrisa amplia—. Y si es una niña, voy a tener que comprar una escopeta para ahuyentar a los idiotas que se le acerquen.

—¡Pobre de ella! —me río, imaginando la escena.

—Más te vale no ser de esas madres que le ocultan las cosas a su esposo, Sam —bromea, pero con un toque de seriedad en sus ojos.

—Yo...

—Nuestra hija se llevaría un gran castigo, pero su mamá sería castigada en la habitación principal. Te haría el amor tan fuerte hasta que entiendas que eso está mal hecho.

—Me empezaré a portar mal más de seguido.

—Tendremos que poner una pared anti ruido porque eres demasiado gritona, amor.

—Pero nunca te quejas de eso —me burlo —Ohh, si, nena. Grita más fuerte Sam, hazlo —lo imito.

—Me excita escucharte gritar.

—Ed, es momento de irnos arreglando para la cena de esta noche.

Antes de salir para la cena, me pongo un elegante vestido negro que realza mi figura, combinándolo con unos tacones que estilizan mis piernas. Encuentro una diadema adornada con perlas blancas y la coloco en mi cabello, añadiendo un toque sofisticado al conjunto.

—Estás hermosa, Sam —Edward murmura mientras besa mi mano, con una mirada que refleja admiración.

—Tú también te ves increíble —respondo, sintiendo un calor recorrerme al verlo. Edward está vestido con un pantalón negro y una camiseta blanca que resalta su complexión. La combinación simple pero impactante hace que mis hormonas se disparen, y una parte de mí desea quedarse en la habitación y olvidarse de la cena.

—Vamos, nena —me dice, tomándome suavemente de la mano.

Nos reunimos con mis papás en el lobby, y mi papá le da al chofer la dirección del restaurante. Al llegar, me sorprende la elegancia del lugar: es un restaurante de lujo, con un interior impecablemente decorado. Los camareros, vestidos de gala, se mueven con gracia y precisión, añadiendo un aire de sofisticación.

—¿Qué van a ordenar? —pregunta uno de los camareros mientras se acerca a nuestra mesa.

—Croque-monsieur —respondo, optando por un clásico sándwich de jamón y queso gratinado al horno.

—Quiche Lorraine —dice Edward, eligiendo una deliciosa tarta de huevo.

—Para nosotros, Boeuf Bourguignon —ordena mi papá, seleccionando un suculento plato de carne al vino.

El mesero se retira, y una sensación de nerviosismo comienza a crecer en mi interior. No sé si es el momento adecuado para darles la noticia, pero la incertidumbre me consume.

—Papá, mamá… —comienzo, mi voz un poco temblorosa. Edward aprieta suavemente mi mano, brindándome el apoyo que necesito—. Debo decirles algo.

—¿Todo bien? —pregunta mi mamá, su rostro reflejando preocupación.

—Vamos a ser padres —anuncia Edward, su voz firme pero llena de emoción—. Y estamos muy felices por ello.

Mis papás nos miran por un momento, y luego se levantan con sonrisas radiantes para darnos un fuerte abrazo.

—La familia está creciendo —dice mi papá, con una calidez en su voz que me reconforta—. Los felicito a ambos.

Nos abrazamos con fuerza, y mientras lo hacemos, siento que todo va a estar bien.

La emoción en mi corazón es indescriptible. La noticia de nuestro embarazo ya había llenado la noche de alegría, pero ahora, con Edward arrodillado frente a mí, siento que estoy viviendo un sueño.

La música suave y melódica que suena en el fondo añade un toque mágico al momento. Mis padres, con sus ojos brillantes de emoción, observan cada movimiento con la anticipación palpable en el aire. Mi mamá tiene lágrimas en los ojos, y cuando nuestras miradas se cruzan, sé que está compartiendo este momento especial conmigo en toda su magnitud.

Edward me mira con una intensidad que hace que mi corazón se acelere. Su expresión es una mezcla de nerviosismo y amor profundo. Con cuidado, saca una pequeña caja de terciopelo de su bolsillo y la abre, revelando un anillo deslumbrante que captura la luz en sus delicados destellos. El anillo es sencillo y elegante, exactamente lo que me gusta, pero lo que realmente me conmueve es el significado detrás de él.

—Sam, mi destino es a tu lado —empieza Edward, su voz cargada de emoción—. No puedo imaginarme una vida sin ti, sin poder regalarte mi amor cada día. Es simple lo que quiero decirte. He decidido pasar el resto de mi vida a tu lado prometiéndote amor eterno, la firma de esa decisión es este anillo… Ahora la pregunta es: ¿aceptas?

Las lágrimas nublan mi vista mientras siento la calidez de sus palabras envolverme. Miro a Edward, este hombre que ha cambiado mi vida de maneras que nunca imaginé posibles, y sé que no hay duda en mi corazón.

—Sí —respondo, mi voz apenas un susurro cargado de emoción—. Te amo, Ed.

Cuando se levanta del suelo, lo beso con toda la pasión y el amor que siento por él. Es un beso que sella nuestra promesa mutua de un futuro juntos, lleno de amor, desafíos, y ahora, con la alegría de saber que pronto seremos padres.

—Me haces el hombre más feliz del mundo —dice Edward mientras desliza el anillo en mi dedo, sellando nuestra promesa de un futuro juntos.

Las personas a nuestro alrededor comienzan a aplaudir, y me siento abrumada por la felicidad que irradia desde todas partes. Sonrío ampliamente, sintiendo que mi vida ha alcanzado un nuevo punto culminante.

Edward es lo mejor que me ha pasado en la vida. Nunca pensé que podría sentir tanto amor por una persona, pero aquí estoy, completamente enamorada y con la certeza de que he encontrado a mi alma gemela. El futuro parece tan brillante y lleno de promesas. Cada vez que miro a Edward, mi corazón se llena de una mezcla de gratitud y asombro por haber encontrado a alguien que me entiende tan profundamente y que comparte mis sueños y esperanzas para el futuro.

La cena continúa en un tono festivo. Mis padres no dejan de sonreír, compartiendo su alegría con nosotros en cada palabra y gesto.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo